Capítulo7
—Está bien, come, son todos platos característicos de este lugar —dijo Diego, sonriendo mientras le servía a Laura. Tomó un poco de cada plato y, a continuación, agregó, riendo—: Pruébalo.

Laura estaba sorprendida. Después de tantos años, esta era la primera vez que alguien le servía.

Bajó la cabeza, tomó los cubiertos y dio un bocado. La pesada sensación en su corazón se alivió de inmediato.

La comida era realmente deliciosa, lo que hizo que Laura, que normalmente no tenía apetito, comenzara a disfrutar de la comida.

Viendo a la mujer frente a él comer con apetito, Diego se relajó y comenzó a hacer lo mismo con gracia. Intentó adaptarse al ritmo de la joven, por lo que ambos dejaron los cubiertos a la vez, al finalizar.

—He terminado, ¿y tú? —preguntó Diego con una sonrisa, ofreciéndole una servilleta.

Laura se ruborizó, tomó la servilleta y forzó una sonrisa.

—Sí, también he terminado.

—Muy bien, entonces, vamos a casa —dijo Diego casualmente.

Laura vaciló por un momento y finalmente rechazó:

—No es conveniente.

Diego se levantó, la tomó de la mano y caminaron hacia la recepción.

—Espérame afuera, estaré allí en un momento —le pidió a Laura.

Laura asintió, sintiéndose un poco aturdida. Antes, cuando salía a cenar con Carlos, era ella quien siempre pagaba la cuenta mientras él esperaba afuera.

Pensar en ello, ahora, le parecía bastante patético.

Diego pagó la cuenta y notó que Laura no estaba de buen humor.

—¿Qué pasa? ¿No te sientes bien? —le preguntó, intrigado.

Laura volvió en sí, negó con la cabeza y dijo:

—Vamos.

Cuando llegaron al automóvil, Diego abrió la puerta y le indicó a Laura que subiera. Aunque dudaba en ir a casa de Diego, prefería no regresar la suya, la cual estaba llena de indiferencia.

El coche se detuvo frente a La Rosaleda, y Laura, al bajarse del coche, quedó completamente impresionada.

Aquel es un distrito de Ciudad del Río conocido por las personas ricas que allí residían.

«¿Qué clase de persona es este hombre?», se preguntó.

Al ver la expresión de duda en el rostro de Laura, Diego levantó las cejas y sonrió.

—Vamos, date un buen baño y duerme bien. Mañana te acompañaré a la boda de tu hermana.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Laura y, sorprendida, miró al hombre que sonreía frente a ella.

Diego no dijo nada, simplemente tomó a Laura de la mano y la llevó hacia la mansión.

Cuando María, el ama de llaves, vio que el señor había llevado a una mujer a casa, no pudo dejar de sonreír.

Después de que Diego presentó a ambas mujeres, María sonrió y dijo:

—Señora, ¿por qué no toma un baño primero? Será muy reconfortante.

Laura asintió, dado que realmente quería un baño. Tal vez así podría dormir bien por primera vez en mucho tiempo.

Mientras Laura subía con María, Diego sacó su teléfono y marcó un número.

—Prepárame un pijama de talla M y un elegante vestido, el mejor que tengas. Tráelo en veinte minutos —ordenó, en cuanto se estableció la conexión.

—Señor... —dijo Alejandro, antes de que Diego colgara la llamada, sin permitirle continuar.

Alejandro pensó que veinte minutos era muy poco tiempo. Sin embargo, no le quedaba más remedio que hacerlo. De lo contrario, lo que lo esperaba, si no lo hacía, era algo mucho peor que ser destinado realizar trabajos forzosos durante el resto de su vida.

Cuando María salió de la habitación, tras dejar a Laura para que tomara un baño, no pudo evitar entrecerrar los ojos por la felicidad que sentía.

«El señor finalmente se ha dado cuenta», pensó. «Wow, incluso obtuvo un acta de matrimonio. Tengo que contarle esto a la señora».

Sin embargo, en el momento en el que bajaba las escaleras, se encontró con la expresión fría de Diego.

María sonrió.

—Señor, si la señora se entera de que se ha casado, seguramente se pondrá muy feliz.

No obstante, María no esperaba que Diego le respondiera con total indiferencia:

—Por ahora, no dejes que la abuela sepa que me he casado.
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