80. Miedos

Los días posteriores a la propuesta de Chasse fueron una mezcla de emociones. Por un lado, estaba emocionada. El anillo en mi dedo era un recordatorio constante de que estábamos avanzando hacia algo real, algo que ambos queríamos construir juntos. Pero por otro lado, el miedo comenzaba a instalarse. No podía evitar pensar en los errores del pasado, en las promesas rotas y en las heridas que aún intentábamos sanar.

Emma, por supuesto, estaba emocionada. Desde el momento en que le contamos la noticia, no había borrado la sonrisa de su rostro. Como si supiera que lo que estaba por suceder cambiaría por completo nuestras vidas, como si lograra entender que finalmente seríamos una familia.

Sus actos eran pura dulzura, pero también pesaban en mi corazón. Quería que esta vez fuera diferente, no solo por mí, sino también por ella. No podía fallarle.

Una semana después de la propuesta, Chasse sugirió que comenzáramos a planear la boda.

—No quiero que sientas que hay prisa —dijo una noche mien
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