Capítulo4
Desde pequeña, sus padres le habían pedido que le cediera sus muñecas de trapo a su hermana, porque a ella le gustaban. Decían que la salud de Sofía no era buena, por lo que, como hermana mayor, debía ceder más y cuidarla más.

Ni siquiera había podido usar los vestidos que se había comprado, porque, como a su hermana le gustaban, había tenido que cedérselos.

Incluso su hermana le había arrebatado las fotos autografiadas de su estrella favorita.

Eso por no decir que también había hecho lo mismo con el hombre que había amado durante los últimos cinco años.

Pensando en esto, Laura sintió que el corazón se le retorcía en el pecho.

Las lágrimas pugnaban por brotar, pero ella hizo todo lo posible por reprimirlas.

Ella levantó ligeramente las comisuras de los labios, esbozando una sonrisa amarga.

—Papá, mamá, ¿cuándo empezaron Sofía y Carlos a estar juntos?

—Fue en el año en que te fuiste a estudiar al extranjero. —El rostro de Elena se puso rígido, volteando la cabeza, avergonzada.

Laura sintió un tirón en su corazón y su rostro palideció. ¡Así que se conocían desde hacía tiempo!

Cuatro años atrás, ella se había marchado a estudiar al extranjero y había estado fuera durante tres años, por lo que había regresado hacía tan solo doce meses.

Ella era realmente tonta, ese hombre y esa mujer despreciables habían estado juntos a sus espaldas durante cuatro años, y ella ni siquiera se había dado cuenta.

«Ja, ja, este es el hombre que ha amado durante cinco años», pensó Laura.

Había estado enamorada de aquel sujeto durante cinco años. ¡Parecía broma!

Jorge miró a su hija mayor, que lucía pálida y desolada, y suspiró, impotente.

—Laura, solo perdona a tu hermana esta vez. Después de todo, se gustaban mutuamente. Carlos ha dicho más de una vez que le gusta Sofía. Solo te ocultamos esto porque temíamos que te entristecieras.

¿Temían que se entristeciera? ¿No se sentía triste ahora? Aquello era simplemente ridículo.

Laura cerró los ojos y, al abrirlos de nuevo, estaban llenos de indiferencia, sin un ápice de calidez.

Se levantó y, exhausta, se dirigió a su habitación en el segundo piso.

—Laura, mañana es la boda, ¡debes asistir, tu hermana necesita tu bendición! —gritó Elena, desde abajo, mientras veía que Laura iba a entrar a su habitación.

Laura levantó ligeramente la comisura de los labios y esbozó una fría sonrisa.

—Está bien, iré mañana.

Después de decir eso, cerró la puerta de un golpe, incluso le echó llave.

Se apoyó débilmente en la puerta y se deslizó hacia abajo.

Su cuerpo se sentía como si alguien hubiera drenado toda su fuerza. Se sentía increíblemente desesperanzada.

En La Rosaleda, una villa de lujo.

Diego miró el montículo de información sobre Laura que tenía frente a él, tomó el primer folio entre sus manos y comenzó a leer.

Su ceño se frunció una y otra vez, hasta que, al final, arrojó la pila de documentos con fuerza sobre la mesa. A continuación, sacó el teléfono y marcó el número de Laura.

El tono de llamada sonó durante un largo tiempo sin obtener respuesta. Sin embargo, Diego no se dio por vencido y lo intentó una y otra vez, con el mismo resultado.

En su habitación, el teléfono de Laura comenzó a sonar. Sin embargo, ella no estaba de ánimos para contestar. No obstante, cuando se cortó la llamada e inmediatamente comenzó a sonar de nuevo, no le quedó más remedio que extender la mano y darle a la opción de contestar. Sin embargo, antes de que pudiera hablar, escuchó la voz profunda y urgente de un hombre al otro lado de la línea.

—¿Tienes tiempo para cenar conmigo?

La frialdad que envolvía a Laura, desapareció en cuanto escuchó aquella voz, por lo que no tardó en aceptar:

—Sí —dijo sin rodeos.

—Espérame, estaré allí en diez minutos —dijo Diego, mientras se colocaba el saco del traje.

Un par de minutos después, la llamada se desconectó, y Laura miró su teléfono, sonriendo en silencio.

Se levantó, se lavó la cara, se puso una camisa negra y un chaleco gris, y, tras tomar su bolso y su teléfono, bajó las escaleras, rumbo a la salida; en el mismo momento en el que un lujoso coche deportivo se detenía frente a la casa.
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