El salón real de la Reina, conocido como "Rosas Rojas", se alzaba majestuosamente con elegancia. Paredes adornadas de un profundo tono carmesí que absorbía la luz del día, filtrándose a través de los amplios ventanales de cristal. Una vista deslumbrante de un jardín que se extendía ante la Reina, con un laberinto decorativo. Muebles elaborados en finas maderas pulidas, reflejaban la luz como joyas, pero en ese hermoso escenario, el ambiente tenso se hacía presente, incomodando a la nueva Reina. Serenia se sentó tras su escritorio, rodeada de cartas y obsequios de nobles ansiosos por ganarse su favor. ¿Y cómo no?… ¡ERA LA ESPOSA DEL NUEVO REY!, nadie quería perder oportunidad de acercarse al frío gobernante Bushlako. La doncella principal, Amaya, se movía a su lado, en su rostro una radiante sonrisa. Serenia sabía que había algo inquietante en la forma en que Amaya Ruwer le hablaba, como si cada cumplido y cada broma tuviera una doble intención. —¡Cuántas cartas,
Las largas y elegantes botas del Rey Bertrand Burgot resonaban en el pasillo, sus pisadas rápidas y decididas, su capa ondeando tras él. Una aura de majestuosidad lo envolvía mientras se dirigía hacia la salida del palacio. Pero, de repente, sus pasos se detuvieron al encontrarse con la figura de la Reina frente a él. En ese amplio corredor, la hermosa extranjera deslumbraba con un vestido pomposo de un intenso verde esmeralda. Detrás de ella, su leal sirvienta Julia y su doncella principal, Lady Ruwer, observaban en silencio. —Su majestad, Rey —dijo Serenia, haciendo una reverencia con gracia—. Me dirigía al salón comedor. ¿Me honraría con su presencia? Bertrand la miró de arriba a abajo, sus ojos fríos. —En otra ocasión —respondió con desdén, apartándose de su lado. El silencio reinó en el pasillo, solo interrumpido por el eco de sus pasos alejándose. Serenia, con sus hermosos ojos dorados, lo miró por encima del hombro, sintiendo un torbellino de emociones en su interior.
✧✧✧ Al día siguiente. ✧✧✧ Esa mañana, el jardín del palacio principal Bushlako estaba envuelto en un aire fresco, típico de la llegada del otoño. Los frondosos e imponentes árboles, con sus hojas transformándose en una paleta de colores otoñales, creaban un hermoso paisaje impresionante. El jardín del sector Sur, conocido por su belleza y serenidad, llamado: «Jardín de los estanques.» Debido a que el largo camino serpenteante de tierra perfectamente aplanada, cuyos arbustos a los costados median poco más del metro de altura, mostraban tras ellos, los pequeños estanques, una gran cantidad de ellos. Al fondo, del sendero, un majestuoso kiosko blanco, cuyo techo tenía decoraciones grabadas de flores. Bajo el kiosko, una mesa y unas sillas de madera blanca estaban preparadas con elegancia, y sobre la mesa descansaba uno de los libros más antiguos del Reino cuya cubierta era roja, un libro que la Reina leía. Serenia, hojeaba las páginas del libro, aunque su mente estaba más en
El majestuoso salón dorado, se había vuelto un lugar donde ese nuevo Rey practicaba su esgrima, arquería, entre otros usos armamentistas. El alto Rey pelirrojo se preparaba para demostrar su maestría en el arte de la arquería. Con el arco en mano, su mirada se fijó intensamente en el blanco, a diez metros de distancia. —No huirá. Su hijo no irá con ella —la voz grave del Rey resonó en el vasto salón, cuyas paredes doradas reflejaban su autoridad. Una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios—. Ella está bajo mi control. No pasará a más. ¿No hay noticias de Anthony? —cambió de tema abruptamente. ¡SLANK! La flecha voló, cortando el aire, y se clavó en el blanco con una precisión mortal. —No, su majestad. A pesar de que anoche interrogó a los guardias que lo vigilaban y esta mañana sentenció a la mitad de ellos… aún no hay novedades. Todas las fronteras estarán el doble de resguardadas. —Hmm… —el Rey, pensativo, preparó otra flecha—. ¿Debería felicitar a mi vieja amiga, la mar
