Bells se apoyó en la mesa que tenía más cerca en cuanto el ascensor se puso en movimiento, y no habían pasado ni cinco segundos cuando Kiryan apareció en su campo de visión. Puso entre sus manos una copa de vino tinto y la obligó a beber.
—Kiryan…
—¡Vamos, no seas niña! —la regañó el ruso con cariño—. No me des problemas.
Bells puso los ojos en blanco y se terminó la copa de vino de un tirón, limpiándose los labios con el dorso de la mano mientras Kiryan la envolvía en un grueso chal.
—¿Mejor? —preguntó mientras acariciaba arriba y abajo sus brazos para que entrara en calor.
Bells asintió, sentándose sobre la mesa, y su rostro se convirtió en una máscara de tristeza.
—¿Entonces ese es tu Stefano? —indagó Kiryan con curiosidad—. Esperaba que fuera más interesante.
Bells lo golpeó en un brazo, riéndose. Sí, definitivamente Stefano había cambiado mucho, pero estaba muy lejos de no ser interesante. Por un segundo ella había sentido que todas las mariposas que había tratado de matar por años, resucitaban en su maldito estómago de una vez.
—¿Estás celoso? —lo molestó Bells.
—Por supuesto, de cada hombre en el mundo, lo sabes bien —respondió Kiryan—. ¿Vas a ayudarlo?
Isabella suspiró y se quedó en silencio por un minuto.
—Conocí a Fiorella cuando todavía era una bebecita, mi corazón no me permitiría quedarme al margen —declaró.
—¿Estás segura de que tu corazón está en esto por la niña y no por él?
Isabella se mordió el labio inferior mientras sus ojos se humedecían. Habían pasado casi trece años y Stefano Di Sávallo seguía siendo su mejor sueño y su peor pesadilla.
—No Kiryan, no estoy segura, pero eso no importa. Voy a ayudar a Fiorella y veremos qué pasa. Con suerte será algo que puede solucionarse con tratamiento, y podré solo… enviárselo.
El ruso negó con condescendencia. Estaba con Bells desde hacía más de diez años, y sabía perfectamente cuando se estaba aguantando los sentimientos y cuando estaba mintiendo.
—Creo que deberías decirle la verdad.
El cuerpo de Bells se tensó en un segundo.
—¿Para qué? ¿Qué conseguiría? —preguntó incómoda.
—¿No has pensado que él merece…?
—¿Qué? ¿Qué merece? ¿Saber esto? —señaló su cuerpo de arriba a abajo—. ¿Eso cómo cambiaría las cosas, Kiryan? ¡¿Acaso la verdad me permitiría estar con él?!
El ruso retrocedió, molesto.
—No, los dos sabemos que no. La verdad no hará que puedan estar juntos, pero al menos podría ayudar a que no te odiara.
Isabella lanzó una carcajada que resonó por todo el laboratorio. Sí, el odio de Stefano había sido tan palpable que realmente no sabía cómo había logrado controlarse.
—Se ve que nunca has conocido a un Di Sávallo. Saber la verdad no hará que Stefano deje de odiarme, solo encontrará otro motivo para hacerlo: no le di oportunidad de elegir, tomé la decisión sola, no confié en él… tú elige, a él le servirá cualquiera.
Kiryan se metió las manos en los bolsillos y se balanceó adelante y atrás con nerviosismo.
—Entonces sabías que esto iba a pasar cuando te lo encontraras de nuevo —murmuró.
—Los dos sabemos que no esperé encontrármelo de nuevo. Nunca.
—¿Entonces todo se queda como está? —preguntó el ruso.
—Todo se queda como está —confirmó Bells—. Será mejor que descanse, en unas horas voy a empezar a trabajar.
Kiryan asintió y la dejó sola, no sin advertirle que le avisara si llegaba a notar algún cambio.
Isabella se fue a su recámara y se acostó mirando al techo. Su cerebro vagó por toda la información que conocía sobre el padecimiento de Fiorella, era mejor eso que ponerse a pensar en aquel triste reencuentro con Stefano.
