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CAPÍTULO 4. No soy aficionado a las mujeres de otros hombres

Bells se apoyó en la mesa que tenía más cerca en cuanto el ascensor se puso en movimiento, y no habían pasado ni cinco segundos cuando Kiryan apareció en su campo de visión. Puso entre sus manos una copa de vino tinto y la obligó a beber.

—Kiryan…

—¡Vamos, no seas niña! —la regañó el ruso con cariño—. No me des problemas.

Bells puso los ojos en blanco y se terminó la copa de vino de un tirón, limpiándose los labios con el dorso de la mano mientras Kiryan la envolvía en un grueso chal.

—¿Mejor? —preguntó mientras acariciaba arriba y abajo sus brazos para que entrara en calor.

Bells asintió, sentándose sobre la mesa, y su rostro se convirtió en una máscara de tristeza.

—¿Entonces ese es tu Stefano? —indagó Kiryan con curiosidad—. Esperaba que fuera más interesante.

Bells lo golpeó en un brazo, riéndose. Sí, definitivamente Stefano había cambiado mucho, pero estaba muy lejos de no ser interesante. Por un segundo ella había sentido que todas las mariposas que había tratado de matar por años, resucitaban en su maldito estómago de una vez.

—¿Estás celoso? —lo molestó Bells.

—Por supuesto, de cada hombre en el mundo, lo sabes bien —respondió Kiryan—. ¿Vas a ayudarlo?

Isabella suspiró y se quedó en silencio por un minuto.

—Conocí a Fiorella cuando todavía era una bebecita, mi corazón no me permitiría quedarme al margen —declaró.

—¿Estás segura de que tu corazón está en esto por la niña y no por él?

Isabella se mordió el labio inferior mientras sus ojos se humedecían. Habían pasado casi trece años y Stefano Di Sávallo seguía siendo su mejor sueño y su peor pesadilla.

—No Kiryan, no estoy segura, pero eso no importa. Voy a ayudar a Fiorella y veremos qué pasa. Con suerte será algo que puede solucionarse con tratamiento, y podré solo… enviárselo.

El ruso negó con condescendencia. Estaba con Bells desde hacía más de diez años, y sabía perfectamente cuando se estaba aguantando los sentimientos y cuando estaba mintiendo.

—Creo que deberías decirle la verdad.

El cuerpo de Bells se tensó en un segundo.

—¿Para qué? ¿Qué conseguiría? —preguntó incómoda.

—¿No has pensado que él merece…?

—¿Qué? ¿Qué merece? ¿Saber esto? —señaló su cuerpo de arriba a abajo—. ¿Eso cómo cambiaría las cosas, Kiryan? ¡¿Acaso la verdad me permitiría estar con él?!

El ruso retrocedió, molesto.

—No, los dos sabemos que no. La verdad no hará que puedan estar juntos, pero al menos podría ayudar a que no te odiara.

Isabella lanzó una carcajada que resonó por todo el laboratorio. Sí, el odio de Stefano había sido tan palpable que realmente no sabía cómo había logrado controlarse.

—Se ve que nunca has conocido a un Di Sávallo. Saber la verdad no hará que Stefano deje de odiarme, solo encontrará otro motivo para hacerlo: no le di oportunidad de elegir, tomé la decisión sola, no confié en él… tú elige, a él le servirá cualquiera.

Kiryan se metió las manos en los bolsillos y se balanceó adelante y atrás con nerviosismo.

—Entonces sabías que esto iba a pasar cuando te lo encontraras de nuevo —murmuró.

—Los dos sabemos que no esperé encontrármelo de nuevo. Nunca.

—¿Entonces todo se queda como está? —preguntó el ruso.

—Todo se queda como está —confirmó Bells—. Será mejor que descanse, en unas horas voy a empezar a trabajar.

Kiryan asintió y la dejó sola, no sin advertirle que le avisara si llegaba a notar algún cambio.

Isabella se fue a su recámara y se acostó mirando al techo. Su cerebro vagó por toda la información que conocía sobre el padecimiento de Fiorella, era mejor eso que ponerse a pensar en aquel triste reencuentro con Stefano.

ELA, parecía imposible, pero existían en el mundo tantas enfermedades sin nombre.

Pasó casi toda la noche sentada frente a las computadoras, revisando todos los estudios que tenían los laboratorios y todo lo que se había descubierto sobre la ELA. Para las tres de la madrugada, Kiryan se la encontró bostezando frente al escritorio y a las cuatro de la madrugada la levantó en brazos y la llevó a dormir aun cuando podía escucharla refunfuñar en sueños. Bells siempre había sido inquieta y testaruda, pero su trabajo era que ella estuviera bien, aunque tuviera que obligarla a cuidarse.

Acababa de salir el sol cuando la vio abrir los ojos, le lanzó una manta y una pierna por encima y no la dejó levantarse hasta las ocho de la mañana.

—¿Contento? —protestó Bells cuando la alarma del reloj por fin sonó.

—No —respondió Kiryan—. Sabes que tienes que mantener tu rutina, y eso incluye dormir las horas necesarias.

—Pero…

—No te atrevas a protestar, ya sé que se te van las cabras cuando te obsesionas con algo, y que el hecho de que Stefano esté metido en esto no va a aportar mucho a tu cordura, pero por eso mismo tienes que poner de tu parte —la reprendió Kiryan—. No me obligues a quitártelo.

Isabella suspiró en señal de aceptación y se levantó la blusa, dejando su abdomen descubierto para que Kiryan pudiera poner la palma de su mano sobre él, como hacía cada mañana. Durante unos minutos el rostro del ruso se mantuvo impávido hasta que cerró los ojos y movió la cabeza.

—Estoy conforme, puedes trabajar hoy, pero nada de estrés, ¿de acuerdo? —declaró.

Bells se levantó como un resorte, sonriendo, y le dio un beso en la mejilla a modo de agradecimiento.

—¿Me haces el desayuno? —pidió mientras Kiryan ponía los ojos en blanco.

—¡Qué duro es ser tu niñero!

Las primeras dos horas de aquella mañana fueron para Bells de profunda concentración, pero para el momento en que llamaron anunciando que el señor Di Sávallo estaba subiendo, parecía que todos sus nervios se habían disparado.

Kiryan le dio una mirada de advertencia y se paró frente al ascensor con los brazos cruzados, de modo que la primera figura que Stefano enfrentó cuando las puertas se abrieron, fue la de un ruso con cara de pocos amigos.

—Lo siento si ayer empezamos con el pie equivocado —siseó el italiano extendiendo la mano—. Stefano Di Sávallo.

—Kiryan —fue la respuesta del hombre, que estrechó su mano con determinada educación—. Y conmigo todos los pies son buenos siempre que no la toques a ella.

Hizo un gesto con la cabeza señalando hacia el laboratorio y era evidente que se refería a Bells.

—No tienes que preocuparte por eso, no soy aficionado a las mujeres de otros hombres —respondió Stefano con acento crudo y Kiryan achicó los ojos—. Si estoy aquí es por Fiorella —declaró levantando la carpeta que llevaba en su mano.

—En ese caso…

El ruso abrió uno de sus brazos indicándole el camino hacia el laboratorio y Stefano lo siguió controlando la sangre que ya empezaba a hervirle en las venas, porque el ruso no lo habiá desmentido, entonces... Bells era suya.

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