Después de un fuerte dolor y un gran susto, Luis José finalmente había suturado mi herida. Su voz, amable y reconfortante, me hizo sentir menos vulnerable.
—Bien, ya terminamos. ¿Cómo te sientes? —preguntó, mientras sus ojos azules buscaban los míos. —Creo que el susto ha pasado un poco. De verdad, muchas gracias. No sé qué habría hecho si no hubieras estado aquí. ¿Te debo algo? Me gustaría pagarte por lo que hiciste. — Luis José sonrió, y su mirada se volvió más intensa. —Por favor, ¿cómo crees? Hasta me ofendes con la pregunta. —Su tono era cálido, pero había algo más en su expresión. —Es solo que te has tomado tantas molestias que me da mucha pena contigo. —Bueno, pensándolo bien, creo que puedes pagarme de una forma. Un miedo repentino me invadió. Había imaginado lo peor, y mi expresión debió delatarme, porque él inmediatamente aclaró: —No es lo que estás imaginando. —Su mano rozó la mía, y mi corazón dio un vuelco—. —No me estoy imaginando nada. Solo estaba pensando en cómo podría pagarte por el gran favor que me has hecho. —Bueno, no es otra cosa que aceptarme un trago en el bar del hotel. ¿Qué te parece? Respiré aliviada. Me gustó darme cuenta de que me había equivocado al pensar mal. Además, me sentía muy atraída por él. Hacía tiempo que no sentía algo así por alguien. —¡Claro que acepto! La verdad es que me vendría muy bien tomarme un trago después de este susto. —No perdamos más tiempo, vamos. Yo te ayudaré a caminar —dijo Luis José con determinación. Sus manos grandes y fuertes rodearon mi cintura, y yo colgué mi brazo de su cuello. La cercanía con aquel desconocido me provocaba una extraña mezcla de nervios y excitación. Sentirme protegida de esa manera era delicioso; incluso deseé que el camino al bar fuera mucho más largo para seguir cerca de él. (..) Mientras compartíamos unos tragos en el bar, mis padres se afanaban en los preparativos para mi fiesta sorpresa de cumpleaños. Mi hermana y su marido también estarían allí, y por fin tendríamos la oportunidad de conocerlo. Sin mencionar que mi prometido, Nelson, el socio de mi padre, también asistiría. En ese momento, yo aún no sabía lo que estaba sucediendo, en casa se encontraban mi madre y mi hermana Abril: —Todo está quedando maravilloso —dijo mi madre—. Estoy segura de que tu hermana se llevará una gran sorpresa al ver la fiesta que le estamos preparando. Pero lo que le dará más gusto es saber que has regresado a casa. —Madre, no he regresado a casa. Solo vine con mi marido a México porque está en un congreso de medicina en Cancún. Pero en cuanto termine, nos regresamos a Nueva York. Mi madre albergaba la esperanza de que Abril regresara a casa. Tanto mi padre como ella desaprobaban su matrimonio con aquel hombre del que no sabíamos absolutamente nada. La situación se volvía aún más tensa cuando descubrieron que vivían en un modesto apartamento alquilado, ya que su esposo apenas ganaba lo suficiente como médico residente En realidad, mi hermana había crecido rodeada de lujos y comodidades. —Pensé que, después de casarte a escondidas y sin nuestro consentimiento, al menos te quedarías un tiempo con tu verdadera familia. —Mamá, por favor, no empieces de nuevo. Luis José también es mi familia ahora. Además, cuando lo conozcas, estoy segura de que cambiarás de opinión. —Te educamos en los mejores colegios y te dimos todos los lujos, y tú vienes a casarte con un médico de quinta que ni siquiera puede ofrecerte un techo propio. Mi madre siempre tenía ese tipo de problemas con la gente que no tenía el mismo nivel social y económico que nuestra familia. Nunca le perdonaron a mi hermana lo que hizo, y por esa razón me forzaron a comprometerme con Nelson. Él era uno de los socios de mi padre en el bufete y, además, uno