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Una verdad al descubierto

Después de ceder al deseo y a la atracción que ambos compartíamos, nuestros cuerpos se fundieron en una unión intensa.

Después de habernos dejado llevar por nuestros instintos, habíamos quedado exhaustos, y sin darnos cuenta nos quedamos dormidos hasta el día siguiente. Las palabras compartidas en la intimidad revelaban una conexión profunda. Pero antes de que yo pudiera responder a la pregunta que el me había hecho sobre si tenía a alguien más en mi vida, mi celular sonó, interrumpiendo el momento. Era una llamada urgente de una de mis amigas que estaba preocupada porque no había llegado a dormir a la habitación.

— ¡Hola!

—Ana Paula, ¿dónde estás metida? Tu madre ha llamado un montón de veces y dice que no puede comunicarse contigo. Además, recuerda que debemos salir dentro de un par de horas hacia Ciudad de México.

—¿Ah, sí? Tranquila, todo está de maravilla. Me comunicaré con ella, y no te preocupes, ya voy a la habitación. —Colgué la llamada y me dirigí a Luis:

— Lo siento, pero debo irme. Mis amigas me están esperando para regresar a Ciudad de México, y mi madre está atacada porque no ha podido hablar conmigo.

—¿Pero te vas a ir así, sin darme aunque sea tu número de celular?

—Sí, tienes razón. Toma, esta es una tarjeta personal. Allí tienes mis números de contacto y el del bufete. Así que puedes llamarme cuando quieras.

Me levanté apresuradamente, tratando de no afincar el pie lastimado. Me vestí lo más rápido que pude mientras Luis José hacía lo mismo. Debía reunirse también con sus colegas.

No detalló la tarjeta que le había dado; simplemente la guardó dentro de su chaqueta. Cuando estábamos a punto de salir de la habitación, ambos nos miramos y nos tomamos de las manos. Él me dijo:

—Quiero que sepas que, pase lo que pase, esto que me sucedió contigo este fin de semana es lo más maravilloso que la vida me ha regalado. Tú me has hecho darme cuenta de muchas cosas que antes no veía, y te prometo que te llamaré para que volvamos a vernos.

Le respondí con toda sinceridad;

—Esto también fue muy importante para mí. Es la primera vez que hago el amor con un desconocido, pero al verte fue como amor a primera vista. Aunque ha sido una locura, no me arrepiento.

Me miró con esos ojos intensos que me hacían temblar:

—Y no me respondiste si hay alguien más en tu vida.

Solo sonreí con una mezcla de emoción y aprehensión:

—Hablaremos de eso en otro momento. Ahora debo irme; si no me reporto con mi madre, es capaz de mandar a buscarme con el FBI.

—Bueno, está bien. Ve tranquila. Yo también debo regresar a México. Apenas llegue, te llamo.

Fue inevitable no besarnos de nuevo, con un beso de despedida profundo y largo. Salí de la habitación cojeando; aún me dolía la planta del pie. Me marché con una sensación agridulce, sin saber si volvería a verlo. Además, mi prometido me esperaba; él también me había llamado, pero no había querido contestar ninguna de sus llamadas.

El trayecto de regreso a casa se volvió eterno. Mi mente estaba completamente ocupada por Luis José; no podía creer que me hubiera entregado así. La ansiedad me invadía, preguntándome cómo podría mirar a los ojos a Nelson, mi prometido, después de todo esto. La verdad es que ya no sabía qué sentía por él.

Ya había llegado a casa, el chofer me abrió la puerta del vehículo y a la primera que vi fue a mi hermana, ella al verme se acercó emocionada con los brazos extendidos:

—¡Sorpresa!

—Abril, hermana, qué alegría verte después de tanto tiempo.

—Feliz cumpleaños, Ana Paula. Yo también estoy emocionada de verte.

—¿Pero qué haces aquí? ¿Y tu esposo? No me digas que lo abandonaste y regresaste a casa.

—Jajaja, no, nada de eso. Estoy más enamorada que nunca de mi marido. Lo vas a conocer; viene directo del aeropuerto.

La expectación creció entre los presentes. Mi madre, sin embargo, no pudo contenerse:

—Ana Paula, mi amor, ¿dónde estabas metida? Te llamé un montón de veces para saber a qué hora llegarías. Además, ¿qué te pasó en el pie? ¿Por qué lo tienes vendado?

