La mirada de Sebastián se apartó lentamente de Stella y se posó con intensidad en el abogado, quien se irguió con nerviosismo ante el escrutinio.La tensión era palpable, como un hilo invisible que amenazaba con romperse en cualquier momento. La luz que entraba por los ventanales iluminaba el rostro de Sebastián, destacando la rigidez de su mandíbula y la frialdad de sus ojos.—No me digas que no lo sabías, porque eso sí que no te lo creo —continuó Stella, cada palabra cargada de resentimiento—. Sé perfectamente sus planes de quedarse con todo, pero no voy a permitirlo —les aseguró—. No soy ingenua ni estúpida como todos parecen creer. Sebastián, que observaba al abogado como si pudiera extraer respuestas de su semblante incómodo, pensando en nada y en todo mientras se miraban en un silencioso duelo de voluntades, regresó la mirada a Stella. —¿Planes de quedarme con todo? —le sonrió con frustración evidente, una sonrisa que no alcanzaba sus ojos y que más bien parecía una muec
Ante el silencio que se extendió entre Sebastián y Marina, el vicepresidente experimentó satisfacción, pues ese mutismo prolongado significaba que la pareja no había concebido descendencia. El silencio hablaba más que cualquier palabra.—Ya veo, no tienen hijos, por lo tanto, no puedes seguir ostentando la posición de presidente de esta empresa —declaró con triunfo apenas disimulado, saboreando cada palabra como quien degusta un manjar.—No tienen descendencia en este momento, pero… están a tiempo de concebir un heredero. Son jóvenes y tienen toda una vida por delante… —expresó el abogado, deslizando sutilmente ideas a Stella y Sebastián, para que consideraran la posibilidad de planificar la llegada de ese hijo tan necesario.El vicepresidente se rio con una sonrisa sardónica que no intentó disimular, porque después de presenciar cómo Stella había delatado a Sebastián durante la reunión anterior, confesando abiertamente ante todos los presentes, sin un ápice de duda o remordimiento
El corazón de Sebastián dolió. Dolió como si mil agujas afiladas y ardientes se clavaran en su órgano vital, perforando cada milímetro de ese músculo que bombeaba sangre incansablemente. El dolor se extendía como una ponzoña letal por sus arterias, alcanzando cada rincón de su ser, dejándolo sin aliento, sin capacidad para razonar claramente. Cada palabra que Stella pronunciaba con aquellos labios carmesí que tanto había deseado besar, lo partía en mil pedazos, dejando fragmentos imposibles de recomponer. La frialdad en sus ojos, ese desprecio palpable que emanaba de cada sílaba pronunciada, era como un puñal que se retorcía en su interior, desgarrando sus entrañas sin piedad alguna.Nunca antes había experimentado semejante agonía emocional, ni siquiera cuando perdió a su abuelo.¿Por qué lo odiaba con tal intensidad demoledora? —se preguntó—. ¿Por qué Octavio Arteaga había preferido darle amor incondicional y criarlo a él, antes que, a ella, que llevaba su misma sangre, que
Stella intentó abandonar la oficina, pero Sebastián la detuvo del brazo con firmeza, en un gesto que revelaba su desesperación por no dejarla marchar así, sin resolver la tensión que se había instalado entre ellos como una muralla.Los dedos masculinos se cerraron en torno a su delicada piel, no con brusquedad sino con la determinación de quien siente que está perdiendo algo valioso. El contacto despertó en ambos una corriente eléctrica, mientras el silencio de la oficina parecía amplificar cada latido de sus corazones acelerados.—Aún no hemos terminado —pronunció él con voz profunda, con un matiz de súplica que no pasó desapercibido para ella, quien conocía demasiado bien cada inflexión de aquella voz que tantas noches había susurrado promesas ahora rotas en la intimidad de sus oídos.—Yo ya he terminado —respondió, sacudiéndose de ese agarre con un movimiento decidido que evidenciaba su resolución de no ceder ni un centímetro ante quien una vez tuvo todo el poder sobre sus emo
