Kiryan la miró dormir mientras se aseguraba de que la temperatura de su cuerpo volviera a la normalidad. Era la mujer más hermosa y con el corazón más bello que había conocido en su vida, tanto que jamás se había molestado en buscar a nadie más. Lo único que quería era que estuviera a salvo, pero parecía que mientras Stefano Di Sávallo estuviera rondando las posibilidades de que eso pasara eran pocas.La dejó durmiendo tranquila, porque aquella botella de vino no se le iba a pasar en ningún momento cercano y se fue a ponerle la siguiente dosis a Fiorella. La niña estaba respondiendo bien, lo cual era un alivio, pero cuando llegó a ver a Stefano no se lo encontró mucho mejor.Lo habían llevado a su habitación en su departamento, pero se veía que estaba haciendo un esfuerzo desesperado porque la gente a su alrededor no notara cuánto le dolía.—¿Cómo lo llevas? —preguntó.—Resisto —gruñó Stefano—. ¿Bells?—Descansando. No le hace bien estresarse, pero parece que eso es un poco difícil de
No habló demasiado. Stefano Di Sávallo no necesitaba hacerlo. Solo llegó a la comisaría y se contentó con tratar de mantenerse en pie y enseñar su cara de profunda molestia, mientras su tío Fabio destrozaba verbalmente al capitán del precinto.Aun así pasaron tres horas antes de que le hicieran todo el papeleo formal para la liberación del ruso, y cuando Kiryan salió por aquella puerta se sorprendió al ver que lo que lo esperaba del lado de la libertad era el rostro sombrío de Stefano.—¿Tú cómo demonios estás de pie?—Por lo mucho que te aprecio. ¡¿No te jode?! —siseó Stefano con cansancio—. Bells me inyectó algo que ya se me está pasando así que mejor vámonos.Se subieron a su auto y fueron directo al departamento en el mayor de los silencios, hasta que Stefano no pudo soportarlo más.—¿Cómo es? —preguntó y Kiryan lo miró sin comprender.—¿Cómo es qué?—Vivir con ella. En ese mundo mágico de fantasía que tienen en el piso falso de los Laboratorios Zeynek. Sin salir. Si ver a nadie m
32°C.Treinta y dos grados... eso era... ¿hipotermia? Pero ella no...Stefano miró alrededor aturdido, el departamento estaba cálido... ¿entonces...?Aquellas palabras resonaron en su cabeza: "Tengo una enfermedad... rara..."Recordó el episodio de la bañera, la insistencia del ruso, la vida de encierro en aquel piso del laboratorio. "Tengo una enfermedad... rara..."Aquel termómetro marcaba una hipotermia severa y desde dentro de aquella habitación solo se escuchaba la voz desesperada de Kiryan.—¡Por favor, nena, mírame...! Vamos Bells, ayúdame, no te me vayas... ¡No te me vayas, nena, mírame... todo va a estar bien... todo va a estar bien!Los siguiente que se escuchó fue un gemido ahogado y Stefano retrocedió, porque acababa de entender ese "acuéstate conmigo" y ese "No quieres ver lo que va a pasar".Dentro de aquel cuarto, Kiryan se lanzaba por su último recurso. Años enteros le habían demostrado que pocas cosas funcionaban. La desesperación empezaba con aquel suero tibio de sol
Stefano sentía que ni siquiera podía hablar. ¿Qué iba a decirle? ¿Que era demasiado posesivo para compartirla, que no estaba en su naturaleza? Eso solo era una forma de justificar su egoísmo frente a un hombre que había estado doce años dándolo todo por ella.Y de repente aquella duda lo atenazó. ¿Y si no se la merecía? ¿Y si simplemente, por más que la amara, había otro hombre la amaba más, que la merecía más?—Sé que esta es una pregunta muy estúpida, porque ya deben haber valorado todas las opciones en este punto, pero tengo que preguntar —murmuró Stefano—. Dijiste que el tumor es muy pequeño. ¿No se puede operar?—Sí —respondió Kiryan tratando de limpiarse la cara.—¿Y por qué no lo ha hecho?—Porque las probabilidades de que sobreviva son del tres por ciento —respondió el ruso—. Hay un cirujano en Suecia que toma casos como estos, insalvables. Fuimos con él hace un par de años, se hizo todos los estudios y el doctor Karlsson dijo que la operaría, pero no le dio más esperanza que