Mi mente se apresuró a encontrar una excusa. El accidente en la playa fue la respuesta perfecta para justificar mi falta de respuesta al teléfono. Mi madre se compadeció de mí y no insistió más. Pero, por supuesto, no le conté todo lo demás que había vivido con mi salvador desconocido.

(...)

Dos horas después....

El misterioso esposo de mi hermana llegó a la casa de mis padres, y por fin íbamos a conocerlo. Pero cuando nuestras miradas se cruzaron, la realidad se desdobló ante mí: era el mismo hombre con el que había compartido una noche de pasión en Cancún, mi salvador desconocido.

No podía creer que hubiera tenido un encuentro tan íntimo con el esposo de mi hermana. El corazón me latía desbocado, y las preguntas se agolpaban en mi mente.

—Familia, les presento a mi esposo, el doctor Luis José Simanca.

En ese instante, sentí que algo dentro de mi se desvanecía. La atención de todos se centró en mí, pero especialmente en Luis José, cuya expresión palideció al verme.

Mi hermana, ajena a mi turbación, presentó primero a Luis José a nuestros padres y a las personas cercanas. Yo intenté escapar de la situación, pero el dolor en mi pie y el estado de nervios me hicieron quedarme allí inmóvil.

En mi mente, solo podía pensar:

"¿Cómo es posible? ¿El esposo de Abril es el mismo hombre con el que acabo de pasar la noche en Cancún? No puedo creer que haya tenido un encuentro tan íntimo con el esposo de mi hermana.”

El corazón me latía con fuerza mientras enfrentaba la situación que tanto temía. Mi hermana se acercaba, y el momento había llegado:

—Ana Paula, te presento a mi esposo —dijo Abril, tomada de la mano de Luis José—. Cariño, ella es mi hermana Ana Paula.

Luis José me miraba fijamente, intentando comprender lo que estaba ocurriendo. Yo, llena de coraje y temor, no sabía qué hacer. Si revelaba que él era mi salvador desconocido, con quien había compartido una noche de pasión sin siquiera conocer quién era realmente, desencadenaría una tragedia en la familia. Mi padre era capaz de cualquier cosa.

En mi mente, supliqué: “Dios mío, ¿qué debo hacer?” Pero para mi sorpresa, Luis José extendió su mano hacia mí:

—Es un placer conocerte —dijo con calma.

Extendí mi mano hacia él, después de unos segundos que me parecieron eternos. Sin embargo, no pronuncié una sola palabra. Abril me miró extrañada:

—¿Pero qué te pasa, hermana? ¿No vas a decir nada?

—Yo… Yo… con permiso, debo ir al baño —murmuré, sintiendo que el mundo se tambaleaba a mi alrededor.

La situación era insoportable. No pude decirle nada a Abril, y mucho menos al traidor de su marido. Salí de allí despavorida, mi excusa de necesitar ir al baño era más real de lo que imaginaba. Apenas entré, devolví todo lo que había comido, incluyendo la deliciosa copa de champagne con la que me había recibido mi madre.

Algo dentro de mí se rebeló, rechazando todo lo que estaba sucediendo. Mi subconsciente parecía haber tomado el control, y el asco que sentía se manifestó físicamente.

Me enjuagué el rostro con agua fría, mirándome en el espejo. “Ana Paula”, me dije, “has metido la pata hasta el fondo. ¿Y ahora qué vas a hacer? ¿Cómo podrás mirar a tu hermana después de acostarte con su esposo? ¡Dios mío! Era demasiado bueno para ser cierto” Mi mente era un torbellino de emociones. ¿Cómo había llegado a esta encrucijada?

Mientras tanto, Abril seguía con Luis José, visiblemente desconcertada por mi reacción:

—No entiendo qué le pasó a Ana Paula —le decía a él—. Te juro que ella no es así. No quiero que pienses mal de mi familia. Tenía mucho entusiasmo de conocerte. Mejor voy a buscarla y ver si está bien.

