Debajo de sus pies solo había agua, una laguna casi infinita. Clara miraba a su esposo con los ojos perdidos, sin amor, cargados de esa decepción amarga. Mientras tanto, el tiempo seguía corriendo a altas velocidades y su corazón no aguantaba aquella revelación tan repentina.
Una infidelidad imperdonable, el lo negaba. Esa rabia de saber que alguien en quien confiabas te ha mentido toda la vida.
El esposo solo negaba con la cabeza, tratando de calmar la situación y a las personas que no podían contener el asombro. Era una situación vergonzosa y como siempre, Lucio intentaba mantener las apariencias para que no lo juzgaran, porque su reputación siempre era impecable. Clara, con su vestido de bordados violetas y azules, parecía una princesa encadenada, cubierta de esa pintura de color rojo intenso que manchaba su pulcritud. Ya no lloraba, no podía ni siquiera gritar de la rabia, esa infidelidad había llegado demasiado lejos.
—¡Clara! —Escuchaba decir a sus multitudes, sus seguidores preocupados por su seguridad. Retumbaban en su confundida mente. —¡Apártate de ahí!
Ella no quería apartarse de su obra principal, el fruto de su esfuerzo. El esposo solamente, seguía negando, con la voz ardiente. La otra joven, que cargaba él bebe en brazos, llevaba el bote de pintura roja con el que había ultrajado a la tan preciada escultura. El niño no paraba de llorar.
Esa muchacha también gritaba toda clase de maldiciones hacía el hombre, que Clara por tantos años creyó que sería su fiel esposo, con el que había vivido más de diez años. Un caballero cortés, amable y apuesto, pero de corazón frío y quebrado. Se oía su infidelidad, ahora ya no podía ignorarlos por mucho que quisiera cerrar sus ojos.
Lucio, mantenía aún el ramo de rosas rojas para su amada esposa mientras su amante lo maldecía con su bebe a cuestas. Se llamaba Cielo, una mujer joven a la que la vida no le había sonreído ni una sola vez.
Cielo despertó aquella mañana movida por el miedo a que su niño no estuviera, como si la noche pudiera robárselo. Lo vio en su cuna y pudo ver en el los ojos de su padre, el hombre al que amaba y al que odiaba al mismo tiempo. Conocía a Clara, la esposa oficial de su amante, sabía que ese día era la apertura de su galería de arte. La esposa era una mujer talentosa, de buena posición y estaba empezando su camino hacia la fama. Aquella galería simbolizaba sus inicios hacia la grandeza. Cielo no contó nunca con esas opciones, siendo la segunda en discordia, siendo siempre la hija menos amada.
Al verse en el espejo comprendió que debía hacer algo, la cosa llegaba muy lejos y el pequeño dependía solamente de ella. Lucio no quiso hacerse cargo de su primogénito y ahora, debían pagar ambos las consecuencias. Debía dejar su huella, para que no siguieran viviendo como si nada mientras a ella solo le tocaba llorar.
Por el contrario, para Clara, su día comenzó embelecado por la luz del sol y el desayuno sorpresa que su marido le había preparado. Sobre las mantas vio depositada una caja envuelta en papel de seda azul, que contenía un maravilloso regalo, el cual estaba titulado con una dedicatoria.
“Para mi artista soñada”
En una caligrafía impecable que lo caracterizaba, siendo sumamente prolijo y detallista. Clara se puso su bata de la mañana y se quedó descalza, caminando por la habitación con la caja entre las manos, descubriendo su regalo. Entre el papel de seda descansaba un broche de oro en forma de pez espada, con engarces de piedras preciosas, era una pieza magnifica. Al verla se maravilló al instante, deseando colocársela para su gran día.
Su esposo entró a su cuarto con la bandeja de desayuno y ambos se sentaron a platicar mientras tomaban café. Parecía un sueño hecho realidad, contando las horas para su estrellato. Trabajó en esa obra por tanto tiempo, buscando cada detalle en la escultura, cada color para pintarla. Era una mujer echa en su totalidad de yeso trabajado, hermosa y con ojos sumamente expresivos. Se trataba en específico, de la figura de una mujer de agua, con sus cabellos largos y ondulados mezclándose con las algas marinas y los juntos, con un vestido en los tonos de un océano apacible, que parecía ondear en movimiento. Los colores eran fríos, azules, celestes y algunos verdes, conformando la armonía marina.
