Si era posible que la rabia se pudiera palpar, definitivamente Stefano debía estar proyectando la suya de una manera increíble, porque Kiryan pasó a su lado para ir a ponerse entre él y la mujer.
Stefano la miró a los ojos, ya no era una niña. Llevaba el cabello natural, largo y ondulado, sin las mechas azules que le gustaba llevar cuando era casi una chiquilla. Los lentes de pasta oscura acentuaban las líneas suaves de su rostro y había tanta madurez y seriedad en ellos que parecía que de la chiquilla de la que Stefano se había enamorado no quedaba nada.
Llevaba un top blanco y un pantalón a la cadera, ancho y vaporoso, del mismo color. También iba descalza, parecía una costumbre de aquel sitio ¿o Zeynek no les pagaba suficiente como para que se compraran unos maldit0s zapatos?
—Al parecer el caballero entró a robar —dijo Kiryan parándose a su lado y cruzándose de brazos, pero antes de que Stefano pudiera decir una palabra, Bells se le adelantó.
—El caballero no es un ladrón —murmuró mientras Kiryan fruncía el ceño.
—¿Lo conoces?
Quizás Stefano no podía entender la sorpresa del ruso, pero Kiryan sabía que Isabella llevaba años sin salir de aquel edificio. Apenas tenía amigos, algunos conocidos a través de las redes y por más que él había insistido, toda la vida de aquella científica parecía reducirse al laboratorio y sus estudios nada más.
—El señor se llama Stefano Di Sávallo, es el actual CEO del Imperio Di Sávallo, y definitivamente no necesita robar nada.
La línea de la mandíbula de Stefano se tensó al escuchar aquella descripción, pero hizo todo lo que pudo para contenerse cuando la expresión en los ojos de Kiryan le demostraron que lo reconocía. La cuestión era si lo reconocía como la cabeza del Imperio o si Bells le había hablado de él.
—¿Quién es? —preguntó la mujer mirando a los restos del celular destrozado y la vitrina abierta.
—¿Perdón? —respondió Stefano con otra pregunta.
—Sé que esto no se trata de espionaje corporativo. El Imperio Di Sávallo no se mueve en el campo de la farmacéutica y además te conozco —declaró Bells.
—Me conocías —siseó Stefano y ella asintió.
—Es cierto… —admitió—, pero hay cosas que nunca cambian. Te “conocía” lo suficiente como para estar segura de que no estás aquí por placer. Entonces vuelvo a preguntarte. ¿Quién está enfermo?
Kiryan pasó saliva y respiró profundo. Obviamente no era algo en lo que había pensado y salvar a un ser querido no era algo que mereciera su reprobación; podía aceptar ese como un buen motivo para que cualquiera intentara robar un tratamiento; así que toda su expresión pareció relajarse un poco.
—Fiorella —fue lo único que contestó Stefano.
—¿Fiorella? Era apenas una bebé cuando me fui —recordó ella y Stefano cerró los puños porque «cuando me fui» sonaba muy simple para lo que Isabella Valenti le había hecho.
Para él no era «cuando me fui». Para Stefano era cuando lo había abandonado, cuando lo había dejado, cuando lo había olvidado, cuando había pisoteado todo el amor que él sentía por ella.
—Fiorella es muy pequeña, debe tener unos… ¿Trece años? —Stefano solo asintió—. ¿Qué le diagnosticaron?
—ELA.
Bells se irguió con sorpresa.
—¿ELA? ¿En una niña de trece años? Eso es… muy improbable —refutó.
Stefano miró alrededor y finalmente sus ojos se volvieron a fijar en ella.
—¿Eres doctora? —preguntó.
—Soy genetista —respondió Bells.
Un silencio incómodo se extendió por todo el laboratorio hasta que la muchacha señaló a la vitrina detrás de Stefano.
—Incluso si llevaras el cultivo con un doctor capacitado, esas células madre no están programadas todavía. No te serían útiles.
—¡¿Y puedes decirme algo que me sea útil, o solo me vas a repetir la misma estupidez que me han dicho todos los doctores anteriores?! —exclamó el italiano.
—¡Hey! —Kiryan dio un paso adelante con tono amenazante—. ¡Dulcifícale tu voz!