ELA, parecía imposible, pero existían en el mundo tantas enfermedades sin nombre.
Pasó casi toda la noche sentada frente a las computadoras, revisando todos los estudios que tenían los laboratorios y todo lo que se había descubierto sobre la ELA. Para las tres de la madrugada, Kiryan se la encontró bostezando frente al escritorio y a las cuatro de la madrugada la levantó en brazos y la llevó a dormir aun cuando podía escucharla refunfuñar en sueños. Bells siempre había sido inquieta y testaruda, pero su trabajo era que ella estuviera bien, aunque tuviera que obligarla a cuidarse.
Acababa de salir el sol cuando la vio abrir los ojos, le lanzó una manta y una pierna por encima y no la dejó levantarse hasta las ocho de la mañana.
—¿Contento? —protestó Bells cuando la alarma del reloj por fin sonó.
—No —respondió Kiryan—. Sabes que tienes que mantener tu rutina, y eso incluye dormir las horas necesarias.
—Pero…
—No te atrevas a protestar, ya sé que se te van las cabras cuando te obsesionas con algo, y que el hecho de que Stefano esté metido en esto no va a aportar mucho a tu cordura, pero por eso mismo tienes que poner de tu parte —la reprendió Kiryan—. No me obligues a quitártelo.
Isabella suspiró en señal de aceptación y se levantó la blusa, dejando su abdomen descubierto para que Kiryan pudiera poner la palma de su mano sobre él, como hacía cada mañana. Durante unos minutos el rostro del ruso se mantuvo impávido hasta que cerró los ojos y movió la cabeza.
—Estoy conforme, puedes trabajar hoy, pero nada de estrés, ¿de acuerdo? —declaró.
Bells se levantó como un resorte, sonriendo, y le dio un beso en la mejilla a modo de agradecimiento.
—¿Me haces el desayuno? —pidió mientras Kiryan ponía los ojos en blanco.
—¡Qué duro es ser tu niñero!
Las primeras dos horas de aquella mañana fueron para Bells de profunda concentración, pero para el momento en que llamaron anunciando que el señor Di Sávallo estaba subiendo, parecía que todos sus nervios se habían disparado.
Kiryan le dio una mirada de advertencia y se paró frente al ascensor con los brazos cruzados, de modo que la primera figura que Stefano enfrentó cuando las puertas se abrieron, fue la de un ruso con cara de pocos amigos.
—Lo siento si ayer empezamos con el pie equivocado —siseó el italiano extendiendo la mano—. Stefano Di Sávallo.
—Kiryan —fue la respuesta del hombre, que estrechó su mano con determinada educación—. Y conmigo todos los pies son buenos siempre que no la toques a ella.
Hizo un gesto con la cabeza señalando hacia el laboratorio y era evidente que se refería a Bells.
—No tienes que preocuparte por eso, no soy aficionado a las mujeres de otros hombres —respondió Stefano con acento crudo y Kiryan achicó los ojos—. Si estoy aquí es por Fiorella —declaró levantando la carpeta que llevaba en su mano.
—En ese caso…
El ruso abrió uno de sus brazos indicándole el camino hacia el laboratorio y Stefano lo siguió controlando la sangre que ya empezaba a hervirle en las venas, porque el ruso no lo habiá desmentido, entonces... Bells era suya.
