38. Un Viaje

El aire olía a sal y a promesas de tranquilidad. Podía escuchar el sonido rítmico de las olas rompiendo en la orilla incluso desde nuestra suite. Estábamos en una pequeña isla tropical que apenas aparecía en los mapas, lejos del caos y las preocupaciones que habíamos dejado atrás.

Chasse había cumplido su promesa: unas vacaciones, solo él y yo. Un lugar donde nada ni nadie pudiera interrumpirnos. Habíamos aterrizado temprano en la mañana, y tras un breve trayecto en bote, habíamos llegado al resort. La vista era como de postal: arena blanca, aguas cristalinas y una cabaña privada que se asomaba directamente al océano.

Mientras deshacía las maletas, no podía evitar sentirme ligera. Era como si esta isla no solo estuviera aislada del mundo, sino también de los problemas que habíamos enfrentado. Ese viaje era más que una escapada, era un reinicio, una oportunidad para redescubrirnos.

—¿Listas tus cosas? —preguntó Chasse desde la puerta, con una sonrisa relajada que hacía mucho no veía en
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