Capítulo 2

Capítulo 2.

Cuando abre los ojos se siente mareado, pero está cómodo en donde está. Como si estuviera flotando en el aire. Siente con el tacto de sus dedos las sábanas suaves.

Pero son ásperas a la vez, por lo que nota que son bastante baratas en calidad.

Tras levantar los parpados, visualiza un cabello castaño que se mueve a medida que está haciendo sabe qué cosa. Luego una bata blanca, un par de manos frágiles con uñas perfectas. Posee anillos, pero ninguna delata que esté casada o con algún compromiso.

 Y ni siquiera sabe por qué está viendo eso.

Hasta que recuerda la emboscada en aquel edificio sucio, polvoriento, con los cristales de las ventanas rotas, lleno de ratas. Como asesinó al enemigo de su tío, la cantidad de sujetos que aparecieron luego y como se ensañaron para atacarlo a sangre fría con navajas.

Mark reacciona queriendo levantarse de la cama luego de un sobresalto, pero la chica le pone las manos en el pecho impidiéndoselo.

—Oye, oye tranquilo—ella lo calma—. Vas a estar bien. Quédate quieto o puedes arrancarte la vía—el sujeto nota que tiene en su muñeca suero.

—Necesito irme—insiste, mirándolo a los ojos.

—No, eso no va a pasar. Por favor, quédate quieto—insiste empujándolo a que se recueste de nuevo con las manos en los hombros del hombre.

—Nadie debe saber donde estoy—Mark lleva su mano a la frente, frustrado—. Maldición. Necesito irme.

—Lo haras cuando termine de pasarte el suero. Gracias a Dios no tuviste heridas graves como para intervenir—la chica le comoda las sabanas y lo arroba como si fuese un bebé, pero Mark se ofende y vuelve a destaparse el cuerpo con ayuda de su pie.

Luz resopla.

Mark nota que la habitación en la que está tiene las persianas bajas y nota que todo está a oscuras excepto por la luz que se escabulle por las rendijas de la antigua persiana.

La televisión está encendida, por lo que también ilumina algo de la habitación. Esta está en mute, pero puede ver que están pasando las noticias.

En cuanto focaliza en ella, siente nauseas.

—No me siento bien—se queja Mark—. Te juro que si abres la boca o si alguien se entera que estoy aquí, la primera en caer serás tú—amenaza a la doctora con las pocas fuerzas que tiene.

Luz no parece sentirse afectada por la gravedad de sus palabras.

—Sinceramente me interesa que te repongas y te vayas de mi vista—se ofende ella, mientras ve como gotea el suero.

El hombre alza las cejas por su indiferencia.

—Ah eres de esas doctoras que le importa una m****a la vida de los pacientes.

Luz sonríe con sarcasmo al oírlo tras cruzarse de brazos.

—Me importa muchísimo la vida de mis pacientes. No de los maleducados egocéntricos que no pueden agradecerme de que estén vivos—le reprocha.

—No voy a agradecerte por salvarme la vida. Se supone que es tu deber. Por algo tienes la bata.

Luz menea la cabeza como si el fuese un caso perdido.

—La falta de modales están a la orden del día—mira el reloj de su muñeca y calcula el goteo de la sonda—. Has sufridos varias cortadas profundas en las piernas, otras en los brazos y varias en el estómago. Las del estomago no fueron profundas y no te has muerto de milagro. Mientras dormías me ocupe de coser cada una de ellas.

—¿Alguien más sabe que estoy aquí? —Mark palidece.

—No.

No le cree y Luz lo sabe porque sigue a la defensiva.

—No voy a arriesgar a que me mates—agrega la doctora—. Después de todo, seguro serás mi último paciente.

—¿Cómo lograste ingresarme sin que nadie me vea? —la voz de Mark se endurece y chequea en toda la habitación si hay indicios de que esté su arma.

Incluso se da cuenta que ella le ha puesto una bata y sólo siente sus calzones puestos y sus medias. La doctora se ha ocupado de desnudarlo y vestirlo como paciente.

Se pregunta cuánto tiempo estuvo dormido. Asume que lo ha sedado para que no sienta mientras lo curaba y también el porqué de las náuseas.

La anestesia a veces te hace querer vomitarla.

—Tengo algunos colegas que me deben varios favores. Pensaba utilizarlos algún día, pero no creí que lo usaría para un mafioso como tú—se encoje de hombros.

Mark frunce el ceño.

—Vi tus tatuajes, algunos los reconozco. He tenido varios primos metidos en ese mundo y gracias a Dios no los he vuelto a ver—le cuenta Luz sin sentimiento alguno—. No debiste ser tan evidentes tatuándotelos.

Mark se rie ante la inocencia de la doctora.

—No me los he tatuado por placer—le responde él.

Luz lo mira a los ojos y ve la tristeza en los ojos del desconocido. Una tristeza que pretende ser tapada con la rudeza.

