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Capítulo 04: ¿Mi reemplazo?

Su expresión era seria y majestuosa, con sus ojos fijos en el camino recto que se extendía varios metros ante ella.

Una alfombra dorada la guiaba hacia el trono del Rey Bushlako, un trono imponente, bañado en oro y adornado con hermosos diamantes y piedras preciosas.

A la mano derecha del trono, se encontraba una glamurosa y majestuosa silla destinada a la Reina.

Serenia recordó lo que le había informado el ministro Brandon:

Ella sería la nueva Reina.

Se veía radiante con un vestido de gala pomposo de un intenso color rojo, mientras su cabellera negra y ondulada se recogía en un glamuroso moño, dejando expuesto de manera elegante su cuello que lucía una gargantilla de oro con rubíes.

La princesa avanzó por la alfombra dorada, rodeada de nobles e invitados especiales que asistían a tan magnífico evento.

La música que había estado sonando hasta ese momento se detuvo, y el vocero anunció, resonando en todo el amplio y lujoso salón:

—La gloriosa princesa, Serenia Burgot, hace su entrada.

En el instante en que él dejó de hablar, todos los presentes hicieron una reverencia a la princesa.

El Rey, de pie, esperó a que Serenia completara su recorrido hasta detenerse frente a él.

Antes de subir los escalones, Serenia hizo una reverencia al nuevo gobernador.

Su corazón latía desenfrenado, y su mente era un torbellino de emociones, una mezcla de odio por verse obligada a permanecer en el Reino y temor por ese cruel Rey que podía hacer desaparecer a su bebé y a ella, en un instante.

—Princesa, levanta la mirada y sube —ordenó Bertrand Burgot, el nuevo Rey de Bushlak.

Serenia obedeció, subiendo uno a uno los escalones, al llegar frente a él, lo reverenció y besó una a una, las manos enguantadas de ese gobernante.

¡Jamás había sentido tanta humillación!

Aunque ella ahora estaba en una posición tan alta y gloriosa, se sentía atrapada en el fango, un hueco asqueroso que le provocaba náuseas.

Sentía que todos los nobles que la observaban se burlaban de ella en su interior, mirándola con desprecio.

Desde el instante en que se casó con Bertrand hace cuatro años, su nombre correcto de "Serenia Lamparth De Burgot" había sido despojado por los Bushlakos del consejo, quienes exigieron que jamás se le volviera a llamar "Lamparth".

Para ellos, unirla al Reino del que provenía era deshonroso, especialmente porque no eran realmente aliados.

—A partir de este momento, serás la Reina de Bushlak, mi compañera de vida, Serenia Burgot —declaró el Rey, con una expresión imponente y un aura majestuosa, mientras sostenía la corona de la Reina en sus manos.

—Mi glorioso majestad, acepto humildemente ser su compañera de vida, la Reina de Bushlak. Yo, Serenia Burgot, cumpliré mi rol en la nación con orgullo, valentía y sabiduría.

En ese instante, Serenia fue coronada; el Rey tomó su mano y la guió hasta la silla que le correspondía a la derecha del trono.

Cuando ella se sentó y tras pronunciar unas palabras a sus invitados, la velada continuó con la elegante música y el baile de los nobles.

Serenia volvió a mirar en dirección a su Rey.

—¿Era necesario obligarme a tomar la corona? Nunca te he importado, nunca me has amado. ¿Por qué llegar a tales extremos?

El Rey Bertrand, sentado con las piernas cruzadas y las manos relajadas sobre los reposabrazos del trono, la miró con una pizca de burla.

—¿Aún no lo entiendes? —sin esperar respuesta, hizo un gesto a los músicos y al vocero. Luego, se levantó y se acercó a la Reina, extendiendo su mano e invitándola a bailar.

—Su majestad el majestuoso Rey, Bertrand Burgot y la Reina, en su primer baile como gobernantes.

Tras el anuncio del vocero, y sin derecho a negarse, Serenia aceptó, siendo escoltada de la mano por su esposo, el nuevo Rey.

La música llenaba el aire, un vals suave que envolvía a los elegantes invitados del salón.

En el centro de la pista, el Rey Bertrand bailaba con su esposa, la Reina Serenia. Sin embargo, su baile era más un juego de sombras que de amor.

Mientras giraban, Bertrand se acercó a su oído, su aliento cálido contrastando con su aura helada.

—Tienes razón —susurró él, con su voz baja y peligrosa—. No serás la Reina por mucho tiempo. Tengo un reemplazo para ti.

Sus palabras llegaron a Serenia como si fuesen veneno, un escalofrío recorrió el cuerpo de esa Reina.

—¿Por qué no me dejas de lado y pones a ese reemplazo de una vez? —replicó ella, negándose a dejar que ese "veneno" la hiera, con su tono lleno de desafío, lo miró fijamente.

Aunque su corazón latía aceleradamente, consciente del peligro de desatar la furia de ese hombre pelirrojo.

Bertrand sonrió con malicia.

—Lo haré cuando Bushlak sea lo suficientemente fuerte, y tu muerte no genere conflictos —declaró él, con su típica altivez que le rodeaba.

La revelación de él, le cortó la respiración a la Reina Serenia.

¡Sabía que él la querría matar!

Al fondo del salón, un hombre de la nobleza Bushlaka ingresó, su postura erguida y su rostro altivo.

A su lado, una joven de cabello castaño, lacio y largo hasta por debajo de su trasero, ella caminaba con gracia, sus grandes ojos celestes brillando con emoción. Su sonrisa era una inocencia llamativa, como un recordatorio de lo que Serenia había perdido.

Bertrand, observando la llegada, se inclinó hacia Serenia y murmuró con burla:

—Ella será tu reemplazo~

Serenia siguió la dirección de la mirada de ese hombre, en ese instante, su corazón se alteró al ver a la joven.

La risa burlona de su esposo resonó en su mente mientras el noble y la joven se acercaban.

Antes de que llegaran, como si estuviera huyendo de la realidad, Serenia susurró a su esposo:

—Voy a salir un momento…

Bertrand la soltó, viéndola con aburrimiento, rápidamente desviando su atención hacia el noble y la joven que se detuvieron frente a él, haciendo una reverencia.

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