—¿Por qué me pides algo así? No me amas y ya tienes a alguien más… —susurró la Reina, acercando su rostro al del Rey, la distancia entre ellos casi inexistente. Dentro de la tienda Real, el calor de la fogata se entrelazaba con el calor de sus cuerpos tan cercanos, las pesadas ropas de invierno rozándose, como si fueran un estorbo entre ellos. Sus miradas se encontraban, cargadas de una intensidad palpable, una seriedad que parecía capaz de derretir el hielo que los rodeaba. —Eres mi Reina, eres mi esposa… ¿A quién más podría buscar? Te quejas y me acusas de infidelidad, pero, querida, ¿estás dispuesta a ser la esposa y mujer que necesito? Serenia escudriñó aquellos ojos verdes que le recordaban a un profundo bosque de montaña, envuelto en la neblina matutina de un día lluvioso. Ella tragó saliva, sus labios a un suspiro de los de su marido. ¿Acaso había entendido mal? ¿Estaba realmente el Rey pidiéndole que olvidara su deseo de huir y siguiera siendo su esposa, su mujer, su R
—Aceptaré tu propuesta, Bertrand. Pero si me vas a dar el puesto oficial de Reina… ¡Quiero poder ver a mi bebé sin restricciones! Bertrand se quedó sorprendido por un instante. Su expresión se tornó pensativa y un suspiro inquieto escapó de sus labios. —No… —¿Eh? —Serenia se quedó atónita, convencida de que había escuchado mal. Un silencio tenso se instaló entre ellos hasta que el Rey Bushlako rompió la quietud. —No puedo permitir eso. Es el príncipe. Tiene que recibir la crianza adecuada lejos de excesos mimos. Si te conviertes en mi esposa, él será el príncipe heredero debe ser digno, a menos que me des más hijos, lo cual es muy probable… Pero… Serenia frunció el ceño, notando la inquietud del Rey, que parecía debatirse entre sus propias creencias. Con una sonrisa suave, acarició la mejilla de su esposo, silenciosamente calmando su tormenta interna. Él guardó silencio, sus ojos verdes fijos en los de ella. —No tienes que decidirlo ahora. No todavía. Sé que es un tema deli
El fuego devoraba partes del territorio Real Bushlako. En esa oscura madrugada a finales del verano, los gritos resonaban entre el caos desatado. Una inevitable guerra interna por el poder, se había extendido durante meses. En el salón del Rey Bushlako, un charco de sangre se acumulaba bajo el trono del gobernante, el rojo carmesí deslizándose lentamente, manchando las escaleras y dejando un rastro que se confundía con la alfombra roja. POF~ El fuerte sonido del cuerpo del Rey Henrik Burgot cayendo agonizante resonó en la sala, tras ser atravesado por la espada de uno de sus hijos, el segundo príncipe. —Tú me obligaste a esto, anciano decrépito —dijo el príncipe pelirrojo con indiferencia—. Hay que saber cuándo hacerse a un lado. Contigo al mando, Bushlak jamás será un imperio que compita con Gorian, y terminaremos siendo absorbidos por ellos. El Rey, incapaz de hablar, solo podía mirar con pánico a su hijo de 27 años, que sacudió su espada, limpiándola de la sangre del
✧✧✧ Un día más tarde. ✧✧✧ La noche caía sobre el bosque, una oscuridad interrumpida únicamente por la tenue luz de la luna llena que se filtraba a través de las ramas de los árboles. El suelo desnivelado cubierto de hojas secas y húmedas, mismas que provocaban un sonido con los pasos apresurados de la princesa Serenia que corría entre ese oscuro bosque. El aire frío acariciando su cuerpo, un susurro helado avisaba el final del verano. El aliento de la princesa que se convertía en vapor con cada exhalación. Sus grandes ojos dorados que se paseaban con desesperación por el bosque sin saber dónde más huir y ocultarse. —Waaaahh~ —en sus brazos, el llanto desgarrador de su bebé, como un eco de desesperación que la impulsaba a seguir adelante, a huir. Detrás de ella, las voces de los caballeros Reales se alzaban en su llamado: —¡DETÉNGASE PRINCESA! ¡ES PELIGROSO! —¡Vuelva aquí, princesa Serenia! Cada grito era un recordatorio de que estaba a punto de perde
