Esa noche… Los Reyes Bushlakos no se presentaron en el resto de la velada. "Una emergencia con el príncipe, algo que al final. No fue grave" Fue lo que se decía al día siguiente en todo el Reino. ……….. Serenia tomaba su desayuno ese día. Como de costumbre, absolutamente sola. Sus ojos dorados viendo la elegante vajilla que mostraba coloridos y apetitosos platillos. A la vez que los probaba, su mente se llenaba de pensamientos conflictivos. Esa mañana, había recibido una carta anónima, aunque ella sabía, se trataba del Conde Hansel Ruwer, con la dirección de una posada en la capital, la fecha de ese mismo día y la hora de las cinco de la tarde. ¿Cómo lograría salir tan pronto?, aunque tenía libertad de pasear escoltada por todo el territorio Real central y la capital, necesitaba autorización del Rey. "Podría intentar reunirme con Bertrand y solicitar permiso. Aunque imagino que está en su oficina siendo interrogado por el consejo sobre nuestra grave falta de interés e
La lluvia caía con fuerza en el exterior del palacio Bushlako. En el interior del salón comedor, Serenia se sentía atrapada entre sus emociones, una mezcla de rabia y tristeza que la impulsaba a actuar. —¡Suéltame! —forcejeó ella, cuando el Rey la retuvo con fuerza. —Eres tú la que falló en el trato, y ocultaste el motivo por el que estabas en esa habitación; venía a decirte que aún con eso te daría una oportunidad más, y me hieres con un cuchillo, porque no eres capaz de controlar tus impulsos —dijo ese gobernante fríamente, sosteniendo con sus manos a Serenia de las muñecas, ambos de pie frente a la larga mesa. —¡Haz lo que quieras! ¡No estoy de humor para hablar contigo, Bertrand! ¡Si vas a encerrarme en un calabozo por días, házlo! —gritó ella con furia, aún así su voz temblorosa revelaba su temor a que algo así realmente pasara. Él se inclinó, su rostro cerca del de su esposa y susurró: —Eres mi Reina. ¿Cómo podría hacerte eso?, nunca ha sido mi intención. Pero, veo q
—Luce hermosa, su majestad. No tiene que verse constantemente frente al espejo —le sonrió madame Cornelia. Sin embargo, la Reina Serenia se sentía abrumada, no quería reunirse con su futuro remplazo y con el noble que la había amenazado en el edificio ceremonial de Bushlak. Toc~ toc~ Tras unos suaves golpeteos a la puerta del cuarto de vestir de la Reina. Cornelia se acercó y abrió de inmediato la puerta. Al ver al Rey, se sorprendió por un instante, rápidamente haciendo una reverencia ante el gobernante. —Mi glorioso Rey. Su majestad, la Reina, ya está lista —indicó con un gesto sutil de su mano enguantada, donde estaba la mujer extranjera. —Salgan —les indicó Bertrand fríamente a la mujer y las doncellas, todas obedecieron en segundos. Clack~ Tras el sonido de la puerta anunciando que esos Reyes quedaron solos en el vestidor. Bertrand notó la gran cantidad de los atuendos que habían sido sacados del armario de la Reina, para que Serenia elija. Ese cuarto ilumi
—¡Serenia Burgot, te estoy hablando! —volvió el Rey a levantar su voz. Finalmente, la Reina detuvo sus pasos a mitad de los escalones. Ella volteó a ver, sus hermosos ojos dorados clavándose fríamente en ese gobernante pelirrojo. —¿Ya piensas castigarme? —dijo ella, el tono de su voz gélido—. ¿Quieres encerrarme porque te avergoncé frente a tus invitados? ¡Pues házlo! ¡Pero no regresaré a esa cena! Bertrand la veía seriamente. La actitud de su Reina se estaba saliendo de lo normal. Serenia no era así, aunque tampoco había prestado mucha atención a ella durante cuatro años de matrimonio, sabía que su Reina estaba molesta por algo más que un encierro, celos, o que en la cena esté presente Lady Ruwer, la mujer que él anunció como su reemplazo. Él comenzó a descender los escalones, acercándose a la mujer de larga cabellera negra ondulada. Finalmente, se detuvo en el mismo largo escalón donde ella se encontraba. Extendiendo su mano enguantada hacia la mujer extranjera.
