—Buenos días —saludó cortésmente el italiano mientras entraba al laboratorio, y Bells levantó la cabeza con un estremecimiento.
—Buenos días —murmuró en respuesta.
—Los análisis. —Fue todo lo que dijo Stefano mientras ponía la carpeta frente a ella y la veía revisar los papeles uno por uno.
A veces arrugaba el ceño, a veces negaba, hasta que se detuvo por más tiempo en uno de ellos y su rostro se convirtió en una máscara de horror.
—¡Kiryaaaan! —gritó la muchacha con urgencia mientras se giraba hacia la vitrina y empezaba a sacar suplementos médicos como si él no existiera—. ¡Kiryan!
El ruso entró corriendo con más cara de concentración que de enojo, conocía cada pequeña inflexión en el tono de su voz, y aquellos dos gritos eran de absoluto miedo.
—¡En la mesa! —señaló ella con ansiedad y el ruso se lanzó sobre los análisis, dejándola hacer lo que hacía sin molestarla.
Sus ojos vagaron por la tabla de resultados mientras Stefano se inclinaba hacia adelante, preocupado.
—¡Maldición! ¿Dónde está la niña? —demandó Kiryan sacando un celular de su bolsillo. Stefano movió los labios sin que saliera nada—. ¡La niña, Di Sávallo! ¿Dónde está?
—Está en el departamento de la familia, en el casco viejo de la ciudad —dijo por fin.
—Anota la dirección —Kiryan empujó un papel y una pluma hacia Stefano, parecía un general en medio de una batalla.
Bells se paró frente a él con un gesto que era una súplica muda y el ruso se llevó una mano a la frente, respirando con fuerza.
—¡No, tú no vas a ningún lado! —le contestó a la pregunta que todavía la muchacha no había hecho.
Negó antes de marcar un número en su celular y alejarse algunos pasos.
—¡Soy Kiryan! ¡Sí! ¡Necesito enviar un ambiente estéril, un paquete de tratamiento para pacientes inmunodeprimidos, una ambulancia de urgencias, un kit de soporte vital…! ¡Sí, reanimación y respiración! Dos enfermeras de cuidados intensivos y… —miró a los ojos húmedos de Bells—. No, ya van dos médicos calificados.
Chasqueó los dedos frente a la cara de Stefano para sacarlo del trance en que parecía encontrarse.
—Te estoy mandando la dirección ahora mismo. Preparen mi coche para salir.
Colgó el teléfono y se giró hacia la vitrina de medicamentos, ocupándose de preparar lo necesario y dejando que fuera Bells quien informara al italiano, porque él, definitivamente, no servía para esas cosas.
Stefano sentía que su corazón se iba a salir de un momento a otro con todo aquel revuelo, hasta que la muchacha se paró frente a él y le tomó las manos por encima de la mesa.
—Escúchame con mucha atención —le pidió—. Si esos análisis son correctos, indican que Fiorella sufrió una inmunodepresión severa en los últimos tres días. Tiene que ser aislada y tratada como un paciente inmunodeprimido de inmediato.
—Espera ¿eso que significa? —preguntó Stefano con un nudo en la garganta. En aquel justo momento lo tenían sin cuidado Bells, Kyrian y el país de Nunca Jamás que tenían formado en aquel piso, solo la forma en que se movían y actuaban para reaccionar.
—Significa que su sistema inmune está comprometido, la mota de polvo equivocada, un simple resfriado podría…
Stefano le soltó las manos y retrocedió.
—No, no puede ser…
—La ayuda ya va en camino, y nosotros también —declaró Bells—. Hay que repetir los análisis, revisar los informes de diagnóstico y… no lo sé, debes esperar a que lleguemos allá.
Los ojos de Stefano fueron directamente a cada movimiento de Kiryan mientras preparaba dos maletines médicos.
—¿Él también es doctor? —preguntó.
—¿Kiryan…? Kiryan puede ser lo que quiera ser —murmuró Bells sonriendo con un gesto que exacerbó cada partícula de odio en el corazón del italiano.
