—¡AAAH! —gritó Serenia cuando recibió el impacto en el borde de su muslo izquierdo. "¡MALDICIÓN! ¡Al menos no me dio más en el medio!" Pensó agitada, escondiéndose tras uno de los gruesos árboles. El sonido del caballo acercándose fue abruptamente interrumpido por los gritos de varios hombres. ¡SLANK! ¡SLANK! Las flechas cortaban el aire a su paso, los caballos relinchaban, y se escuchaban sonidos abruptos de cosas pesadas cayendo al suelo. Serenia, tras el árbol, cerró sus ojos con fuerza; por un momento tuvo miedo, sintiendo cómo un escalofrío la recorría por completo, hasta que, tomando una bocanada de aire, ella abrió sus ojos y, llenándose de valor, preparó su arco y flecha. Asomándose por un costado, disparó. ¡Impactó en el abdomen de uno de los hombres! ¡Se dio cuenta por sus vestimentas que ninguno de ellos era un caballero real! "¡¿Qué demonios está pasando?! ¡¿Hay dos que me quieren matar de diferentes bandos?!" Tras ese pensamiento, la Reina comenzó a h
Las fuertes ráfagas de viento, mecían la lluvia que caía por torrenciales, las capuchas de los que salieron en búsqueda de la Reina, se agitaban constantemente junto al tintineo de las farolas. El Rey Bertrand, cabalgaba, apenas iluminado por las farolas reforzadas que llevaban. —¡ES INÚTIL SU MAJESTAD, EL TERRENO ESTÁ BLANDO, ES DEMASIADO PELIGROSO! —gritaba uno de los caballeros reales, debido al fuerte sonido de la lluvia y los truenos, para poder ser escuchado. —¡¡HAY QUE REGRESAR BERTRAND!! —alzó la voz con preocupación la marquesa Verónica. Sin embargo, el gobernante Bushlako, se negaba a retirarse y dejar a Serenia sola, probablemente herida y en esas condiciones climáticas. Él no respondió a su gente y continuó avanzando. —¡ES UNA LOCURA! ¡LA VIDA DE ELLA NO VALE LA VIDA DE TODOS NOSOTROS, INCLUYÉNDOTE! —gritaba con desesperación esa mujer rubia. En medio de un cruce de un riachuelo, cuya corriente pasaba a una velocidad abrumadora. Bertrand se detuvo, baja
El sonido de la lluvia se mezclaba con la intensidad de la corriente, frente a las dos mujeres, a unos metros de distancia entre un suelo rocosos y desnivelado, el río avanzaba a pasos feroces, arrastrando consigo ramas y troncos viejos. Los relámpagos iluminaban la escena, así como la farola que llevaba en una de sus manos la marquesa Verónica, con su brazo libre, obligaba a la Reina a caminar. —Por aquí está Bertrand. Hay que hacer el llamado con el silbato para que nos escuchen —decía con falso tono animado y entre el cansancio, la marquesa. Avanzando hasta llegar cerca del peligroso río, iba a empujar a la Reina, hasta que… ¡SERENIA LA EMPUJÓ! —¡¡AAH!! —gritó Verónica. Usando todas sus fuerzas, Serenia empujó hacia atrás a la marquesa, causando que esta cayera sentada entre tierra y rocas. La lluvia caía levemente, entre el sonido de los truenos, y las luces parpadeantes de los relámpagos que iluminaban la escena. Verónica que había soltado la farola, vió cómo el cristal s
—La herí después de que te empujó. Está en una celda especial del palacio —decía Bertrand, de pie, sosteniendo con firmeza una copa de licor en su mano enguantada. La Reina Serenia yacía en la cama, descansando su espalda sobre almohadas suaves, mientras sus ojos se posaban en su esposo. Él, tras consolarla, le explicaba el destino de la marquesa. —Tendrá un juicio por simple protocolo, donde será condenada a muerte. —Lo siento, Bertrand —respondió ella, con la mirada baja—. Verónica fue tu amiga, y yo… siento que te estoy alejando de lo que conoces. —¿Así lo ves, mi Reina? —dijo él con una sonrisa suave, llevando la copa a sus labios, con una intensa mirada verde que no se apartaba de ella. El silencio se llenó con el sutil crepitar de la leña en la chimenea. —¿De qué otra manera podría verlo, Bertrand? Verónica, Hansel, Amaya… Desde que evitaste mi fuga y te convertiste en Rey… todo tu pasado lo he… La Reina hizo una pausa, sintiendo el gesto de silencio que él había hecho c
