Estúpido Cupido
Estúpido Cupido
Por: Karen Terminel
1

Febrero.

Tres años atrás 

—Vas a casarte — dijo la mujer de cabello oscuro  mientras partía su gran trozo de Ribeye lleno de salsa barbacoa. — Todas tus amigas se han casado, algunas tienen hijos ¿No piensas casarte nunca?— le preguntó a la joven mujer frente a ella. — maldita sea, ¿Acaso me has escuchado? 

—Lo he hecho, madre. Simplemente no tengo nada que decirte al respecto. No estoy interesada en el matrimonio y lo sabes. Si todas mis amigas se han casado pues bien por ellas pero a mí no me metas en esas malditas cursilerías. 

—Tu hermana va a casarse—confesó la mujer.— tú hermana se casará dentro de tres meses, ¿En verdad no estás interesada en el amor?— preguntó la mujer.—¿Acaso eres lesbiana? 

—Mi hermana se casará dentro de tres meses y no tenía ni la menor idea, ¿Por qué nadie me lo había dicho?— preguntó Natasha.

—No quería que te sintieras mal por ser una solterona. 

Un ruidoso suspiro lleno de frustración  se escapó con rapidez por los labios de Natasha. Su madre la observó por un momento y alzó la ceja mientras se dedicaba a cortar un poco más de su plato de carne. 

—Conseguí un empleo nuevo, por fin pude comprarme un pequeño departamento a las afueras de la ciudad… mamá, estoy abriéndome un camino en la vida y a ti lo único que te interesa es que consiga a un hombre que me ponga un estupido anillo en el dedo. 

—Un empleo y un departamento no te darán la estabilidad económica que necesitas— confesó la mujer mayor.— necesitas un hombre.

—¡No necesito un hombre!—dijo Natasha mientras lanzaba sus cubiertos sobre el plato de porcelana completamente lleno de comida. Ni siquiera había tenido tiempo de probar su comida antes de que su madre comenzara a hablar sobre lo único que sabía hablar. — estás mal si crees que conseguiré un hombre solo porque tú lo dices. Soy una mujer independiente y siempre lo he sido— dijo mientras se levantaba de su lugar. 

—Creo que no lo has entendido— dijo su madre, antes de soltar una pequeña sonrisa y tomar su copa de vino blanco.— vas a casarte. El matrimonio está arreglado— soltó mientras se llevaba su copa a los labios y tomaba un poco de su costoso vino. Lo saboreó levemente y finalmente miró a su hija. Natasha tenía el rostro completamente pálido mientras observaba a su madre quien le regaló una última sonrisa, esta vez cargada con odio.

—¿Qué hiciste qué?— preguntó Natasha con la voz completamente cargada en ira. Al instante sus manos se aferraron con fuerza al mantel del lujoso lugar mientras intentaba contener la ira que comenzaba a formarse dentro de ella. ¿En qué momento su madre había decidido lo que era mejor para ella?, ¿Por qué creía que un hombre le arreglaría la vida? 

—¿Acaso no escuchaste? Tu hermana se casará y no voy a permitir que una de mis hijas muera siendo una maldita solterona. 

—¿¡Con qué derecho organizas un arreglo matrimonial sin mi permiso?!— gritó Natasha.— sólo pensaste en ti— dijo mientras sus ojos se cristalizaban a causa del llanto que comenzaba a luchar por contener.— todo el tiempo has pensado en ti— dijo mientras sollozaba.— ¡Esto es completamente injusto!— gritó entre llanto sin imaginar que sus gritos se escuchaban en el cubículo privado de al lado. 

—Dijiste que era un buen restaurante— dijo la mujer rubia. Segundos antes de escuchar otro grito de Natasha— creía que me traerías a un buen restaurante. Dijiste que me traerías a un buen restaurante, lo prometiste Milo. 

—Es un buen restaurante— dijo él, antes de clavar la mirada en las lujosas joyas que portaba con orgullo la mujer rubia—¿Volviste a utilizar mi tarjeta de crédito?— preguntó mientras observaba los detalles de diamante en el collar de su novia. 

Estaba harto de lo mismo, trabajaba duro, día y noche si era necesario y ella lo único que sabía hacer era pasar su maldita tarjeta de crédito en alguna tienda de diseñador. 

—¿Te gusta?— preguntó ella mientras pasaba una de sus manos por el lujoso collar de diamantes— me lo trajeron desde México. Es precioso, ¿Cierto? — le preguntó al hombre de barba cerrada frente a ella. 

—¿Cuánto gastaste este fin de semana?— preguntó con cierto tono de molestia en su voz. 

—Tal vez… uno o dos millones— dijo para luego continuar comiendo tranquilamente de su plato de pasta carbonara.

