✧✧✧ Más tarde, ese mismo día ✧✧✧ El sol comenzaba a descender, bañando los muros del castillo con tonos rojizos del crepúsculo. Lance Lamparth y Bertrand Burgot compartían un momento en un elegante salón, acompañado por el crepitar de la chimenea y la tenue luz de las farolas de pared que iluminaban la amplia habitación. Lance, con su porte imponente y la elegancia que siempre lo caracterizaba, tomó una botella de licor de una mesa cercana. Era un gesto inusual, pues rara vez se servía él mismo, pero esta ocasión era especial. Llenó las copas y le entregó una a Bertrand, quien aceptó el gesto con respeto, inclinando ligeramente la cabeza. Por unos momentos, ambos hombres permanecieron en silencio, degustando la bebida. Fue Lance quien rompió el silencio, apoyando su copa sobre la mesa junto a él. —Bertrand —comenzó Lance, con un tono serio pero sin hostilidad. Bertrand levantó la mirada, atento. —Convencí a mi hijo Jhonn de enviar esa carta al Rey de Ruster para frenar la g
✧✧✧ Esa mañana en la majestuosa capital de Gorian. ✧✧✧ El imperio Gorianito, rodeado de lujos y belleza arquitectónica. Cuya historia enmarcaba a sus anteriores Reyes como inteligentes y guerreros estrategas, no era la excepción con el actual, quien había hecho del Reino Gorianito, un poderoso imperio sin igual en todo el continente. Jhonn Cuarto Wiztan. El emperador, sentado en su trono, recibía la información detallada de las audiencias en los distintos departamentos del imperio, que tenía que aceptar. En ese momento. Uno de sus caballeros ingresó. —¡SU MAJESTAD, MI GLORIOSO EMPERADOR! —avisó el hombre, irrumpiendo. Todas las miradas se clavaron en él. Ese caballero avanzó hasta unos metros frente al trono imponente donde yacía sentado ese hombre vestido del emblemático color púrpura Real. El hombre se postró en una rodilla, inclinando su cabeza en una solicitud silenciosa de proseguir. —¿Cuál es el motivo de esta falta de respeto? —preguntó Jhonn, directo. Sus oj
✧✧✧ Cinco años después. ✧✧✧ El otoño se desplegaba con su esplendor en el Reino Bushlako. Las hojas de los árboles se transformaban en un espectáculo de amarillos, naranjas y rojos vibrantes, mientras el cielo se mantenía despejado y el aire se llenaba de un aroma a humedad que anunciaba el cambio de estación. Un jardín extenso rodeaba la antigua casona de campo, con un puente de piedra que cruzaba un río de aguas poco profundas pero de corriente intensa, arrastrando hojas de colores como si fueran tesoros en su viaje. —¡Mira! ¡Ahí va otra amarilla! —exclamó el príncipe Brendel, señalando con entusiasmo las hojas que danzaban en el agua. Su rostro, iluminado por una sonrisa inocente, reflejaba la alegría pura de la infancia, mientras sus ojos verdes brillaban con emoción. A su lado, Ariathy Arbar, la princesa de Ruster, con su cabello castaño largo y lacio, se sostenía de la baranda del puente, disfrutando del momento. —Son lindos colores, más esas, me encantan~ —respondió con u
♡ ESPECIAL #1. ♡ TÍTULO: El amor del Duque Lamparth. …..✿…..✿…..✿…..✿…..✿…..✿…..✿…..✿….. >>> Yurina Lamparth: —No quería que tía Serenia se fuera tan pronto… —comentó mi hijo mayor, Leónidas, mientras me ayudaba a organizar las plantas medicinales en el invernadero. —Es la Reina de Bushlak —le expliqué, abriendo una caja que contenía frascos de vidrio con polvos de raíces peligrosas que debían ser manipulados con cuidado—. Es normal que necesite regresar con su pueblo. Además, ahí está Brendel, su bebé. Quizá en otra ocasión venga y así conocerás a tu primito. Vi cómo Leónidas se detuvo, sus ojos verdes fijos en mí. —¿Y por qué no vamos nosotros a visitarlos? La abuela y tú son Bushlakas, mamá —dijo, volviendo a concentrarse en acomodar las plantas en los estantes—. Me gustaría conocer. El mundo es grande, y aunque amo ayudarte con tus experimentos y las medicinas, ¿no está lleno de plantas que desconocemos? Quizá aprenda cosas nuevas de otros reinos menores al sur, y…