de los abogados más influyentes del país, después de mi padre, por supuesto. A diferencia de Abril, yo tuve que someterme a lo que mis padres me impusieron: estudiar abogacía y comprometerme con un hombre que, en el fondo, no quería. Pero volviendo a mi encuentro con mi salvador desconocido, estuvimos por horas bebiendo tragos en el bar del hotel. —Bueno, ya sé que te llamas Ana Paula, pero ¿a qué te dedicas? —preguntó Luis José. —En realidad no hay mucho que decir —respondí—. Soy abogado y trabajo en el bufete de mi padre. En ese momento, Luis José recibió una llamada a su celular. Dudó por unos segundos antes de atenderla, pero finalmente me hizo una señal con los dedos: —Dame un minuto, es que debo responder esta llamada. Me quedé sentada en la barra tomando mi trago. Con la herida en mi pie, no podía ir a ningún lado sin ayuda. Él se alejó lo más que pudo para atender su llamada sin que yo pudiera escuchar. Solo me quedé observándolo en la distancia y preguntándome quién era la persona que lo había llamado. —Hola cariño, ¡qué sorpresa que me hayas llamado! ¿Cómo te está yendo con tus padres? —dijo Luis José al teléfono. —Hola amor, bueno para serte sincera, ya quiero irme. Mi madre quiere que me quede con ellos en casa. Todavía no entienden que soy una mujer casada. ¿Y tú qué haces cariño? ¿Cómo te ha ido en el congreso? —preguntó, sintiendo una mezcla de curiosidad y ansiedad por saber más sobre él. Luis José se veía algo nervioso. Me miraba y sonreía, pero su sonrisa estaba cargada de nerviosismo, como si algo le preocupara. Sin embargo, esperé pacientemente a que terminara de hablar. Después de todo, acababa de conocerlo y no sabía nada de su vida: ¿era casado, tenía novia o, por el contrario, era soltero? —¿El congreso? —preguntó, tratando de mantener la conversación ligera. —Sí, amor, el congreso. Pero, ¿qué te pasa? Estás como nervioso. ¿Acaso llamé en mal momento? —No, amor, por favor. ¿Cómo dices eso? Disculpa, es que estaba reunido con unos colegas en el bar del hotel y tuve que salir para atenderte. Y respondiendo a tu pregunta, el congreso ha sido una maravilla. —¡Qué bueno, cariño! Me alegro mucho por ti. Sabía que ese congreso te iba a servir de mucho. Estoy ansiosa porque termines rápido para que vengas a conocer a mi familia. —Sí, claro, cariño. Apenas termine el congreso, nos vemos en casa de tus padres. Solo espero que ellos me acepten. —¡Claro que sí te van a aceptar! Además, quiero que conozcas a mi hermana. Le estamos preparando una fiesta sorpresa por su cumpleaños. —Muy bien, amor. Me parece estupendo, pero… ¿sabes qué? Debo colgar. Es que tengo que regresar con el grupo. Me da pena que los dejé en la barra para atender la llamada. —Tranquilo, cariño. Solo quería darte las buenas noches y decirte que te amo. —Yo también te amo. Nos vemos y saluda a tus padres de mi parte. Luis José colgó la llamada y se acercó a la barra. Venía con una sonrisa como si nada estuviera pasando. Se sentó y me dijo: —Disculpa que te haya dejado sola, pero era importante responder esa llamada. —Pero te noto algo nervioso. ¿Todo está bien? —Sí, todo bien. Solo era una amiga que quería saber cómo va el congreso. —¡Jum! ¿Una amiga? ¿Estás seguro de que en realidad era una amiga? —le dije bromeando. —Jajaja, ¡claro que sí! ¿Por qué te mentiría? —No, solo preguntaba Mejor brindemos por este encuentro casual y porque superaste el miedo a las agujas. —¡Salud! —levantamos las copas, y en ese momento, sentí que el mundo se reducía a la calidez de su mirada. Luis José, mi misterioso salvador, me tenía completamente impresionada. Mis amigas me habían llamado varias veces al celular, preocupadas por mi tardanza en regresar a la habitación. Sin embargo, les expliqué el maravilloso