—La verdad… —Serenia tragó saliva con nerviosismo, parpadeando varias veces, no quería hacer contacto visual con ese Rey— Yo… Acepté un trato con un desconocido. La expresión del Rey Bushlako se volvió sombría de inmediato, bajó sus brazos del espaldar del sofá largo, ahora cruzándolos sobre su pecho, su expresión se tornó gélida y con voz gruesa exigió respuesta: —¿Y se puede saber qué maldito trato has hecho?, por el gesto en ti, está claro que no es algo bueno. Serenia retrocedió unos dos pasos, como un intento de tener escape en caso de que ese hombre se vuelva loco contra ella. Aunque normalmente el Rey tenía un temperamento muy controlado, ya había reaccionado violentamente en dos ocasiones con ella. La Reina no tenía ninguna arma consigo, y su pomposo y glamuroso vestido no la ayudaría a salir corriendo. Sus manos enguantadas se aferraron a la falda con lentos movimientos de sus dedos como si jugueteara con los pliegues, en un intento de calmar su corazón que
—Que descanses, querido hermano —se despidió Lady Ruwer del Conde, frente a la puerta de su habitación. Apenas la puerta se cerró, él escuchó el sonido firme de las botas de los guardias reales. Su corazón se aceleró. ¡Se acercaban hacia el Conde, dirigidos por el ministro Brandon Rufer! —¡Conde Ruwer! En este momento queda detenido por ser sospechoso de atentar contra la monarquía Burgot —gritó el ministro, mirando a los caballeros reales y asintiendo levemente. En ese instante, los hombres uniformados apresaron al Conde por los brazos. —¡¿Qué demonios creen que hacen?! ¿Atentar? ¡No sé de qué hablan! ¡Exijo que me liberen y quiero hablar con el Rey! —gritaba Hansel, su rostro rojo de ira. El ministro hizo un gesto con la mano, y los hombres se detuvieron en seco. —Mañana a primera hora, tendrá una audiencia con su majestad el glorioso Rey de Bushlak, Bertrand Burgot —informó fríamente, volviendo a mirar a los caballeros—. Lleven al Conde a la habitación de reclusión. Vigile
El fuego devoraba partes del territorio Real Bushlako. En esa oscura madrugada a finales del verano, los gritos resonaban entre el caos desatado. Una inevitable guerra interna por el poder, se había extendido durante meses. En el salón del Rey Bushlako, un charco de sangre se acumulaba bajo el trono del gobernante, el rojo carmesí deslizándose lentamente, manchando las escaleras y dejando un rastro que se confundía con la alfombra roja. POF~ El fuerte sonido del cuerpo del Rey Henrik Burgot cayendo agonizante resonó en la sala, tras ser atravesado por la espada de uno de sus hijos, el segundo príncipe. —Tú me obligaste a esto, anciano decrépito —dijo el príncipe pelirrojo con indiferencia—. Hay que saber cuándo hacerse a un lado. Contigo al mando, Bushlak jamás será un imperio que compita con Gorian, y terminaremos siendo absorbidos por ellos. El Rey, incapaz de hablar, solo podía mirar con pánico a su hijo de 27 años, que sacudió su espada, limpiándola de la sangre del
✧✧✧ Un día más tarde. ✧✧✧ La noche caía sobre el bosque, una oscuridad interrumpida únicamente por la tenue luz de la luna llena que se filtraba a través de las ramas de los árboles. El suelo desnivelado cubierto de hojas secas y húmedas, mismas que provocaban un sonido con los pasos apresurados de la princesa Serenia que corría entre ese oscuro bosque. El aire frío acariciando su cuerpo, un susurro helado avisaba el final del verano. El aliento de la princesa que se convertía en vapor con cada exhalación. Sus grandes ojos dorados que se paseaban con desesperación por el bosque sin saber dónde más huir y ocultarse. —Waaaahh~ —en sus brazos, el llanto desgarrador de su bebé, como un eco de desesperación que la impulsaba a seguir adelante, a huir. Detrás de ella, las voces de los caballeros Reales se alzaban en su llamado: —¡DETÉNGASE PRINCESA! ¡ES PELIGROSO! —¡Vuelva aquí, princesa Serenia! Cada grito era un recordatorio de que estaba a punto de perde