El Rey Bertrand, comenzó a caminar hacia Serenia. Cada respiro de esa mujer, se volvió pesado, hasta que contuvo el aliento cuando él quedó a un único paso de distancia a ella. Serenia sintió las miradas de todos los que estaban en las afueras del palacio principal, sirvientes, guardias, el ministro y uno que otro noble de la capital. Ella se quedó inmóvil, viendo cómo la mano enguantada de blanco de su marido se movía hacia ella, posándose en su cabellera, casi como una sutil caricia, en la que él removió una pequeña hoja rojiza que había caído sobre Serenia. —Iré contigo —se escuchó su gruesa voz. No le estaba pidiendo permiso, mucho menos le importaba la opinión de ella… Le dejaba claro que ella no tenía poder de objetar. —Sí… Sí, su majestad… —titubeó Serenia, sintiéndose un poco abrumada por la directa manera de Bertrand. "Ya debería estar acostumbrada… Este hombre es así…" Pensó la Reina. Soltando un largo suspiro, para solo segundos después dejarse escoltar de
Su cuerpo sumergido en la tibia agua. Los largos y delgados dedos de sus manos pasando lentamente el aceite aromatizante por su piel. En el cuarto de baño únicamente dos sirvientas de rostros imperturbables, que estaban en total silencio. Una de ellas sostenía la bata de baño de la Reina. La otra estaba por cualquier órden. Un largo suspiro se deslizó por los carnosos labios rosas de esa belleza de ojos dorados. "No tiene sentido. Hacer esto es tedioso…" Pensó Serenia. Su mirada en ese momento, clavándose en uno de los largos candelabros de piso que iluminaba la habitación. "Entendí lo que significaba para ese hombre, desde nuestra primera noche juntos…" "Tercamente intenté cambiarlo. Si ya tenía que vivir una vida a su lado, ¿por qué no intentar que sea una buena vida?… Tuve ese estúpido pensamiento en el pasado…" La mente de la Reina Serenia Burgot, recordaba ese momento, cerrando sus ojos y relajándose en la tibia y elegante, tina. ……… ✧✧✧ Hace cuatro
—¡Me llena de alegría que hayan venido! Y en la grata compañía de su esposa, ahora Reina —la marquesa Verónica Hazlit hizo una reverencia profunda ante Serenia, una sonrisa en sus labios que brillaba como el sol en un día despejado. Verónica, con su cabello rubio semi largo y rizado, cuyas ondas exuberantes caían hasta la mitad de su espalda, era un retrato de belleza. Sus ojos, de un gris claro y penetrante, contrastaban con su piel blanca como la nieve. Un pequeño lunar, discreto pero cautivador, adornaba su labio inferior en el lado izquierdo. Verónica Hazlit era una mujer alta, de presencia imponente, que irradiaba una energía vibrante y poderosa. Vestía un elegante conjunto de cabalgata en tonos azul marino y blanco, con un pantalón ajustado y un abrigo largo que le llegaba hasta las rodillas, realzando su figura con un aire de nobleza. Detrás de ella, un magnífico caballo blanco relinchaba suavemente, mientras unos sirvientes varones se mantenían en silencio, observan
La luna menguante se filtraba entre las nubes, iluminando una noche fría, pero sin lluvia. En el jardín trasero de la majestuosa mansión del marquesado Hazlit, se celebraba el cumpleaños de Verónica, la noble que había tomado las riendas de su familia. Era una ocasión extraordinaria en el Reino de Bushlak, donde las mujeres, a pesar de las restricciones, podían alcanzar roles importantes si provenían de linajes nobles. Sin embargo, esta oportunidad solo se concedía si el cabeza de familia anterior la elegía como sucesora y el Rey lo aprobaba. Todos conocían la fama del antiguo Rey, Henrik Burgot, un hombre que disfrutaba del libertinaje y el placer. Para él, las mujeres eran meras posesiones, objetos de disfrute. Pero Verónica había logrado lo impensable en el reinado de Henrik. ¿Cómo había conseguido tal hazaña? Los rumores hablaban de un romance secreto con el Rey, pero la verdad era más sencilla: un negocio. Bertrand, el segundo príncipe de Bushlak, la presentó ante su pad
