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CAPÍTULO 5. La competencia también es brillante

—Buenos días —saludó cortésmente el italiano mientras entraba al laboratorio, y Bells levantó la cabeza con un estremecimiento.

—Buenos días —murmuró en respuesta.

—Los análisis. —Fue todo lo que dijo Stefano mientras ponía la carpeta frente a ella y la veía revisar los papeles uno por uno.

A veces arrugaba el ceño, a veces negaba, hasta que se detuvo por más tiempo en uno de ellos y su rostro se convirtió en una máscara de horror.

—¡Kiryaaaan! —gritó la muchacha con urgencia mientras se giraba hacia la vitrina y empezaba a sacar suplementos médicos como si él no existiera—. ¡Kiryan!

El ruso entró corriendo con más cara de concentración que de enojo, conocía cada pequeña inflexión en el tono de su voz, y aquellos dos gritos eran de absoluto miedo.

—¡En la mesa! —señaló ella con ansiedad y el ruso se lanzó sobre los análisis, dejándola hacer lo que hacía sin molestarla.

Sus ojos vagaron por la tabla de resultados mientras Stefano se inclinaba hacia adelante, preocupado.

—¡Maldición! ¿Dónde está la niña? —demandó Kiryan sacando un celular de su bolsillo. Stefano movió los labios sin que saliera nada—. ¡La niña, Di Sávallo! ¿Dónde está?

—Está en el departamento de la familia, en el casco viejo de la ciudad —dijo por fin.

—Anota la dirección —Kiryan empujó un papel y una pluma hacia Stefano, parecía un general en medio de una batalla.

Bells se paró frente a él con un gesto que era una súplica muda y el ruso se llevó una mano a la frente, respirando con fuerza.

—¡No, tú no vas a ningún lado! —le contestó a la pregunta que todavía la muchacha no había hecho.

Negó antes de marcar un número en su celular y alejarse algunos pasos.

—¡Soy Kiryan! ¡Sí! ¡Necesito enviar un ambiente estéril, un paquete de tratamiento para pacientes inmunodeprimidos, una ambulancia de urgencias, un kit de soporte vital…! ¡Sí, reanimación y respiración! Dos enfermeras de cuidados intensivos y… —miró a los ojos húmedos de Bells—. No, ya van dos médicos calificados.

Chasqueó los dedos frente a la cara de Stefano para sacarlo del trance en que parecía encontrarse.

—Te estoy mandando la dirección ahora mismo. Preparen mi coche para salir.

Colgó el teléfono y se giró hacia la vitrina de medicamentos, ocupándose de preparar lo necesario y dejando que fuera Bells quien informara al italiano, porque él, definitivamente, no servía para esas cosas.

Stefano sentía que su corazón se iba a salir de un momento a otro con todo aquel revuelo, hasta que la muchacha se paró frente a él y le tomó las manos por encima de la mesa.

—Escúchame con mucha atención —le pidió—. Si esos análisis son correctos, indican que Fiorella sufrió una inmunodepresión severa en los últimos tres días. Tiene que ser aislada y tratada como un paciente inmunodeprimido de inmediato.

—Espera ¿eso que significa? —preguntó Stefano con un nudo en la garganta. En aquel justo momento lo tenían sin cuidado Bells, Kyrian y el país de Nunca Jamás que tenían formado en aquel piso, solo la forma en que se movían y actuaban para reaccionar.

—Significa que su sistema inmune está comprometido, la mota de polvo equivocada, un simple resfriado podría…

Stefano le soltó las manos y retrocedió.

—No, no puede ser…

—La ayuda ya va en camino, y nosotros también —declaró Bells—. Hay que repetir los análisis, revisar los informes de diagnóstico y… no lo sé, debes esperar a que lleguemos allá.

Los ojos de Stefano fueron directamente a cada movimiento de Kiryan mientras preparaba dos maletines médicos.

—¿Él también es doctor? —preguntó.

—¿Kiryan…? Kiryan puede ser lo que quiera ser —murmuró Bells sonriendo con un gesto que exacerbó cada partícula de odio en el corazón del italiano.

Después de algunos minutos el ruso puso los maletines en la mesa principal y se giró hacia Bells.

—Súbela —ordenó y la muchacha no dudó ni un segundo en subirse la blusa para que Kiryan pudiera poner la palma abierta sobre su abdomen.

Ante la mirada rabiosa de Stefano, permaneció así por algunos segundos y luego hizo un gesto con la cabeza.

—Ve a cambiarte, salimos en cinco minutos, ¡pero…! —su voz fue tajante y definitiva—. ¡En el momento en que yo diga que regresamos, regresamos! ¿Entendido?

Bells accedió con un movimiento de cabeza y fue directo a su habitación a cambiarse mientras el ruso se paraba frente a Stefano con determinación.

—Lo primero que tiene que quedar claro es que no hago esto por ti, lo hago por la niña y por ella, por Bells —dijo externando su disgusto sin ningún titubeo. Muchas cosas podían decirse de aquel hombre menos que no fuera asquerosamente sincero—. La segunda es que no estoy de acuerdo en que Bells vaya, no estoy de acuerdo en que se estrese y en el mismo segundo en que te dirijas a ella solo con el tono de voz equivocado, te rompo la cara y me la llevo. ¿Te quedó claro?

—Jamás me pasaría por la cabeza hacer sentir mal a la doctora de mi niña —dijo Stefano recuperando todo su autocontrol.

—No te molestes, los dos sabemos quién fue Isabella Valenti en tu vida, pero eso ahora mismo me tiene sin cuidado —aclaró Kiryan—. Hazle la vida fácil y todo saldrá bien.

Stefano estaba a punto de responderle cuando Bells se acercó a paso acelerado. En la mano llevaba un pequeño neceser y le hizo un gesto de comprensión a Kiryan para que supiera que, a pesar de sus protestas y sus impulsos, siempre lo escuchaba.

Kiryan tomó los dos maletines médicos y se dirigió al ascensor, seguido muy de cerca por Bells y por un italiano que estaba al borde del colapso por frustración, si era que eso existía.

En el estacionamiento los estaba esperando un sedán de lujo y Kiryan metió las cosas en el maletero antes de abrir una puerta para Bells.

—Te veremos allá —le dijo a Stefano y este no tuvo tiempo ni de protestar antes de que se perdieran en el tráfico.

Veinte minutos después, cuando Stefano entró por la puerta del departamento, había un equipo de técnicos instalando el ambiente estéril en la habitación de Fiorella, y adentro, con máscaras y guantes, ya Bells y el ruso estaban riendo con la niña mientras le tomaban muestras de sangre.

—Para tu desgracia, todavía me acuerdo de ella.

Stefano se dio la vuelta para enfrentar la mirada llena de curiosidad de su tío Marco.

—¿Qué…?

—Se ha convertido en una mujer hermosa y por lo que se ve… brillante —dijo Marco metiéndose las manos en los bolsillos—. Es comprensible que te sientas mal.

—¡No me siento mal! —rezongó Stefano.

—Bueno, normalmente uno se siente bien cuando la competencia es una basura. Y odio decirte esto, sobrino… pero parece que la competencia también es brillante.

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