—¿Dos millones?— preguntó él mientras la veía comer tranquilamente de su plato de pasta. Estaba furioso. Ella no entendía el valor de ganarse el dinero, ella lo único que hacía era gastar y gastar. 

—¿Estás molesto?— le preguntó ella.— el dinero te sobra— le dijo, y era verdad. El dinero le sobraba y a montones pero lo llenaba de rabia darse cuenta que ella solo lo veía como un imbécil que le pagaría todo cuando ella quisiera— oh vamos, no te molestes amor— dijo ella mientras lo veía moverse de manera incómoda en su asiento.

—Sabes…—comenzó a decir mientras la miraba y se cruzaba de brazos.— No quiero una mujer que estire la mano en espera de mi tarjeta de crédito. Quiero una mujer que estire la mano en espera de tomar mi mano. — dijo mientras veía a su novia.— tu solo sabes estirar la mano en busca de mi tarjeta. 

—¿Qué significa eso?—preguntó la mujer rubia mientras lo veía.

—Que se acabó— soltó él.

—¿Qué?

—Dame las tarjetas de crédito. 

—¿¡Estás loco?!— le preguntó a gritos. 

—Mierda— susurró él antes de soltar un ruidoso suspiro y levantarse de la mesa— Bien. Quédate con las tarjetas— dijo mientras sacaba su celular y abría la cuenta del banco.

—¡Amor!— le llamó ella. Segundos antes de intentar detenerlo. Él canceló las tarjetas y le mostró la pantalla del celular.

—Se acabó. Búscate otro proveedor— le dijo antes de escucharla gritar. 

—¡No puedes hacerme esto!— le gritó mientras daba pequeños brincos en forma de rabieta—¿Qué es lo que quieres que haga?,¿Qué es lo que quieres? ¡Mírame! Soy bella, soy joven y soy hermosa.

—¿Sabes que quiero?— le preguntó él, ella asintió mientras lo veía tomar su lujoso paraguas de diseñador.— quiero una mujer que así viva debajo de un puente, esté orgullosa de haberse ganado ese puente por sí misma. Una mujer que no dependa de un hombre y mucho menos de cosas materiales para ser bella. — dijo para luego abrir la puerta del lugar y salir.

—¡Milo no me dejes!— le gritó segundos antes de que cerrara la puerta del cubículo.— no pagaste la cuenta— susurró. 

—¡Lo siento!— dijo Natasha cuando cerró la puerta del cubículo y se estrelló con el pecho de un hombre alto. Ella observó la tela del traje negro y se alejó con rapidez, asegurándose de esconder su rostro completamente rojo a causa de las lágrimas.— en verdad lo siento. No lo vi venir. 

—No te preocupes— dijo él, clavando su mirada en su cabello corto color castaño. 

—Entonces… con permiso— dijo ella para luego huir por completo de aquel lugar. Él se llevó ambas manos a la corbata y con un elegante movimiento se la acomodó. Sin dejar de ver a la chica que se alejaba con rapidez de él. 

Unos cuantos empleados retrocedieron al verlo caminar por el lugar, él les sonrió de manera elegante y continuó su paso hacia la salida del lujoso restaurante. Una extraña sensación lo envolvía después de terminar su relación de tres años pero estaba completamente seguro de algo, no la iba a extrañar. 

—Oh, joven Milo— lo llamó el gerente del lugar, obligándolo a detenerse— Lamento interrumpirlo pero hay una gran tormenta afuera, ¿Quiere que le pida un taxi? 

—Estoy bien, gracias— dijo. 

—Bueno, con permiso— dijo el gerente, Milo asintió y se detuvo al llegar a la entrada del lugar. La misma mujer castaña estaba ahí, en el marco de la puerta, esperando que la lluvia se detuviera. Miraba el cielo una y otra vez mientras movía su pierna con fuerza. 

Milo salió del lugar y abrió su paraguas frente a ella para luego voltear a verla. Ella desvió la mirada con rapidez, fingiendo que no había clavado su mirada en el apuesto hombre que se encontraba frente a ella.

— Disculpa, ¿Estas bien?— le preguntó él mientras escaneaba las marcas que el llanto había dejado en el rostro de la mujer castaña. Ella se abrazó a sí misma y suspiró antes de voltear a verlo y ladear un poco su rostro— ¿No tienes un paraguas?

—No—soltó ella antes que el cielo se iluminara y cayera un rayo en alguna zona de la ciudad. Natasha se llevó las manos a los oídos y cerró los ojos con fuerza al escuchar el fuerte sonido.

—Entonces permíteme llevarte a tu coche para que no te mojes. —dijo él. Ella lo miró por un momento y alzó una ceja— tranquila, no muerdo al menos que me lo pidas— bromeó. 

