La lluvia caía con fuerza en el exterior del palacio Bushlako. En el interior del salón comedor, Serenia se sentía atrapada entre sus emociones, una mezcla de rabia y tristeza que la impulsaba a actuar. —¡Suéltame! —forcejeó ella, cuando el Rey la retuvo con fuerza. —Eres tú la que falló en el trato, y ocultaste el motivo por el que estabas en esa habitación; venía a decirte que aún con eso te daría una oportunidad más, y me hieres con un cuchillo, porque no eres capaz de controlar tus impulsos —dijo ese gobernante fríamente, sosteniendo con sus manos a Serenia de las muñecas, ambos de pie frente a la larga mesa. —¡Haz lo que quieras! ¡No estoy de humor para hablar contigo, Bertrand! ¡Si vas a encerrarme en un calabozo por días, házlo! —gritó ella con furia, aún así su voz temblorosa revelaba su temor a que algo así realmente pasara. Él se inclinó, su rostro cerca del de su esposa y susurró: —Eres mi Reina. ¿Cómo podría hacerte eso?, nunca ha sido mi intención. Pero, veo q
—Luce hermosa, su majestad. No tiene que verse constantemente frente al espejo —le sonrió madame Cornelia. Sin embargo, la Reina Serenia se sentía abrumada, no quería reunirse con su futuro remplazo y con el noble que la había amenazado en el edificio ceremonial de Bushlak. Toc~ toc~ Tras unos suaves golpeteos a la puerta del cuarto de vestir de la Reina. Cornelia se acercó y abrió de inmediato la puerta. Al ver al Rey, se sorprendió por un instante, rápidamente haciendo una reverencia ante el gobernante. —Mi glorioso Rey. Su majestad, la Reina, ya está lista —indicó con un gesto sutil de su mano enguantada, donde estaba la mujer extranjera. —Salgan —les indicó Bertrand fríamente a la mujer y las doncellas, todas obedecieron en segundos. Clack~ Tras el sonido de la puerta anunciando que esos Reyes quedaron solos en el vestidor. Bertrand notó la gran cantidad de los atuendos que habían sido sacados del armario de la Reina, para que Serenia elija. Ese cuarto ilumi
—¡Serenia Burgot, te estoy hablando! —volvió el Rey a levantar su voz. Finalmente, la Reina detuvo sus pasos a mitad de los escalones. Ella volteó a ver, sus hermosos ojos dorados clavándose fríamente en ese gobernante pelirrojo. —¿Ya piensas castigarme? —dijo ella, el tono de su voz gélido—. ¿Quieres encerrarme porque te avergoncé frente a tus invitados? ¡Pues házlo! ¡Pero no regresaré a esa cena! Bertrand la veía seriamente. La actitud de su Reina se estaba saliendo de lo normal. Serenia no era así, aunque tampoco había prestado mucha atención a ella durante cuatro años de matrimonio, sabía que su Reina estaba molesta por algo más que un encierro, celos, o que en la cena esté presente Lady Ruwer, la mujer que él anunció como su reemplazo. Él comenzó a descender los escalones, acercándose a la mujer de larga cabellera negra ondulada. Finalmente, se detuvo en el mismo largo escalón donde ella se encontraba. Extendiendo su mano enguantada hacia la mujer extranjera.