Movía sus pequeñas piernas y agitaba sus regordetes bracitos, mientras balbuceaba dulces sonidos. Sus grandes ojos verdes miraban con ternura hacia su madre. La Reina sonreía, disfrutando del juego con su hermoso bebé pelirrojo. —¡Eres el bebé más hermoso del mundo!~ mi muñeco amado~ —le decía con cariño, su voz rebosante de amor sentada en la cama esa noche. El príncipe Brendel sonreía, mostrando sus encías, mientras Serenia jugaba con él, dándole un suave peluche colorido que él parecía adorar. —Su majestad, la hora con el príncipe ha terminado —anunció madame Cornelia con seriedad. Serenia miró a la mujer encargada de todo respecto a ella, y sacudió la cabeza de inmediato. —No. Quiero quedarme más tiempo con mi hijo. La madame se sorprendió un instante ante la respuesta de Serenia, frunciendo ligeramente el ceño. —Hay un horario que debe cumplirse. Ser Reina no significa que pueda ignorar las órdenes del Rey sobre su Alteza, el príncipe. —No me importa. Dile al Rey lo q
>>> Serenia Burgot: Esa noche… Se les prohibió el ingreso a mis doncellas a la habitación matrimonial Real. Preparé mi baño yo misma… Movía lentamente mi mano en el agua, la temperatura era la adecuada, cálida; las luces de las farolas de pared iluminaban el cuarto de baño dando una calidez dorada. Tragué saliva con nerviosismo, mi cuerpo desnudo cubierto por una bata de baño que apenas se mantenía atada de la cinta en la cintura. Suspiré profundamente y abrí la puerta. Ahí, en el salón anexo, de pie, vi a mi esposo que terminaba de tomar el licor en su copa. Sus ojos verdes de inmediato se clavaron en mí con una intensidad que hizo a mi corazón dar un brinco de emoción. —¿Vendrás? —le pregunté, aunque, más que una pregunta… Por supuesto, era una invitación. Él se acercó sin dudarlo, tras dejar la copa en la mesa. Apenas ingresó, dejando la puerta abierta, mis manos se acercaron a su camisa manga larga blanca, comencé a quitársela rápidamente, sin dejar de hacer contac
✧✧✧ Esa noche. En la frontera Sur entre los reinos de Bushlak y Ruster. ✧✧✧ El sonido de los cascos de los caballos sobre la tierra húmeda de otoño se asimilaba al de una tormenta que estaba por avecinarse; la noche ventosa no era suficiente para detener al grupo de caballeros Rustinos que habían cruzado frontera. Iluminados con las farolas reforzadas, avanzaban a marchas rápidas, sin descanso, dirigidos por el príncipe Bushlako, Anthony Burgot. —Es por esta dirección —los guío Anthony con voz firme. ¿Su camino? ¡El condado de Ruwer! Mientras montaba su caballo marrón oscuro, ese hombre recordaba lo que había ocurrido la noche de su escape. Cuando un soldado de cambio de turno, resultó ser nada más y nada menos que un hombre del Conde Hansel Ruwer. Mismo soldado que lo sacó por los tunes militares secretos. Anthony, dándose cuenta que el hombre que buscó primero al Rey de Ruster, era Hansel. Se sorprendió… No esperaba que su hermano Bertrand tuviera traidores tan
Esa misma tarde, en el majestuoso salón donde se tomaban las decisiones más importantes, el Rey Bertrand había terminado su última reunión. Sus ojos verdes se posaron en el mensajero que acababa de ingresar. —¡Su majestad, glorioso Rey de Bushlak! —exclamó el mensajero, haciendo una profunda reverencia. Bertrand, con un gesto sutil de su mano enguantada, le indicó que continuara. —Desde la base de seguridad en el Sur ha llegado un pergamino con sello rojo. La sorpresa recorrió el cuerpo de Bertrand. Se levantó de un salto y se acercó al mensajero. —¿Y pierdes el tiempo con formalidades? —preguntó, su voz resonando con urgencia mientras extendía la mano. —Mis disculpas, mi Rey —respondió el mensajero, visiblemente avergonzado, entregándole el pergamino. El sello rojo, con un código que Bertrand reconoció al instante, solo podía significar una cosa: ¡una alerta máxima! Sus manos enguantadas temblaron ligeramente mientras leía el documento. ………………. [ Se emite una ale