encuentro que había tenido con él, y sus risas y buenos deseos resonaron en mi mente como un eco de complicidad. Esa noche bebí más de la cuenta. Hacía tiempo que no me sentía tan a gusto con alguien. Las llamadas perdidas de mi prometido quedaron en segundo plano; no quería que nada ni nadie dañara este momento especial. Luis José y yo compartimos tragos, y las horas pasaron sin que nos diéramos cuenta. La noche se volvió cómplice de nuestra conversación, y cada palabra suya me atrapaba un poco más. —Ya es tarde, es la una de la mañana —dije, sintiendo la necesidad de volver a mi habitación—. Mis amigas deben estar dormidas. —Tienes razón —respondió Luis José—. Pero, sinceramente, disfruté mucho de tu compañía. Permíteme acompañarte a tu habitación. Recuerda que no debes apoyar demasiado el pie. Me aferré a él, y juntos avanzamos por el pasillo. Sin embargo, al llegar a mi suite, me di cuenta de que había perdido la llave. —No tengo la llave de la habitación —confesé—. Debo haberla perdido en la playa cuando pisé el vidrio. Y mis amigas deben estar profundamente dormidas. Luis José reflexionó unos segundos y luego propuso: —Vamos a hacer algo. Mi habitación está al final del pasillo. ¿Por qué no entras y descansas mientras encontramos una solución al problema? Estaba un poco pasada de copas, y la herida en mi pie me molestaba. Pero, para ser sincera, la presencia de Luis José me embriagaba más que cualquier trago. No quería separarme de él. Además, solo faltaba un día para regresar a casa y enfrentar mi cruel realidad: un compromiso de matrimonio del que no estaba de acuerdo y una profesión que solo había estudiado para complacer a mis padres. Quizás después de este fin de semana no tendría otra oportunidad de ver a Luis José. Así que decidí vivir el momento y ser feliz, aunque fuera solo por una noche. (…) Crucé el umbral de la habitación de Luis José, sintiendo que mi cuerpo vibraba como si tuviera electricidad. La luz tenue de la lámpara delineaba nuestros rostros, y nuestras miradas se encontraron en un silencio cargado de deseo. —¿Qué es lo que ocultas, Luis José? —susurré sintiendo que estaba al borde de descubrir algo más allá de su apariencia encantadora. Él se acercó mientras sentía su aliento rozando mi piel. Sus ojos brillaban tratando de ocultar un secreto que no estaba dispuesto a revelar. —No soy quien crees que soy, Ana Paula. Hay mucho más en juego aquí —murmuró, y sus labios casi rozan los míos. El misterio se espesa en la habitación, mientras yo me debato entre la razón y la pasión. ¿Quién es realmente Luis José? ¿Qué oscuros enigmas esconde bajo esa sonrisa cautivadora? Antes de que pueda formular más preguntas, él me atrae hacia sí, y nuestros labios se encuentran en un beso que desata tormentas en mi interior. El tiempo se detiene, y me abandono al deseo y al peligro. Pero justo cuando la pasión amenaza con consumirnos, Luis José se aparta, dejándome con los labios hambrientos y el corazón en un precipicio. —Mañana, Ana Paula. Mañana te contaré todo —promete, y su mirada ardiente me atraviesa. Y así, con el misterio sin resolver y el deseo latente, me hundo en las sábanas de la habitación desconocida. El encuentro casual se ha convertido en algo más profundo, y sé que mi vida está a punto de dar un giro inesperado. (…)Después de ceder al deseo y a la atracción que ambos compartíamos, nuestros cuerpos se fundieron en una unión intensa. Después de habernos dejado llevar por nuestros instintos, habíamos quedado exhaustos, y sin darnos cuenta nos quedamos dormidos hasta el día siguiente. Las palabras compartidas en la intimidad revelaban una conexión profunda. Pero antes de que yo pudiera responder a la pregunta que el me había hecho sobre si tenía a alguien más en mi vida, mi celular sonó, interrumpiendo el momento. Era una llamada urgente de una de mis amigas que estaba preocupada porque no había llegado a dormir a la habitación. — ¡Hola! —Ana Paula, ¿dónde estás metida? Tu madre ha llamado un montón de veces y dice que no puede comunicarse contigo. Además, recuerda que debemos salir dentro de un par de horas hacia Ciudad de México. —¿Ah, sí? Tranquila, todo está de maravilla. Me comunicaré con ella, y no te preocupes, ya voy a la habitación. —Colgué la llamada y me dirigí a Luis: — Lo si