Estaría en el centro de la exposición, donde Clara haría su presentación y tendría su sesión de fotografías. Allí asistirían más de mil personas invitadas a presenciar sus creaciones, lo que le generaba cierta punzada de nervios. No obstante, Lucio la había consentido desde la primera hora del día y eso hacía que se sintiera gratamente acompañada. Antes de partir a su encuentro con la fama, cerró los ojos y agradeció el poder vivir aquella vida de ensueño, con un compañero leal y atento. Caminó por todo el salón antes de que llegaran los espectadores, buscando un detalle o algo que faltase, pero todo estaba en perfecto orden y el servicio del lugar brindaba una gran atención.
Ella se hallaba muy hermosa, con un vestido largo y un peinado alto, que recogió sus bucles rojizos y castaños de una forma elegante. Llevaba su tapado favorito, que cerró con el broche que su esposo le obsequió por la mañana y unos zapatos altos de gamuza. Su perfume de jazmines invadía el salón entero, cubriendo sus ansias porque todo saliera bien.
Entre los principales invitados de honor se hallaba su hermana Estela, su esposo, su madre y dos de sus mejores amigas, junto con el jardinero de la familia al que consideraba un gran amigo. Estaban cerca de la obra principal y fueron los primeros en felicitarla. El momento ya casi llegaba.
Clara preparó su discurso de apertura, con la presentación y explicación de su escultura principal. Se aproximó al frente, con la sonrisa plasmada en su rostro y las manos algo temblorosas.
“La mujer de agua me representa, enteramente. Tengo que ser sincera, siempre me ha gustado fluir en los caminos de la vida con esa libertad. Siento que, al crearla, he dejado allí parte de mí misma, de mi juventud y mi presente, del amor que poseo en cada día que camino. Eso significa para mí, la tranquilidad y la calma que completan a cada persona, poder respirar profundo y sumergirnos en las aguas de lo eterno.
Un agradecimiento especial para los que me acompañan de forma incondicional, porque sin ellos no sería quien soy ahora, por ese amor que me dan. Por, sobre todo, agradecerle a Lucio, mi esposo, quien se ha desvivido por verme alcanzar todos mis sueños”
Al decir estas últimas palabras una lágrima rodó por su mejilla, la emoción la dominaba. Frente a ella, Lucio llevaba un gran ramo de rosas rojas para entregarle cuando finalizara, lo que hizo que su corazón nuevamente se regocijara. Su hermana y su madre aplaudían sin parar, sintiendo ese orgullo en su pecho. Las personas fotografiaban la escultura maravillados por su belleza, una autentica pieza agradable de contemplar.
Terminando con su presentación, Clara hizo una reverencia en agradecimiento a su pequeño público, sin dejar de sonreír.
Cielo logró entrar por la puerta delantera, aprovechando el momento de emoción, con su bebe pegado a su pecho. No había llorado hasta entonces, pero ahora los dos lagrimeaban. Con el bote de cuatro litros en la otra mano, la muchacha iba frente a un destino dudoso, un llamado de atención que llegaría lejos.
Con un grito como entrada principal, Cielo empujó y miró cara a cara a su amante y a la esposa. Su intención era manchar a Lucio con la pintura, fracasando y volcándolo todo en Clara y su escultura. Luego, por la furia que le ocasionó la mirada desdeñosa y despreciativa de su amante y de todos a su alrededor, arremetió contra esa mujer de yeso y esta fue a caer al suelo. Gritaba, sacando ese secreto a la luz al fin, necesitaba ser escuchada.
—¡Tu quisiste matar a mi niño! —repetía con las lágrimas atravesadas. —¡Me has usado y luego has querido matarme! Dile, dile a tu esposa quien soy. ¡Díselo de una buena vez!
Cielo soltó las verdades que hacía tanto tiempo llevaba sepultadas en su interior, haciendo que su amante palideciera y comenzara a negarlo todo. El público no comprendía lo que allí sucedía, con el bullicio digno de un escándalo, las infidelidades que iban surgiendo.
Clara se quedó paralizada mirando a la otra mujer de su esposo, con su hijo en los brazos. Estaba cubierta de pintura roja, como si estuviese bañada en sangre, con los ojos incrédulos y esa tormenta de verdades que no podía asimilar. Veía a su marido con la mentira en su rostro y en sus manos un ramo de flores, un hombre de ensueño. La amante la miraba con los ojos repletos de ira, deseosa de venganza para repartir entre ambos.
Hubo un fotógrafo que obtuvo la imagen más impactante de todas, capturando el preciso momento de su sufrimiento. Cuando Clara, cayó en la cuenta del mundo de fantasía donde había sido engañada y de rodillas, se desplomó en el suelo para ver su escultura pedazos. En la fotografía, la mujer ensangrentada se hallaba llorando a una dama de agua que estaba completamente rota.