Ella soltó una pequeña sonrisa tímida y negó suavemente antes de soltar las palabras que no quería decir.

—No tengo auto— confesó. Él la miró por un momento e infló sus mejillas en busca de una manera de poder ayudarla. No le ofrecería llevarla a casa por qué probablemente le diría que no y tampoco le pagaría un taxi. La miró por un momento y su mirada se encontró con un gafete en el pecho de la chica. Una sensación de orgullo lo llenó al ver el gafete de su empresa. Ella era su empleada.

—¿Trabajas ahí?— le preguntó,fingiendo que no conocía su propia empresa. Ella asintió levemente y frunció el ceño. Creyendo que el hombre frente a ella era un maldito acosador. — hagamos algo. Tú te quedas con mi paraguas y mañana lo dejas en el mostrador. Yo iré a recogerlo, trabajo cerca de ahí—dijo— oh, no me mires así, no soy ningún acosador.

—Bueno pareces uno— dijo ella sin dejar de ver su rostro. Él asintió suavemente y tomó la mano de ella para colocarle el paraguas sobre su mano. Ella observó el paraguas y negó.

—Esto es de lujo…no. Mejor llévatelo— dijo ella. 

—Tranquila, tengo veinte de esos— dijo en un tono completamente burlón para después alejarse de ella y correr bajo el oscuro cielo de la ciudad. Natasha observó el lujoso paraguas y lo levantó para poder cubrirse de la lluvia. Su mirada buscó con tranquilidad al apuesto hombre que había tenido las agallas de prestarle un paraguas tan lujoso. Sin importar cuánto dinero pudiera tener, prestarle algo tan lujoso era una completa locura. 

—Gracias—susurró ella a la nada, como si él pudiera escucharle. Estaba tan cansada que quería lanzar todo y rendirse. 

Pero, sabía que si lo hacía,  si se rendía… todos sus sueños quedarían enterrados y su madre finalmente conseguiría lo que tanto quería, verla casada con un hombre que probablemente nunca amaría. Natasha lo había decidido desde niña, no se casaría con nadie, no saldría con nadie y se mantendría alejada de cualquier relación sentimental. Solo así podría protegerse y mantenerse viva. No permitiría que le hicieran daño ni una sola vez. Viviría a su manera y sería feliz por su cuenta sin importar lo que las personas pudieran decir de ella. Se tenía a ella y era todo lo que necesitaba. 

—No necesito un hombre —susurro bajo la intensa lluvia de la ciudad— no lo necesito… —dijo nuevamente para luego sacar el celular de su bolsillo y observar la pantalla rota. Revisó el GPS y maldijo suavemente. Corrió bajo la lluvia, sosteniendo con fuerzas el lujoso paraguas que la protegía de no mojarse. 

Desde la mañana había decidido que esa misma noche pintaría su pequeño departamento y si no conseguía llegar a la tienda en quince minutos, la cerrarían. Sus piernas reclamaron  a los diez minutos de correr, exigiéndole que se detuviera pero ella nunca lo hizo. Corrió como loca por la ciudad mientras maldecía de vez en cuando. 

“Puedo hacerlo, puedo hacerlo” se repetía una y otra vez mientras se esforzaba por correr. Finalmente una amplia sonrisa se dibujó en su rostro cuando logró llegar a tiempo a la tienda, por suerte la lluvia no había hecho que cerraran el lugar. Se acomodó levemente el cabello y sacudió el paraguas antes de entrar a la tienda.

Un anciano de cabello blanco y párpados completamente caídos por la edad, la miró. Los ojos de Natasha se clavaron en el uniforme del hombre y sonrió tímidamente antes de acercarse al mostrador y mirar las promociones. El lugar estaba impregnado a la penetrante aroma a pintura, las paredes estaban tapizadas de colores exóticos y unas cuantas ideas para decorar las paredes del hogar y sobre todo estaba lleno de botes de pintura prediseñada. 

—Buenas noches— dijo el anciano, ella le devolvió las mismas palabras mientras recargaba sus delgadas manos sobre el mostrador—¿Buscas algún color en especial? 

Natasha lo miró por un momento y tragó saliva antes de hablar. Estaba ansiosa por pedir la promoción pero si esta ya no estaba vigente, su plan se arruinaría por completo. 

—Me gustaría una promoción… la de cincuenta dólares…— dijo con la voz completamente temblorosa. 

—¡Oh claro!— dijo el anciano—¡Tienes suerte, solo nos queda una! 

—Bendito Dios—susurró ella para luego sonreír.

—¿Qué color deseas? — preguntó el anciano, justo al mismo tiempo que tomaba una hoja de papel y escribía la orden de Natasha.