Después de algunos minutos el ruso puso los maletines en la mesa principal y se giró hacia Bells.
—Súbela —ordenó y la muchacha no dudó ni un segundo en subirse la blusa para que Kiryan pudiera poner la palma abierta sobre su abdomen.
Ante la mirada rabiosa de Stefano, permaneció así por algunos segundos y luego hizo un gesto con la cabeza.
—Ve a cambiarte, salimos en cinco minutos, ¡pero…! —su voz fue tajante y definitiva—. ¡En el momento en que yo diga que regresamos, regresamos! ¿Entendido?
Bells accedió con un movimiento de cabeza y fue directo a su habitación a cambiarse mientras el ruso se paraba frente a Stefano con determinación.
—Lo primero que tiene que quedar claro es que no hago esto por ti, lo hago por la niña y por ella, por Bells —dijo externando su disgusto sin ningún titubeo. Muchas cosas podían decirse de aquel hombre menos que no fuera asquerosamente sincero—. La segunda es que no estoy de acuerdo en que Bells vaya, no estoy de acuerdo en que se estrese y en el mismo segundo en que te dirijas a ella solo con el tono de voz equivocado, te rompo la cara y me la llevo. ¿Te quedó claro?
—Jamás me pasaría por la cabeza hacer sentir mal a la doctora de mi niña —dijo Stefano recuperando todo su autocontrol.
—No te molestes, los dos sabemos quién fue Isabella Valenti en tu vida, pero eso ahora mismo me tiene sin cuidado —aclaró Kiryan—. Hazle la vida fácil y todo saldrá bien.
Stefano estaba a punto de responderle cuando Bells se acercó a paso acelerado. En la mano llevaba un pequeño neceser y le hizo un gesto de comprensión a Kiryan para que supiera que, a pesar de sus protestas y sus impulsos, siempre lo escuchaba.
Kiryan tomó los dos maletines médicos y se dirigió al ascensor, seguido muy de cerca por Bells y por un italiano que estaba al borde del colapso por frustración, si era que eso existía.
En el estacionamiento los estaba esperando un sedán de lujo y Kiryan metió las cosas en el maletero antes de abrir una puerta para Bells.
—Te veremos allá —le dijo a Stefano y este no tuvo tiempo ni de protestar antes de que se perdieran en el tráfico.
Veinte minutos después, cuando Stefano entró por la puerta del departamento, había un equipo de técnicos instalando el ambiente estéril en la habitación de Fiorella, y adentro, con máscaras y guantes, ya Bells y el ruso estaban riendo con la niña mientras le tomaban muestras de sangre.
—Para tu desgracia, todavía me acuerdo de ella.
Stefano se dio la vuelta para enfrentar la mirada llena de curiosidad de su tío Marco.
—¿Qué…?
—Se ha convertido en una mujer hermosa y por lo que se ve… brillante —dijo Marco metiéndose las manos en los bolsillos—. Es comprensible que te sientas mal.
—¡No me siento mal! —rezongó Stefano.
—Bueno, normalmente uno se siente bien cuando la competencia es una basura. Y odio decirte esto, sobrino… pero parece que la competencia también es brillante.
