Esa noche, en la mansión del marquesado Hazlit, la atmósfera era tensa. Frente a la elegante chimenea, el fuego danzaba, proyectando sombras en la sala anexa del dormitorio. El Rey Bertrand, sentado en un cómodo sofá individual, sostenía unos documentos en su mano izquierda y una copa de cristal con licor en la derecha. El líquido brillaba como oro bajo la luz cálida del fuego, y el sonido del crepitar de la leña llenaba el aire. La puerta se abrió y la Reina ingresó, escoltada por su sirvienta Julia. —Que descansen, sus majestades —saludó la sirvienta, haciendo una reverencia antes de abandonar la habitación. El sonido de la puerta cerrándose resonó en el silencio. Serenia, que se había preparado en el salón anexo del baño, se dirigió al sector de la recámara, donde se encontraba la cama. Sin embargo, no podía evitar sentir la mirada penetrante del Rey sobre ella, un escalofrío recorrió su espalda. Se detuvo y volvió a mirar a su esposo. —¿Hay algo que quieras decir?
—¿La agenda de mi bebé...? —La Reina susurró, su voz temblando de incredulidad mientras sus ojos dorados se fijaban en el atractivo hombre pelirrojo. —Sí. Dependerá de ti —respondió el Rey, liberando el mentón de Serenia mientras regresaba a su asiento. —¡Espera! —exclamó Serenia, estirando la mano para detenerlo de la muñeca. Bertrand Burgot volvió a mirarla por encima del hombro, una expresión fría y distante en su rostro que provocó nerviosismo en su esposa. —¿Seré completamente libre para decidir sobre el evento...? Porque si pones a alguien a supervisar, o a dictar reglas, no sería justo y... —Sí. Tu evento, tus reglas. Siempre que no te desvíes de las tradiciones del Reino —le explicó, zafándose del agarre de Serenia. Ella asintió, una chispa de emoción iluminando sus ojos. Él la notó, y con un suspiro de desdén, se acomodó en su asiento. ......... ✧✧✧ Tres días después. ✧✧✧ El Reino de Ruster, situado en el sur del continente, se extendía como una pequeña joya costera
✧✧✧ La mañana del día siguiente. ✧✧✧ —Ahí está, mire qué hermoso se ve el príncipe, su majestad Reina~ —habló a grandes voces, Lady Ruwer. La mujer de larga cabellera castaña, avanzó de prisa hacia el encierro donde el bebé yacía acostado, varias niñera mostrándole pequeños y coloridos peluches. Serenia se sorprendió, al ver a esa dama de compañía, acercarse y tomar descaradamente entre sus brazos a su hijo. Pero eso no fue todo lo que indignó a la Reina… ¡El príncipe Brendel Burgot, sonreía! El pequeño bebé sonreía siendo cargado por Lady Ruwer, que le hablaba con voz mimada, como si el niño ya estuviera familiarizado con ese agudo y chillón tono de voz falso de esa mujer que se esforzaba por verse la más pura y dulce de la nación. Serenia captó que en su ausencia por su viaje al marquesado, esa mujer estuvo acercándose de más a su hijo. La Reina fruncio el ceño. De inmediato acercándose a Amaya Ruwer que cargaba al príncipe. —Déjalo en el encierro, Lady Ruwer —ordenó d
—¡Pero Bertrand! ¡Esa mujer me agredió! ¡Prometiste a mi hermano que nada malo me pasaría! —gritó furiosa, Lady Ruwer. ¡La acción del Rey fue inmediata!, levantándose de la silla tomó por el cuello a Lady Ruwer. ¡PUM! ¡Pegó ella contra el escritorio! —¡AH! —gritó, viendo asustada a ese frívolo gobernante. —¿Crees que tienes el derecho de levantarme la voz, quejarte a tu antojo, desobedecerme y tras de eso exigirme? —le preguntó en un cruel susurró, acercando su rostro al de ella. ¡Rápidamente Lady Ruwer negó con la cabeza una y otra vez!, la mujer castaña con lágrimas en sus ojos. Él la soltó con brusquedad y Amaya cayó sentada en el elegante piso alfombrado. Pof~ Apenas ella cayó. Levantó su mirada haciendo contacto visual con ese gobernante, las lágrimas recorriendo sus mejillas. —Cof~ cof~ —tosía Lady Ruwer, a la vez que intentaba secar sus lágrimas. —Soy el Rey. No te permito tales libertades, aún si en el futuro te vuelves el reemplazo de Serenia. NO signific
