Decir que a Stefano le molestaba la presencia del ruso era poco, pero más que eso le molestaba la forma solícita y preocupada con que se dirigía a Bells. ¡Para empezar le encendía la sangre que la llamara Bells, solo él podía llamarla así, y para rematar le molestaba el contacto invasivo y permanente que tenía con ella, como si siempre tuviera que estarla tocando por alguna parte!
—¿Puedo pasar? —La voz de la muchacha lo sacó de sus pensamientos y Stefano se apoyó en el escritorio de su despacho.
—Claro —aceptó viendo cómo Bells entraba a la habitación—. ¿Podrías cerrar la puerta, por favor? No quiero que mis tíos se enteren de lo que vas a decirme.
En parte era eso y en parte era que quería probar qué tanta privacidad podía tener con ella.
—Creo que ellos deberían estar presentes, finalmente son los padres de Fiorella, ellos son los que deben decidir si aceptan el tratamiento o no.
—Entiendo, pero ahora mismo no sabemos ni siquiera si hay un tratamiento, ¿verdad? —preguntó Stefano con tanta desesperanza que a la muchacha se le sobresaltó el estómago.
—Tranquilo… —murmuró acercándose a él—. Debes tener fe.
El italiano levantó hacia ella su mirada y vio la tentativa velada de Bells por tocar su mano. Era un simple gesto para reconfortarlo pero sabía que ella no se atrevería, así que terminó alargando la mano y tomando la suya.
La sintió estremecerse y una pequeña parte en su interior se regodeó. Esa pequeña parte mezquina y vengativa que estaba segura de que Bells se había arrepentido de dejarlo, pero jamás daría su brazo a torcer y menos le pediría regresar.
—Te agradezco por todo —dijo Stefano acariciándole la mano con un gesto íntimo—. No sabría cómo empezar a pagarte por todo esto…
—No te preocupes, a mí no me debes nada —respondió ella con dulzura, ajustándose los lentes—. Lo importante es saber de verdad qué tiene Fiorella y hacer todo lo posible para que mejore.
—Es doloroso verla ahí. —Stefano echó atrás la cabeza y cerró los ojos—. Hace un par de semanas estábamos en la boda de mi prima Mía… Fiorella estaba riendo, se sentía bien… ¡y de repente pasó esto!
—Hay enfermedades que no podemos predecir, pero voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que se sienta mejor.
Stefano se puso de pie, acercándose a ella mientras se mordía el labio inferior y negaba con incredulidad.
—Pareciera que es el destino, ¿no crees? —susurró—. Tantos años sin saber de ti y… vuelvo a encontrarte cuando más te necesito. ¡Parece una mala broma! —rio con tristeza
—¿Por qué? —Bells ladeó la cabeza sin comprender.
—Pues reencontrarte con un hombre del que huiste… digo, era obvio que no querías volver a verme y pasa de esta forma. ¡Lo siento si te incomodo…!
—¡No, claro que no! —se adelantó la muchacha y sus cejas se juntaron—. No es un problema para mí ayudarte, te lo aseguro, más bien es al contrario… tienes razón, el destino me puso de nuevo en tu camino por algo…
Aquella retahíla de palabras hubiera seguido saliendo de su boca si Stefano no hubiera tirado de la manga de su bata médica y la hubiera estrechado con fuerza.
Bells se quedó paralizada por un par de segundos, luego fue cerrando suavemente los brazos a su alrededor y sintió que las piernas se le aflojaban. Podía parecer absurdo, pero extrañaba su olor, su calor, su contacto. Stefano había sido el amor de su juventud, el hombre de sus sueños cuando todavía era poco más que una niña, y quizás durante la última década había intentado convencerse de que no lo extrañaba, pero tenerlo tan cerca era capaz de desmentir aquella burda mentira en un instante.
Stefano la sintió temblar y ahogar un gemido, y todo el rencor que sentía por ella vibró de satisfacción. Quizás el ruso jugara un papel importante en su vida, pero era más que evidente que los sentimientos… no… sentimientos no, las mujeres como ella no tenían sentimientos, pero al menos los más bajos instintos de aquella mujer todavía caían a sus pies. Era una muy buena información para cuando decidiera poner en marcha su venganza.
—¿Es un problema que estemos todos aquí? —preguntó Stefano de repente, separándose de ella con suavidad—. Digo… como Fiorella está en un ambiente estéril y eso… quizás lo mejor sea que yo busque algo más que rentar o comprar en el edificio.
—Bueno, sí, sería mejor que no hubiera mucha gente aquí —acordó Bells y Stefano asintió, pensando que igual necesitaba un lugar muy privado al que llevarla.
—¿Cómo van a ser las cosas a partir de ahora? Pensaba que podía llevártela al laboratorio pero creo que no se va a poder…
Bells se quedó pensativa por un momento. Sí, eso constituía un problema que no había previsto.
—Yo vendré cuando termine los análisis, y podamos determinar el tratamiento —declaró con firmeza.