El Rey Bertrand, comenzó a caminar hacia Serenia. Cada respiro de esa mujer, se volvió pesado, hasta que contuvo el aliento cuando él quedó a un único paso de distancia a ella. Serenia sintió las miradas de todos los que estaban en las afueras del palacio principal, sirvientes, guardias, el ministro y uno que otro noble de la capital. Ella se quedó inmóvil, viendo cómo la mano enguantada de blanco de su marido se movía hacia ella, posándose en su cabellera, casi como una sutil caricia, en la que él removió una pequeña hoja rojiza que había caído sobre Serenia. —Iré contigo —se escuchó su gruesa voz. No le estaba pidiendo permiso, mucho menos le importaba la opinión de ella… Le dejaba claro que ella no tenía poder de objetar. —Sí… Sí, su majestad… —titubeó Serenia, sintiéndose un poco abrumada por la directa manera de Bertrand. "Ya debería estar acostumbrada… Este hombre es así…" Pensó la Reina. Soltando un largo suspiro, para solo segundos después dejarse escoltar de
Su cuerpo sumergido en la tibia agua. Los largos y delgados dedos de sus manos pasando lentamente el aceite aromatizante por su piel. En el cuarto de baño únicamente dos sirvientas de rostros imperturbables, que estaban en total silencio. Una de ellas sostenía la bata de baño de la Reina. La otra estaba por cualquier órden. Un largo suspiro se deslizó por los carnosos labios rosas de esa belleza de ojos dorados. "No tiene sentido. Hacer esto es tedioso…" Pensó Serenia. Su mirada en ese momento, clavándose en uno de los largos candelabros de piso que iluminaba la habitación. "Entendí lo que significaba para ese hombre, desde nuestra primera noche juntos…" "Tercamente intenté cambiarlo. Si ya tenía que vivir una vida a su lado, ¿por qué no intentar que sea una buena vida?… Tuve ese estúpido pensamiento en el pasado…" La mente de la Reina Serenia Burgot, recordaba ese momento, cerrando sus ojos y relajándose en la tibia y elegante, tina. ……… ✧✧✧ Hace cuatro
—¡Me llena de alegría que hayan venido! Y en la grata compañía de su esposa, ahora Reina —la marquesa Verónica Hazlit hizo una reverencia profunda ante Serenia, una sonrisa en sus labios que brillaba como el sol en un día despejado. Verónica, con su cabello rubio semi largo y rizado, cuyas ondas exuberantes caían hasta la mitad de su espalda, era un retrato de belleza. Sus ojos, de un gris claro y penetrante, contrastaban con su piel blanca como la nieve. Un pequeño lunar, discreto pero cautivador, adornaba su labio inferior en el lado izquierdo. Verónica Hazlit era una mujer alta, de presencia imponente, que irradiaba una energía vibrante y poderosa. Vestía un elegante conjunto de cabalgata en tonos azul marino y blanco, con un pantalón ajustado y un abrigo largo que le llegaba hasta las rodillas, realzando su figura con un aire de nobleza. Detrás de ella, un magnífico caballo blanco relinchaba suavemente, mientras unos sirvientes varones se mantenían en silencio, observan
La luna menguante se filtraba entre las nubes, iluminando una noche fría, pero sin lluvia. En el jardín trasero de la majestuosa mansión del marquesado Hazlit, se celebraba el cumpleaños de Verónica, la noble que había tomado las riendas de su familia. Era una ocasión extraordinaria en el Reino de Bushlak, donde las mujeres, a pesar de las restricciones, podían alcanzar roles importantes si provenían de linajes nobles. Sin embargo, esta oportunidad solo se concedía si el cabeza de familia anterior la elegía como sucesora y el Rey lo aprobaba. Todos conocían la fama del antiguo Rey, Henrik Burgot, un hombre que disfrutaba del libertinaje y el placer. Para él, las mujeres eran meras posesiones, objetos de disfrute. Pero Verónica había logrado lo impensable en el reinado de Henrik. ¿Cómo había conseguido tal hazaña? Los rumores hablaban de un romance secreto con el Rey, pero la verdad era más sencilla: un negocio. Bertrand, el segundo príncipe de Bushlak, la presentó ante su pad