—Kiryan… —Bells lo detuvo—. ¿Puedes dejarnos solos, por favor?
El ruso se dio la vuelta con un gruñido molesto.
—¿Estás segura? —preguntó dándole la espalda a Stefano.
—Sí, tranquilo.
Antes de irse Kiryan puso su palma abierta sobre el abdomen desnudo de Bells y pareció quedarse pensativo. Aquel simple gesto hizo que Stefano cerrara las manos en puños hasta hacerse daño, pero no le iba a dar el gusto de preguntar.
—Bien —dijo Kiryan después de algunos segundos—. Si me necesitas estaré aquí en un instante.
Besó su cabeza antes de salir del laboratorio, en el que Bells y Stefano quedaron mirándose fijamente.
—¿Ya me perdonaste? —preguntó ella con demasiada resignación en la voz, como si realmente no importara la respuesta.
Y la verdad era que no importaba, había de por medio doce años que no se podían cambiar.
—No tengo nada que perdonarte. Hiciste lo que consideraste mejor para tu vida, y al final tenías razón —dijo con una sonrisa llena de sarcasmo—: no eras la mujer para mí.
Bells sintió que se le hacía un nudo en la garganta, pero se aguantó las lágrimas. Finalmente había sido su decisión abandonarlo y tenía que aceptar las consecuencias de su decisión.
Se permitió admirarlo por un segundo. Lo había hecho muchas veces a lo largo de los años, en las redes o en la televisión, pero tenerlo enfrente era muy distinto. El rostro del joven que había conocido se había endurecido con los años, su cuerpo entero proyectaba dominio y su expresión era sarcástica y feroz. ¡Todo un Di Sávallo!
—Bien. ¿Entonces eso significa que estarías dispuesto a aceptar mi ayuda? —preguntó por fin, haciendo que Stefano reaccionara.
—¿Ayuda?
—ELA es un diagnóstico muy raro para una niña de trece años. No digo que no existan enfermedades extrañas en el mundo —rio con tristeza—, pero preferiría verificarlo por mí misma. Si estás de acuerdo, claro.
Stefano lo dudó por un instante y Bells se acercó al escritorio que había en un extremo de la habitación. Sacó una carpeta de cuero y se la extendió a Stefano.
—Tengo un título y un doctorado en Medicina, un master en Virología, otro en Biología Molecular y Biotecnología y dos doctorados en Genética. Y soy la única desarrolladora de esas células —aseguró señalando la carpeta—. Ahí están mis credenciales. Puedes comprobarlas.
Stefano ni siquiera miró aquellos documentos. Lanzó la carpeta sobre la mesa más cercana y asintió.
—¿Qué necesitas? —preguntó decidido.
—Todos los informes de las pruebas de laboratorio que se le han hecho, si no son suficientes tendrás que traer a Fiorella aquí para que yo los repita.
El italiano miró alrededor.
—¿El laboratorio no tendrá problemas con eso? —se interesó.
Bells tomó una pluma y una tarjeta y escribió un número.
—Llama antes de venir —fue todo lo que dijo—. Te espero mañana a primera hora.
—Gracias —respondió Stefano mientras recibía la tarjeta y alargaba la mano—. Un placer verte, Bells.
Isabella dudó un segundo antes de estrechar aquella mano, pero cuando por fin entraron en contacto, Stefano pudo notar que estaba muy fría.
Salió en dirección al ascensor sin mirar atrás y su cuerpo no se relajó hasta que no se encontró fuera de aquel edificio, en un sedán oscuro, y mirando fijamente la tarjeta con el número.
Acababa de pactar con su peor enemiga, por Fiorella. Por esa niña era capaz de tragarse hasta su orgullo… ¡Ah, pero su rencor…! ¡El rencor de un Di Sávallo no conocía límites!
