El rojo de su cuerpo impactaba a todos a su alrededor, ahora con otro efecto deseado, algo planeado. Esta vez, el que generaba polémica era su vestido, caminando hacia el tribunal con la mirada certera. Cielo también estaba allí, con una falda gris y sus ojos verdes a juego, con la cabeza baja, esperando la sentencia.
Lucio, al otro lado, con la mirada congelada, sin expresión alguna. Clara no le quitaba los ojos de encima, aún enamorada de ese hombre repleto de intrigas. No podía verlo sin querer arrepentirse, sin dar marcha atrás en el asunto y volver a sus brazos. No debía flaquear, seguir adelante era su único camino posible y al estar en boca de todos, se convirtió en una persona más fuerte de lo que alguna vez creyó poder ser. Lo amaba, sí, y también lo deseaba, no obstante, eso no borraría el engaño y la traición.
La música que envolvía el lugar era desconcertante, allí nadie sabía lo que pasaría.
Horas antes, su esposo, porque todavía no se habían divorciado, fue a su encuentro antes del juicio.
—Clara, tienes que escuchar… —empezó a decir, tratando de tomarla de la mano. Ya no tenían esa confianza.
—No te me acerques. —fue la dura respuesta de ella, casi inconsciente.
—¿Has tratado de oír la otra campana? Es decir, mi versión. —Lucio la miró con sus ojos oscuros y grisáceos, buscando eso que tanto amó en un pasado.
—Ya escuché todo lo que necesité. Tú no has sabido explicar nada con credibilidad. —Clara intentó seguir caminando.
—Esa mujer miente, ha inventado todo.
Clara calló, ella tenía pruebas, sabía que el bebé era su hijo. Prefirió guardar silencio.
—Debes entender que esto no lleva a ninguna parte. ¿Cómo seguirás? Necesitas mi apoyo económico…
—No quiero seguir hablando. —La voz de Clara se quebraba, dolida ante sus palabras. Su vestido rojo aún no encendía su corazón.
—Anda, te ves hermosa el día de hoy. ¿No quieres que todo vuelva a ser como antes?
Lucio le lanzó la mejor de sus sonrisas, ella suspiró y luego al fin logró volver a hablar.
—Ese es el problema, Lucio. Antes mi vida era una mentira.
Se retiró al sanitario de mujeres, donde dejó que las lágrimas se le escaparan y se deshizo de ellas. Ese dolor era intenso, tenerlo tan cerca y a la vez tan lejos. Había sido el primer y único hombre de su vida, ahora no se imaginaba ya sin él, sintiendo ese vacío terrible.
—Todo saldrá bien. —Le dijo su madre, quien la encontró llorando en el lavabo. —Hija querida… —la abrazó fuerte, entre sus brazos, queriendo protegerla.
—¿Por qué me pasa esto a mí? —le preguntó a su madre, desconsolada. —¿Por qué ha tenido que ocurrirme todo esto?
La mujer lloraba, sin vergüenza, ya no poseía ese sentimiento. Tenía su estrategia y el juego casi ganado, pero eso no le impedía sentir una profunda tristeza. Lucio era su hombre, su esposo, su todo en el mundo. Junto a él había vivido tantos momentos hermosos que no lograba sacar de su mente.
En su cabeza retumbaba el llanto de ese niño no reconocido y los gritos de una amante traicionada. Se enteró de tantas cosas, cuando el caso se hizo popular llegó a muchos oídos y todos tenían algo para aportar en el caso.
Cielo era una prostituta, a quien su esposo le pagaba mucho dinero por su compañía desde hacía ocho años. Nunca hubo un descuido, hasta que quedó embarazada y aquello desencadenó la bomba. La muchacha apenas tenía veinticinco años y una vida cargada de tragedias, el paso del tiempo hacía estragos en su rostro joven, que se desmejoraba con el estrés.
Allí estaba, también esperando el veredicto en el juzgado. Clara habló con ella en muchas ocasiones, cuando intentó ir a develar la verdad para proteger la inocencia de su marido. No le tuvo aprecio, la chica la odiaba y ese resentimiento la llevó a estropear su tan preciada obra. Su esposo no tenía ya como defenderse.
La madre de Clara guardaba su llanto, porque sentía su tristeza, pero su hija la necesitaba fuerte. La mujer se aferró a su madre como si fuera una niña y respiró profundo, sabiendo que podía ganar esa pelea.
