—¿A qué se debe tu presencia? —preguntó la Reina, su voz cortante como un cuchillo. —¿Es esa la manera de recibir a tu Rey? —exhaló él, la molestia evidente en su tono, mientras se dirigía a una de las cómodas sillas de madera pulida. Se dejó caer en el asiento, reposando los brazos en los descansabrazos—. Lady Ruwer... —¡Ya sé eso! —interrumpió Serenia, su mirada dorada, fría como el hielo—. Sé que ella fue a verte y terminó sancionada. ¿Por qué lo hiciste? —Es un asunto que no te concierne —respondió él, su tono gélido. La tensión entre los Reyes era palpable; el ambiente se tornó sombrío. Serenia frunció el ceño, cruzándose de brazos, observándolo con una intensidad que podía cortar el aire. —¿Vienes a regañarme por haber golpeado a tu amante número dos? —preguntó la Reina, su dignidad resplandecía a pesar de la amenaza que podía significar para ella. Bertrand se cruzó de piernas, entrelazando los dedos de sus manos. Una sonrisa altiva curvó los labios del hombre pelirrojo
—¿Irás con esa mujer? ¿Aunque sabes que no es capaz de quitarse la vida? —le preguntó la Reina a Bertrand con dureza—. Sabes que solo quiere llamar tu atención y te está engañando. Él volvió a mirarla, su mirada bajando hasta el agarre de la mano de ella en su brazo, soltándose. —"Querida", ¿acaso quieres arruinar mi reputación? Aún si lady Ruwer no es capaz de suicidarse, tengo que ir. Es mi obligación como gobernante. No me engaña, es una estúpida con la que debo hablar. Bertrand comenzó a caminar, Serenia viendo cómo el Rey se alejaba con un gesto altivo. Ella exhaló con molestia y en cuestión de segundos, comenzó a correr detrás de ese hombre. —¡Espera! ¡Iré contigo! Bertrand detuvo sus pasos, dando medio giro, y la miró de manera analítica, hasta que ella lo alcanzó y se detuvo a su lado. Él extendió su brazo y ella se aferró a él. Seguidamente, el Rey se fue en compañía de su Reina. Cuando llegaron al sector del palacio, donde lady Ruwer estaba sentada en la barandilla
Bertrand se acercó a Lady Ruwer, su mirada verde oscura y fría, clavada en los ojos suplicantes de la joven. —Lady Ruwer, le aconsejo que actúe como la dama que se supone que es. De lo contrario, me veré obligado a tomar medidas más drásticas. Sin añadir nada más, se dio la vuelta y se alejó, dejando a Amaya en manos de los guardias, quienes la condujeron al interior del palacio mientras ella lloraba desconsoladamente. Desde lejos, Serenia, la Reina, observaba la escena, sintiendo cómo aquel hombre pelirrojo se acercaba ahora a ella. Bertrand se detuvo frente a Serenia. —¿Ves? Todo se ha resuelto. No soy un tonto que caiga en el juego de esa mujer. —Aún así, dijiste que ella es tu verdadera Reina de Bushlak. No deberías ser tan cruel con ella —respondió Serenia, dejando entrever una pizca de molestia que el Rey no pasó por alto. —Acompáñame —dijo, extendiendo su brazo a Serenia una vez más. Confusa pero intrigada, la Reina tomó el brazo de su esposo, quien la guió al in
"Si acepto, él estará más cerca de mí… Me lo ha insinuado y podré… darle esa droga que lo enfermará." La Reina comenzó a maquinara en su mente. —Está bien, acepto. Pero debemos dejar las condiciones muy claras para ambos. —Hmm… —el Rey hizo un gesto pensativo, sus dudas flotando en el aire. La figura alta del hombre pelirrojo, imponente y serio, se inclinó hacia ella. En un susurro cálido, le dijo: —En ese caso, organizaré una cita para discutir esto con toda la seriedad que merece. Serenia arqueó una ceja, la confusión asomándose en su rostro. —¿Qué tanto se necesita? Solo es permitirme ocupar la verdadera posición que me corresponde —respondió fríamente. —Es más que eso —insistió el gobernante, sus ojos verdes oscuros fijos en ella—. No me tomo las cosas a la ligera, "querida", menos si involucran a Bushlak, el reino que dirijo. Serenia guardó silencio, comprendiendo que su esposo se tomaba su trabajo con total seriedad. Por esa misma razón había liderado la mayor oposici
