La luna menguante se filtraba entre las nubes, iluminando una noche fría, pero sin lluvia. En el jardín trasero de la majestuosa mansión del marquesado Hazlit, se celebraba el cumpleaños de Verónica, la noble que había tomado las riendas de su familia. Era una ocasión extraordinaria en el Reino de Bushlak, donde las mujeres, a pesar de las restricciones, podían alcanzar roles importantes si provenían de linajes nobles. Sin embargo, esta oportunidad solo se concedía si el cabeza de familia anterior la elegía como sucesora y el Rey lo aprobaba. Todos conocían la fama del antiguo Rey, Henrik Burgot, un hombre que disfrutaba del libertinaje y el placer. Para él, las mujeres eran meras posesiones, objetos de disfrute. Pero Verónica había logrado lo impensable en el reinado de Henrik. ¿Cómo había conseguido tal hazaña? Los rumores hablaban de un romance secreto con el Rey, pero la verdad era más sencilla: un negocio. Bertrand, el segundo príncipe de Bushlak, la presentó ante su pad
Nadie. En la habitación… Simplemente no había absolutamente nadie. La Reina Serenia, paseó su mirada en los alrededores. Hasta que sus hermosos ojos dorados se posaron en la mesa del centro de esa elegante sala. Un lujoso cofre dorado. Clack~ La Reina cerró la puerta tras de ella con cuidado de no provocar ruido, avanzando rumbo a la mesa. Ella se sentó en un sofá individual cercano, y tomó entre sus manos enguantadas el cofre que media unos cuarenta centímetros de largo y veinticinco de ancho. Colocándolo sobre su regazo, vio que el cofre no estaba asegurado y al abrirlo… Vio una nota. La elegante escritura del Reino de Bushlak. «Su majestad, Reina Serenia Lamparth De Burgot.» ¡El corazón de Serenia comenzó a latir aceleradamente! Ese era… Su verdadero nombre completo. Un apellido que los Bushlakos no admitían en ella, pero… ¡ERA PARTE SU IDENTIDAD! Con desesperación comenzó a revisar el contenido del cofre y encontró una carta, un frasco de madera de un co
—Escúchame —la mano enguantada del Rey tomó la mandíbula de Serenia, acercándola a su rostro. Desde la distancia, podría parecer un gesto de cariño, como si el Rey estuviera a punto de besar a su esposa. Pero desde la perspectiva de Serenia, ella podía ver la furia ardiendo en sus ojos y sentir su cálido aliento en contraste con la helada noche. —Vamos a volver. Te comportarás como la Reina ideal, o al regresar, la m@ldita agenda con tu hijo será reducida otra vez —amenazó él con voz fría—. ¿Eso es lo que quieres? ¿Que lo veas tan poco que un día el niño olvide quién eres? Serenia negó lentamente, su mano enguantada se posó sobre la de Bertrand, intentando apartarlo de su rostro y liberarse de su agarre. —No… No quiero eso. Seré tu… tu Reina ideal —susurró, extendiendo delicadamente su mano, esperando que él la tomara y la guiara de regreso. Al volver a la fiesta, los presentes hicieron una reverencia al reaparecer los Reyes. Serenia se sintió atrapada, obligada a bailar con es
—Está bien. Acepto su invitación, Marquesa Hazlit. La Reina Serenia, de cabellera negra como la noche y ojos dorados como el oro, aceptó de mala gana, la invitación de la Marquesa Verónica Hazlit. ¿Tenía opción de negarse?, el Rey ya había aprobado tal evento. Ambas damas se vistieron con sus elegantes trajes de montar. Tomaron sus arcos y flechas, junto con el séquito de sirvientes que las acompañarían.Cuando llegaron al lago, el día se mostraba gris y sombrío. Las aguas oscuras se agitaban suavemente bajo el viento frío, que hacía susurrar a los árboles que rodeaban la orilla. La Reina Serenia observó el paisaje con ojos entrecerrados, una expresión de disgusto cruzando su rostro.—Qué día tan desagradable —comentó, ajustando los guantes de piel que cubrían sus manos—. ¿No sería mejor, volver?, podremos distraernos con otra actividad, Marquesa. —No se preocupe, mi querida Reina —dijo Verónica con una sonrisa llena de gratitud y dulzura falsa, sus ojos brillando con un destel
