PLOF~ El caballero traidor, cayó al suelo, su sangre empapando el césped. Pero no hubo tiempo para celebraciones. Hansel aprovechó la distracción y lanzó un ataque directo. Bertrand apenas logró desviar el golpe, pero la hoja de Hansel rozó su costado, el veneno entrando en su sistema. —¡Ahg! —el Rey hizo una expresión de dolor. Se tambaleó un instante, pero su voluntad era más fuerte que el dolor. Con un grito final, atacó con toda su fuerza, desarmando a Hansel y hundiendo su espada en el abdomen del exConde. —¡¡AAAHG!! ¡MALDITO BERTRAND! Hansel cayó de rodillas, su espada cayendo a un lado. Sangraba profundamente, pero en lugar de suplicar o gritar, comenzó a reír. —¿De qué te ríes? —preguntó Bertrand, jadeando, sosteniéndose el costado herido. —De que… te he ganado… —susurró Hansel, su voz quebrándose entre risas y toses de sangre—. Ese veneno… te matará… los dos moriremos esta noche… El exConde Ruwer cayó al suelo, sus risas desvaneciéndose mientras su vida
El Rey Bertrand Burgot despertó en medio de la oscuridad de una amplia y lujosa habitación. El aire era fresco, pero tenía un aroma desconocido, distinto al de su hogar. Se incorporó lentamente, sintiendo una ligera molestia en su costado, donde la espada con el veneno del exConde Ruwer lo había atravesado. Sus ojos, verdes como un bosque en pleno verano, se adaptaron a la oscuridad mientras observaba los contornos de la habitación. Todo parecía extraño, ajeno, pero no hostil. "¿Dónde estoy…?" Cruzó un fugas pensamiento. Una tenue línea de luz se filtraba a través de las cortinas elegantes. Con un esfuerzo que le recordó cuán frágil seguía estando su estado, se levantó y caminó hacia las ventanas. Descorrió las cortinas con suavidad, dejando entrar el resplandor del día y… Fue entonces cuando lo vio: en la distancia, ondeaban dos banderas. Una pertenecía al Ducado Lamparth y la otra al Imperio Gorian. Su corazón se detuvo por un instante. ¡No estaba en Bushlak! Antes de q
✧✧✧ Dos días después, en el Imperio de Gorian. ✧✧✧ El sol del sureste bañaba las vastas tierras del Imperio Gorian, extendiendo su luz sobre los campos y las colinas que parecían no tener fin. Serenia no podía evitar la sensación de nostalgia que la invadía mientras observaba el paisaje de su infancia desde la ventanilla del carruaje. Cada rincón parecía estar lleno de recuerdos, de lecciones aprendidas y del amor que siempre había recibido en su hogar. Ahora, después de años de ausencia, regresaba no solo como una hija, sino como una Reina, una esposa y una madre. Bertrand, sentado a su lado, notaba la emoción que se reflejaba en el rostro de su esposa. Los ojos dorados de su mujer brillaban con una calidez especial, y su cabello oscuro ondeaba suavemente con la brisa que se colaba por la ventanilla. Bertrand sonrió al verla así, llena de vida y felicidad. —Parece que el hogar todavía tiene un lugar especial en tu corazón, ¿verdad, mi amada? —comentó Bertrand, tomando con s
✧✧✧ Más tarde, ese mismo día ✧✧✧ El sol comenzaba a descender, bañando los muros del castillo con tonos rojizos del crepúsculo. Lance Lamparth y Bertrand Burgot compartían un momento en un elegante salón, acompañado por el crepitar de la chimenea y la tenue luz de las farolas de pared que iluminaban la amplia habitación. Lance, con su porte imponente y la elegancia que siempre lo caracterizaba, tomó una botella de licor de una mesa cercana. Era un gesto inusual, pues rara vez se servía él mismo, pero esta ocasión era especial. Llenó las copas y le entregó una a Bertrand, quien aceptó el gesto con respeto, inclinando ligeramente la cabeza. Por unos momentos, ambos hombres permanecieron en silencio, degustando la bebida. Fue Lance quien rompió el silencio, apoyando su copa sobre la mesa junto a él. —Bertrand —comenzó Lance, con un tono serio pero sin hostilidad. Bertrand levantó la mirada, atento. —Convencí a mi hijo Jhonn de enviar esa carta al Rey de Ruster para frenar la g