Caminó al estrado, escuchando las palabras del juez con suma atención. La gente la miraba con asombro, con su vestido rojo tan provocativo y su maquillaje corrido por el llanto. Clara llevaba consigo miles de dudas sobre lo que pasaría en aquel momento, no sabía que haría si perdía, quedando en la ruina. La inversión de dinero puesta en abogados se iría por la borda si la justicia no la apoyaba y Lucio, tenía bastantes influencias de las cuales solían preocuparle. Cielo la miraba como una fiera enfurecida dispuesta a atacar, sin quitarle los ojos de encima.
Desde un principio se llevaron mal, cuando Clara intentó hablarle para solicitar una explicación. Le dejó en claro que ella se veía con su marido desde hacía ya seis años, confesándole que incluso el la mantenía en una casa para ocultarla y que no tenía el mínimo interés en sus humillaciones, que se las tenía merecidas por ingenua. No paraba de decirle que ya era una mujer de más de cuarenta años y que por anciana su esposo la había reemplazado. Cielo repetía la palabra “descuidada y vieja” como latiguillo para atacarla, siendo que a Clara lo que más le dolía era la traición del amor de su vida. No podía mantener una conversación con ella, la rabia siempre la poseía y parecía que no razonaba, el bebé que cargaba lloraba al oír sus maldiciones contra Clara.
Cada una de sus palabras le había dolido en el fondo del alma. El solo imaginar a su esposo marchándose de su casa al trabajo, como tanto decía y desviándose a su otro hogar hacía que llorara sin remedio. Lucio era un caballero, un marido ejemplar y había resultado también un auténtico fraude. Recordaba cada momento vivido a su lado, cuando la atendía como a una reina y pasaban noches enteras en vela conversando o montando a caballo. Desde que la conoció la rodeó de toda clase de lujos y cortejos, lo que la cautivó siendo ella una muchacha inexperta. Él era el único hombre que había pasado por su vida, el primer amor y pensó, que también sería el último. Marcó su vida desde el inicio, apoyándola en su carrera y colmándola de inspiración llevándola cada mes de viaje a un sitio distinto, nunca se tornaba aburrido, sorprendiéndola cada día con un nuevo detalle. No imaginaba como era capaz de actuar tan bien.
El juez dictaminó la sentencia casi llegando al medio día, cuando todos ya estaban cansados. Sus palabras retumbaron en todo el salón, haciendo eco dentro de la mente de Clara. El acuerdo sería muy sencillo y simple de entender, ni siquiera hizo falta que los abogados se lo explicasen. El juez, entre otras cosas, resaltó lo más importante.
—El señor Lucio Borchatti deberá indemnizar a su esposa como medida principal y resolución final. Deberá pagarle los daños y perjuicios ocasionados a su galería y una compensación por los daños psicológicos efectuados. En base a lo anterior dicho también deberá indemnizarla por adulterio. La mitad de los bienes serán repartidos en partes iguales. Se cierra la sesión.
Su veredicto causó caos en la corte, Clara pudo respirar tranquila por unos segundos. El juez dictaminó una indemnización de mas de veinte millones de dólares, lo cual su esposo tendría que pagar al ser un hombre muy acaudalado. Había ganado, lo estaba logrando. Miró a Lucio con los ojos fuertes, llenos de valor. También observó a Cielo, que tenía el rostro desfigurado por la ira, todavía había algo que se le escapaba a la justicia. Lucio si logró mover sus influencias, al fin y al cabo, deslindándose de su amante e hijo de forma legal y económica.
Clara se puso de pie, con dificultad por causa de sus zapatos de tacón, pero caminó firme hacia el frente. Su vestido rojo robaba toda clase de miradas a su alrededor. Miró al juez con valor y luego a su esposo, a quien todavía amaba.
—Solicito que la mitad del dinero sea destinado a la señorita Cielo Arralde, por medio de mi palabra formal.
La joven quedó estupefacta y su esposo, más aún. La audiencia entera quedó en absoluto silencio.
La esposa engañada salió del tribunal con el éxito plasmado en sus ojos y el despecho aún atravesado en su corazón. Quería volver a llorar por la traición, dejarse llevar o ir a buscar a Lucio para perdonarlo.
Una voz la sorprendió afuera, a sus espaldas.
—Estás hermosa, Clara. —La voz era dulce y amistosa.
Escuchó y se dio la vuelta, para encontrar a Thomas, el jardinero y amigo que tuvo desde que era una niña. Estaba de pie con un ramo de girasoles que colmaban de color aquel edificio gris.
—Gracias por venir a verme en este momento. —dijo, con el dolor en el pecho disminuyendo al ver unos ojos amigos.
—No estés triste, los divorcios ocurren siempre, es una cosa de lo más normal. —soltó el jardinero, con una sonrisa cálida.