Bells se apoyó en la mesa que tenía más cerca en cuanto el ascensor se puso en movimiento, y no habían pasado ni cinco segundos cuando Kiryan apareció en su campo de visión. Puso entre sus manos una copa de vino tinto y la obligó a beber.—Kiryan…—¡Vamos, no seas niña! —la regañó el ruso con cariño—. No me des problemas.Bells puso los ojos en blanco y se terminó la copa de vino de un tirón, limpiándose los labios con el dorso de la mano mientras Kiryan la envolvía en un grueso chal.—¿Mejor? —preguntó mientras acariciaba arriba y abajo sus brazos para que entrara en calor.Bells asintió, sentándose sobre la mesa, y su rostro se convirtió en una máscara de tristeza.—¿Entonces ese es tu Stefano? —indagó Kiryan con curiosidad—. Esperaba que fuera más interesante.Bells lo golpeó en un brazo, riéndose. Sí, definitivamente Stefano había cambiado mucho, pero estaba muy lejos de no ser interesante. Por un segundo ella había sentido que todas las mariposas que había tratado de matar por añ
—Buenos días —saludó cortésmente el italiano mientras entraba al laboratorio, y Bells levantó la cabeza con un estremecimiento.—Buenos días —murmuró en respuesta.—Los análisis. —Fue todo lo que dijo Stefano mientras ponía la carpeta frente a ella y la veía revisar los papeles uno por uno.A veces arrugaba el ceño, a veces negaba, hasta que se detuvo por más tiempo en uno de ellos y su rostro se convirtió en una máscara de horror.—¡Kiryaaaan! —gritó la muchacha con urgencia mientras se giraba hacia la vitrina y empezaba a sacar suplementos médicos como si él no existiera—. ¡Kiryan!El ruso entró corriendo con más cara de concentración que de enojo, conocía cada pequeña inflexión en el tono de su voz, y aquellos dos gritos eran de absoluto miedo.—¡En la mesa! —señaló ella con ansiedad y el ruso se lanzó sobre los análisis, dejándola hacer lo que hacía sin molestarla.Sus ojos vagaron por la tabla de resultados mientras Stefano se inclinaba hacia adelante, preocupado.—¡Maldición! ¿D
Decir que a Stefano le molestaba la presencia del ruso era poco, pero más que eso le molestaba la forma solícita y preocupada con que se dirigía a Bells. ¡Para empezar le encendía la sangre que la llamara Bells, solo él podía llamarla así, y para rematar le molestaba el contacto invasivo y permanente que tenía con ella, como si siempre tuviera que estarla tocando por alguna parte!—¿Puedo pasar? —La voz de la muchacha lo sacó de sus pensamientos y Stefano se apoyó en el escritorio de su despacho.—Claro —aceptó viendo cómo Bells entraba a la habitación—. ¿Podrías cerrar la puerta, por favor? No quiero que mis tíos se enteren de lo que vas a decirme.En parte era eso y en parte era que quería probar qué tanta privacidad podía tener con ella.—Creo que ellos deberían estar presentes, finalmente son los padres de Fiorella, ellos son los que deben decidir si aceptan el tratamiento o no.—Entiendo, pero ahora mismo no sabemos ni siquiera si hay un tratamiento, ¿verdad? —preguntó Stefano co
Era extraño verla salirse de sus cabales, pero en las últimas cuarenta y ocho horas todo se había descontrolado para Bells. Kiryan podía entender su frustración, a él también le había agradado mucho la niña, pero no podía permitir que se siguiera estresando de aquella manera.—¡Hey! Tienes que controlarte —la regañó después de verla lanzar otra bola de papel contra la pared más cercana—. No puedes seguir así.—¡Es que no entiendo qué sucede! ¡Hemos hecho todos los estudios! ¿Cómo es que no logro encontrar lo que tiene? —dijo ella desesperada—. ¡Maldit@ sea, soy una mujer inteligente, tengo dos doctorados, no puede ser que no me sirvan para nada!Kiryan puso los ojos en blanco y sonrió.—Pero Bells, hiciste un gran avance en poco tiempo. Al menos ya sabes todo lo que Fiorella no tiene…—De lo único que estoy segura es que esto fue una mutación del cromosoma masculino… tengo que llamar a Stefano.Kiryan suspiró con molestia, se cruzó de brazos y negó con impaciencia.—No me gusta lo que
