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Capítulo 03: Atada al maldito Rey.

—¡NOOO! ¡¡¡ESPERA!!! —gritó Serenia, su voz desgarrada resonando en la oscuridad mientras veía cómo alejaban a su bebé, solo para llevarlo a la muerte.

La desesperación la consumía, como un fuego voraz avivado por la frialdad de ese hombre descorazonado.

El Rey Bertrand se detuvo, pero no por compasión.

Serenia, en un impulso desesperado, se soltó y corrió hacia él, su corazón latiendo con la esperanza de un último milagro.

—¡AY! —gritó cuando uno de los caballeros del Rey la agarró del pelo, arrojándola al suelo como si fuera un objeto sin valor—. ¡Suéltame! ¡Déjame ir!

—¿No escuchaste el decreto del Rey? —replicó el caballero, con su tono burlón—. No irás a ningún lado más que a un frío calabozo.

—¡ESTÁ BIEN! ¡LO HARÉ! —gritó Serenia viendo hacia el Rey, entre lágrimas, su voz temblorosa quebrándose como su espíritu—. ¡HARÉ LO QUE SEA QUE QUIERAS Y SEGUIRÉ TUS REGLAS! ¡Seré tu esposa perfecta…! ¡Por favor, Bertrand! ¡No me hagas esto!, te lo… Te lo suplico… No le hagas nada a… A nuestro bebé…

La mirada gélida de Bertrand se posó en su esposa, tan miserable a sus ojos. Un suspiro de aburrimiento escapó de sus labios.

Con seriedad, el gobernante Bushlako miró a uno de sus caballeros que le abría la puerta del carruaje.

—Tráela acá.

—Como ordene, mi majestad —respondió el hombre, inclinándose con una servil reverencia.

……..

En minutos, el carruaje Real comenzó a moverse. Dentro, la princesa permanecía sentada, sus ojos fijos en ese Rey pelirrojo.

Él no le dirigió ni una sola mirada, su figura fría y distante observando el paisaje nocturno a través de la ventanilla, como si ella no existiera.

Exhausta, Serenia sostenía a su bebé, que dormía plácidamente en una sábana blanca que el cochero le había proporcionado.

Ese niño, era su pequeña luz entre tanta tiniebla que envolvían los últimos años de su vida.

Las horas pasaron y, al amanecer, cuando los primeros rayos del sol iluminaban la vasta y opresiva tierra Real, las puertas del carruaje se abrieron.

Serenia descendió con su hijo en brazos, solo para ser interceptada por una mujer madura que le arrebató al pequeño niño sin compasión.

—¡Espere! ¡Mi hijo! —exclamó Serenia, estirando la mano en un intento desesperado por recuperarlo.

Un caballero del Rey la sujetó de la muñeca con firmeza, silenciando su grito de angustia.

—¿¡De qué se trata esto, Bertrand!? —gritó la princesa, mostrando los dientes con rabia, su furia ardiendo.

—¿Acaso dije alguna vez que todo volvería a "la normalidad"?, dime, ¿no mereces ser castigada por tu intento de huir?, lo que hiciste se llama: TRAICIÓN a la corona —su voz era fría y directa, una sonrisa cruel curvando sus labios—. Has aceptado volver bajo mis términos. No dudaré en quitarle la vida al niño si cometes un error, Serenia.

El Rey Bertrand se giró hacia el caballero que mantenía a la princesa inmovilizada.

—Dile a madame Cornelia. Quiero que esta m@ldita luzca digna del Rey para esta noche —ordenó él, con su tono desprovisto de cualquier emoción, antes de marcharse, escoltado por sus leales caballeros.

………..

Más tarde, esa noche.

La princesa Serenia se encontraba en su lujosa habitación, rodeada de sirvientas que ajustaban cada pliegue de su pomposo y elegante vestido rojo.

Las joyas que adornaban su cuello y muñecas brillaban con un resplandor casi cegador bajo la luz de los candelabros.