Luis José se quedó en shock, sin palabras. No podía explicar nada; había ocultado su matrimonio. Pero el problema más grave era saber que estaba casado con mi hermana Abril.—Ana Paula, por favor, tenemos que hablar, pero no aquí. Las cosas no son como las imaginas. —¿Hablar? ¿Crees que hay algo que decir después de esto? No tengo nada que hablar contigo, pero sí con mi hermana. No merece tener a un canalla como tú a su lado. —¡No, por favor! No armes un escándalo. Eso mataría a tu hermana. —¿Y por qué no pensaste en eso antes de meterte en la cama conmigo? —Te juro que no sabía que tú y Abril eran hermanas. Casi nunca hablaba de su familia. Después de que tus padres se opusieron a nuestro matrimonio, ella quiso desligarse de todo. —¿Pero acaso hacía falta que lo supieras? El punto es que le fuiste infiel, y desgraciadamente fue conmigo. Tengo que decírselo inmediatamente. No puedo quedarme callada con una canallada como esta. —¡No, por favor! No puedes hacerlo. —¿Y quién me lo
La atmósfera vibrante de la fiesta de cumpleaños se prolongó hasta el amanecer. Me vi atrapada, atendiendo a los invitados, entre ellos los padres de Nelson, mis futuros suegros, cuyos ojos brillaban de felicidad al saber que ya teníamos fecha para la boda. Lo que había comenzado como una celebración de mi cumpleaños se convirtió en mi peor pesadilla. El compromiso matrimonial eclipsó lo que debió ser el día más especial. Sin embargo, la verdadera tormenta se desató cuando mis ojos se encontraron con los de un hombre atractivo, solo para descubrir que era el esposo de mi hermana. El amor prohibido floreció en mi corazón, una espina que se clavó profundamente dejando una herida muy dolorosa. Ansiaba el final de la fiesta, deseando encerrarme en mi habitación durante los próximos 50 años. (…) Al día siguiente… La luz del día se filtraba a través de las cortinas, y yo seguía atrapada en mi habitación. No quería enfrentar el mundo exterior, pero Abril, como en los viejos tiempos
Nelson nos observó a ambos con recelo después de haberle dado la devastadora noticia sobre la enfermedad de mi hermana. A pesar de la gravedad de la situación, su desconfianza hacia Luis José era evidente. Había algo en él que no le inspiraba confianza, y Nelson no estaba tan lejos de la verdad.—Lamento mucho lo de tu hermana —dijo Nelson—. Espero que todo se solucione. Pero me imagino que no les molestará que los acompañe. Entre los tres podremos conversar mejor sobre el problema de Abril, ¿no crees, cariñito? Además muy pronto seré parte de tu familia, por lo que todo lo que pase con ellos me concierne. Mis manos temblaban, y la ansiedad me helaba por dentro. Sentía que mis piernas flaquearían en cualquier momento y me desplomaría al suelo.—No es necesario, Nelson —respondí—. Luis José y yo ya hemos terminado de hablar. De hecho, iba de salida cuando entraste al café. Luis José enseguida intervino para apoyar lo que yo acababa de decir:—Tienes razón, Ana Paula. Abril debe estar