—¡NOOO! ¡¡¡ESPERA!!! —gritó Serenia, su voz desgarrada resonando en la oscuridad mientras veía cómo alejaban a su bebé, solo para llevarlo a la muerte. La desesperación la consumía, como un fuego voraz avivado por la frialdad de ese hombre descorazonado. El Rey Bertrand se detuvo, pero no por compasión. Serenia, en un impulso desesperado, se soltó y corrió hacia él, su corazón latiendo con la esperanza de un último milagro. —¡AY! —gritó cuando uno de los caballeros del Rey la agarró del pelo, arrojándola al suelo como si fuera un objeto sin valor—. ¡Suéltame! ¡Déjame ir! —¿No escuchaste el decreto del Rey? —replicó el caballero, con su tono burlón—. No irás a ningún lado más que a un frío calabozo. —¡ESTÁ BIEN! ¡LO HARÉ! —gritó Serenia viendo hacia el Rey, entre lágrimas, su voz temblorosa quebrándose como su espíritu—. ¡HARÉ LO QUE SEA QUE QUIERAS Y SEGUIRÉ TUS REGLAS! ¡Seré tu esposa perfecta…! ¡Por favor, Bertrand! ¡No me hagas esto!, te lo… Te lo suplico… No le hagas nad
Su expresión era seria y majestuosa, con sus ojos fijos en el camino recto que se extendía varios metros ante ella. Una alfombra dorada la guiaba hacia el trono del Rey Bushlako, un trono imponente, bañado en oro y adornado con hermosos diamantes y piedras preciosas. A la mano derecha del trono, se encontraba una glamurosa y majestuosa silla destinada a la Reina. Serenia recordó lo que le había informado el ministro Brandon: Ella sería la nueva Reina. Se veía radiante con un vestido de gala pomposo de un intenso color rojo, mientras su cabellera negra y ondulada se recogía en un glamuroso moño, dejando expuesto de manera elegante su cuello que lucía una gargantilla de oro con rubíes. La princesa avanzó por la alfombra dorada, rodeada de nobles e invitados especiales que asistían a tan magnífico evento. La música que había estado sonando hasta ese momento se detuvo, y el vocero anunció, resonando en todo el amplio y lujoso salón: —La gloriosa princesa, Serenia Burgot, ha
Sus elegantes zapatillas, a juego con su vestido rojo, resonaban en los largos y solitarios pasillos del palacio Bushlako. La Reina Serenia comenzó a apresurar sus pasos, sintiendo cómo cada latido de su corazón resonaba con una aguda desesperación. "¡Me engañó!" "¡Me engañó como a una estúpida! ¡Él no me hubiera matado cuando me capturó!, porque dijo que me necesita aún para no darle problemas con mi muerte…" "Es por eso que ahora me tiene de Reina y no pone a su supuesto perfecto reemplazo de inmediato…" "Sin embargo, eso no quita que aún pueda matar a nuestros hijo. Por eso lo utilizó a su favor…" Pensó Serenia, que cada vez caminaba más y más rápido, hasta que… ¡Comenzó a correr! Su corazón latía desenfrenado, y su mente se convertía en un caos de emociones conflictivas. ¡Le dolió! Maldecía internamente, porque sabía que la crueldad de ese Rey le desgarraba el alma. ¡Lo intentó! Los dioses eran testigos de su esfuerzo. Intentó ser buena esposa, intentó encajar en
El salón real de la Reina, conocido como "Rosas Rojas", se alzaba majestuosamente con elegancia. Paredes adornadas de un profundo tono carmesí que absorbía la luz del día, filtrándose a través de los amplios ventanales de cristal. Una vista deslumbrante de un jardín que se extendía ante la Reina, con un laberinto decorativo. Muebles elaborados en finas maderas pulidas, reflejaban la luz como joyas, pero en ese hermoso escenario, el ambiente tenso se hacía presente, incomodando a la nueva Reina. Serenia se sentó tras su escritorio, rodeada de cartas y obsequios de nobles ansiosos por ganarse su favor. ¿Y cómo no?… ¡ERA LA ESPOSA DEL NUEVO REY!, nadie quería perder oportunidad de acercarse al frío gobernante Bushlako. La doncella principal, Amaya, se movía a su lado, en su rostro una radiante sonrisa. Serenia sabía que había algo inquietante en la forma en que Amaya Ruwer le hablaba, como si cada cumplido y cada broma tuviera una doble intención. —¡Cuántas cartas,