Nadie. En la habitación… Simplemente no había absolutamente nadie. La Reina Serenia, paseó su mirada en los alrededores. Hasta que sus hermosos ojos dorados se posaron en la mesa del centro de esa elegante sala. Un lujoso cofre dorado. Clack~ La Reina cerró la puerta tras de ella con cuidado de no provocar ruido, avanzando rumbo a la mesa. Ella se sentó en un sofá individual cercano, y tomó entre sus manos enguantadas el cofre que media unos cuarenta centímetros de largo y veinticinco de ancho. Colocándolo sobre su regazo, vio que el cofre no estaba asegurado y al abrirlo… Vio una nota. La elegante escritura del Reino de Bushlak. «Su majestad, Reina Serenia Lamparth De Burgot.» ¡El corazón de Serenia comenzó a latir aceleradamente! Ese era… Su verdadero nombre completo. Un apellido que los Bushlakos no admitían en ella, pero… ¡ERA PARTE SU IDENTIDAD! Con desesperación comenzó a revisar el contenido del cofre y encontró una carta, un frasco de madera de un co
—Escúchame —la mano enguantada del Rey tomó la mandíbula de Serenia, acercándola a su rostro. Desde la distancia, podría parecer un gesto de cariño, como si el Rey estuviera a punto de besar a su esposa. Pero desde la perspectiva de Serenia, ella podía ver la furia ardiendo en sus ojos y sentir su cálido aliento en contraste con la helada noche. —Vamos a volver. Te comportarás como la Reina ideal, o al regresar, la m@ldita agenda con tu hijo será reducida otra vez —amenazó él con voz fría—. ¿Eso es lo que quieres? ¿Que lo veas tan poco que un día el niño olvide quién eres? Serenia negó lentamente, su mano enguantada se posó sobre la de Bertrand, intentando apartarlo de su rostro y liberarse de su agarre. —No… No quiero eso. Seré tu… tu Reina ideal —susurró, extendiendo delicadamente su mano, esperando que él la tomara y la guiara de regreso. Al volver a la fiesta, los presentes hicieron una reverencia al reaparecer los Reyes. Serenia se sintió atrapada, obligada a bailar con es
—Está bien. Acepto su invitación, Marquesa Hazlit. La Reina Serenia, de cabellera negra como la noche y ojos dorados como el oro, aceptó de mala gana, la invitación de la Marquesa Verónica Hazlit. ¿Tenía opción de negarse?, el Rey ya había aprobado tal evento. Ambas damas se vistieron con sus elegantes trajes de montar. Tomaron sus arcos y flechas, junto con el séquito de sirvientes que las acompañarían.Cuando llegaron al lago, el día se mostraba gris y sombrío. Las aguas oscuras se agitaban suavemente bajo el viento frío, que hacía susurrar a los árboles que rodeaban la orilla. La Reina Serenia observó el paisaje con ojos entrecerrados, una expresión de disgusto cruzando su rostro.—Qué día tan desagradable —comentó, ajustando los guantes de piel que cubrían sus manos—. ¿No sería mejor, volver?, podremos distraernos con otra actividad, Marquesa. —No se preocupe, mi querida Reina —dijo Verónica con una sonrisa llena de gratitud y dulzura falsa, sus ojos brillando con un destel
Serenia posó sus ojos dorados en Bertrand, ese Rey Bushlako. Ella le dirigió una mirada con incredulidad y furia en sus ojos. ¿Cómo se atrevía a acusarla de estúpida cuando ella había sido víctima de una trampa elaborada? —¿Cómo te atreves a culparme? —reclamó ella, frunciendo el ceño, a la vez que ignoraba el dolor de sus heridas—. ¡Fui emboscada por impostores que se hicieron pasar por sirvientes de la marquesa! ¿Acaso no ves que esto es obra de esa víbora? ¿O es que tu amor por ella, te cegó? Bertrand la miró con desdén, su rostro endurecido por la ira. —Eres la Reina, Serenia, y debes dar la talla a la perfección, no caer en trampas tan obvias —su voz fría, sus ojos viéndola como la hoja de una daga que se posaba en su yugular—. Si no puedes cumplir con tus obligaciones, entonces eres una carga que no puedo permitir vuelva a salir conmigo. ¿Tendré acaso que mantenerte encerrada en el palacio? Serenia sintió que la sangre le hervía en las venas. ¿Cómo se atrevía hablarl