Stefano se quedó paralizado por un segundo, un solo segundo antes de echar a correr detrás del ruso. Lo vio entrar a una habitación tan blanca como todas las demás y sentar a la muchacha al borde de algo que parecía una bañera. Le quitó la ropa apurado, dejándola solo con el pequeño negligé que llevaba debajo de la ropa de trabajo y la metió en la bañera, abriendo el chorro de agua fría.—¡Maldición, maldición! —gruñó furioso cuando vio que su piel se ponía de un rosa más vivo.—¿Qué es lo que pasa? ¿Qué tiene? —preguntó Stefano adelantándose.—Fiebre —siseó Kiryan abriendo una puerta cercana y el italiano vio que era una nevera. Sacó un par de bolsas enormes de hielo y las rasgó, echándolas apurado sobre el cuerpo de la muchacha.—¿Fiebre? Pero... ¿no se la puedes quitar con una pastilla como a todo el mundo?—¡Seguro, Di Sávallo! ¡Solo estoy haciendo esto por mi profundo amor al drama! ¿no te jode? —espetó el ruso mientras acomodaba todo aquel hielo sobre Bells—. ¡Todo esto es culpa
La puerta se cerró de un tirón y Bells sintió como si su corazón se rompiera un poquito. Jamás había peleado con Kiryan en diez años, no sabía cómo era ni lo horrible que se sentiría. Después de todo era consciente de que él solo quería lo mejor para ella, pero Isabella Valenti tenía que hacer lo que tenía que hacer.—Lo siento —murmuró Stefano tras ella—. Quisiera decirte que espero que esto no te cueste el divorcio, pero ya sabes como soy, en este momento los sentimientos de tu ruso me importan muy poco.Bells sonrió con cansancio.—Sí, te conozco —murmuró ella, pensativa—. Pero ya me arreglaré con Kiryan, igual no es como que podamos estar separados por mucho tiempo.Pasó a su lado y fue a quedarse con Fiorella hasta la siguiente inyección, mientras Stefano rumiaba en silencio su molestia.Otras dos inyecciones pasaron y por suerte todo iba bien. Era ya de madrugada cuando Stefano la vio dormir sobre uno de los sillones del cuarto de Fiorella. La levantó en brazos y se sorprendió d
Hay algo que no podemos olvidar mencionar sobre Stefano Di Sávallo, algo que obviamente Kiryan no sabía, y era que había sido criado por seis hombres capaces y uno de ellos era piloto de rally.—¡Ponte el maldito cinturón! —gruñó mientras no perdía de vista al auto que tenía delante—. ¿Qué demonios es lo que está pasando? ¿Por qué robarse la medicina de Fiorella?Kiryan negó, apretando los dientes.—Cualquier investigación que salga de los laboratorios Zeynek vale millones —dijo—. Y la gente es ignorante, creen que podrán vender cualquier cosa que roben. No saben que esos medicamentos solo sirven para la niña.Stefano se quedó pensativo por un momento, concentrado en la persecución.—Bells dijo hoy que sentía que la estaban vigilando —siseó.—Y adivino, no le hiciste ni puñetero caso —sentenció Kiryan.—No —respondió—, pero tampoco pensaba que se tratara de algo como esto.Stefano hizo un par de maniobras para acercarse al auto, pero no podían interceptarlos en medio del tráfico de la
Kiryan la miró dormir mientras se aseguraba de que la temperatura de su cuerpo volviera a la normalidad. Era la mujer más hermosa y con el corazón más bello que había conocido en su vida, tanto que jamás se había molestado en buscar a nadie más. Lo único que quería era que estuviera a salvo, pero parecía que mientras Stefano Di Sávallo estuviera rondando las posibilidades de que eso pasara eran pocas.La dejó durmiendo tranquila, porque aquella botella de vino no se le iba a pasar en ningún momento cercano y se fue a ponerle la siguiente dosis a Fiorella. La niña estaba respondiendo bien, lo cual era un alivio, pero cuando llegó a ver a Stefano no se lo encontró mucho mejor.Lo habían llevado a su habitación en su departamento, pero se veía que estaba haciendo un esfuerzo desesperado porque la gente a su alrededor no notara cuánto le dolía.—¿Cómo lo llevas? —preguntó.—Resisto —gruñó Stefano—. ¿Bells?—Descansando. No le hace bien estresarse, pero parece que eso es un poco difícil de
