Capítulo3
El hombre tenía una expresión serena, y sus labios apenas se entreabrieron, cuando dijo:

—Primero guardaré el certificado de matrimonio.

Mientras hablaba, el hombre tomó el certificado de matrimonio de las manos de la joven.

Laura, un tanto distraída, observó cómo el hombre guardaba los dos certificados de matrimonio. Tragó saliva, con dificultad, y preguntó con indiferencia:

—¿Te llamas Diego?

Cuando había mirado el certificado de matrimonio, había visto el nombre de aquel sujeto, por lo que deseaba asegurarse si no había leído mal.

El hombre le dedicó una mirada suave, asintió levemente a modo de respuesta.

—Alejandro, primero lleva a la señora a casa —dijo Diego con una sonrisa.

El rostro de Laura se sonrojó ligeramente al oír la palabra señora.

Ella agitó la mano, reprimiendo las extrañas sensaciones que se despertaron en su corazón.

—¿Mañana puedes acompañarme a una boda?

—Por supuesto. —Diego levantó la comisura de los labios y asintió con la cabeza, mientras se subía ágilmente a su automóvil.

Laura se quedó atónita por un momento; no esperaba que el hombre aceptara tan fácilmente.

¿Era posible que, al tener el certificado de matrimonio en su poder, él se volviera complaciente?

—Sube —la voz profunda y agradable del hombre resonó desde el interior del coche.

Laura se montó en el vehículo, un tanto confundida. Durante todo el trayecto, el interior del automóvil se mantuvo extrañamente silencioso.

Después de media hora, Alejandro no pudo soportarlo más y preguntó:

—Señora, ¿dónde vive?

Laura volvió en sí y le dio la dirección.

Diego levantó las cejas, el lugar estaba bastante cerca de su mansión.

El coche se detuvo lentamente frente a la casa de la familia Pérez.

Laura bajó del vehículo y saludó a Diego:

—Adiós, Diego García.

Diego se quedó atónito por un momento. Era la primera vez que alguien le llamaba por su nombre completo, y sonaba bastante bien.

Asintió con la cabeza, como dando su aprobación.

Alejandro, por otro lado, estaba sudando frío frente al volante. Aquel había sido un día extraño. Su jefe no solo había obtenido un certificado de matrimonio con una mujer desconocida, sino que también había permitido que lo llamaran por su nombre. Lo más sorprendente era que no parecía enojado, sino más bien contento.

Laura respiró profundo al ver su hogar. Aunque sintió un escalofrío en su corazón, dio un paso adelante y se dirigió hacia la casa.

Observando la figura forzadamente tranquila de la chica, los ojos de Diego se entrecerraron.

Cuando el coche se puso en marcha, Diego le ordenó a Alejandro:

—Ve a casa, y averigua más sobre la señora.

—Entendido —respondió Alejandro, sin cuestionamientos.

—Señorita, ha regresado —la criada, Helena, saludó a Laura, quien acababa de entrar—. El señor y la señora están esperándola en la sala de estar.

Laura asintió con la cabeza y entró con indiferencia.

Al ver a sus padres sentados en la sala de estar, el corazón de Laura se enfrió poco a poco.

—Laura, ya sabes sobre Sofía y Carlos —repuso la elegante mujer de mediana edad, mirando a Laura con nerviosismo.

La mirada de Laura se volvió fría, mientras tomaba asiento frente a sus padres.

—Papá, mamá, ¿ustedes ya sabían sobre Sofía y Carlos? —preguntó con calma.

Jorge Pérez parecía incómodo de enfrentarse a la pregunta de su hija, pero no le quedó más remedio que asentir con dificultad:

—Laura... —titubeó.

—Laura, mañana es la boda de tu hermana con Carlos. ¡Asegúrate de asistir! —dijo Elena, interrumpiendo a su esposo y mirando a su hija mayor, expectante.

Laura sintió náuseas. Miró atónita a sus padres, descubriendo le resultaban sumamente extraños.

Jorge también asintió y suspiró.

—Laura, Sofía ha tenido problemas de salud desde pequeña. Como hermana mayor, deberías ceder un poco. Puedes encontrar a alguien mejor.
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