—Buenos días —saludó cortésmente el italiano mientras entraba al laboratorio, y Bells levantó la cabeza con un estremecimiento.—Buenos días —murmuró en respuesta.—Los análisis. —Fue todo lo que dijo Stefano mientras ponía la carpeta frente a ella y la veía revisar los papeles uno por uno.A veces arrugaba el ceño, a veces negaba, hasta que se detuvo por más tiempo en uno de ellos y su rostro se convirtió en una máscara de horror.—¡Kiryaaaan! —gritó la muchacha con urgencia mientras se giraba hacia la vitrina y empezaba a sacar suplementos médicos como si él no existiera—. ¡Kiryan!El ruso entró corriendo con más cara de concentración que de enojo, conocía cada pequeña inflexión en el tono de su voz, y aquellos dos gritos eran de absoluto miedo.—¡En la mesa! —señaló ella con ansiedad y el ruso se lanzó sobre los análisis, dejándola hacer lo que hacía sin molestarla.Sus ojos vagaron por la tabla de resultados mientras Stefano se inclinaba hacia adelante, preocupado.—¡Maldición! ¿D
Decir que a Stefano le molestaba la presencia del ruso era poco, pero más que eso le molestaba la forma solícita y preocupada con que se dirigía a Bells. ¡Para empezar le encendía la sangre que la llamara Bells, solo él podía llamarla así, y para rematar le molestaba el contacto invasivo y permanente que tenía con ella, como si siempre tuviera que estarla tocando por alguna parte!—¿Puedo pasar? —La voz de la muchacha lo sacó de sus pensamientos y Stefano se apoyó en el escritorio de su despacho.—Claro —aceptó viendo cómo Bells entraba a la habitación—. ¿Podrías cerrar la puerta, por favor? No quiero que mis tíos se enteren de lo que vas a decirme.En parte era eso y en parte era que quería probar qué tanta privacidad podía tener con ella.—Creo que ellos deberían estar presentes, finalmente son los padres de Fiorella, ellos son los que deben decidir si aceptan el tratamiento o no.—Entiendo, pero ahora mismo no sabemos ni siquiera si hay un tratamiento, ¿verdad? —preguntó Stefano co
Era extraño verla salirse de sus cabales, pero en las últimas cuarenta y ocho horas todo se había descontrolado para Bells. Kiryan podía entender su frustración, a él también le había agradado mucho la niña, pero no podía permitir que se siguiera estresando de aquella manera.—¡Hey! Tienes que controlarte —la regañó después de verla lanzar otra bola de papel contra la pared más cercana—. No puedes seguir así.—¡Es que no entiendo qué sucede! ¡Hemos hecho todos los estudios! ¿Cómo es que no logro encontrar lo que tiene? —dijo ella desesperada—. ¡Maldit@ sea, soy una mujer inteligente, tengo dos doctorados, no puede ser que no me sirvan para nada!Kiryan puso los ojos en blanco y sonrió.—Pero Bells, hiciste un gran avance en poco tiempo. Al menos ya sabes todo lo que Fiorella no tiene…—De lo único que estoy segura es que esto fue una mutación del cromosoma masculino… tengo que llamar a Stefano.Kiryan suspiró con molestia, se cruzó de brazos y negó con impaciencia.—No me gusta lo que
Stefano se quedó paralizado por un segundo, un solo segundo antes de echar a correr detrás del ruso. Lo vio entrar a una habitación tan blanca como todas las demás y sentar a la muchacha al borde de algo que parecía una bañera. Le quitó la ropa apurado, dejándola solo con el pequeño negligé que llevaba debajo de la ropa de trabajo y la metió en la bañera, abriendo el chorro de agua fría.—¡Maldición, maldición! —gruñó furioso cuando vio que su piel se ponía de un rosa más vivo.—¿Qué es lo que pasa? ¿Qué tiene? —preguntó Stefano adelantándose.—Fiebre —siseó Kiryan abriendo una puerta cercana y el italiano vio que era una nevera. Sacó un par de bolsas enormes de hielo y las rasgó, echándolas apurado sobre el cuerpo de la muchacha.—¿Fiebre? Pero... ¿no se la puedes quitar con una pastilla como a todo el mundo?—¡Seguro, Di Sávallo! ¡Solo estoy haciendo esto por mi profundo amor al drama! ¿no te jode? —espetó el ruso mientras acomodaba todo aquel hielo sobre Bells—. ¡Todo esto es culpa