Esa imagen llegaría a ser la ganadora de un concurso renombrado y pasaría, a ser la más famosa de todas. Nadie olvidaría el rostro de la despechada Clara, con el corazón roto y el arte fragmentado de rodillas, humillada.
No obstante, la esposa no olvidaría a Cielo, ni a Lucio, ni a todos los que la dañaron alguna vez.
El rojo de su cuerpo impactaba a todos a su alrededor, ahora con otro efecto deseado, algo planeado. Esta vez, el que generaba polémica era su vestido, caminando hacia el tribunal con la mirada certera. Cielo también estaba allí, con una falda gris y sus ojos verdes a juego, con la cabeza baja, esperando la sentencia.Lucio, al otro lado, con la mirada congelada, sin expresión alguna. Clara no le quitaba los ojos de encima, aún enamorada de ese hombre repleto de intrigas. No podía verlo sin querer arrepentirse, sin dar marcha atrás en el asunto y volver a sus brazos. No debía flaquear, seguir adelante era su único camino posible y al estar en boca de todos, se convirtió en una persona más fuerte de lo que alguna vez creyó poder ser. Lo amaba, sí, y también lo deseaba, no obstante, eso no borraría el engaño y la traición.La música que envolvía el lugar era desconcertante, allí nadie sabía lo que pasaría.Horas antes, su esposo, porque todavía no se habían divorciado, fue a su encuentr
Mi reflejo mostraba una elegancia impecable. Mi jornada en mi galería tenía que ser perfecta, solo así, no me juzgarían los demás, cada cliente no recordaría esa mancha. Mi humillación. Cada vez que miraba como las personas entraban a la galería, veía en sus ojos que habían escuchado la historia.Incluso había salido en la televisión, recordaba como hablaron de mí por semanas. Fue un escándalo a nivel país y ahora, todos conocían mi rostro.—Buenos días, señora Clara, hoy vendrán personas muy importantes. La agenda dicta que debe quedarse hasta el mediodía. —empezó a decir Sophie, mi secretaria.—Oh, eso ya suena agotador. ¿Te refieres a los extranjeros? —pregunté con curiosidad.—Exacto. —Sophie se encogió de hombros. —Los de Europa.Eso develaba que sería una jornada bastante agotadora. Cuando venía gente muy sofisticada por lo general me ponía muy nerviosa. Todo debía salir exactamente perfecto, eran personas de otro país y debían llevarse una buena impresión de mi lugar.Había esc
El sitio era más bien, una pizzería y al estacionar mi auto allí, pude ver que allí no había muchos más automóviles. Parecía ser una zona bastante peligrosa y no quería pasar ni un minuto más de lo que fuera necesario, los nervios subían por mi cuerpo.Estaba furiosa y entré de inmediato al lugar, casi azotando la puerta. Ese hombre pagaría muy caro el haberse tomado el atrevimiento de robarme. Mis obras eran muy importantes para mí. Cada una de esas esculturas tenía una parte de mi corazón y la había hecho con una gran dedicación. Jamás pensé que algo así me pasaría. Era la gota que rebalsaba el vaso, para el colmo, Lucio que apareció en el estacionamiento como si pudiera seguir en mi vida.La mujer que atendía la pizzería llegó a mi lado.—Sí, estoy para servirte. —dijo sonriente, tenía un delantal oscuro puesto y el cabello recogido. —Tenemos disponible toda la carta de pizzas y otras minutas.—No quiero nada, por ahora, gracias. —contesté, tratando de ser un poco amable aun en esa
Estaba hablándome y mirándome a los ojos con una intensidad inmanejable para mí. Su seducción era tan fuerte, su boca era perfecta y cargaba una soberbia casi mágica.—Creo que estás loco, Gerard, debiste decírmelo antes. —dije, con una seriedad de piedra. —Pensé que eras un millonario raro, pero no uno lunático.Él se echó a reír.—Clara, no me malinterpretes. —sonrió. —Quiero conocerte un poco más.—Ya me viste en televisión. —dije con cierto recelo, tenía la humillación todavía con un sabor amargo.—Eso no es conocerte en profundidad. He visto los apodos que te han puesto, las imágenes. Pero debo decir que he quedado intrigado contigo. —me miró profundamente. —Aunque intentan ridiculizarse, te ves fantástica en cualquiera de las tomas.—Bah, eso es puro palabrerío. —dije con desdén, tratando de cortarle ese rollo que se inventaba.Estaba coqueteando conmigo, aunque no quería admitirlo lo sabía y eso me ponía muy nerviosa. Me sonrojé sin siquiera darme cuenta.—No te aflijas. —dijo
