Capítulo6
Diego miró la cara de sorpresa de Laura, un destello de luz pasó por sus ojos, y en voz baja le recordó:

—Solo estoy tomándote de la mano, ahora eres mi esposa.

Laura parpadeó y lo observó con precaución.

—Pero no nos conocemos.

Sin embargo, a Diego, las palabras de Laura no le importaron en lo más mínimo.

—Nos familiarizaremos gradualmente —repuso con una sonrisa—. No te preocupes, te enamoraré, te haré disfrutar de las hermosas experiencias del amor. Eres la primera mujer por la que tomo la iniciativa de enamorar.

Aunque él no sabía cómo enamorar a una mujer, ni sabía cómo se sentía estar enamorado, estaba dispuesto a, al menos, intentarlo.

Laura no sabía por qué, pero, a pesar de que este hombre hablaba con orgullo, sus palabras sonaban cálidas a sus oídos.

—¿Nunca has enamorado a una mujer?

—Tú eres la primera y serás la última.

Laura miró sorprendida a aquel hombre que, si así lo quería, podría cautivar a cualquier mujer, y no pudo evitar sonreír irónicamente. Hacía unos años, alguien le había dicho algo parecido, ella le había creído y había perdido de manera miserable.

—Debo decirte que el hombre al que he amado durante cinco años también me dijo esas palabras, y ahora me ha traicionado para casarse con otra mujer. Hace cinco años, creí en esas palabras y perdí de manera desastrosa. ¿Acaso crees que voy a creerte?

—¿Me estás comparando con un hombre despreciable? —preguntó Diego, alzando una ceja.

Laura se quedó sorprendida por un momento, luego se rio con nerviosismo.

—Lo siento, fue mi error. No quería compararte.

La risa de Laura hizo que los ojos de Diego destellaran con una luz profunda. Acto seguido, tomó la mano de la joven y la llevó hacia el interior de la tienda.

Laura dejó de sonreír, con una expresión indiferente en su rostro.

¡Qué sorpresa que el jefe apareciera de repente y pusiera nervioso al gerente, quien se apresuró a llegar ante Diego! El hombre intentó hablar, pero Diego lo detuvo de inmediato.

—Ve a la sala privada —le indicó al gerente en voz baja, luego se volvió hacia Laura con una sonrisa y preguntó: —¿Te gusta la comida picante?

«Cuando estaba con Carlos, nunca comía picante para adaptarme a su gusto. Ahora, después de dejar a ese desgraciado, no quiero seguir sacrificándome», pensó Laura, mientras asentía con la cabeza.

Diego miró al gerente y ordenó:

—Ve a prepararla.

—Sí —respondió el hombre y rápidamente se alejó, dispuesto a cumplir con lo ordenado.

Al ver la reacción del gerente, Laura miró a Diego y no pudo evitar decir:

—Parece que te tiene miedo.

—¿De verdad? Debes haberlo malinterpretado —repuso Diego casualmente, guiando a Laura hacia el reservado que le habían preparado.

A pesar de lo concurrido que estuviera Palacio del Lujo, siempre le reservaban un espacio, pero no cualquiera, sino: la mejor.

Una vez que ambos tomaron asientos, Diego comenzó a trabajar en su teléfono.

Laura sacó servilletas y limpió la mesa, poco antes de que el camarero les acercara dos juegos de platos y de cubiertos, así como una jarra de café.

Laura empezó a limpiar los platos y cubiertos con naturalidad, y sirvió café para ambos.

Después de vivir tres años en el extranjero, se había acostumbrado a hacer todo por sí misma.

Sí, todo lo hacía ella misma, incluso cuando estaba enferma y debía inyectarse.

Muchos compañeros de clase decían que, a pesar de tener novio, su vida no era diferente de la de una soltera.

Y así era, Carlos siempre decía que estaba ocupado y no tenía tiempo para ella, por lo que a ella no le quedaba más remedio que cuidarse sola.

Laura sacudió la cabeza involuntariamente. Por supuesto que estaba ocupado, ocupado saliendo con Sofía, ocupado comprándole ropa a Sofía y ocupado acostándose con Sofía.

Y ella, tontamente, le había creído. Al final, su comprensión y su paciencia solo habían derivado en que Carlos la traicionara.

Laura suspiró.

Cuando Diego dejó su teléfono, ya había seis platos en la mesa. Frunció el ceño al ver a la mujer suspirando y preguntó:

—¿No te gusta la comida?

Laura volvió en sí y miró los platos ya servidos. Sacudió ligeramente la cabeza y respondió:

—No, no es eso. Lo siento, estaba pensando en otras cosas.
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