Decir que a Stefano le molestaba la presencia del ruso era poco, pero más que eso le molestaba la forma solícita y preocupada con que se dirigía a Bells. ¡Para empezar le encendía la sangre que la llamara Bells, solo él podía llamarla así, y para rematar le molestaba el contacto invasivo y permanente que tenía con ella, como si siempre tuviera que estarla tocando por alguna parte!—¿Puedo pasar? —La voz de la muchacha lo sacó de sus pensamientos y Stefano se apoyó en el escritorio de su despacho.—Claro —aceptó viendo cómo Bells entraba a la habitación—. ¿Podrías cerrar la puerta, por favor? No quiero que mis tíos se enteren de lo que vas a decirme.En parte era eso y en parte era que quería probar qué tanta privacidad podía tener con ella.—Creo que ellos deberían estar presentes, finalmente son los padres de Fiorella, ellos son los que deben decidir si aceptan el tratamiento o no.—Entiendo, pero ahora mismo no sabemos ni siquiera si hay un tratamiento, ¿verdad? —preguntó Stefano co
Era extraño verla salirse de sus cabales, pero en las últimas cuarenta y ocho horas todo se había descontrolado para Bells. Kiryan podía entender su frustración, a él también le había agradado mucho la niña, pero no podía permitir que se siguiera estresando de aquella manera.—¡Hey! Tienes que controlarte —la regañó después de verla lanzar otra bola de papel contra la pared más cercana—. No puedes seguir así.—¡Es que no entiendo qué sucede! ¡Hemos hecho todos los estudios! ¿Cómo es que no logro encontrar lo que tiene? —dijo ella desesperada—. ¡Maldit@ sea, soy una mujer inteligente, tengo dos doctorados, no puede ser que no me sirvan para nada!Kiryan puso los ojos en blanco y sonrió.—Pero Bells, hiciste un gran avance en poco tiempo. Al menos ya sabes todo lo que Fiorella no tiene…—De lo único que estoy segura es que esto fue una mutación del cromosoma masculino… tengo que llamar a Stefano.Kiryan suspiró con molestia, se cruzó de brazos y negó con impaciencia.—No me gusta lo que
Stefano se quedó paralizado por un segundo, un solo segundo antes de echar a correr detrás del ruso. Lo vio entrar a una habitación tan blanca como todas las demás y sentar a la muchacha al borde de algo que parecía una bañera. Le quitó la ropa apurado, dejándola solo con el pequeño negligé que llevaba debajo de la ropa de trabajo y la metió en la bañera, abriendo el chorro de agua fría.—¡Maldición, maldición! —gruñó furioso cuando vio que su piel se ponía de un rosa más vivo.—¿Qué es lo que pasa? ¿Qué tiene? —preguntó Stefano adelantándose.—Fiebre —siseó Kiryan abriendo una puerta cercana y el italiano vio que era una nevera. Sacó un par de bolsas enormes de hielo y las rasgó, echándolas apurado sobre el cuerpo de la muchacha.—¿Fiebre? Pero... ¿no se la puedes quitar con una pastilla como a todo el mundo?—¡Seguro, Di Sávallo! ¡Solo estoy haciendo esto por mi profundo amor al drama! ¿no te jode? —espetó el ruso mientras acomodaba todo aquel hielo sobre Bells—. ¡Todo esto es culpa
La puerta se cerró de un tirón y Bells sintió como si su corazón se rompiera un poquito. Jamás había peleado con Kiryan en diez años, no sabía cómo era ni lo horrible que se sentiría. Después de todo era consciente de que él solo quería lo mejor para ella, pero Isabella Valenti tenía que hacer lo que tenía que hacer.—Lo siento —murmuró Stefano tras ella—. Quisiera decirte que espero que esto no te cueste el divorcio, pero ya sabes como soy, en este momento los sentimientos de tu ruso me importan muy poco.Bells sonrió con cansancio.—Sí, te conozco —murmuró ella, pensativa—. Pero ya me arreglaré con Kiryan, igual no es como que podamos estar separados por mucho tiempo.Pasó a su lado y fue a quedarse con Fiorella hasta la siguiente inyección, mientras Stefano rumiaba en silencio su molestia.Otras dos inyecciones pasaron y por suerte todo iba bien. Era ya de madrugada cuando Stefano la vio dormir sobre uno de los sillones del cuarto de Fiorella. La levantó en brazos y se sorprendió d