Sebastián Arteaga ingresó a la habitación de Marina de Arteaga, su esposa, mientras la luz del atardecer se filtraba por las cortinas de seda blanca.Llevaban dos años casados, pero nunca había estado a solas con ella en la habitación, menos con ella envuelta en una toalla que dejaba ver sus hombros delicados.Un exquisito y misterioso aroma a jazmín y vainilla se apoderó de las fosas nasales de Sebastián, una fragancia que hizo sentir un inexplicable calor recorrer su cuerpo.Marina, con una dulce sonrisa en sus labios rosados, le invitó a pasar, pero él, firme en su posición junto al marco de la puerta de roble tallado, negó mientras extendía la carpeta de cuero marrón que sostenía.—El abuelo ha muerto, por lo tanto, ya no podemos seguir casados —ante esas palabras crueles y cortantes, el corazón de Marina se apretó como si una mano invisible lo estrujara— Quiero que firmes el divorcio, que tomes tu parte de la herencia y desaparezcas de mi vida para siempre —cada palabra pronuncia
Hace años atrás, Sebastián bebió del líquido ambarino que su amigo Adolfo le había entregado con insistencia. Se encontraban en un establecimiento nocturno bastante concurrido, donde artistas presentaban espectáculos de variedad mientras los clientes disfrutaban de sus bebidas en la penumbra del local.Sebastián, un joven de principios firmes y mentalidad tradicional, nunca había sido partidario de frecuentar estos lugares de entretenimiento nocturno, pero ese día particular celebraba sus veinticuatro años y su mejor amigo desde la infancia había sido persistente en llevarlo allí para festejar.De manera repentina e inexplicable, una sensación abrasadora comenzó a recorrer cada centímetro de su cuerpo, como si un fuego interno lo consumiera desde sus entrañas. La temperatura de su piel aumentaba con cada segundo que transcurría, provocándole un malestar indescriptible.Siendo un hombre perspicaz y de razonamiento agudo, Sebastián comprendió inmediatamente que algo no andaba bien. Su c
Mariana sintió que su mentira se caería, que quedaría al descubierto, sin embargo, desconocía que la mujer de la silla de ruedas había perdido la memoria. —¿Quién es esta mujer, abuelo? —Ella es Stella, tu futura esposa —explicó el abuelo, dejando a Sebastián y Mariana en trance. Esta última se sintió mareada, tuvo que sostenerse de Sebastián para no caerse. —Abuelo, eso no puede ser. Yo… voy a casarme con Mariana. Es ella la mujer que tomaré por esposa. —¿De donde sacaste a esta mujer? —Octavio Arteaga sabía todos los pasos que daba su nieto, y hasta donde sabía, él no tenía novia, por lo tanto, había planificado su boda con alguien que le diera la seguridad y el poder que Sebastián necesitaba cuando él ya no estuviera. —Ella es mi novia, abuelo. —¿Tú novia? —miró con ojos escrutadores a Mariana, seguido solicitó a Sebastián lo acompañe al despacho. Ya dentro de este, cuestionó— ¿Desde cuándo tienes novia? —Sebastián se quedó en silencio, no podía mentirle a su abuelo, este lo c
A Marina se le encogió el corazón mientras escuchaba las palabras de Sebastián, sintiendo cómo cada sílaba se clavaba como agujas en su alma herida.Quería echarse a llorar en ese lugar, frente a esa mujer despiadada que, con descaro evidente sonreía cuando él no la miraba, y reflejaba maldad pura y calculada en sus ojos oscuros que brillaban con satisfacción ante el sufrimiento de ella.La sala, con sus paredes antiguas y pesados cortinajes de terciopelo, parecía encogerse a su alrededor, amplificando la sensación de asfixia que oprimía su pecho.«Sebastián, ¿por qué eres tan cruel e insensible conmigo? ¿Por qué no pudiste amarme en todo este tiempo que compartimos juntos? ¿Qué te hice para merecer este trato tan despiadado?»Musitaba angustiada en su mente, mientras una rebelde y traicionera lágrima rodaba lentamente por su mejilla sonrojada, y la limpiaba apresuradamente con el dorso de su mano temblorosa, esquivando la mirada penetrante de él, para que no notase cuánto la lastimab