33. Peso

A pesar de que el sol brillaba, su luz parecía más dura de lo habitual, como si incluso el mundo exterior reflejara la agitación que sentía. Chasse no había dormido mucho después de la reunión con ese hombre, y yo tampoco. Ambos sabíamos que estábamos entrando en un terreno peligroso, uno donde cualquier paso en falso podría tener consecuencias irreparables.

Me levanté temprano y bajé a preparar el desayuno. Intenté enfocarme en las pequeñas tareas: batir los huevos, tostar el pan, llenar las tazas de café. Sin embargo, mi mente no dejaba de divagar, recorriendo todas las posibilidades de lo que podría suceder.

Mientras colocaba los platos en la mesa, escuché los pasos de Chasse bajando las escaleras. Parecía agotado, pero su porte seguía siendo el de un hombre acostumbrado a llevar el peso del mundo sobre sus hombros. Su camisa estaba ligeramente arrugada, y su cabello, usualmente perfecto, tenía un desorden encantador que delataba su falta de sueño.

—Buenos días —dijo con voz ronca
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