La tensión en la habitación era palpable. Luis José había sugerido irse a un hotel, pero mi padre, siempre directo, no tardó en intervenir:

—¿Qué es lo que acabo de escuchar? ¿Cómo que se van a ir a dormir a un hotel? ¡Claro que no! Ya fue suficiente tener un año sin ver a mi hija para que encima se quede en un hotel. Ustedes se quedan aquí. Ya mandé a preparar la habitación de huéspedes, así que disfruten de la fiesta. Y por cierto, ¿dónde está Ana Paula?

—No sé, papá —respondió Abril—. Creo que se siente mal porque salió corriendo al baño.

Mi padre soltó una risa irónica:

—Ja, eso se le pasará cuando vea la sorpresa que le tiene su prometido. Bueno, los dejo. Voy a saludar a los otros invitados.

Luis José, visiblemente incómodo, aprovechó para preguntarle a Abril:

—¿Tu hermana está comprometida?

—Sí, cariño —contestó ella—. Es uno de los socios de papá. Tiene muchísimo dinero, pero es un tipo insoportable. Ya lo vas a conocer.

Mientras Luis José bebía un trago de champaña, su mente trabajaba a toda velocidad:

“Entonces Ana Paula está comprometida. Con razón esquivó la conversación cuando se lo pregunté.”

Abril, ajena a los pensamientos de su esposo, se acercó a él:

—¿Qué te pasa, cariño? Te quedaste pensativo. ¡Ah, ya sé! Es porque no quieres que nos quedemos aquí, ¿verdad?

—No… bueno, sí. Es decir, lo que pasa es que no quiero molestar a tu familia.

—No es ninguna molestia. Además, así te conocen mucho mejor, y se darán cuenta de que me enamoré de ti porque eres el mejor hombre del mundo. —Abril le dio un beso en los labios, lo que lo puso aún más nervioso.

—Amor, por favor, no me beses así enfrente de tu familia.

—¿Pero qué tiene? Eres mi marido, así que no tiene nada de malo.

—Por cierto, yo también necesito ir al baño. ¿Por dónde está?

—Déjame llevarte.

—No, no es necesario. Mejor dime por dónde es, y mientras tanto, tú busca unos tragos.

Luis José solo quería encontrarme. Temía que yo armara un escándalo y lo descubriera ante todos. Pero en realidad, en el fondo, yo estaba más aterrada que él. Lo último que deseaba en ese momento era que la verdad saliera a la luz.

El pasillo se extendía ante él, desconocido y silencioso. Luis José aprovechó el breve instante en que Abril fue a buscar las copas de champán para deslizarse fuera de la habitación. La urgencia lo impulsaba; necesitaba encontrarme, aclarar lo que había sucedido. Éramos dos piezas en un juego que el destino había tramado, inocentes en la trama que nos envolvía.

La casa, ajena a su presencia, parecía retener sus secretos. Luis José avanzó, sin saber qué puertas abrir para encontrarme. Pero lo que más le atormentaba era el hecho de que él, un hombre casado, no había tenido el valor de confesármelo. El corazón le martilleaba en el pecho mientras recorría el pasillo, guiado por la dirección que Abril le había señalado.

Finalmente, se topó con la puerta del baño. ¿Qué encontraría al otro lado? ¿Cómo reaccionaría yo al verlo? El suspenso se apoderaba de él, y la incertidumbre lo empujaba a seguir adelante.

Su corazón latía aceleradamente con una mezcla de ansiedad y temor que lo hicieron pronunciar mi nombre suavemente. Inmediatamente mi voz le respondió desde el otro lado sin darme cuenta que se trataba de él:

—¿Quién es?

—Ana Paula, soy yo, Luis José. Necesitamos hablar.

El silencio se prolongó, y luego, de pensarlo muy bien, me aventé a abrir la puerta, estaba pálida, mis ojos reflejaban una tormenta de emociones indescriptibles. Luis José no sabía qué decir, cómo explicar lo inexplicable. Pero antes de que pudiera articular una palabra, lo miré fijamente a esos ojos azules que me habían cautivado y le dije llena de coraje y sintiéndome impotente:

—¿Por qué no me dijiste que estabas casado?

El aire se volvió denso, y Luis José sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. ¿Cómo podía explicar lo inexplicable? ¿Cómo enfrentar la traición que había tejido el destino? Y lo peor de todo no era que fuera un hombre casado, si no que estaba casado justamente con mi hermana.

(…)

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