—¿Estás segura, Bells? No quiero que tengas problemas con los laboratorios o… o con Kiryan. —Su tono realmente mostraba preocupación así que esperaba que la muchacha terminara tragándosela—. Parece que a él no le gusta que salgas del laboratorio…
—De hecho, salir poco del laboratorio es mi decisión, no la suya… —suspiró ella con cansancio.
—Eso me tranquiliza —Stefano dio un paso que lo dejó muy cerca de ella. Sintió el pequeño cuerpo de Bells estremecerse contra el suyo—. No quisiera… ya sabes… que tuvieras… problemas…
A la muchacha le temblaron los labios y Stefano le rozó el labio inferir con la yema del pulgar, mirando aquella boca como si estuviera a punto de devorarla. La deseaba tanto que le dolía, aquello era lo más insoportable del mundo, aquellas ganas de cogérsela salvajemente en el escritorio de la oficina y luego pretender que no se le iría el corazón detrás de ella.
Tres toques cortos y demandantes en la puerta del despacho lo hicieron dar un paso atrás justo a tiempo para que Kiryan entrara sin notar la cercanía que los había unido hasta hacía unos segundos.
—¿Nos vamos? —le habló solo a Bells y ella asintió.
—Estaré de vuelta lo antes posible —le dijo a Stefano antes de irse y el italiano no pudo evitar la sonrisa de satisfacción que le asaltó el rostro. Quizás el ruso fuera brillante, pero él seguía siendo el dueño de Isabella Valenti.
Era extraño verla salirse de sus cabales, pero en las últimas cuarenta y ocho horas todo se había descontrolado para Bells. Kiryan podía entender su frustración, a él también le había agradado mucho la niña, pero no podía permitir que se siguiera estresando de aquella manera.—¡Hey! Tienes que controlarte —la regañó después de verla lanzar otra bola de papel contra la pared más cercana—. No puedes seguir así.—¡Es que no entiendo qué sucede! ¡Hemos hecho todos los estudios! ¿Cómo es que no logro encontrar lo que tiene? —dijo ella desesperada—. ¡Maldit@ sea, soy una mujer inteligente, tengo dos doctorados, no puede ser que no me sirvan para nada!Kiryan puso los ojos en blanco y sonrió.—Pero Bells, hiciste un gran avance en poco tiempo. Al menos ya sabes todo lo que Fiorella no tiene…—De lo único que estoy segura es que esto fue una mutación del cromosoma masculino… tengo que llamar a Stefano.Kiryan suspiró con molestia, se cruzó de brazos y negó con impaciencia.—No me gusta lo que
Stefano se quedó paralizado por un segundo, un solo segundo antes de echar a correr detrás del ruso. Lo vio entrar a una habitación tan blanca como todas las demás y sentar a la muchacha al borde de algo que parecía una bañera. Le quitó la ropa apurado, dejándola solo con el pequeño negligé que llevaba debajo de la ropa de trabajo y la metió en la bañera, abriendo el chorro de agua fría.—¡Maldición, maldición! —gruñó furioso cuando vio que su piel se ponía de un rosa más vivo.—¿Qué es lo que pasa? ¿Qué tiene? —preguntó Stefano adelantándose.—Fiebre —siseó Kiryan abriendo una puerta cercana y el italiano vio que era una nevera. Sacó un par de bolsas enormes de hielo y las rasgó, echándolas apurado sobre el cuerpo de la muchacha.—¿Fiebre? Pero... ¿no se la puedes quitar con una pastilla como a todo el mundo?—¡Seguro, Di Sávallo! ¡Solo estoy haciendo esto por mi profundo amor al drama! ¿no te jode? —espetó el ruso mientras acomodaba todo aquel hielo sobre Bells—. ¡Todo esto es culpa
La puerta se cerró de un tirón y Bells sintió como si su corazón se rompiera un poquito. Jamás había peleado con Kiryan en diez años, no sabía cómo era ni lo horrible que se sentiría. Después de todo era consciente de que él solo quería lo mejor para ella, pero Isabella Valenti tenía que hacer lo que tenía que hacer.—Lo siento —murmuró Stefano tras ella—. Quisiera decirte que espero que esto no te cueste el divorcio, pero ya sabes como soy, en este momento los sentimientos de tu ruso me importan muy poco.Bells sonrió con cansancio.—Sí, te conozco —murmuró ella, pensativa—. Pero ya me arreglaré con Kiryan, igual no es como que podamos estar separados por mucho tiempo.Pasó a su lado y fue a quedarse con Fiorella hasta la siguiente inyección, mientras Stefano rumiaba en silencio su molestia.Otras dos inyecciones pasaron y por suerte todo iba bien. Era ya de madrugada cuando Stefano la vio dormir sobre uno de los sillones del cuarto de Fiorella. La levantó en brazos y se sorprendió d