Madame Cornelia, la encargada de la princesa, observaba con una sonrisa de satisfacción.

—Luce magnífica, princesa —dijo Madame Cornelia, ajustando un mechón rebelde del cabello oscuro ondulado de Serenia—. Digna del Rey, al menos en apariencia para el evento de hoy.

Serenia frunció el ceño, su curiosidad y preocupación creciendo con cada palabra.

—¿Qué significa eso? —preguntó, su voz temblando ligeramente.

Antes de que Madame Cornelia pudiera responder, la puerta de la habitación se abrió de golpe.

CLANK~

El primer ministro y mano derecha del Rey, Brandon Rufer, entró caminando a pasos rápidos hacia ellas.

Su aspecto frío y sus ojos azules penetrantes hicieron que el aire en la habitación se volviera tenso.

Su cabello semi largo oscuro caía sobre sus hombros, dándole un aire aún más intimidante.

—Princesa Serenia —dijo Brandon con voz autoritaria, acercándose a una mesa cercana—. Necesito que firme esto.

Colocó un pergamino grande y lujoso con bordes bañados en oro sobre la mesa.

Serenia se acercó con cautela, sus ojos recorriendo el documento. Al leer las palabras, su rostro se tornó pálido.

—¿Qué es esto…? —preguntó, su voz apenas un susurro.

—Son las nuevas reglas a las que debe atarse —respondió Brandon sin emoción—. Será nombrada Reina Bushlaka, pero no tendrá ningún derecho o potestad. Renunciará a cualquier herencia. Incluso en la educación del príncipe, no se tomará en cuenta su opinión, y su tiempo con él será reducido, así como sus horarios cambiados.

La indignación y la furia comenzaron a hervir dentro de Serenia.

Sus manos enguantadas temblaban mientras sostenía el pergamino.

—¡Tiene que ser una broma! ¡No puedo aceptarlo! —exclamó ella, arrojando el documento sobre la mesa—. ¡No firmaré esto! ¡Dile a mi esposo, que lo rechazo!

Brandon, sin inmutarse, desenvainó su espada y la apuntó directamente hacia el cuello de la princesa Serenia.

Sus ojos azules se clavaron en los dorados de ella con una frialdad que la dejó inmóvil.

—Su majestad ordenó —dijo él con voz firme—. Si no firma, no saldrá de esta habitación con vida.

El corazón de Serenia latía con fuerza, su mente luchando por encontrar una salida.

La desesperación y el miedo se mezclaban con su ira, pero… ¡¿Qué podía hacer?!

¿Dejarse matar y que su bebé sufra sin una madre?, ella sabía que si él dejaba vivir al bebé… ¡Lo haría vivir un infierno!

Era un gobernante de corazón de piedra al que no le importaba su hijo.

Para él, los niños eran solo objetos que se medían en valor, y cuando sean mayores elegir el correcto para tomar su lugar, de tantos niños que podría engendrar en un harén… El bebé sería una opción más.

Ella miró a Lord Brandon…

¡Decidiendo que intentaría negociar con el Rey!

—No estoy de acuerdo… Dile a su majestad, que venga a hablar conmigo en persona y…

Brandon avanzó un paso, la espada aún apuntando hacia ella. Serenia guardó absoluto silencio.

—Tiene solo una elección, princesa —dijo ese Lord—. Firmar y vivir, o resistirse y morir.

"¿Te estás burlando de mí, Bertrand? ¡Eres un maldito! ¡Nunca debí casarme contigo…!"

Pensó Serenia, asintiendo a la vez que se preparaba para firmar.

"Te he dado cuatro años de mi vida, son cuatro años perdidos en un matrimonio que siempre ha sido mi infierno"

"¿Qué más quieres de mí? ¿Si tanto me odias por qué no solo me dejaste ir?"

Firmó ella, con un nudo en la garganta, soportando sus lágrimas.

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