—Está bien. Acepto su invitación, Marquesa Hazlit. La Reina Serenia, de cabellera negra como la noche y ojos dorados como el oro, aceptó de mala gana, la invitación de la Marquesa Verónica Hazlit. ¿Tenía opción de negarse?, el Rey ya había aprobado tal evento. Ambas damas se vistieron con sus elegantes trajes de montar. Tomaron sus arcos y flechas, junto con el séquito de sirvientes que las acompañarían.Cuando llegaron al lago, el día se mostraba gris y sombrío. Las aguas oscuras se agitaban suavemente bajo el viento frío, que hacía susurrar a los árboles que rodeaban la orilla. La Reina Serenia observó el paisaje con ojos entrecerrados, una expresión de disgusto cruzando su rostro.—Qué día tan desagradable —comentó, ajustando los guantes de piel que cubrían sus manos—. ¿No sería mejor, volver?, podremos distraernos con otra actividad, Marquesa. —No se preocupe, mi querida Reina —dijo Verónica con una sonrisa llena de gratitud y dulzura falsa, sus ojos brillando con un destel
Serenia posó sus ojos dorados en Bertrand, ese Rey Bushlako. Ella le dirigió una mirada con incredulidad y furia en sus ojos. ¿Cómo se atrevía a acusarla de estúpida cuando ella había sido víctima de una trampa elaborada? —¿Cómo te atreves a culparme? —reclamó ella, frunciendo el ceño, a la vez que ignoraba el dolor de sus heridas—. ¡Fui emboscada por impostores que se hicieron pasar por sirvientes de la marquesa! ¿Acaso no ves que esto es obra de esa víbora? ¿O es que tu amor por ella, te cegó? Bertrand la miró con desdén, su rostro endurecido por la ira. —Eres la Reina, Serenia, y debes dar la talla a la perfección, no caer en trampas tan obvias —su voz fría, sus ojos viéndola como la hoja de una daga que se posaba en su yugular—. Si no puedes cumplir con tus obligaciones, entonces eres una carga que no puedo permitir vuelva a salir conmigo. ¿Tendré acaso que mantenerte encerrada en el palacio? Serenia sintió que la sangre le hervía en las venas. ¿Cómo se atrevía hablarl
—Lo sabes Bert. Tenía que probar a esa niña —sonrió altiva la marquesa Verónica. El Rey avanzó a pasos firmes hacia ella, apoyando sus manos enguantadas sobre el escritorio de Verónica. Pum~ El sonido del peso de sus manos cayendo de golpe. Él se inclinó hacia ella y susurró con voz grave, pausada pero amenazante. —Es la última vez, que intentas "probar" algo utilizando a la Reina. ¿Lo has entendido? Verónica pensó que ese gobernante estaba bromeando hasta que vio la gélida mirada verde oscuro mostrándose como si quisiera propinarle un buen golpe. Esa mujer de cabellera rubia rizada, asintió varias veces rápidamente, a la vez que tragó saliva nerviosa. —Lo entiendo… —dijo en un susurro tembloroso. El Rey Bertrand Burgot, volvió a distanciarse del escritorio. —Pero pensé que su majestad no la veía más que como un comodín… Uno para utilizar en su juego por si ocurre algún incoveniente en su camino a volverse emperador… —se atrevió Verónica a revelar abiertamente los pl
Tras la reverencia. La marquesa Verónica Hazlit, levantó lentamente su mirada haciendo contacto visual con la Reina. —Su majestad, gloriosa Reina de Bushlak, Serenia Burgot. Le ruego disculpe mi grave falta —dijo con voz alta y firme. Aunque por dentro estuviera sintiéndose humillada y avergonzada. Sin embargo, la marquesa Hazlit no era una mujer estúpida. Sabía que no podía perder el favor del Rey. Serenia volvió a ver de reojo al Rey, que posando su mano con firmeza en la cintura de ella, estaba de pie a su lado. Sus miradas hicieron contacto visual en ese momento. —La marquesa tendió una trampa para ti, una para probar tus habilidades. Aún así, no le quita las culpas de que atentara contra tu vida —le explicó Bertrand a su Reina. ¡Serenia se sorprendió en gran manera!, rápidamente frunciendo el ceño. —¡¿Ella fue la que planeó que sus sirvientes me pierdan en el bosque?! —alzó la voz Serenia indignada. La marquesa, aún esperando el perdón de su Reina. —Exacto "querida".