Hay algo que no podemos olvidar mencionar sobre Stefano Di Sávallo, algo que obviamente Kiryan no sabía, y era que había sido criado por seis hombres capaces y uno de ellos era piloto de rally.—¡Ponte el maldito cinturón! —gruñó mientras no perdía de vista al auto que tenía delante—. ¿Qué demonios es lo que está pasando? ¿Por qué robarse la medicina de Fiorella?Kiryan negó, apretando los dientes.—Cualquier investigación que salga de los laboratorios Zeynek vale millones —dijo—. Y la gente es ignorante, creen que podrán vender cualquier cosa que roben. No saben que esos medicamentos solo sirven para la niña.Stefano se quedó pensativo por un momento, concentrado en la persecución.—Bells dijo hoy que sentía que la estaban vigilando —siseó.—Y adivino, no le hiciste ni puñetero caso —sentenció Kiryan.—No —respondió—, pero tampoco pensaba que se tratara de algo como esto.Stefano hizo un par de maniobras para acercarse al auto, pero no podían interceptarlos en medio del tráfico de la
Kiryan la miró dormir mientras se aseguraba de que la temperatura de su cuerpo volviera a la normalidad. Era la mujer más hermosa y con el corazón más bello que había conocido en su vida, tanto que jamás se había molestado en buscar a nadie más. Lo único que quería era que estuviera a salvo, pero parecía que mientras Stefano Di Sávallo estuviera rondando las posibilidades de que eso pasara eran pocas.La dejó durmiendo tranquila, porque aquella botella de vino no se le iba a pasar en ningún momento cercano y se fue a ponerle la siguiente dosis a Fiorella. La niña estaba respondiendo bien, lo cual era un alivio, pero cuando llegó a ver a Stefano no se lo encontró mucho mejor.Lo habían llevado a su habitación en su departamento, pero se veía que estaba haciendo un esfuerzo desesperado porque la gente a su alrededor no notara cuánto le dolía.—¿Cómo lo llevas? —preguntó.—Resisto —gruñó Stefano—. ¿Bells?—Descansando. No le hace bien estresarse, pero parece que eso es un poco difícil de
No habló demasiado. Stefano Di Sávallo no necesitaba hacerlo. Solo llegó a la comisaría y se contentó con tratar de mantenerse en pie y enseñar su cara de profunda molestia, mientras su tío Fabio destrozaba verbalmente al capitán del precinto.Aun así pasaron tres horas antes de que le hicieran todo el papeleo formal para la liberación del ruso, y cuando Kiryan salió por aquella puerta se sorprendió al ver que lo que lo esperaba del lado de la libertad era el rostro sombrío de Stefano.—¿Tú cómo demonios estás de pie?—Por lo mucho que te aprecio. ¡¿No te jode?! —siseó Stefano con cansancio—. Bells me inyectó algo que ya se me está pasando así que mejor vámonos.Se subieron a su auto y fueron directo al departamento en el mayor de los silencios, hasta que Stefano no pudo soportarlo más.—¿Cómo es? —preguntó y Kiryan lo miró sin comprender.—¿Cómo es qué?—Vivir con ella. En ese mundo mágico de fantasía que tienen en el piso falso de los Laboratorios Zeynek. Sin salir. Si ver a nadie m
32°C.Treinta y dos grados... eso era... ¿hipotermia? Pero ella no...Stefano miró alrededor aturdido, el departamento estaba cálido... ¿entonces...?Aquellas palabras resonaron en su cabeza: "Tengo una enfermedad... rara..."Recordó el episodio de la bañera, la insistencia del ruso, la vida de encierro en aquel piso del laboratorio. "Tengo una enfermedad... rara..."Aquel termómetro marcaba una hipotermia severa y desde dentro de aquella habitación solo se escuchaba la voz desesperada de Kiryan.—¡Por favor, nena, mírame...! Vamos Bells, ayúdame, no te me vayas... ¡No te me vayas, nena, mírame... todo va a estar bien... todo va a estar bien!Los siguiente que se escuchó fue un gemido ahogado y Stefano retrocedió, porque acababa de entender ese "acuéstate conmigo" y ese "No quieres ver lo que va a pasar".Dentro de aquel cuarto, Kiryan se lanzaba por su último recurso. Años enteros le habían demostrado que pocas cosas funcionaban. La desesperación empezaba con aquel suero tibio de sol
Stefano sentía que ni siquiera podía hablar. ¿Qué iba a decirle? ¿Que era demasiado posesivo para compartirla, que no estaba en su naturaleza? Eso solo era una forma de justificar su egoísmo frente a un hombre que había estado doce años dándolo todo por ella.Y de repente aquella duda lo atenazó. ¿Y si no se la merecía? ¿Y si simplemente, por más que la amara, había otro hombre la amaba más, que la merecía más?—Sé que esta es una pregunta muy estúpida, porque ya deben haber valorado todas las opciones en este punto, pero tengo que preguntar —murmuró Stefano—. Dijiste que el tumor es muy pequeño. ¿No se puede operar?—Sí —respondió Kiryan tratando de limpiarse la cara.—¿Y por qué no lo ha hecho?—Porque las probabilidades de que sobreviva son del tres por ciento —respondió el ruso—. Hay un cirujano en Suecia que toma casos como estos, insalvables. Fuimos con él hace un par de años, se hizo todos los estudios y el doctor Karlsson dijo que la operaría, pero no le dio más esperanza que