Serenia posó sus ojos dorados en Bertrand, ese Rey Bushlako. Ella le dirigió una mirada con incredulidad y furia en sus ojos. ¿Cómo se atrevía a acusarla de estúpida cuando ella había sido víctima de una trampa elaborada? —¿Cómo te atreves a culparme? —reclamó ella, frunciendo el ceño, a la vez que ignoraba el dolor de sus heridas—. ¡Fui emboscada por impostores que se hicieron pasar por sirvientes de la marquesa! ¿Acaso no ves que esto es obra de esa víbora? ¿O es que tu amor por ella, te cegó? Bertrand la miró con desdén, su rostro endurecido por la ira. —Eres la Reina, Serenia, y debes dar la talla a la perfección, no caer en trampas tan obvias —su voz fría, sus ojos viéndola como la hoja de una daga que se posaba en su yugular—. Si no puedes cumplir con tus obligaciones, entonces eres una carga que no puedo permitir vuelva a salir conmigo. ¿Tendré acaso que mantenerte encerrada en el palacio? Serenia sintió que la sangre le hervía en las venas. ¿Cómo se atrevía hablarl
—Lo sabes Bert. Tenía que probar a esa niña —sonrió altiva la marquesa Verónica. El Rey avanzó a pasos firmes hacia ella, apoyando sus manos enguantadas sobre el escritorio de Verónica. Pum~ El sonido del peso de sus manos cayendo de golpe. Él se inclinó hacia ella y susurró con voz grave, pausada pero amenazante. —Es la última vez, que intentas "probar" algo utilizando a la Reina. ¿Lo has entendido? Verónica pensó que ese gobernante estaba bromeando hasta que vio la gélida mirada verde oscuro mostrándose como si quisiera propinarle un buen golpe. Esa mujer de cabellera rubia rizada, asintió varias veces rápidamente, a la vez que tragó saliva nerviosa. —Lo entiendo… —dijo en un susurro tembloroso. El Rey Bertrand Burgot, volvió a distanciarse del escritorio. —Pero pensé que su majestad no la veía más que como un comodín… Uno para utilizar en su juego por si ocurre algún incoveniente en su camino a volverse emperador… —se atrevió Verónica a revelar abiertamente los pl
Tras la reverencia. La marquesa Verónica Hazlit, levantó lentamente su mirada haciendo contacto visual con la Reina. —Su majestad, gloriosa Reina de Bushlak, Serenia Burgot. Le ruego disculpe mi grave falta —dijo con voz alta y firme. Aunque por dentro estuviera sintiéndose humillada y avergonzada. Sin embargo, la marquesa Hazlit no era una mujer estúpida. Sabía que no podía perder el favor del Rey. Serenia volvió a ver de reojo al Rey, que posando su mano con firmeza en la cintura de ella, estaba de pie a su lado. Sus miradas hicieron contacto visual en ese momento. —La marquesa tendió una trampa para ti, una para probar tus habilidades. Aún así, no le quita las culpas de que atentara contra tu vida —le explicó Bertrand a su Reina. ¡Serenia se sorprendió en gran manera!, rápidamente frunciendo el ceño. —¡¿Ella fue la que planeó que sus sirvientes me pierdan en el bosque?! —alzó la voz Serenia indignada. La marquesa, aún esperando el perdón de su Reina. —Exacto "querida".
Esa noche, en la mansión del marquesado Hazlit, la atmósfera era tensa. Frente a la elegante chimenea, el fuego danzaba, proyectando sombras en la sala anexa del dormitorio. El Rey Bertrand, sentado en un cómodo sofá individual, sostenía unos documentos en su mano izquierda y una copa de cristal con licor en la derecha. El líquido brillaba como oro bajo la luz cálida del fuego, y el sonido del crepitar de la leña llenaba el aire. La puerta se abrió y la Reina ingresó, escoltada por su sirvienta Julia. —Que descansen, sus majestades —saludó la sirvienta, haciendo una reverencia antes de abandonar la habitación. El sonido de la puerta cerrándose resonó en el silencio. Serenia, que se había preparado en el salón anexo del baño, se dirigió al sector de la recámara, donde se encontraba la cama. Sin embargo, no podía evitar sentir la mirada penetrante del Rey sobre ella, un escalofrío recorrió su espalda. Se detuvo y volvió a mirar a su esposo. —¿Hay algo que quieras decir?