El fuego devoraba partes del territorio Real Bushlako. En esa oscura madrugada a finales del verano, los gritos resonaban entre el caos desatado. Una inevitable guerra interna por el poder, se había extendido durante meses. En el salón del Rey Bushlako, un charco de sangre se acumulaba bajo el trono del gobernante, el rojo carmesí deslizándose lentamente, manchando las escaleras y dejando un rastro que se confundía con la alfombra roja. POF~ El fuerte sonido del cuerpo del Rey Henrik Burgot cayendo agonizante resonó en la sala, tras ser atravesado por la espada de uno de sus hijos, el segundo príncipe. —Tú me obligaste a esto, anciano decrépito —dijo el príncipe pelirrojo con indiferencia—. Hay que saber cuándo hacerse a un lado. Contigo al mando, Bushlak jamás será un imperio que compita con Gorian, y terminaremos siendo absorbidos por ellos. El Rey, incapaz de hablar, solo podía mirar con pánico a su hijo de 27 años, que sacudió su espada, limpiándola de la sangre del
✧✧✧ Un día más tarde. ✧✧✧ La noche caía sobre el bosque, una oscuridad interrumpida únicamente por la tenue luz de la luna llena que se filtraba a través de las ramas de los árboles. El suelo desnivelado cubierto de hojas secas y húmedas, mismas que provocaban un sonido con los pasos apresurados de la princesa Serenia que corría entre ese oscuro bosque. El aire frío acariciando su cuerpo, un susurro helado avisaba el final del verano. El aliento de la princesa que se convertía en vapor con cada exhalación. Sus grandes ojos dorados que se paseaban con desesperación por el bosque sin saber dónde más huir y ocultarse. —Waaaahh~ —en sus brazos, el llanto desgarrador de su bebé, como un eco de desesperación que la impulsaba a seguir adelante, a huir. Detrás de ella, las voces de los caballeros Reales se alzaban en su llamado: —¡DETÉNGASE PRINCESA! ¡ES PELIGROSO! —¡Vuelva aquí, princesa Serenia! Cada grito era un recordatorio de que estaba a punto de perde
—¡NOOO! ¡¡¡ESPERA!!! —gritó Serenia, su voz desgarrada resonando en la oscuridad mientras veía cómo alejaban a su bebé, solo para llevarlo a la muerte. La desesperación la consumía, como un fuego voraz avivado por la frialdad de ese hombre descorazonado. El Rey Bertrand se detuvo, pero no por compasión. Serenia, en un impulso desesperado, se soltó y corrió hacia él, su corazón latiendo con la esperanza de un último milagro. —¡AY! —gritó cuando uno de los caballeros del Rey la agarró del pelo, arrojándola al suelo como si fuera un objeto sin valor—. ¡Suéltame! ¡Déjame ir! —¿No escuchaste el decreto del Rey? —replicó el caballero, con su tono burlón—. No irás a ningún lado más que a un frío calabozo. —¡ESTÁ BIEN! ¡LO HARÉ! —gritó Serenia viendo hacia el Rey, entre lágrimas, su voz temblorosa quebrándose como su espíritu—. ¡HARÉ LO QUE SEA QUE QUIERAS Y SEGUIRÉ TUS REGLAS! ¡Seré tu esposa perfecta…! ¡Por favor, Bertrand! ¡No me hagas esto!, te lo… Te lo suplico… No le hagas nad
Su expresión era seria y majestuosa, con sus ojos fijos en el camino recto que se extendía varios metros ante ella. Una alfombra dorada la guiaba hacia el trono del Rey Bushlako, un trono imponente, bañado en oro y adornado con hermosos diamantes y piedras preciosas. A la mano derecha del trono, se encontraba una glamurosa y majestuosa silla destinada a la Reina. Serenia recordó lo que le había informado el ministro Brandon: Ella sería la nueva Reina. Se veía radiante con un vestido de gala pomposo de un intenso color rojo, mientras su cabellera negra y ondulada se recogía en un glamuroso moño, dejando expuesto de manera elegante su cuello que lucía una gargantilla de oro con rubíes. La princesa avanzó por la alfombra dorada, rodeada de nobles e invitados especiales que asistían a tan magnífico evento. La música que había estado sonando hasta ese momento se detuvo, y el vocero anunció, resonando en todo el amplio y lujoso salón: —La gloriosa princesa, Serenia Burgot, ha