A Adhara le costó todo de sí no derrumbarse cuando presenció cómo Tomás, el niño al que le había prometido llevarlo a visitar a su madre, ahora asistía a su funeral.Jamás imaginó que este sería el desenlace, que tendría que ser partícipe de un momento tan doloroso e injusto. Ese niño no merecía perder a su madre, no merecía quedarse completamente solo en el mundo. —Lo lamento tanto —se acercó a él tratando de brindarle consuelo, aunque la realidad era que no podía lidiar con su propia culpa. ¿Cómo no odiarse a sí misma ante un resultado como este? Sus ojitos marrones se despegaron del ataúd de su progenitora para encontrarse con los suyos en una expresión triste.—Prometiste que me llevarías a verla y ahora… —dejó la frase inconclusa, porque, al parecer, era demasiado doloroso para él concluirla. —Lo siento, lo siento tanto —no pudo evitar que la humedad cubriera por completo sus ojos. Adhara terminó sollozando mientras abrazaba a aquel pequeño, prometiéndole esta vez qué haría
—En ese caso, regresaré en otro momento —decidió marcharse. Le resultaba demasiado incómoda la idea de estar los tres juntos. Ciertamente, Adriana ya no estaba en el plano físico, pero seguía estando de una u otra manera, era una presencia que jamás podría ser borrada. Y que no debía ser borrada. —No, espera —la detuvo Oliver. Adhara lo volteó a mirar, recelosa. —¿Sí? —Supe lo de Greta —dijo él con una mirada cargada de comprensión—. Sé que es posible que te sientas culpable por lo que le paso, pero debes de saber que no es tu culpa. No había manera de que supieras lo que le pasaría. —No necesito tu compasión —soltó bruscamente. Sabía bien que Oliver no se merecía una respuesta como esa, cuando lo único que estaba intentando hacer era ser amable, pero le resultaba inevitable no poner sus límites. No quería volverse cercana a él, no quería tener ninguna forma de contacto o comunicación. Lo quería fuera de su vida. —Podrías al menos intentar por una vez no ser tan ins
Adhara lo apartó de un empujón y salió corriendo, esta vez Oliver no pudo darle alcance. Llegó hasta su auto completamente agitada, sintiendo que acababa de correr una maratón, aunque únicamente había corrido unos pocos metros. Encendió su auto con manos temblorosas sin dejar de mirar por su espejo retrovisor, temiendo que Oliver apareciera de la nada y la obligara a escuchar nuevamente su confesión. No era así como se había imaginado esta visita al cementerio. Realmente esto no debió de haber pasado y odio su mala suerte. ¿Cómo era posible que el destino se confabulara para hacer que se encontrara con Oliver en el lugar menos oportuno de todos? Justo frente a la tumba de su hermana, por el amor de Dios. Sin duda tenía la peor de las suertes. «Oliver está demente», pensó mientras terminaba de arrancar el auto y apretaba al fondo el acelerador. No estaba en el estado mental correcto para manejar, pero no podía concentrarse en otra cosa que no fuera alejarse de la órbita de s
Adhara se quedó completamente congelada luego de escuchar aquellas palabras que, metafóricamente, se sintieron como una bofetada. Esteban acababa de pronunciar el nombre de su hermana. Esteban estaba pensando en Adriana en medio de un momento de intimidad. Y esto solamente podía significar una cosa… Las lágrimas cubrieron los ojos de Adhara al darse cuenta de la realidad. Esteban nunca la había visto a ella realmente, Esteban siempre había visto a Adriana en ella y por esa razón se había querido acercar. —¡Aléjate! —lo empujó, mientras se apresuraba a tomar la sábana para cubrirse. No podía permitir que este hombre viera su desnudez un segundo más, no podía permitir que la viera e imaginará a otra persona. —Adhara, lo siento, yo no quise… —¡¿Desde cuándo?! —increpó con rudeza—. ¡¿Desde cuándo has estado imaginándote que soy Adriana?! Esteban se agachó a recoger su pantalón, mientras negaba. —No lo sé, Adhara. Supongo que desde siempre —admitió. Sus palabras fueron otra
