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2. Hasta que la muerte nos separe

—¿Por qué tengo que casarme con él, padre?

Acababan de enterrar a su hermana gemela y ahora tenía que procesar las palabras de su padre cuando su corazón estaba completamente roto.

—Debes tomar el lugar de Natalya, tienes que casarte con Dimitry, eso es lo único que necesitas saber.

—Pero Dimitry no me ama, él y yo…

—¡¿Por qué hablas de amor?! ¡No digas estupideces Satarah! ¡Necesitamos este vínculo con los Romanov, antes no me importaba que pasaras el tiempo escondiéndote de todos, pero las cosas han cambiado y te juro que si no haces lo que te digo lo pagarás!

Su padre apretó sus hombros con violencia mirándola como un desquiciado mientras que le gritaba.

“No llores Satarah, eso solo lo enfurecerá más.”

—Pero estoy segura de que Dimitry no querrá casarse conmigo. Era a mi hermana a quien quería.

—Te asegurarás de hacerlo cambiar de opinión. Esta noche te pondrás el vestido más hermoso que tengas. La Bratva se reunirá, no me falles Satarah, no te atrevas a arruinarlo.

Cuando su padre la soltó, ella enseguida corrió a resguardarse en su habitación. Por fin dejó caer las amargas lágrimas que llevaba horas aguantando desde que supieron que su hermana estaba muerta porque los Alekseev no se permitían mostrarse débiles. Si su padre la hubiera visto así le habría dado una paliza.

—Natalya, te extrañaré tanto hermana.

Satarah estaba segura que todos a su alrededor habrían querido intercambiar a las hermanas y que fuera ella la que estuviera en el lugar de su gemela. Sus padres siempre habían estado orgullosos de Natalya quien era la hija perfecta. No había nada que ella hiciera mal lo que hizo que Satarah creciera manteniéndose alejada de la vista de todos.

Era el patito feo y estaba bien con eso.

—¿Qué voy a hacer sin ti Lya?

Con la necesidad de distraer su mente tomó un libro y se dirigió al jardín. Sumergida en la lectura no se percató por dónde caminaba estampándose contra un pecho musculoso.

—Ay.

Estúpidamente cayó al suelo y no tardó en alzar la mirada viendo al gigante de pie frente a ella mirándola con la misma expresión de hastío con la que siempre le veía.

—Nunca es tarde para hacer el ridículo, algo típico en ti ¿no?

Sus manos en los bolsillos con aquella actitud desdeñosa y superior, sumado a la ceja arqueada lo hacían ver más atractivo e interiormente Tarah se reprochó por aquel pensamiento.

Dimitry le tendió la mano y ella casi la golpeó, pero en su lugar decidió levantarse por su cuenta observándolo de manera fulminante.

—Imbécil.

—¿Dijiste algo?

—¿Qué haces aquí?

Una vez más aquella perfecta ceja se arqueó mientras los ojos de él la analizaban. 

—Obviamente no vine por ti, si es lo que estás preguntando.

Él pasó por su lado dejando un rastro de perfume masculino en el aire.

Tarah apretó la mandíbula. Su relación con Dimitry siempre había sido así. Los dos se repelían desde que eran niños, caso contrario a su relación con Natalya. Por eso no entendía cómo quería su padre que se casara con el hombre que había hecho de su vida un infierno desde que era una niña.

—Haga lo que haga Dimitry nunca se casará conmigo. Tarde o temprano mi padre lo entenderá.

*

DOS SEMANAS DESPUÉS:

Satarah se encontraba sin aliento caminando firmemente aferrada al brazo de su padre. Todo a su alrededor parecía irreal.

—Sonríe —gruñó su padre despertándola de la horrible realidad.

¿De verdad iba a casarse con Dimitry?

Ni siquiera sabía cómo había sucedido, aquellas dos semanas habían transcurrido como un borrón espantoso. Ni siquiera había podido llorar a su hermana.

Sonrió a duras penas fingiendo mientras que sus ojos se clavaban en él. Dimitry la miraba con la frialdad más cruel, ni siquiera se esforzó por fingir un poco.

—Papá, yo…

—Cállate o te oirán.

Las pupilas del líder de la mafia más peligrosa de Rusia la observaron con seriedad al llegar a su lado, pero por su expresión parecía satisfecho con su estilismo.

—Dimitry, cuida de mi hija.

—Es mi deber —le recordó casi con sorna.

Los hombres de la mafia se decían a sí mismos hombres de honor y una de las principales reglas era la protección a los suyos, sobre todo, a las esposas.

Satarah se quedó en silencio al lado de Dimitry sintiendo ligeramente como sus brazos se rozaban inocentemente. Ni siquiera pudo escuchar la mitad de lo que el sacerdote decía.

Todo en lo que podía pensar era en que estaba usurpando el lugar de su hermana. Estaba casándose con un hombre que la despreciaba.

—¿Acepta a Satarah Alekseev como su esposa? 

La voz de Dimitry pareció más ronca al hablar aunque su semblante estaba sin expresión.

Ella nunca podía imaginarse qué estaba pensando aquel hombre.

—Acepto.

Satarah cerró los ojos por un momento como si aquello fuera a sacarla de la realidad que estaba viviendo.

—¿Señorita Alekseev?

El llamado del sacerdote la hizo sonrojar pero se horrorizó al ver cómo la observaba Dimitry. Parecía a punto de matarla.

—Y-yo acepto.

“Cómo será mi vida después de esto.”

—Entonces los declaro marido y mujer, hasta que la muerte los separe. Puede besar a la novia.

Ella inhaló bruscamente abriendo los ojos con sobresalto.

¿Cómo había podido olvidar aquel detalle?

No sabía cómo reaccionar pero fue Dimitry quien lo hizo por ella. Sin que lo esperara, la acercó a su pecho sin nada de sutileza. Se inclinó sobre ella, aún así Tarah seguía siendo mucho más baja que él.

—¿Qué haces? —susurró con un hilo de voz.

Dimitry atrapó su barbilla con su dedo índice y pulgar, su aliento chocó contra el suyo.

—Lo que todo marido hace, besar a la novia.

Sin más preámbulos la besó casi con posesividad, proclamándola suya frente a todo, aunque estaba lejos de serlo. Temblorosa Tarah intentó corresponder aquel beso, su vientre se tensó experimentando una emoción indescriptible, sin embargo, tan rápido como la besó, Dimitry se apartó mirándola a los ojos de manera penetrante y sombría.

—Hasta que la muerte nos separe, Malyshka.

Repitió aquellas palabras del sacerdote y ella no pudo evitar estremecerse frunciendo el ceño. Ruborizada con el corazón latiendo fuertemente se apartó de él escuchando los aplausos.

“Todo es una farsa. Debes grabártelo en la cabeza, Satarah.”

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