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CAPÍTULO 6. El dueño de Isabella Valenti

Decir que a Stefano le molestaba la presencia del ruso era poco, pero más que eso le molestaba la forma solícita y preocupada con que se dirigía a Bells. ¡Para empezar le encendía la sangre que la llamara Bells, solo él podía llamarla así, y para rematar le molestaba el contacto invasivo y permanente que tenía con ella, como si siempre tuviera que estarla tocando por alguna parte!

—¿Puedo pasar? —La voz de la muchacha lo sacó de sus pensamientos y Stefano se apoyó en el escritorio de su despacho.

—Claro —aceptó viendo cómo Bells entraba a la habitación—. ¿Podrías cerrar la puerta, por favor? No quiero que mis tíos se enteren de lo que vas a decirme.

En parte era eso y en parte era que quería probar qué tanta privacidad podía tener con ella.

—Creo que ellos deberían estar presentes, finalmente son los padres de Fiorella, ellos son los que deben decidir si aceptan el tratamiento o no.

—Entiendo, pero ahora mismo no sabemos ni siquiera si hay un tratamiento, ¿verdad? —preguntó Stefano con tanta desesperanza que a la muchacha se le sobresaltó el estómago.

—Tranquilo… —murmuró acercándose a él—. Debes tener fe.

El italiano levantó hacia ella su mirada y vio la tentativa velada de Bells por tocar su mano. Era un simple gesto para reconfortarlo pero sabía que ella no se atrevería, así que terminó alargando la mano y tomando la suya.

La sintió estremecerse y una pequeña parte en su interior se regodeó. Esa pequeña parte mezquina y vengativa que estaba segura de que Bells se había arrepentido de dejarlo, pero jamás daría su brazo a torcer y menos le pediría regresar.

—Te agradezco por todo —dijo Stefano acariciándole la mano con un gesto íntimo—. No sabría cómo empezar a pagarte por todo esto…

—No te preocupes, a mí no me debes nada —respondió ella con dulzura, ajustándose los lentes—. Lo importante es saber de verdad qué tiene Fiorella y hacer todo lo posible para que mejore.

—Es doloroso verla ahí. —Stefano echó atrás la cabeza y cerró los ojos—. Hace un par de semanas estábamos en la boda de mi prima Mía… Fiorella estaba riendo, se sentía bien… ¡y de repente pasó esto!

—Hay enfermedades que no podemos predecir, pero voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que se sienta mejor.

Stefano se puso de pie, acercándose a ella mientras se mordía el labio inferior y negaba con incredulidad.

—Pareciera que es el destino, ¿no crees? —susurró—. Tantos años sin saber de ti y… vuelvo a encontrarte cuando más te necesito. ¡Parece una mala broma! —rio con tristeza

—¿Por qué? —Bells ladeó la cabeza sin comprender.

—Pues reencontrarte con un hombre del que huiste… digo, era obvio que no querías volver a verme y pasa de esta forma. ¡Lo siento si te incomodo…!

—¡No, claro que no! —se adelantó la muchacha y sus cejas se juntaron—. No es un problema para mí ayudarte, te lo aseguro, más bien es al contrario… tienes razón, el destino me puso de nuevo en tu camino por algo…

Aquella retahíla de palabras hubiera seguido saliendo de su boca si Stefano no hubiera tirado de la manga de su bata médica y la hubiera estrechado con fuerza.

Bells se quedó paralizada por un par de segundos, luego fue cerrando suavemente los brazos a su alrededor y sintió que las piernas se le aflojaban. Podía parecer absurdo, pero extrañaba su olor, su calor, su contacto. Stefano había sido el amor de su juventud, el hombre de sus sueños cuando todavía era poco más que una niña, y quizás durante la última década había intentado convencerse de que no lo extrañaba, pero tenerlo tan cerca era capaz de desmentir aquella burda mentira en un instante.

Stefano la sintió temblar y ahogar un gemido, y todo el rencor que sentía por ella vibró de satisfacción. Quizás el ruso jugara un papel importante en su vida, pero era más que evidente que los sentimientos… no… sentimientos no, las mujeres como ella no tenían sentimientos, pero al menos los más bajos instintos de aquella mujer todavía caían a sus pies. Era una muy buena información para cuando decidiera poner en marcha su venganza.

—¿Es un problema que estemos todos aquí? —preguntó Stefano de repente, separándose de ella con  suavidad—. Digo… como Fiorella está en un ambiente estéril y eso… quizás lo mejor sea que yo busque algo más que rentar o comprar en el edificio. 

—Bueno, sí, sería mejor que no hubiera mucha gente aquí —acordó Bells y Stefano asintió, pensando que igual necesitaba un lugar muy privado al que llevarla.

—¿Cómo van a ser las cosas a partir de ahora? Pensaba que podía llevártela al laboratorio pero creo que no se va a poder…

Bells se quedó pensativa por un momento. Sí, eso constituía un problema que no había previsto.

—Yo vendré cuando termine los análisis, y podamos determinar el tratamiento —declaró con firmeza.

—¿Estás segura, Bells? No quiero que tengas problemas con los laboratorios o… o con Kiryan. —Su tono realmente mostraba preocupación así que esperaba que la muchacha terminara tragándosela—. Parece que a él no le gusta que salgas del laboratorio…

—De hecho, salir poco del laboratorio es mi decisión, no la suya… —suspiró ella con cansancio.

—Eso me tranquiliza —Stefano dio un paso que lo dejó muy cerca de ella. Sintió el pequeño cuerpo de Bells estremecerse contra el suyo—. No quisiera… ya sabes… que tuvieras… problemas…

A la muchacha le temblaron los labios y Stefano le rozó el labio inferir con la yema del pulgar, mirando aquella boca como si estuviera a punto de devorarla. La deseaba tanto que le dolía, aquello era lo más insoportable del mundo, aquellas ganas de cogérsela salvajemente en el escritorio de la oficina y luego pretender que no se le iría el corazón detrás de ella.

Tres toques cortos y demandantes en la puerta del despacho lo hicieron dar un paso atrás justo a tiempo para que Kiryan entrara sin notar la cercanía que los había unido hasta hacía unos segundos.

—¿Nos vamos? —le habló solo a Bells y ella asintió.

—Estaré de vuelta lo antes posible —le dijo a Stefano antes de irse y el italiano no pudo evitar la sonrisa de satisfacción que le asaltó el rostro. Quizás el ruso fuera brillante, pero él seguía siendo el dueño de Isabella Valenti.

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