Esteban cerró la puerta, sumergiéndola en el miedo y el enojo al verse privada de su libertad.«¿Con qué derecho se atrevía a encerrarla?», se preguntó furiosa, dispuesta a tumbar la puerta a punta de patadas. No tenía ningún derecho de hacer esto. No lo tenía.—¡Sácame de aquí! —gritó dando fuertes manotazos contra la madera de la puerta—. ¡Sácame! Al ver que sus llamadas no fluían ningún efecto, se aproximó a la ventana para gritar más fuerte. —¡Auxilio! ¡Sáquenme de aquí! ¡Me tienen encerrada! — Sentía que su garganta estaba a punto de ser desgarrada debido a la fuerza de sus gritos, pero necesitaba que alguien la escuchará, dependía de esto para salir libre.Sin embargo, nadie pareció escucharla, los minutos se transformaron en horas y se sintió más desolada.Adhara se dejó caer en el piso con sus rodillas pegadas al pecho, mientras sollozaba debido a la realidad de su situación.Estaba encerrada y a merced de un hombre que no conocía. Porque si algo le quedaba claro era que Es
La lucha continuó, pero no podía engañarse, no tenía ninguna posibilidad de derrotarlo. Esteban era mucho más grande y ella, en comparación, tan diminuta. Adhara vio cómo su vida pasaba en un segundo delante de sus ojos, pensó que moriría, que ese sería el final de su existencia. Pero entonces algo pareció brillar en su mente. «La llave», pensó, mientras colaba su mano en el bolsillo del pantalón del hombre, sin ser detectada.—¡Entiéndelo de una maldita vez, no volverás con él! ¡Nunca! ¡¿Te quedó claro?! —los gritos de Esteban no se detenían, mientras la presionaba contra el piso, tratando de abusarla. Y pensar que hace unas horas estuvo dispuesta a entregarse voluntariamente a este monstruo. Adhara jamás lo vio venir, cómo iba a imaginarse que el hombre que se mostró tan atento y bueno, resultaría ser su peor pesadilla. Pero la cosa era esa, las apariencias engañaban la mayoría del tiempo. Y Esteban supo ser muy bien un lobo en piel de oveja.Cuando tomó las llaves de su bolsil
—El personal de seguridad del edificio dio aviso a las autoridades al reparar en la cámara de vigilancia —empezó Oliver con el resumen de lo que habían sido esos dos meses—. Te encontraron en medio de un charco de sangre, tenías múltiples fracturas y te llevaste un golpe en la cabeza, que, aparentemente, te ocasionaría una muerte cerebral. Tus expectativas de vida eran demasiado bajas, Adhara.Adhara sintió cómo sus ojos se humedecían ante la realidad de haber estado tan cerca de la muerte.—El hecho de que despertaras es un milagro —siguió diciendo, mientras la miraba fijamente, como si tampoco pudiera procesar que estaba ahí, sana y salva.—Y… ¿Qué pasó con él? ¿Dónde está Esteban? —Pronunciar su nombre le causó un poco de incomodidad, porque le hizo revivir todo el infierno que pasó en aquellas horas en las que estuvo privada de su libertad.Los ojos grises de Oliver adquirieron un matiz sombrío, mientras decía aquellas palabras:—Escapó como el cobarde que es —se notaba el odio en
Anastasia era llevada por la fuerza a la casa de su padre. Al estar frente a aquel imponente lugar, se sintió momentáneamente turbada ante la idea de ver a su familia nuevamente, a esa misma familia que meses atrás le había dado la espalda tachándola de inútil.Al parecer la vida no tenía suficiente con romperle el corazón, ahora la preparaba para una nueva estocada.—Entre —la empujaron al interior, sin el más mínimo tacto. Al parecer su padre había dado la orden de traerla, no importaba el cómo.Cuando cruzó la puerta de entrada, se quedó congelada al ver la sala siendo ocupada. Irina Volkov estaba sentada en uno de los sillones en compañía de su madre, mientras ambas compartían una taza de té como si fueran las mejores amigas del planeta. Ciertamente, su progenitora e Irina se conocían y, aunque simulaban una amistad cercana, sabía que esto era simple hipocresía de ambas partes.—Anastasia —la saludó Irina con dulzura—. Llegas justo a tiempo, querida. Estábamos hablando precisamente