No habló demasiado. Stefano Di Sávallo no necesitaba hacerlo. Solo llegó a la comisaría y se contentó con tratar de mantenerse en pie y enseñar su cara de profunda molestia, mientras su tío Fabio destrozaba verbalmente al capitán del precinto.Aun así pasaron tres horas antes de que le hicieran todo el papeleo formal para la liberación del ruso, y cuando Kiryan salió por aquella puerta se sorprendió al ver que lo que lo esperaba del lado de la libertad era el rostro sombrío de Stefano.—¿Tú cómo demonios estás de pie?—Por lo mucho que te aprecio. ¡¿No te jode?! —siseó Stefano con cansancio—. Bells me inyectó algo que ya se me está pasando así que mejor vámonos.Se subieron a su auto y fueron directo al departamento en el mayor de los silencios, hasta que Stefano no pudo soportarlo más.—¿Cómo es? —preguntó y Kiryan lo miró sin comprender.—¿Cómo es qué?—Vivir con ella. En ese mundo mágico de fantasía que tienen en el piso falso de los Laboratorios Zeynek. Sin salir. Si ver a nadie m
32°C.Treinta y dos grados... eso era... ¿hipotermia? Pero ella no...Stefano miró alrededor aturdido, el departamento estaba cálido... ¿entonces...?Aquellas palabras resonaron en su cabeza: "Tengo una enfermedad... rara..."Recordó el episodio de la bañera, la insistencia del ruso, la vida de encierro en aquel piso del laboratorio. "Tengo una enfermedad... rara..."Aquel termómetro marcaba una hipotermia severa y desde dentro de aquella habitación solo se escuchaba la voz desesperada de Kiryan.—¡Por favor, nena, mírame...! Vamos Bells, ayúdame, no te me vayas... ¡No te me vayas, nena, mírame... todo va a estar bien... todo va a estar bien!Los siguiente que se escuchó fue un gemido ahogado y Stefano retrocedió, porque acababa de entender ese "acuéstate conmigo" y ese "No quieres ver lo que va a pasar".Dentro de aquel cuarto, Kiryan se lanzaba por su último recurso. Años enteros le habían demostrado que pocas cosas funcionaban. La desesperación empezaba con aquel suero tibio de sol
Stefano sentía que ni siquiera podía hablar. ¿Qué iba a decirle? ¿Que era demasiado posesivo para compartirla, que no estaba en su naturaleza? Eso solo era una forma de justificar su egoísmo frente a un hombre que había estado doce años dándolo todo por ella.Y de repente aquella duda lo atenazó. ¿Y si no se la merecía? ¿Y si simplemente, por más que la amara, había otro hombre la amaba más, que la merecía más?—Sé que esta es una pregunta muy estúpida, porque ya deben haber valorado todas las opciones en este punto, pero tengo que preguntar —murmuró Stefano—. Dijiste que el tumor es muy pequeño. ¿No se puede operar?—Sí —respondió Kiryan tratando de limpiarse la cara.—¿Y por qué no lo ha hecho?—Porque las probabilidades de que sobreviva son del tres por ciento —respondió el ruso—. Hay un cirujano en Suecia que toma casos como estos, insalvables. Fuimos con él hace un par de años, se hizo todos los estudios y el doctor Karlsson dijo que la operaría, pero no le dio más esperanza que
Incluso antes de llegar ya Kiryan le había mandado el código para que pudiera subirse al ascensor, así que Stefano no lo dudó ni un segundo antes de dirigirse a aquel piso fantasma de los Laboratorios Zeynek. Seguía viéndose como el mismo cuento de hadas de siempre, solo que más oscuro, porque las persianas de todo el piso estaban echadas. Allá en el fondo apenas estaba encendida una luz en la cocina y las de un par de los pequeños laboratorios que tenían ahí.Lo bueno de que no hubiera ni una sola pared, fue que a Stefano no le tomó nada ubicarla, estaba sentada en la mesa del comedor, mirando atentamente a una pastilla junto a un vaso de agua. Stefano se fijó en que estaba pálida y ojerosa y parecía muy cansada.—¿Te la vas a tomar o necesitas ayuda para eso? —preguntó y Bells se sobresaltó al escuchar su voz.—¡Stefano...! ¿Qué...? ¿Qué haces aquí? —preguntó ella, pero él ya se estaba acercando a la mesa para sentarse en una silla a su lado.—Vine a verte —murmuró Stefano tomando s