—Blanco y negro— dijo ella. 

—Perfecto, creo que tengo unas pinturas de ese color listas...déjame ver— dijo. Natasha observó al anciano y sonrió al verlo tomar dos botes grandes de pintura. —¿Quieres que los lleve a tu auto? Están un poco pesados.

Ella negó y sacó la cartera de su pequeña mochila vieja. Abrió la cartera y contó un poco el dinero que había en ella. Sacó setenta dólares y miró al anciano.

—¿Podría darme un rodillo?— preguntó ella. Le sobraban diez dólares y con suerte podría tomar un taxi con esos diez dólares.— tomaré un taxi— le dijo al anciano— no es necesario que me ayude a sacarlos. 

El anciano negó suavemente y tomó el rodillo para luego decirle que pediría un taxi para ella. 

—Muchas gracias, que amable… 

Natasha abrió la puerta del edificio. Maldijo levemente y caminó hacia el ascensor con un bote de pintura en cada mano. Sus ojos se abrieron por completo antes de dejar caer su cabeza hacia atrás. El elevador nuevamente estaba descompuesto y tendría que subir cuatro pisos antes de poder llegar finalmente a su viejo departamento.  Bajo por un momento los botes de pintura y observó su manos completamente enrojecidas por haberlas cargado. Se sacudió las manos y suspiró. 

—Yo puedo hacerlo, yo puedo hacerlo— dijo, dándose ánimos por completo. Tomó nuevamente cada bote de pintura y los levantó para dirigirse hacia las escaleras. Sus manos y piernas quemaban con cada escalón que subía, rogándole que se detuviera— puedo hacerlo, puedo hacerlo.

Después de cuatro pisos finalmente se detuvo en la puerta de su departamento, con el rostro lleno de lágrimas por el agotamiento físico. Dejó los botes de pintura en el suelo y metió la llave en la cerradura oxidada. Peleó un poco con ella y suspiró cuando finalmente la cerradura accedió, abriendo la puerta. 

Natasha entró a su departamento, esta vez arrastrando los botes de pintura por el suelo. Cerró la puerta, asegurándose que el seguro estuviera bien puesto. Recargó su cabeza en la puerta por un momento y luego caminó hacia la cocina en busca de un poco de comida. Revisó su refrigerador y soltó un suspiro completamente frustrado. Tomó una pequeña manzana y la lavó con cuidado antes de llevársela a la boca. 

Observó las paredes de su departamento completamente arruinadas por los años, las marcas de pintura vieja prometían no salir con facilidad y los golpes en las molduras decorativas prometían darle más de un dolor de cabeza. 

—Incluso si me sangran las manos, dejaré como nuevo este lugar— se prometió a ella misma. —  es fácil… solo tengo que raspar las paredes, arreglar las molduras con...con...con ¿Yeso? — preguntó en la completa soledad del lugar.

 La imagen de su madre regresó a ella, especialmente cuando le ordenó casarse con un hombre que no conocía y mucho menos quería. No quería admitirlo pero su madre estaba loca si creía que ella aceptaría casarse con alguien. Lo único que podía sentir ella al imaginarse saliendo con un hombre era asco. No había una palabra más acertada de lo que ella estaba sintiendo. 

—Comencemos con este desastre— susurró antes de lanzar la manzana al bote de b****a y caminar hacia los botes de pintura.

Milo se llevó la toalla hacia su cabello, sacudió su cabello y caminó hacia el lujoso ventanal con únicamente una toalla en la cadera, sus marcados pectorales brillaban ante la tenue luz de la noche. Seguía lloviendo y parecía que la tormenta no se detendría en ningún momento.Su departamento estaba  en una de las zonas más caras de la ciudad y tenía las mejores vistas pero siempre estaba solo. Especialmente en las noches cuando su hermano salía de fiesta

—¡Volví!— gritó el hombre desde la puerta. Milo volteó a ver a su hermano y se cruzó de brazos al verlo nuevamente totalmente borracho.

—Ve a descansar un poco.

—¡Ohh!— gritó el hombre joven mientras se acercaba a su hermano mayor con una gran sonrisa en el rostro.

—Basta Joe, ve a descansar.

—Tienes un peculiar brillo en la mirada. Supongo que tuviste un buen día.

—Ve a descansar— repitió por última vez Milo.

—Bien, me largo— susurró Joe mientras se alejaba de su hermano mayor y caminaba hacia su habitación.

Milo observó a su hermano irse y volteo nuevamente hacia el lujoso ventanal. Se colocó la toalla en el cuello y miró las luces de la ciudad por un momento.  

—Hoy conocí a una bella dama que aún no sabe que será mi esposa— susurró, recordando el rostro de la chica que había conocido a las afueras del restaurante.

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