La puerta se cerró de un tirón y Bells sintió como si su corazón se rompiera un poquito. Jamás había peleado con Kiryan en diez años, no sabía cómo era ni lo horrible que se sentiría. Después de todo era consciente de que él solo quería lo mejor para ella, pero Isabella Valenti tenía que hacer lo que tenía que hacer.—Lo siento —murmuró Stefano tras ella—. Quisiera decirte que espero que esto no te cueste el divorcio, pero ya sabes como soy, en este momento los sentimientos de tu ruso me importan muy poco.Bells sonrió con cansancio.—Sí, te conozco —murmuró ella, pensativa—. Pero ya me arreglaré con Kiryan, igual no es como que podamos estar separados por mucho tiempo.Pasó a su lado y fue a quedarse con Fiorella hasta la siguiente inyección, mientras Stefano rumiaba en silencio su molestia.Otras dos inyecciones pasaron y por suerte todo iba bien. Era ya de madrugada cuando Stefano la vio dormir sobre uno de los sillones del cuarto de Fiorella. La levantó en brazos y se sorprendió d
Hay algo que no podemos olvidar mencionar sobre Stefano Di Sávallo, algo que obviamente Kiryan no sabía, y era que había sido criado por seis hombres capaces y uno de ellos era piloto de rally.—¡Ponte el maldito cinturón! —gruñó mientras no perdía de vista al auto que tenía delante—. ¿Qué demonios es lo que está pasando? ¿Por qué robarse la medicina de Fiorella?Kiryan negó, apretando los dientes.—Cualquier investigación que salga de los laboratorios Zeynek vale millones —dijo—. Y la gente es ignorante, creen que podrán vender cualquier cosa que roben. No saben que esos medicamentos solo sirven para la niña.Stefano se quedó pensativo por un momento, concentrado en la persecución.—Bells dijo hoy que sentía que la estaban vigilando —siseó.—Y adivino, no le hiciste ni puñetero caso —sentenció Kiryan.—No —respondió—, pero tampoco pensaba que se tratara de algo como esto.Stefano hizo un par de maniobras para acercarse al auto, pero no podían interceptarlos en medio del tráfico de la
Kiryan la miró dormir mientras se aseguraba de que la temperatura de su cuerpo volviera a la normalidad. Era la mujer más hermosa y con el corazón más bello que había conocido en su vida, tanto que jamás se había molestado en buscar a nadie más. Lo único que quería era que estuviera a salvo, pero parecía que mientras Stefano Di Sávallo estuviera rondando las posibilidades de que eso pasara eran pocas.La dejó durmiendo tranquila, porque aquella botella de vino no se le iba a pasar en ningún momento cercano y se fue a ponerle la siguiente dosis a Fiorella. La niña estaba respondiendo bien, lo cual era un alivio, pero cuando llegó a ver a Stefano no se lo encontró mucho mejor.Lo habían llevado a su habitación en su departamento, pero se veía que estaba haciendo un esfuerzo desesperado porque la gente a su alrededor no notara cuánto le dolía.—¿Cómo lo llevas? —preguntó.—Resisto —gruñó Stefano—. ¿Bells?—Descansando. No le hace bien estresarse, pero parece que eso es un poco difícil de
No habló demasiado. Stefano Di Sávallo no necesitaba hacerlo. Solo llegó a la comisaría y se contentó con tratar de mantenerse en pie y enseñar su cara de profunda molestia, mientras su tío Fabio destrozaba verbalmente al capitán del precinto.Aun así pasaron tres horas antes de que le hicieran todo el papeleo formal para la liberación del ruso, y cuando Kiryan salió por aquella puerta se sorprendió al ver que lo que lo esperaba del lado de la libertad era el rostro sombrío de Stefano.—¿Tú cómo demonios estás de pie?—Por lo mucho que te aprecio. ¡¿No te jode?! —siseó Stefano con cansancio—. Bells me inyectó algo que ya se me está pasando así que mejor vámonos.Se subieron a su auto y fueron directo al departamento en el mayor de los silencios, hasta que Stefano no pudo soportarlo más.—¿Cómo es? —preguntó y Kiryan lo miró sin comprender.—¿Cómo es qué?—Vivir con ella. En ese mundo mágico de fantasía que tienen en el piso falso de los Laboratorios Zeynek. Sin salir. Si ver a nadie m