Ese día, al regresar a casa, me sentía impotente y afectada tras la conversación con Luis José. Había confirmado el delicado estado de salud de mi hermana Abril, y aunque lo amaba profundamente, no podía ignorar que él era su esposo. La situación me obligaba a mantenerme callada y alejarme de él para siempre. — Ana Paula, por fin llegas. Papá y mamá preguntaron por ti. Nos invitaron a almorzar en el club, pero no respondías el celular. — Lo siento, Abril, pero no me siento bien. Me retiro a mi habitación. — ¡Espera! Mira cómo tienes el pie inflamado y sangrando. El dolor de la herida era indescriptible. Me había olvidado de cuidar la herida debido a mis preocupaciones. — Debes curarte esa herida, Ana Paula. Debería decirle a Luis José que te examine. — ¡No! No es necesario, yo puedo hacerlo. — ¿Por qué no? Luis José es un excelente médico. Aunque aún no se ha especializado, estás en buenas manos. — No quiero molestarlo. Puedo cuidarme sola. Ver a Luis José junto a mi hermana m
La tensión en la habitación era palpable, como si el aire mismo se hubiera vuelto denso y cargado de secretos. Y me sentía atrapada en un torbellino de emociones, me debatía entre la culpa y el deseo prohibido que me consumía lentamente. Luis José, tratando de apaciguar la ola de coraje que se veía en Nelson, intentó calmar las aguas antes de que la situación empeorara. Mientras yo después de aquel beso que me había estremecido, no podía evitar sentirme culpable y traidora. Mis ojos se encontraron con los de Nelson, quien me miraba con una mezcla de confusión y celos al mismo tiempo, sin tener la certeza real de lo que estaba sucediendo. — Nelson, no es necesario que adoptes esa actitud —dijo Luis José, con voz firme—. Pero solo estoy en la habitación de Ana Paula para curarle la herida en el pie. Se le salió un punto y había que suturar de nuevo. Nelson, con sarcasmo, respondió: — ¡Ah claro! Se me había olvidado que eres médico. Qué amable de tu parte, ¿no crees, cariñito? Es bue
Regresando a casa, el silencio pesaba en el auto. Mi madre, al volante, parecía esperar una respuesta que yo no podía articular. Lo que debió ser un motivo de alegría se había convertido en mi peor pesadilla: el hijo que llevaba en mi vientre era el resultado de un pecado, cometido sin saber lo que estaba haciendo. — Pero hijita, desde que salimos del consultorio del doctor, no has dicho una sola palabra. ¿Acaso no te da gusto que vas a ser madre? — mi madre rompió el silencio con preocupación. — Yo… la verdad es que yo…no me esperaba esto — balbuceé, luchando contra las lágrimas. — Bueno hija, es lo más lógico que podía pasar si tú y Nelson no se cuidaron. Ahora lo importante es que hablemos con Nelson para adelantar la boda para este mismo fin de semana; no podemos dejar que pase más tiempo. — ¿Qué? ¿Decirle a Nelson? ¿Casarme este fin de semana? ¿Pero te volviste loca, mamá? — exclamé, sintiendo que su presión me estaba aplastando por completo. Mi madre frenó el auto de repente
Luis José manejaba el automóvil mientras yo me perdía en mis pensamientos. Muchas cosas rondaban mi mente, pero una en particular persistía desde que supe de mi embarazo. El silencio entre nosotros se prolongó hasta que estacionó el auto en un mirador, revelando una vista impresionante de la ciudad. La paz y la calma del lugar me tranquilizaron, y el contacto con la naturaleza me hizo sentir un poco más serena. —Bajemos del auto. — dijo Luis José. —Respirar aire puro te ayudará a calmarte para que podamos hablar. .Sin pronunciar palabra, descendí del vehículo. Estaba exhausta de llorar y de no dormir desde que descubrí que el hombre del que estaba enamorada era el esposo de mi hermana. Nos sentamos en unas rocas cercanas al auto. El silencio se prolongó, una eternidad para mí. Luis José esperó pacientemente hasta estar seguro de que estuviera un poco más tranquila; hasta que finalmente rompió el silencio: — ¿Podemos hablar? ¿Te sientes mejor? — Sí. — ¿Es mi hijo el que esp