Stefano se quedó paralizado por un segundo, un solo segundo antes de echar a correr detrás del ruso. Lo vio entrar a una habitación tan blanca como todas las demás y sentar a la muchacha al borde de algo que parecía una bañera. Le quitó la ropa apurado, dejándola solo con el pequeño negligé que llevaba debajo de la ropa de trabajo y la metió en la bañera, abriendo el chorro de agua fría.—¡Maldición, maldición! —gruñó furioso cuando vio que su piel se ponía de un rosa más vivo.—¿Qué es lo que pasa? ¿Qué tiene? —preguntó Stefano adelantándose.—Fiebre —siseó Kiryan abriendo una puerta cercana y el italiano vio que era una nevera. Sacó un par de bolsas enormes de hielo y las rasgó, echándolas apurado sobre el cuerpo de la muchacha.—¿Fiebre? Pero... ¿no se la puedes quitar con una pastilla como a todo el mundo?—¡Seguro, Di Sávallo! ¡Solo estoy haciendo esto por mi profundo amor al drama! ¿no te jode? —espetó el ruso mientras acomodaba todo aquel hielo sobre Bells—. ¡Todo esto es culpa
La puerta se cerró de un tirón y Bells sintió como si su corazón se rompiera un poquito. Jamás había peleado con Kiryan en diez años, no sabía cómo era ni lo horrible que se sentiría. Después de todo era consciente de que él solo quería lo mejor para ella, pero Isabella Valenti tenía que hacer lo que tenía que hacer.—Lo siento —murmuró Stefano tras ella—. Quisiera decirte que espero que esto no te cueste el divorcio, pero ya sabes como soy, en este momento los sentimientos de tu ruso me importan muy poco.Bells sonrió con cansancio.—Sí, te conozco —murmuró ella, pensativa—. Pero ya me arreglaré con Kiryan, igual no es como que podamos estar separados por mucho tiempo.Pasó a su lado y fue a quedarse con Fiorella hasta la siguiente inyección, mientras Stefano rumiaba en silencio su molestia.Otras dos inyecciones pasaron y por suerte todo iba bien. Era ya de madrugada cuando Stefano la vio dormir sobre uno de los sillones del cuarto de Fiorella. La levantó en brazos y se sorprendió d
Hay algo que no podemos olvidar mencionar sobre Stefano Di Sávallo, algo que obviamente Kiryan no sabía, y era que había sido criado por seis hombres capaces y uno de ellos era piloto de rally.—¡Ponte el maldito cinturón! —gruñó mientras no perdía de vista al auto que tenía delante—. ¿Qué demonios es lo que está pasando? ¿Por qué robarse la medicina de Fiorella?Kiryan negó, apretando los dientes.—Cualquier investigación que salga de los laboratorios Zeynek vale millones —dijo—. Y la gente es ignorante, creen que podrán vender cualquier cosa que roben. No saben que esos medicamentos solo sirven para la niña.Stefano se quedó pensativo por un momento, concentrado en la persecución.—Bells dijo hoy que sentía que la estaban vigilando —siseó.—Y adivino, no le hiciste ni puñetero caso —sentenció Kiryan.—No —respondió—, pero tampoco pensaba que se tratara de algo como esto.Stefano hizo un par de maniobras para acercarse al auto, pero no podían interceptarlos en medio del tráfico de la
Kiryan la miró dormir mientras se aseguraba de que la temperatura de su cuerpo volviera a la normalidad. Era la mujer más hermosa y con el corazón más bello que había conocido en su vida, tanto que jamás se había molestado en buscar a nadie más. Lo único que quería era que estuviera a salvo, pero parecía que mientras Stefano Di Sávallo estuviera rondando las posibilidades de que eso pasara eran pocas.La dejó durmiendo tranquila, porque aquella botella de vino no se le iba a pasar en ningún momento cercano y se fue a ponerle la siguiente dosis a Fiorella. La niña estaba respondiendo bien, lo cual era un alivio, pero cuando llegó a ver a Stefano no se lo encontró mucho mejor.Lo habían llevado a su habitación en su departamento, pero se veía que estaba haciendo un esfuerzo desesperado porque la gente a su alrededor no notara cuánto le dolía.—¿Cómo lo llevas? —preguntó.—Resisto —gruñó Stefano—. ¿Bells?—Descansando. No le hace bien estresarse, pero parece que eso es un poco difícil de