Las imágenes volvieron a la mente de la dama. Los cuerpos de los amantes fundiéndose, el calor y la tempestad de la infidelidad. Su ingenuidad, el corazón roto que portaba. No podía hacer como si fuera fuerte y no le importara, cada vez que lo intentaba colapsaba con una intensidad mayor.
El dinero no le devolvería su dignidad ni el amor que había sido traicionado. No obstante, comenzaba a abrirle nuevas puertas.
Mi reflejo mostraba una elegancia impecable. Mi jornada en mi galería tenía que ser perfecta, solo así, no me juzgarían los demás, cada cliente no recordaría esa mancha. Mi humillación. Cada vez que miraba como las personas entraban a la galería, veía en sus ojos que habían escuchado la historia.Incluso había salido en la televisión, recordaba como hablaron de mí por semanas. Fue un escándalo a nivel país y ahora, todos conocían mi rostro.—Buenos días, señora Clara, hoy vendrán personas muy importantes. La agenda dicta que debe quedarse hasta el mediodía. —empezó a decir Sophie, mi secretaria.—Oh, eso ya suena agotador. ¿Te refieres a los extranjeros? —pregunté con curiosidad.—Exacto. —Sophie se encogió de hombros. —Los de Europa.Eso develaba que sería una jornada bastante agotadora. Cuando venía gente muy sofisticada por lo general me ponía muy nerviosa. Todo debía salir exactamente perfecto, eran personas de otro país y debían llevarse una buena impresión de mi lugar.Había esc
El sitio era más bien, una pizzería y al estacionar mi auto allí, pude ver que allí no había muchos más automóviles. Parecía ser una zona bastante peligrosa y no quería pasar ni un minuto más de lo que fuera necesario, los nervios subían por mi cuerpo.Estaba furiosa y entré de inmediato al lugar, casi azotando la puerta. Ese hombre pagaría muy caro el haberse tomado el atrevimiento de robarme. Mis obras eran muy importantes para mí. Cada una de esas esculturas tenía una parte de mi corazón y la había hecho con una gran dedicación. Jamás pensé que algo así me pasaría. Era la gota que rebalsaba el vaso, para el colmo, Lucio que apareció en el estacionamiento como si pudiera seguir en mi vida.La mujer que atendía la pizzería llegó a mi lado.—Sí, estoy para servirte. —dijo sonriente, tenía un delantal oscuro puesto y el cabello recogido. —Tenemos disponible toda la carta de pizzas y otras minutas.—No quiero nada, por ahora, gracias. —contesté, tratando de ser un poco amable aun en esa
Estaba hablándome y mirándome a los ojos con una intensidad inmanejable para mí. Su seducción era tan fuerte, su boca era perfecta y cargaba una soberbia casi mágica.—Creo que estás loco, Gerard, debiste decírmelo antes. —dije, con una seriedad de piedra. —Pensé que eras un millonario raro, pero no uno lunático.Él se echó a reír.—Clara, no me malinterpretes. —sonrió. —Quiero conocerte un poco más.—Ya me viste en televisión. —dije con cierto recelo, tenía la humillación todavía con un sabor amargo.—Eso no es conocerte en profundidad. He visto los apodos que te han puesto, las imágenes. Pero debo decir que he quedado intrigado contigo. —me miró profundamente. —Aunque intentan ridiculizarse, te ves fantástica en cualquiera de las tomas.—Bah, eso es puro palabrerío. —dije con desdén, tratando de cortarle ese rollo que se inventaba.Estaba coqueteando conmigo, aunque no quería admitirlo lo sabía y eso me ponía muy nerviosa. Me sonrojé sin siquiera darme cuenta.—No te aflijas. —dijo
—Otra vez, en serio. ¿Por qué no lo besaste, Clara? —preguntó mi hermana, al tiempo en el que tomaba de su vaso. La barra tenía una gran cantidad de bebidas para escoger.La había invitado a un bar cercano a su casa para que tomáramos algo, siempre me relajaba el poder charlar con ella.—Estás loca, yo no soy así, mira, casi me pone loca un abrazo. Estoy descontrolada. —me cubrí el rostro con las manos. —He estado sola por mucho tiempo…—No digas eso, él quería que pasara, por algo te coqueteaba así. Uf, tienes que seguir a ver qué ocurre. —dijo ella, sonriente.—No lo haré, mira, fue divertido, creo… No lo sé… Pero no me siento lista para volver a estar con alguien. —negué también con la cabeza.—Por amor de dios, eres una mujer joven. ¿Piensas quedarte toda tu vida sola? Deja que me avises ahora, así encuentro un buen obsequio de cumpleaños con baterías… —hizo una mueca y las dos estallamos de la risa.—Oye, no seas tan ofensiva. —dije, con un tono irónico. —No te he contado todo.E