Hay algo que no podemos olvidar mencionar sobre Stefano Di Sávallo, algo que obviamente Kiryan no sabía, y era que había sido criado por seis hombres capaces y uno de ellos era piloto de rally.—¡Ponte el maldito cinturón! —gruñó mientras no perdía de vista al auto que tenía delante—. ¿Qué demonios es lo que está pasando? ¿Por qué robarse la medicina de Fiorella?Kiryan negó, apretando los dientes.—Cualquier investigación que salga de los laboratorios Zeynek vale millones —dijo—. Y la gente es ignorante, creen que podrán vender cualquier cosa que roben. No saben que esos medicamentos solo sirven para la niña.Stefano se quedó pensativo por un momento, concentrado en la persecución.—Bells dijo hoy que sentía que la estaban vigilando —siseó.—Y adivino, no le hiciste ni puñetero caso —sentenció Kiryan.—No —respondió—, pero tampoco pensaba que se tratara de algo como esto.Stefano hizo un par de maniobras para acercarse al auto, pero no podían interceptarlos en medio del tráfico de la
Kiryan la miró dormir mientras se aseguraba de que la temperatura de su cuerpo volviera a la normalidad. Era la mujer más hermosa y con el corazón más bello que había conocido en su vida, tanto que jamás se había molestado en buscar a nadie más. Lo único que quería era que estuviera a salvo, pero parecía que mientras Stefano Di Sávallo estuviera rondando las posibilidades de que eso pasara eran pocas.La dejó durmiendo tranquila, porque aquella botella de vino no se le iba a pasar en ningún momento cercano y se fue a ponerle la siguiente dosis a Fiorella. La niña estaba respondiendo bien, lo cual era un alivio, pero cuando llegó a ver a Stefano no se lo encontró mucho mejor.Lo habían llevado a su habitación en su departamento, pero se veía que estaba haciendo un esfuerzo desesperado porque la gente a su alrededor no notara cuánto le dolía.—¿Cómo lo llevas? —preguntó.—Resisto —gruñó Stefano—. ¿Bells?—Descansando. No le hace bien estresarse, pero parece que eso es un poco difícil de
No habló demasiado. Stefano Di Sávallo no necesitaba hacerlo. Solo llegó a la comisaría y se contentó con tratar de mantenerse en pie y enseñar su cara de profunda molestia, mientras su tío Fabio destrozaba verbalmente al capitán del precinto.Aun así pasaron tres horas antes de que le hicieran todo el papeleo formal para la liberación del ruso, y cuando Kiryan salió por aquella puerta se sorprendió al ver que lo que lo esperaba del lado de la libertad era el rostro sombrío de Stefano.—¿Tú cómo demonios estás de pie?—Por lo mucho que te aprecio. ¡¿No te jode?! —siseó Stefano con cansancio—. Bells me inyectó algo que ya se me está pasando así que mejor vámonos.Se subieron a su auto y fueron directo al departamento en el mayor de los silencios, hasta que Stefano no pudo soportarlo más.—¿Cómo es? —preguntó y Kiryan lo miró sin comprender.—¿Cómo es qué?—Vivir con ella. En ese mundo mágico de fantasía que tienen en el piso falso de los Laboratorios Zeynek. Sin salir. Si ver a nadie m
32°C.Treinta y dos grados... eso era... ¿hipotermia? Pero ella no...Stefano miró alrededor aturdido, el departamento estaba cálido... ¿entonces...?Aquellas palabras resonaron en su cabeza: "Tengo una enfermedad... rara..."Recordó el episodio de la bañera, la insistencia del ruso, la vida de encierro en aquel piso del laboratorio. "Tengo una enfermedad... rara..."Aquel termómetro marcaba una hipotermia severa y desde dentro de aquella habitación solo se escuchaba la voz desesperada de Kiryan.—¡Por favor, nena, mírame...! Vamos Bells, ayúdame, no te me vayas... ¡No te me vayas, nena, mírame... todo va a estar bien... todo va a estar bien!Los siguiente que se escuchó fue un gemido ahogado y Stefano retrocedió, porque acababa de entender ese "acuéstate conmigo" y ese "No quieres ver lo que va a pasar".Dentro de aquel cuarto, Kiryan se lanzaba por su último recurso. Años enteros le habían demostrado que pocas cosas funcionaban. La desesperación empezaba con aquel suero tibio de sol