—Otra vez, en serio. ¿Por qué no lo besaste, Clara? —preguntó mi hermana, al tiempo en el que tomaba de su vaso. La barra tenía una gran cantidad de bebidas para escoger.La había invitado a un bar cercano a su casa para que tomáramos algo, siempre me relajaba el poder charlar con ella.—Estás loca, yo no soy así, mira, casi me pone loca un abrazo. Estoy descontrolada. —me cubrí el rostro con las manos. —He estado sola por mucho tiempo…—No digas eso, él quería que pasara, por algo te coqueteaba así. Uf, tienes que seguir a ver qué ocurre. —dijo ella, sonriente.—No lo haré, mira, fue divertido, creo… No lo sé… Pero no me siento lista para volver a estar con alguien. —negué también con la cabeza.—Por amor de dios, eres una mujer joven. ¿Piensas quedarte toda tu vida sola? Deja que me avises ahora, así encuentro un buen obsequio de cumpleaños con baterías… —hizo una mueca y las dos estallamos de la risa.—Oye, no seas tan ofensiva. —dije, con un tono irónico. —No te he contado todo.E
Mi mensaje fue sencillo, no era tan valiente como para invitarlo a salir directamente.—¿Tienes tiempo libre? —pregunté, por el móvil, con la voz más relajada que pude hacer en ese momento.El corazón en realidad me estaba latiendo a mil, porque estaba actuando sin pensar, con un desenfreno que no era propio de mí. No comprendía porque me encontraba cambiando tanto mi manera de ser así tan de golpe.Era demasiado para mi vida de estar casi aislada, en especial de relaciones románticas. Pero necesitaba charlar con alguien, más que nada, porque si no caería en las garras de la nostalgia y volvería a extrañar mi vida de casada.Eso sería terrible, en especial luego de haber sufrido semejante engaño.—Hola Clara, paso por ti en una hora. —dijo la seductora voz de Gerard en el móvil, incluso me sonrojé a pesar de no estar viéndolo a los ojos en ese momento.Corté antes de que pudiera decir cualquier cosa y le envié mi ubicación para que pudiera venir sin problemas.Ay clara, ¿Qué se supone
Desperté al otro día, completamente exhausta luego de mi ajetreada noche. Mi camisón era suave y lo primero que vi, fue a Gerard a mi lado, sin camisa y aferrado a mi envolviéndome con sus amplios brazos. Fue una noche de disfrute pleno y no lo olvidaría nunca, el poseía una fuerza tremenda y sabía exactamente qué hacer para tenerme por siempre a sus pies.—Buenos días, Clara. —dijo, al tiempo en que me besaba la frente y acariciaba mi piel con lentitud, para hacer que me estremeciera. Tenía esa capacidad.—Buen día. —contesté somnolienta y lo abracé, sentir ese calor me elevaba hacia las estrellas. Esa calma era invaluable. —Oh, olvidé el trabajo, santo cielo. —dije al tiempo en que me levantaba de un salto estrepitoso.El negó con la cabeza, tomando una de mis manos.—No volverás a esa galería a trabajar hoy. —su voz volvió a tornarse severa. —Te advertí que serías mía y eso es lo que pasó. —sonrió. —Te llevaré conmigo, necesito una esposa con urgencia.—Pensé que te referías a unas
Cuando mi hermana se fue, esta vez, no me encontré sola dentro de mi propia casa y eso fue muy relajante. Incluso pude dormir un poco y con una calma gratificante. Tenía ese día para pensar en lo que haría, si me marcharía o me quedaría en casa.El sonido del golpe en la ventana, para dar paso a los vidrios rotos contra el suelo. El estrepito se hizo grande. Salí corriendo para ver con mis propios ojos lo que estaba ocurriendo. El miedo creció más cuando escuché los pasos acercándose hacia mí. Pensé de inmediato en un ladrón o un pervertido que se infiltró para robar lo que pudiera.—¡Maldita! —gritaba ella, con el martillo entre sus manos, destrozando mi juego de té, mi aparador de vidrio y otra de mis jarras de flores.No atiné ni siquiera a decir palabra alguna. Ella comenzó a perseguirme con eso entre sus manos para lastimarme. Corrí hacía mi cuarto para cerrar con llave para impedir que entrara, pero no llegaba a tiempo antes de que me empezara a pisar los talones.—No corras mal