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Capítulo 05: ¡Cuatro años al carajo!

Sus elegantes zapatillas, a juego con su vestido rojo, resonaban en los largos y solitarios pasillos del palacio Bushlako.

La Reina Serenia comenzó a apresurar sus pasos, sintiendo cómo cada latido de su corazón resonaba con una aguda desesperación.

"¡Me engañó!"

"¡Me engañó como a una estúpida! ¡Él no me hubiera matado cuando me capturó!, porque dijo que me necesita aún para no darle problemas con mi muerte…"

"Es por eso que ahora me tiene de Reina y no pone a su supuesto perfecto reemplazo de inmediato…"

"Sin embargo, eso no quita que aún pueda matar a nuestros hijo. Por eso lo utilizó a su favor…"

Pensó Serenia, que cada vez caminaba más y más rápido, hasta que… ¡Comenzó a correr!

Su corazón latía desenfrenado, y su mente se convertía en un caos de emociones conflictivas.

¡Le dolió!

Maldecía internamente, porque sabía que la crueldad de ese Rey le desgarraba el alma.

¡Lo intentó!

Los dioses eran testigos de su esfuerzo.

Intentó ser buena esposa, intentó encajar en el Reino, intentó cumplir las expectativas. Aunque empezó como un peligroso juego político, ella… SOÑÓ SER FELIZ.

¡¡Cuatro malditos años al carajo!!

Un bebé en medio de un conflicto matrimonial, uno que él veía como un posible candidato a sucesor que si perdía la vida, tampoco era gran problema; mientras que ella solo podía imaginarlo como su única felicidad.

Finalmente, Serenia detuvo sus pasos.

—¡AAAAAH! ¡MALDICIÓN! ¡MALDICIÓN! —gritó ella en su desahogo, maldiciendo una y otra vez su fracaso.

Recostando su espalda contra la fría pared del desolado pasillo, cubrió su rostro con sus manos enguantadas, llorando agónicamente, como si cada lágrima fuera un lamento por su triste destino.

Habiéndose casado a los dieciocho, llegó como una espía del Reino de Maita a Bushlak.

Un matrimonio arreglado, que inició por todo, menos amor de ambas partes.

Maita, un Reino que había caído en guerra y ya no existía. Sus padres, aunque aún vivos, eran demasiado mayores para hacer largos viajes y verla.

No tenía a nadie.

En Bushlak estaba sola con su bebé.

¿Y su hermano, el emperador de Gorian? Era un hombre aliado a Bushlak. No tomaría riesgos por su hermana, especialmente no por una mujer que no podía con un simple matrimonio.

Al menos, así lo vería alguien tan frívolo como ese emperador.

—¿Qué haré…? ¿Deberé esperar a su lado, hasta que ya no sea útil y… me mate? —susurró ella para sí misma, con la mirada perdida en los cristales de las largas ventanas al otro extremo del pasillo.

"No… Aún tengo tiempo…"

"Mi vida acabará cuando él complete su siguiente objetivo y conquiste el Reino de Ruster… Antes de eso… Puedo intentar algo…"

Pensó ella intentando darse ánimos.

Una noche ventosa y fría, el cielo nublado apenas permitía que la luna se filtrara.

Serenia exhaló, teniendo un sentimiento asfixiante… Tenía que hacer algo, intentar cualquier cosa.

……..

✧✧✧ Al día siguiente. ✧✧✧

—Su majestad. Es hora de despertar —anunció la voz fría de madame Cornelia.

La Reina Serenia, abrió los ojos lentamente, viendo su alrededor. Aún no podía hacerse a la idea.

Estaba durmiendo en la habitación de la Reina del palacio principal Bushlako.

Su costado izquierdo de la enorme cama, completamente vacío; su derecho, también…

Desde que su esposo la tomó para engendrar un hijo, hace un año, no había vuelto a tener intimidad con ella… ¿La tenía con otras mujeres?, muy probablemente… Al menos, así pensó Serenia.

Acostumbrada a no ver a su marido con frecuencia, la Reina se levantó y comenzó a lavarse.

—Las doncellas al cuidado del príncipe han llegado. Tiene que limpiarse bien y hacerse la extracción de la leche materna —le avisó Cornelia.

—Preferiría ver al príncipe, y amamantarlo yo misma, es mi bebé… —susurró Serenia, casi como una súplica.

Deseaba sostener entre sus brazos a ese pequeño y cálido bebé pelirrojo, darle pecho y cantarle su canción de cuna, mientras acariciaba dulcemente su cabecita.

Necesitaba esa conexión, porque solo en ese momento se sentía feliz. Solo cuando estaba con ese pequeño retoño, se sentía completa y huía de su realidad.

—Sabe que eso es imposible, su majestad Reina.

La voz de Cornelia resonó con frialdad en la amplia y glamurosa habitación, rompiendo un poco más el corazón de esa mujer extranjera, que sintió cómo las lágrimas comenzaban a deslizarse por sus mejillas, rápidamente limpió su rostro con las manos.

—En ese caso… ¿cuándo veré a mi bebé? —preguntó con su voz quebradiza.

—Aún están organizando la agenda del príncipe. Tiene que ser aprobada por su majestad el Rey. Él aceptará o rechazará las horas que se han añadido para usted a la semana.

—¿A la semana? —le preguntó Serenia confundida—. Es solo un bebé de tres meses. ¿Qué tanta agenda necesita?

—Más de la que usted imagina. Hay días que usted no verá al príncipe. Su majestad el glorioso Rey, quiere darle una crianza digna de un Bushlako. Para ello, un apego maternal o paternal, es impensable.

—¡No puede! ¡No puede hacerme…! —los gritos de Serenia se vieron cortados abruptamente, cuando recordó el pergamino que firmó y cómo cedió a la fuerza ante ese ministro.

Serenia sintió que perdía las fuerzas en sus piernas, a punto de caer, hasta que una doncella que ingresó a atenderla en su baño, corrió y la sostuvo del brazo.

—Su majestad la Reina, ¿se encuentra bien?

Serenia asintió lentamente.

Por supuesto que era una mentira. ¡No estaba nada bien! ¿Pero qué más podría hacer?

……….

Más tarde ese día, la Reina volvía de su obligada caminata para tomar aire fresco, cuando vio al ministro, Brandon, acercarse en compañía de algunos caballeros reales y… una mujer.

—Su majestad, Reina —la saludó fríamente ese hombre—. Esta señorita a mi lado es Lady Amaya Ruwer. A partir de este momento, será su doncella principal por órdenes del Rey.

Serenia observó detenidamente a la jovencita. Probablemente en sus dieciocho años, con un aspecto inocente, hermosos ojos celestes y largo cabello castaño claro.

—Es un gusto servirle, mi majestad Reina—sonó la aguda y dulce voz de la joven, mientras hacía una cordial reverencia.

El corazón de la Reina latía con incomodidad, recordando las palabras de su esposo.

«Ella será tu reemplazo.»

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