—La verdad… —Serenia tragó saliva con nerviosismo, parpadeando varias veces, no quería hacer contacto visual con ese Rey— Yo… Acepté un trato con un desconocido. La expresión del Rey Bushlako se volvió sombría de inmediato, bajó sus brazos del espaldar del sofá largo, ahora cruzándolos sobre su pecho, su expresión se tornó gélida y con voz gruesa exigió respuesta: —¿Y se puede saber qué maldito trato has hecho?, por el gesto en ti, está claro que no es algo bueno. Serenia retrocedió unos dos pasos, como un intento de tener escape en caso de que ese hombre se vuelva loco contra ella. Aunque normalmente el Rey tenía un temperamento muy controlado, ya había reaccionado violentamente en dos ocasiones con ella. La Reina no tenía ninguna arma consigo, y su pomposo y glamuroso vestido no la ayudaría a salir corriendo. Sus manos enguantadas se aferraron a la falda con lentos movimientos de sus dedos como si jugueteara con los pliegues, en un intento de calmar su corazón que
—Que descanses, querido hermano —se despidió Lady Ruwer del Conde, frente a la puerta de su habitación. Apenas la puerta se cerró, él escuchó el sonido firme de las botas de los guardias reales. Su corazón se aceleró. ¡Se acercaban hacia el Conde, dirigidos por el ministro Brandon Rufer! —¡Conde Ruwer! En este momento queda detenido por ser sospechoso de atentar contra la monarquía Burgot —gritó el ministro, mirando a los caballeros reales y asintiendo levemente. En ese instante, los hombres uniformados apresaron al Conde por los brazos. —¡¿Qué demonios creen que hacen?! ¿Atentar? ¡No sé de qué hablan! ¡Exijo que me liberen y quiero hablar con el Rey! —gritaba Hansel, su rostro rojo de ira. El ministro hizo un gesto con la mano, y los hombres se detuvieron en seco. —Mañana a primera hora, tendrá una audiencia con su majestad el glorioso Rey de Bushlak, Bertrand Burgot —informó fríamente, volviendo a mirar a los caballeros—. Lleven al Conde a la habitación de reclusión. Vigile
✧✧✧ La mañana del día siguiente. ✧✧✧ El salón del Rey estaba lleno de tensión. La luz gris del cielo entraba a través de las grandes ventanas, cubriendo a los hombres reunidos. Bertrand Burgot, con su mirada verde y firme, se sentaba en su trono, descansando la mandíbula en el dorso de su mano enguantada, que reposaba en el descansabrazos. Observaba al Conde Ruwer, ese hombre de cabello castaño y ojos celestes, que se mostraba nervioso y pálido, rodeado por dos caballeros imponentes. —Has amenazado a la Reina, Conde Ruwer. Es el motivo inicial de esta audiencia privada —dijo Bertrand, su voz resonando en el salón con frialdad. El Conde Ruwer tragó saliva, sintiendo cómo la presión aumentaba. —Majestad, no fue una amenaza. Solo quería advertirle que había información crucial. Alguien le entregó un frasco con una droga para que ella se lo diera a usted —dijo, mirando a Bertrand con determinación—. Sabía que debía reunirme con ella para proteger su vida y la del Reino. B
—¿De verdad harás eso? —preguntó la Reina, sintiendo que su corazón latía más rápido. Bertrand asintió, una pequeña sonrisa apareciendo en su rostro, un gesto poco común pero bien recibido. —Deberías sentirte orgullosa de ser quien eres, Serenia, aunque en Bushlak no se te permite utilizarlo, tu apellido también es: Lamparth. Esta caza es una oportunidad para que demuestres tu valía, espero mucho de ti —recalcó el Rey Bushlako, en sus palabras dejando claro que no mentía. Antes de que la hermosa mujer extranjera pudiera responder, un caballero habló desde fuera de la tienda. —Sus majestades, solicito ingreso —pidió el hombre, su voz seria y urgente. —Adelante —accedió el Rey. El caballero entró en la tienda y se detuvo frente a Bertrand, inclinándose ligeramente. —Su Majestad, los nobles esperan afuera para oficializar el día y la hora del evento de caza —anunció el caballero, su tono serio. Bertrand se volvió hacia Serenia, su mirada volviendo a ser la de un Rey decidido.
—¿Por qué me pides algo así? No me amas y ya tienes a alguien más… —susurró la Reina, acercando su rostro al del Rey, la distancia entre ellos casi inexistente. Dentro de la tienda Real, el calor de la fogata se entrelazaba con el calor de sus cuerpos tan cercanos, las pesadas ropas de invierno rozándose, como si fueran un estorbo entre ellos. Sus miradas se encontraban, cargadas de una intensidad palpable, una seriedad que parecía capaz de derretir el hielo que los rodeaba. —Eres mi Reina, eres mi esposa… ¿A quién más podría buscar? Te quejas y me acusas de infidelidad, pero, querida, ¿estás dispuesta a ser la esposa y mujer que necesito? Serenia escudriñó aquellos ojos verdes que le recordaban a un profundo bosque de montaña, envuelto en la neblina matutina de un día lluvioso. Ella tragó saliva, sus labios a un suspiro de los de su marido. ¿Acaso había entendido mal? ¿Estaba realmente el Rey pidiéndole que olvidara su deseo de huir y siguiera siendo su esposa, su mujer, su R