Esa noche, en la mansión del marquesado Hazlit, la atmósfera era tensa. Frente a la elegante chimenea, el fuego danzaba, proyectando sombras en la sala anexa del dormitorio. El Rey Bertrand, sentado en un cómodo sofá individual, sostenía unos documentos en su mano izquierda y una copa de cristal con licor en la derecha. El líquido brillaba como oro bajo la luz cálida del fuego, y el sonido del crepitar de la leña llenaba el aire. La puerta se abrió y la Reina ingresó, escoltada por su sirvienta Julia. —Que descansen, sus majestades —saludó la sirvienta, haciendo una reverencia antes de abandonar la habitación. El sonido de la puerta cerrándose resonó en el silencio. Serenia, que se había preparado en el salón anexo del baño, se dirigió al sector de la recámara, donde se encontraba la cama. Sin embargo, no podía evitar sentir la mirada penetrante del Rey sobre ella, un escalofrío recorrió su espalda. Se detuvo y volvió a mirar a su esposo. —¿Hay algo que quieras decir?
—¿La agenda de mi bebé...? —La Reina susurró, su voz temblando de incredulidad mientras sus ojos dorados se fijaban en el atractivo hombre pelirrojo. —Sí. Dependerá de ti —respondió el Rey, liberando el mentón de Serenia mientras regresaba a su asiento. —¡Espera! —exclamó Serenia, estirando la mano para detenerlo de la muñeca. Bertrand Burgot volvió a mirarla por encima del hombro, una expresión fría y distante en su rostro que provocó nerviosismo en su esposa. —¿Seré completamente libre para decidir sobre el evento...? Porque si pones a alguien a supervisar, o a dictar reglas, no sería justo y... —Sí. Tu evento, tus reglas. Siempre que no te desvíes de las tradiciones del Reino —le explicó, zafándose del agarre de Serenia. Ella asintió, una chispa de emoción iluminando sus ojos. Él la notó, y con un suspiro de desdén, se acomodó en su asiento. ......... ✧✧✧ Tres días después. ✧✧✧ El Reino de Ruster, situado en el sur del continente, se extendía como una pequeña joya costera
✧✧✧ La mañana del día siguiente. ✧✧✧ —Ahí está, mire qué hermoso se ve el príncipe, su majestad Reina~ —habló a grandes voces, Lady Ruwer. La mujer de larga cabellera castaña, avanzó de prisa hacia el encierro donde el bebé yacía acostado, varias niñera mostrándole pequeños y coloridos peluches. Serenia se sorprendió, al ver a esa dama de compañía, acercarse y tomar descaradamente entre sus brazos a su hijo. Pero eso no fue todo lo que indignó a la Reina… ¡El príncipe Brendel Burgot, sonreía! El pequeño bebé sonreía siendo cargado por Lady Ruwer, que le hablaba con voz mimada, como si el niño ya estuviera familiarizado con ese agudo y chillón tono de voz falso de esa mujer que se esforzaba por verse la más pura y dulce de la nación. Serenia captó que en su ausencia por su viaje al marquesado, esa mujer estuvo acercándose de más a su hijo. La Reina fruncio el ceño. De inmediato acercándose a Amaya Ruwer que cargaba al príncipe. —Déjalo en el encierro, Lady Ruwer —ordenó d
—¡Pero Bertrand! ¡Esa mujer me agredió! ¡Prometiste a mi hermano que nada malo me pasaría! —gritó furiosa, Lady Ruwer. ¡La acción del Rey fue inmediata!, levantándose de la silla tomó por el cuello a Lady Ruwer. ¡PUM! ¡Pegó ella contra el escritorio! —¡AH! —gritó, viendo asustada a ese frívolo gobernante. —¿Crees que tienes el derecho de levantarme la voz, quejarte a tu antojo, desobedecerme y tras de eso exigirme? —le preguntó en un cruel susurró, acercando su rostro al de ella. ¡Rápidamente Lady Ruwer negó con la cabeza una y otra vez!, la mujer castaña con lágrimas en sus ojos. Él la soltó con brusquedad y Amaya cayó sentada en el elegante piso alfombrado. Pof~ Apenas ella cayó. Levantó su mirada haciendo contacto visual con ese gobernante, las lágrimas recorriendo sus mejillas. —Cof~ cof~ —tosía Lady Ruwer, a la vez que intentaba secar sus lágrimas. —Soy el Rey. No te permito tales libertades, aún si en el futuro te vuelves el reemplazo de Serenia. NO signific