—Te desmayaste porque estás demasiado débil y por la cantidad de sangre que perdiste—Luz cambia de tema.

—Bien. Ahora necesito que me traigas una botella con agua y algo para que coma—le ordena el hombre sin esperar una respuesta negativa de su parte.

La doctora lo queda viendo con enfado.

—Sí, iba a traerte agua y comida, pero ahora que pienso la falta de modales que tienes, te hare esperar.

—¿Qué hiciste con mi arma? Porque te juro que esa respuesta no iba a salir de tu boca si te apuntaba con ella—el tono de su voz le causa un escalofrío a la doctora.

La doctora traga saliva, manteniéndose fría al igual que él. Camina hasta su bolso que está sobre un sofá y saca una botella de agua y un sándwich únicamente con queso.

Mientras ella hace eso, Mark se toma el tiempo de mirarla bien.

Es bonita, testaruda y algo rara en su comportamiento. No logra descifrarla del todo. Le gusta porque le genera intriga. Ninguna mujer le ha causado eso en la primera impresión.

Es de mediana estatura, ni muy bajita ni muy alta. Le sorprende el largo de su cabello castaño con alguno que otro mechón más claro que otro.

Es largo, sedoso y ondulado. La bata le sienta bien, define su cintura. Se pregunta cómo seria follarla con su uniforme de doctora puesto, con la bata abierta mientras sus pechos rebotan mientras él la penetra con fuerza.

La folla duro con ella en la camilla en la que él está.

De pronto nota que su miembro late y quiere crecer. La doctora se da la vuelta y se percata que Mark está inquieto en la cama y no sabe por qué.

Mark disimula la erección quitándose la almohada y dejándola sobre su regazo.

—No me gusta usar almohadas—se excusa él.

La doctora no le dice nada, se acerca a él y como puede le sube el respaldo de la cama con uno de los botones que hay al costado de esta.

Le da la botella y el sándwich a Mark y este lo agarra como puede debido a lo débil que está, pero ahora al menos ha recuperado el color normal de su cara.

La doctora se sienta en el sofá y mira como devora su comida.

Debe admitir que a pesar de que es un cretino tiene un aspecto buenísimo. Mark es la clase de hombres que encuentras en los calendarios de bomberos; musculoso, rudo, pero con cara atractiva que derrite hasta el hielo con los ojos.

Luz se cruza de piernas tras sentir el vibrar de sus partes íntimas. Ni siquiera sabe su nombre y tampoco le interesa saberlo porque eso la involucraría en cualquier cosa que esté metida él.

La doctora resume en su cabeza lo que acaba de pasar para mantenerse despierta ya que hoy a trabajado muchísimo y no se ha esperado a encontrar a un sujeto moribundo en el interior de su casa.

Luz llevó al desconocido a su clínica. Cuando él se despertó, no le dio las gracias, sino que la amenazó para que mantuviera su ubicación en secreto y le ordenó que le ayudara a asearse y a alimentarse. Ella se sintió molesta y discutieron. Sin embargo, si él hubiese tenido la pistola en la mano la hubiera matado.

Ella sabe que tiene que llamar a la policía, pero le tiene miedo porque lo siente seguro y tiene el presentimiento que esto no se trata de una simple pelea callejera. Hay algo turbio en él.

—¿Quién te ha herido? —le pregunta Luz.

—Eso a ti no te importa—le responde Mark con la boca llena y sin mirarla.

—¿Puedo saber al menos si vas a matarme en cuanto te recuperes?

—Eso depende de cómo te comportes conmigo, belleza.

Luz lo maldice por lo bajo, pero Mark está demasiado ocupado comiendo como para oírla.

Alguien golpea la puerta, ambos se tensan de inmediato y un silencio estremecedor se produce entre los dos.

—Doctora Martin, me han dicho que necesita un par de medicamentos—dicen al otro lado de la puerta.

—Dame la puta pistola—la amenaza Mark entre dientes en un susurro apenas audible.

Luz desea escapar de aquel sujeto, pero al pensar que este la triplica en tamaño, no le queda otra que ceder y darle la pistola que está en su bolso. Ni siquiera sabe cómo usarla, por lo que tampoco la usa para defenderse.

Una vez que le da el arma, Luz se dirige a la puerta con paso tembloroso y el corazón en la boca.

Es el mensajero que le entrega medicamentos todos los días. Si no abre la puerta, sera más sospechoso. Luz intentó pasar un mensaje al mensajero en secreto, pero éste no se dio cuenta. Además, el arma del mafioso estaba en su contra, así que no tuvo más remedio que alejar al mensajero luego de alejar al mensajero.

Tras cerrar la puerta, Luz soltó el aliento que no creía estar conteniendo. Mark baja el arma y también respira.

La joven mira los ojos azules impasibles de Mark con miedo.

¿Cuándo terminara esa cruel pesadilla?

Como si el cielo la escuchara, un trueno retumba la habitación.

Ha empezado a llover otra vez.

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