—¿A qué se debe tu presencia? —preguntó la Reina, su voz cortante como un cuchillo. —¿Es esa la manera de recibir a tu Rey? —exhaló él, la molestia evidente en su tono, mientras se dirigía a una de las cómodas sillas de madera pulida. Se dejó caer en el asiento, reposando los brazos en los descansabrazos—. Lady Ruwer... —¡Ya sé eso! —interrumpió Serenia, su mirada dorada, fría como el hielo—. Sé que ella fue a verte y terminó sancionada. ¿Por qué lo hiciste? —Es un asunto que no te concierne —respondió él, su tono gélido. La tensión entre los Reyes era palpable; el ambiente se tornó sombrío. Serenia frunció el ceño, cruzándose de brazos, observándolo con una intensidad que podía cortar el aire. —¿Vienes a regañarme por haber golpeado a tu amante número dos? —preguntó la Reina, su dignidad resplandecía a pesar de la amenaza que podía significar para ella. Bertrand se cruzó de piernas, entrelazando los dedos de sus manos. Una sonrisa altiva curvó los labios del hombre pelirrojo
—¿Irás con esa mujer? ¿Aunque sabes que no es capaz de quitarse la vida? —le preguntó la Reina a Bertrand con dureza—. Sabes que solo quiere llamar tu atención y te está engañando. Él volvió a mirarla, su mirada bajando hasta el agarre de la mano de ella en su brazo, soltándose. —"Querida", ¿acaso quieres arruinar mi reputación? Aún si lady Ruwer no es capaz de suicidarse, tengo que ir. Es mi obligación como gobernante. No me engaña, es una estúpida con la que debo hablar. Bertrand comenzó a caminar, Serenia viendo cómo el Rey se alejaba con un gesto altivo. Ella exhaló con molestia y en cuestión de segundos, comenzó a correr detrás de ese hombre. —¡Espera! ¡Iré contigo! Bertrand detuvo sus pasos, dando medio giro, y la miró de manera analítica, hasta que ella lo alcanzó y se detuvo a su lado. Él extendió su brazo y ella se aferró a él. Seguidamente, el Rey se fue en compañía de su Reina. Cuando llegaron al sector del palacio, donde lady Ruwer estaba sentada en la barandilla
Bertrand se acercó a Lady Ruwer, su mirada verde oscura y fría, clavada en los ojos suplicantes de la joven. —Lady Ruwer, le aconsejo que actúe como la dama que se supone que es. De lo contrario, me veré obligado a tomar medidas más drásticas. Sin añadir nada más, se dio la vuelta y se alejó, dejando a Amaya en manos de los guardias, quienes la condujeron al interior del palacio mientras ella lloraba desconsoladamente. Desde lejos, Serenia, la Reina, observaba la escena, sintiendo cómo aquel hombre pelirrojo se acercaba ahora a ella. Bertrand se detuvo frente a Serenia. —¿Ves? Todo se ha resuelto. No soy un tonto que caiga en el juego de esa mujer. —Aún así, dijiste que ella es tu verdadera Reina de Bushlak. No deberías ser tan cruel con ella —respondió Serenia, dejando entrever una pizca de molestia que el Rey no pasó por alto. —Acompáñame —dijo, extendiendo su brazo a Serenia una vez más. Confusa pero intrigada, la Reina tomó el brazo de su esposo, quien la guió al in
"Si acepto, él estará más cerca de mí… Me lo ha insinuado y podré… darle esa droga que lo enfermará." La Reina comenzó a maquinara en su mente. —Está bien, acepto. Pero debemos dejar las condiciones muy claras para ambos. —Hmm… —el Rey hizo un gesto pensativo, sus dudas flotando en el aire. La figura alta del hombre pelirrojo, imponente y serio, se inclinó hacia ella. En un susurro cálido, le dijo: —En ese caso, organizaré una cita para discutir esto con toda la seriedad que merece. Serenia arqueó una ceja, la confusión asomándose en su rostro. —¿Qué tanto se necesita? Solo es permitirme ocupar la verdadera posición que me corresponde —respondió fríamente. —Es más que eso —insistió el gobernante, sus ojos verdes oscuros fijos en ella—. No me tomo las cosas a la ligera, "querida", menos si involucran a Bushlak, el reino que dirijo. Serenia guardó silencio, comprendiendo que su esposo se tomaba su trabajo con total seriedad. Por esa misma razón había liderado la mayor oposici