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CAPÍTULO 1. Momentos desesperados

Doce años después…

—Esa fue, indiscutiblemente, la boda más rara a la que he ido en mi vida.

Stefano rio ante aquel comentario de Fiorella y Ale se volvió desde el asiento del copiloto para responderle:

—Es la única boda a la que has ido en tu vida, niña.

Eran las tres de la madrugada y Stefano conducía de regreso al hotel donde se estaban quedando en Génova para la boda de su prima Mía y Giordano Massari. En el auto frente a él iban sus tíos Marco y Helena con cinco de sus hijos, mientras Stefano llevaba a los dos restantes: Ale, el mayor de los siete, y Fiorella, la menor.

—Ya, no molestes a tu hermana —regañó a Ale, pero la verdad era imposible no burlarse de la boda—. Además, tiene razón. Los Massari no se veían muy contentos.

—¡Claro que no estaban contentos! —se burló Fiorella—. ¿No viste al novio corriendo por todo el puerto para que no lo dej… deja… dej…?

Stefano ajustó el retrovisor para verla mientras Ale se giraba y de repente empezaba a golpear su brazo.

—¡Para! ¡Para! —se sacó el cinturón, pasando entre los dos asientos delanteros para ir a auxiliar a su hermana.

Parecía que Fiorella se estaba ahogando, como si tuviera asma o como si estuviera teniendo un choque anafiláctico.

Stefano sintió que su corazón se detenía por un momento, pero en lugar de detenerse le metió el pie a fondo al acelerador. Su puño fue a golpear varias veces contra el claxon del auto, mientras pasaba a la camioneta que conducía su tío Marco, logrando llamar su atención en un instante.

En pocos segundos y sin mediar explicaciones lo vio acelerar y seguirle el paso. El timbre de la llamada entrante sonó en el panel del coche y Stefano oprimió el botón para contestar.

—¿Qué pasó? —se escuchó la voz potente y preocupada de Marco Di Sávallo.

—¡Fiorella tiene algo! —respondió tratando de conservar la calma—. Creo que está teniendo un choque alérgico… ¿Tía, puede ser?

—Fiorella no es alérgica a nada, no que sepamos —contestó Helena del otro lado—. El hospital más cercano está a dos calles. ¡Mueve tu trasero y lleva a mi hija allí!

Stefano aceleró mientras veía por el retrovisor cómo Ale sostenía a su hermana.

—¡Creo que no está respirando, Stef! —Con veintiún años y el corazón más noble que un muchacho pudiera tener, Ale definitivamente no estaba preparado para ese tipo de situaciones.

—¡Maldita sea, Ale, dale respiración boca a boca! —le gritó Stefano, viendo que los labios de la niña se ponían azules.

Ale obedeció, intentando insuflar aire en los pulmones de su hermana mientras Stefano maldecía golpeando el claxon para sacarse los autos del camino.

Menos de un minuto después los frenos de su auto se clavaban frente a la puerta de emergencias del Hospital General de Génova, donde una comitiva de médicos los estaba esperando ya.

—¿Fiorella Di Sávallo? —casi gritó uno de ellos mientras arrastraban a la niña fuera del coche y la subían a una de las camillas.

—¡Sí, es ella! —escucharon el grito de Helena—. ¡Es mi hija!

Helena aparentaba más calma de la que debía tener, pero solo tardó segundos en ponerse de acuerdo con el doctor a cargo y entrar con ellos a la sala de urgencias del hospital.

—¿Qué demonios fue lo que pasó? —preguntó Marco llegando con ellos.

—No lo sé… —dijo Stefano desesperado—. Estaba bromeando sobre la boda de Mía y de repente… como que se asfixió… como si tuviera asma…

Marco negó con la cabeza, preocupado, y se giró hacia Ale.

—Hijo, por favor, Luna y tú lleven a los más chiquitos al hotel. Dile a tu tía Valentina que se quede con ustedes. ¿Está bien?

Ale iba a abrir la boca para protestar, pero a falta de sus padres él era el mayor, y era su obligación mantener tranquilos a los demás, de modo que asintió.

—¡Ale! —Su padre lo detuvo antes de que se fuera y tomó una de sus manos, que temblaba visiblemente—. Deja que Luna conduzca, hijo, tú no estás en condiciones.

Ale asintió antes de irse, mientras Marco y Stefano daban vueltas fuera del hospital como dos leones en una jaula.

En otros tiempos Marco había sido la primera cabeza del Imperio; pero hacía tres años apenas, sus tíos y su padre habían estado de acuerdo en pasarle a Stefano la dirección general de la transnacional. La cuestión era que mantener unida y a salvo a la familia Di Sávallo era ahora su responsabilidad, pero Stefano se sentía completamente inútil para eso.

—¡Es que no puede ser…! —exclamó Stefano con los ojos anegados en lágrimas.

Más de veinticuatro horas habían pasado desde el episodio de Fiorella, pero las noticias no eran buenas.

Su primita seguía inconsciente y entubada para que pudiera respirar; y según los pronósticos de los doctores, su condición no mejoraría.

—Señor, por favor, sabemos que es muy inusual ver algo como esto en una niña tan pequeña… —Se notaba que el médico estaba acostumbrado a dar aquel tipo de noticias—. La verdad es que nunca había visto Esclerosis Lateral Amiotrófica en un niño, siempre suele aparecer en personas que superan los cuarenta años… no entiendo… —hizo un gesto de sincera tristeza—. Lo lamento mucho. Deben comenzar a prepararse.

Stefano parpadeó como si estuviera viendo a un extraterrestre.

—¿Espere, qué…? ¿Está diciendo que mi niña se va a morir?

—Señor Di Sávallo, lamentablemente no hay cura para la ELA. Los pacientes adultos suelen sobrevivir hasta tres años después del diagnóstico, pero… no tengo idea de cómo funcione con una niña… además su deterioro ha sido muy rápido… ¡muy drástico!

—¡Pues si no tiene idea llame a alguien que sí la tenga! —le gritó Stefano sin poder contenerse y el medico retrocedió—. ¡Queremos una segunda opinión…! ¡Queremos…!

Stefano sintió que su pecho se comprimía por el dolor y el miedo, y supo que sus tíos debían sentirse aún peor que él.  

—Voy a mandar a preparar el jet del Imperio —declaró con fuerza—. Nos la llevamos a Roma hoy mismo. Voy a llamar a mi padre, él sabrá qué hacer.

Fiorella fue trasladada a Roma ese mismo día, pero ni siquiera el doctor Carlo Di Sávallo pudo darles una opinión diferente. Por muy doloroso que resultara, y por muy raro que fuera el caso, los estudios eran bastante concluyentes y revelaban la enfermedad.

«Cuidados paliativos», era lo único de lo que hablaba cada médico al que consultaban. «Mejorar su calidad de vida» «Darle amor». Stefano no cabía en sí de la rabia cada vez que le decían una idiotez de aquellas.

—Hola princesita. —Se sentó a su lado tres días después—. ¿Cómo te sientes?

Fiorella se ajustó el canal del oxígeno que llevaba en la nariz y sus pequeños labios se curvaron en una mueca.

—La gente en esta familia habla muy alto —murmuró encogiéndose de hombros mientras sus ojos se humedecían—. Ya me enteré de que me voy a morir.

Si algún momento había para que Stefano Di Sávallo perdiera todo el valor que había acumulado en su vida, ese era justo el momento.

—Yo no voy a dejar que eso pase —le juró abrazándola—. No voy a dejar que pase, princesa.

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