El fuego devoraba partes del territorio Real Bushlako. En esa oscura madrugada a finales del verano, los gritos resonaban entre el caos desatado. Una inevitable guerra interna por el poder, se había extendido durante meses. En el salón del Rey Bushlako, un charco de sangre se acumulaba bajo el trono del gobernante, el rojo carmesí deslizándose lentamente, manchando las escaleras y dejando un rastro que se confundía con la alfombra roja. POF~ El fuerte sonido del cuerpo del Rey Henrik Burgot cayendo agonizante resonó en la sala, tras ser atravesado por la espada de uno de sus hijos, el segundo príncipe. —Tú me obligaste a esto, anciano decrépito —dijo el príncipe pelirrojo con indiferencia—. Hay que saber cuándo hacerse a un lado. Contigo al mando, Bushlak jamás será un imperio que compita con Gorian, y terminaremos siendo absorbidos por ellos. El Rey, incapaz de hablar, solo podía mirar con pánico a su hijo de 27 años, que sacudió su espada, limpiándola de la sangre del
✧✧✧ Un día más tarde. ✧✧✧ La noche caía sobre el bosque, una oscuridad interrumpida únicamente por la tenue luz de la luna llena que se filtraba a través de las ramas de los árboles. El suelo desnivelado cubierto de hojas secas y húmedas, mismas que provocaban un sonido con los pasos apresurados de la princesa Serenia que corría entre ese oscuro bosque. El aire frío acariciando su cuerpo, un susurro helado avisaba el final del verano. El aliento de la princesa que se convertía en vapor con cada exhalación. Sus grandes ojos dorados que se paseaban con desesperación por el bosque sin saber dónde más huir y ocultarse. —Waaaahh~ —en sus brazos, el llanto desgarrador de su bebé, como un eco de desesperación que la impulsaba a seguir adelante, a huir. Detrás de ella, las voces de los caballeros Reales se alzaban en su llamado: —¡DETÉNGASE PRINCESA! ¡ES PELIGROSO! —¡Vuelva aquí, princesa Serenia! Cada grito era un recordatorio de que estaba a punto de perde
—¡NOOO! ¡¡¡ESPERA!!! —gritó Serenia, su voz desgarrada resonando en la oscuridad mientras veía cómo alejaban a su bebé, solo para llevarlo a la muerte. La desesperación la consumía, como un fuego voraz avivado por la frialdad de ese hombre descorazonado. El Rey Bertrand se detuvo, pero no por compasión. Serenia, en un impulso desesperado, se soltó y corrió hacia él, su corazón latiendo con la esperanza de un último milagro. —¡AY! —gritó cuando uno de los caballeros del Rey la agarró del pelo, arrojándola al suelo como si fuera un objeto sin valor—. ¡Suéltame! ¡Déjame ir! —¿No escuchaste el decreto del Rey? —replicó el caballero, con su tono burlón—. No irás a ningún lado más que a un frío calabozo. —¡ESTÁ BIEN! ¡LO HARÉ! —gritó Serenia viendo hacia el Rey, entre lágrimas, su voz temblorosa quebrándose como su espíritu—. ¡HARÉ LO QUE SEA QUE QUIERAS Y SEGUIRÉ TUS REGLAS! ¡Seré tu esposa perfecta…! ¡Por favor, Bertrand! ¡No me hagas esto!, te lo… Te lo suplico… No le hagas nad
Su expresión era seria y majestuosa, con sus ojos fijos en el camino recto que se extendía varios metros ante ella. Una alfombra dorada la guiaba hacia el trono del Rey Bushlako, un trono imponente, bañado en oro y adornado con hermosos diamantes y piedras preciosas. A la mano derecha del trono, se encontraba una glamurosa y majestuosa silla destinada a la Reina. Serenia recordó lo que le había informado el ministro Brandon: Ella sería la nueva Reina. Se veía radiante con un vestido de gala pomposo de un intenso color rojo, mientras su cabellera negra y ondulada se recogía en un glamuroso moño, dejando expuesto de manera elegante su cuello que lucía una gargantilla de oro con rubíes. La princesa avanzó por la alfombra dorada, rodeada de nobles e invitados especiales que asistían a tan magnífico evento. La música que había estado sonando hasta ese momento se detuvo, y el vocero anunció, resonando en todo el amplio y lujoso salón: —La gloriosa princesa, Serenia Burgot, ha