Mi mensaje fue sencillo, no era tan valiente como para invitarlo a salir directamente.—¿Tienes tiempo libre? —pregunté, por el móvil, con la voz más relajada que pude hacer en ese momento.El corazón en realidad me estaba latiendo a mil, porque estaba actuando sin pensar, con un desenfreno que no era propio de mí. No comprendía porque me encontraba cambiando tanto mi manera de ser así tan de golpe.Era demasiado para mi vida de estar casi aislada, en especial de relaciones románticas. Pero necesitaba charlar con alguien, más que nada, porque si no caería en las garras de la nostalgia y volvería a extrañar mi vida de casada.Eso sería terrible, en especial luego de haber sufrido semejante engaño.—Hola Clara, paso por ti en una hora. —dijo la seductora voz de Gerard en el móvil, incluso me sonrojé a pesar de no estar viéndolo a los ojos en ese momento.Corté antes de que pudiera decir cualquier cosa y le envié mi ubicación para que pudiera venir sin problemas.Ay clara, ¿Qué se supone
Desperté al otro día, completamente exhausta luego de mi ajetreada noche. Mi camisón era suave y lo primero que vi, fue a Gerard a mi lado, sin camisa y aferrado a mi envolviéndome con sus amplios brazos. Fue una noche de disfrute pleno y no lo olvidaría nunca, el poseía una fuerza tremenda y sabía exactamente qué hacer para tenerme por siempre a sus pies.—Buenos días, Clara. —dijo, al tiempo en que me besaba la frente y acariciaba mi piel con lentitud, para hacer que me estremeciera. Tenía esa capacidad.—Buen día. —contesté somnolienta y lo abracé, sentir ese calor me elevaba hacia las estrellas. Esa calma era invaluable. —Oh, olvidé el trabajo, santo cielo. —dije al tiempo en que me levantaba de un salto estrepitoso.El negó con la cabeza, tomando una de mis manos.—No volverás a esa galería a trabajar hoy. —su voz volvió a tornarse severa. —Te advertí que serías mía y eso es lo que pasó. —sonrió. —Te llevaré conmigo, necesito una esposa con urgencia.—Pensé que te referías a unas
Cuando mi hermana se fue, esta vez, no me encontré sola dentro de mi propia casa y eso fue muy relajante. Incluso pude dormir un poco y con una calma gratificante. Tenía ese día para pensar en lo que haría, si me marcharía o me quedaría en casa.El sonido del golpe en la ventana, para dar paso a los vidrios rotos contra el suelo. El estrepito se hizo grande. Salí corriendo para ver con mis propios ojos lo que estaba ocurriendo. El miedo creció más cuando escuché los pasos acercándose hacia mí. Pensé de inmediato en un ladrón o un pervertido que se infiltró para robar lo que pudiera.—¡Maldita! —gritaba ella, con el martillo entre sus manos, destrozando mi juego de té, mi aparador de vidrio y otra de mis jarras de flores.No atiné ni siquiera a decir palabra alguna. Ella comenzó a perseguirme con eso entre sus manos para lastimarme. Corrí hacía mi cuarto para cerrar con llave para impedir que entrara, pero no llegaba a tiempo antes de que me empezara a pisar los talones.—No corras mal
El lapso que siguió me heló la sangre, no olvidaría nunca lo que sucedió en ese momento, cuando Cielo cayó sobre mi intentando cortar mi rostro con esa navaja afilada. No llegó a cortarme la cara porque detuve su mano, pero si llegó a mi hombro y rasgó la piel haciendo que sangrara. Intenté inmovilizarla, pero ella tenía mucha fuerza y su furia parecía hacer que pudiera resistir todavía más. Busqué empujarla a un lado inútilmente, Cielo estaba cada vez más dispuesta a hacer cualquier cosa, lanzaba golpes que podían incluso apuñalarme sin piedad. En el suelo, las dos luchábamos la una con la otra para ver quien sobrevivía, mientras él fuego comenzaba a propagarse.La sirena de la policía hizo que se quitara de encima de mí y rodara hacia un lado, con movimientos torpes en un intento por ponerse de pie. Sujeté sus pantalones para que no pudiera irse, quería que la policía la atrapara de inmediato. Ella me asestó una patada de lo más dolorosa, que me apartó de golpe y me tiró al suelo.L