Incluso antes de llegar ya Kiryan le había mandado el código para que pudiera subirse al ascensor, así que Stefano no lo dudó ni un segundo antes de dirigirse a aquel piso fantasma de los Laboratorios Zeynek. Seguía viéndose como el mismo cuento de hadas de siempre, solo que más oscuro, porque las persianas de todo el piso estaban echadas. Allá en el fondo apenas estaba encendida una luz en la cocina y las de un par de los pequeños laboratorios que tenían ahí.Lo bueno de que no hubiera ni una sola pared, fue que a Stefano no le tomó nada ubicarla, estaba sentada en la mesa del comedor, mirando atentamente a una pastilla junto a un vaso de agua. Stefano se fijó en que estaba pálida y ojerosa y parecía muy cansada.—¿Te la vas a tomar o necesitas ayuda para eso? —preguntó y Bells se sobresaltó al escuchar su voz.—¡Stefano...! ¿Qué...? ¿Qué haces aquí? —preguntó ella, pero él ya se estaba acercando a la mesa para sentarse en una silla a su lado.—Vine a verte —murmuró Stefano tomando s
Stefano sintió que el alma volvía a su cuerpo cuando esa mañana por fin las enfermeras retiraron el kit de aislamiento de Fiorella y Stefano pudo abrazarla. Los análisis de la niña habían salido muy bien, se estaba recuperando, aunque definitivamente tendría que vivir con aquella enfermedad toda la vida.—¿Cómo podemos pagarte esto? —preguntó Helena cuando el ruso le dijo que prepararía las dosis de Fiorella para los siguientes seis meses.—No es necesario, lo saben. Lo único importante es que la nena esté bien —respondió Kiryan dándole algunas indicaciones—. Prepararemos las dosis en contenedores similares a los de insulina, ella misma tiene que aprender a ponérselos. Continuaremos cada seis horas por el próximo mes y volveremos a hacer estudios. Dependiendo de cómo salgan, decidiremos si alargamos el espacio entre inyecciones a ocho horas. ¿De acuerdo?Helena asintió emocionada y Marco hasta lo abrazó.—¿Y cuándo vamos a poder ver a Bells? —preguntó este—. También queremos agradecer
Los ojos de Stefano no se cerraban del todo. No sabía por qué, pero no lograba conciliar el sueño. A veces creía que incluso estaba soñando despierto, porque era como si su cerebro no pudiera calmarse.—¿No está muy fría? —preguntaba en un susurro.—No —respondía Kiryan sin abrir los ojos.Veinte minutos pasaban y lo escuchaba resoplar de nuevo.—Está tibia, ¿no está muy tibia?Kiryan asomó la cabeza sobre Bells.—Stefano, cierra los ojos y duérmete. Yo me encargo —rezongó.Pero era imposible, porque aunque Stefano tuviera los ojos profundamente cerrados, era como si la arteria de su estómago latiera contra él con tanta fuerza que no lo dejara descansar.La luz del día lo sorprendió ojeroso y cansado. Vio a Kiryan cubrir a Bells con una manta antes de asegurarse por última vez que estaba bien y luego hacerle un gesto para que lo siguiera.Stefano se sentó en la barra de la cocina con el rostro entre las manos, y Kiryan hizo café en completo silencio.—¿Cómo logras dormir? —le preguntó
Kiryan asintió despacio porque Stefano no parecía ser de los que asustaban en vano. Asintió mientras se ponían de acuerdo, él fue a darse un baño y cambiarse y Kiryan llevó la bolsa de la tía Helena a la cocina.Bells volvió a mirarlo como si fuera un alien, pero Kiryan solo puso la bolsa frente a ella y le dio un beso suave en los labios.—Vamos nena, te toca poner la mesa, ahora tienes dos hombres que alimentar.A la muchacha casi se le cayó la quijada de la impresión, pero un segundo después ella ponía la mesa mientras Kiryan y Stefano conversaban en la salita de televisión.—Tengo que estar soñando. Esto no es normal... —murmuraba para sí misma, porque por la expresión de los dos se notaba que no podían estar más de acuerdo.—Escucha, Bells me estuvo explicando un poco mejor lo que hacen aquí —le dijo Stefano al ruso—. Y creo que deberíamos reforzar la seguridad.Kiryan se cruzó de brazos.—Sí, yo he estado pensando lo mismo desde que lograste entrar. El problema es que siempre al