El Conde Hansel Ruwer, un hombre de la nobleza Bushlaka. Líder de los Ruwer, una de las casas más poderosas y ricas, siempre leal a Bertrand. Hansel conocía al monarca desde la adolescencia; su condado se encontraba en el este, cerca de la ciudad costera donde Bertrand creció. Vestido con un elegante traje oscuro, su cabello castaño semilargo estaba perfectamente peinado hacia atrás, y sus ojos celestes brillaban con intensidad. Era un hombre alto y maduro, en sus treinta años, con una apariencia seria que imponía respeto. Se había casado dos veces y ahora solo tenía un hijo pequeño de seis años, cuya salud era delicada. Serenia sabía todo esto sobre él. Después de todo, había estudiado a todos los invitados que asistirían esa noche. Aunque sabía que Hansel estaba en la "lista de honor", pensó que la distancia entre su condado y la capital lo mantendría alejado... ¡Qué equivocación! —¿Ocurre algo? —la voz del Rey la sacó abruptamente de sus pensamientos. Serenia parpadeó vari
¡BUM! —¡AY! —gritó Serenia cuando el Conde Hansel Ruwer la agarró del brazo y la empujó con fuerza contra la pared, sujetándola de ambas muñecas a la altura de su cabeza. El hombre de cabellera castaña, se inclinó hacia ella y susurró: —¿Y si te dijera que sé quién te envió ese cofre? ¿Creerías que conozco tu plan? Sé lo que estás tramando a espaldas del Rey. Su voz era un susurro amenazante, pero Serenia logró mantener la calma, sin mostrar ni una pizca de sorpresa. —¿Realmente lo sabes? —preguntó, con seriedad. —Sí. Tengo mis conexiones en el Marquesado Hazlit. —Oh… Te creo… —susurró ella, mostrando interés. —¿Qué harás, Reina? ¿Estás dispuesta a escucharme? —sonrió el hombre maduro—. Si es así, me reuniré contigo en secreto en la capital. "¿Reunirse conmigo en secreto? Podría ser arriesgado, pero…" "¿Y si realmente sabe quién me está ayudando? ¿Quién planea acabar con la vida de Bertrand lentamente, enfermándolo?" La Reina suspiró, considerando sus opciones.
—¡Espera! —exclamó la Reina, posando su mano sobre el brazo del Rey. Bertrand la miraba con una mezcla de curiosidad y desafío, su expresión seria e indescifrable. Los ojos dorados de Serenia se encontraron con los del alto hombre pelirrojo que estaba detrás de ella. Sintió que le costaba respirar, y la tensión en el aire se volvía electrizante. —No entiendo por qué te resistes. ¿Has mentido al decirme que te sentías incómoda? —dijo él, su voz baja y firme. Serenia retiró su mano, sintiendo un cosquilleo recorrer su piel. —No mentí... —susurró, sintiendo cómo el rubor se apoderaba de sus mejillas mientras los dedos de él comenzaban a jugar con los bordes de la venda sobre sus senos. Su corazón latía con fuerza, como si quisiera escapar de su pecho. —¿No?, en ese caso... —dijo el Rey Bushlako, un tono malicioso en su voz mientras el vendaje comenzaba a aflojarse. Serenia sabía que estaba en una situación comprometedora, pero había algo en el ambiente que la mantenía en
—No te escucho hablar, "querida" —susurró el Rey, mientras sus dedos deslizaban suavemente el tirante del camisón, acariciando con un roce seductor el hombro desnudo de Serenia. Un escalofrío recorrió su cuerpo de pies a cabeza. Él estaba en esa habitación frente a ella, a escasos centímetros, sus cuerpos rozándose peligrosamente mientras ella se sentía semidesnuda. "No puedo decirle la verdad. ¡Definitivamente no haré eso! Pero él tampoco se va a creer cualquier excusa… ¡Es un hombre que planeó la caída de su padre y lo logró! Es alguien muy perspicaz" Pensó la Reina, su respiración agitada y llena de nerviosismo, incapaz de ocultar el rubor que invadía su piel. En ese momento, la mano izquierda de ese hombre dejó su cintura y se acercó al otro hombro. Serenia se quedó helada, su corazón latiendo desbocado, cuando él intentó deslizar el otro tirante de su camisón. —¡Espera! —exclamó ella, su voz temblorosa. —¿Vas a decirme la verdad? —dijo él, con un tono arrogante—. ¿O te e