—¡Serenia Burgot, te estoy hablando! —volvió el Rey a levantar su voz. Finalmente, la Reina detuvo sus pasos a mitad de los escalones. Ella volteó a ver, sus hermosos ojos dorados clavándose fríamente en ese gobernante pelirrojo. —¿Ya piensas castigarme? —dijo ella, el tono de su voz gélido—. ¿Quieres encerrarme porque te avergoncé frente a tus invitados? ¡Pues házlo! ¡Pero no regresaré a esa cena! Bertrand la veía seriamente. La actitud de su Reina se estaba saliendo de lo normal. Serenia no era así, aunque tampoco había prestado mucha atención a ella durante cuatro años de matrimonio, sabía que su Reina estaba molesta por algo más que un encierro, celos, o que en la cena esté presente Lady Ruwer, la mujer que él anunció como su reemplazo. Él comenzó a descender los escalones, acercándose a la mujer de larga cabellera negra ondulada. Finalmente, se detuvo en el mismo largo escalón donde ella se encontraba. Extendiendo su mano enguantada hacia la mujer extranjera.
—La verdad… —Serenia tragó saliva con nerviosismo, parpadeando varias veces, no quería hacer contacto visual con ese Rey— Yo… Acepté un trato con un desconocido. La expresión del Rey Bushlako se volvió sombría de inmediato, bajó sus brazos del espaldar del sofá largo, ahora cruzándolos sobre su pecho, su expresión se tornó gélida y con voz gruesa exigió respuesta: —¿Y se puede saber qué maldito trato has hecho?, por el gesto en ti, está claro que no es algo bueno. Serenia retrocedió unos dos pasos, como un intento de tener escape en caso de que ese hombre se vuelva loco contra ella. Aunque normalmente el Rey tenía un temperamento muy controlado, ya había reaccionado violentamente en dos ocasiones con ella. La Reina no tenía ninguna arma consigo, y su pomposo y glamuroso vestido no la ayudaría a salir corriendo. Sus manos enguantadas se aferraron a la falda con lentos movimientos de sus dedos como si jugueteara con los pliegues, en un intento de calmar su corazón que
—Que descanses, querido hermano —se despidió Lady Ruwer del Conde, frente a la puerta de su habitación. Apenas la puerta se cerró, él escuchó el sonido firme de las botas de los guardias reales. Su corazón se aceleró. ¡Se acercaban hacia el Conde, dirigidos por el ministro Brandon Rufer! —¡Conde Ruwer! En este momento queda detenido por ser sospechoso de atentar contra la monarquía Burgot —gritó el ministro, mirando a los caballeros reales y asintiendo levemente. En ese instante, los hombres uniformados apresaron al Conde por los brazos. —¡¿Qué demonios creen que hacen?! ¿Atentar? ¡No sé de qué hablan! ¡Exijo que me liberen y quiero hablar con el Rey! —gritaba Hansel, su rostro rojo de ira. El ministro hizo un gesto con la mano, y los hombres se detuvieron en seco. —Mañana a primera hora, tendrá una audiencia con su majestad el glorioso Rey de Bushlak, Bertrand Burgot —informó fríamente, volviendo a mirar a los caballeros—. Lleven al Conde a la habitación de reclusión. Vigile
El fuego devoraba partes del territorio Real Bushlako. En esa oscura madrugada a finales del verano, los gritos resonaban entre el caos desatado. Una inevitable guerra interna por el poder, se había extendido durante meses. En el salón del Rey Bushlako, un charco de sangre se acumulaba bajo el trono del gobernante, el rojo carmesí deslizándose lentamente, manchando las escaleras y dejando un rastro que se confundía con la alfombra roja. POF~ El fuerte sonido del cuerpo del Rey Henrik Burgot cayendo agonizante resonó en la sala, tras ser atravesado por la espada de uno de sus hijos, el segundo príncipe. —Tú me obligaste a esto, anciano decrépito —dijo el príncipe pelirrojo con indiferencia—. Hay que saber cuándo hacerse a un lado. Contigo al mando, Bushlak jamás será un imperio que compita con Gorian, y terminaremos siendo absorbidos por ellos. El Rey, incapaz de hablar, solo podía mirar con pánico a su hijo de 27 años, que sacudió su espada, limpiándola de la sangre del
✧✧✧ Un día más tarde. ✧✧✧ La noche caía sobre el bosque, una oscuridad interrumpida únicamente por la tenue luz de la luna llena que se filtraba a través de las ramas de los árboles. El suelo desnivelado cubierto de hojas secas y húmedas, mismas que provocaban un sonido con los pasos apresurados de la princesa Serenia que corría entre ese oscuro bosque. El aire frío acariciando su cuerpo, un susurro helado avisaba el final del verano. El aliento de la princesa que se convertía en vapor con cada exhalación. Sus grandes ojos dorados que se paseaban con desesperación por el bosque sin saber dónde más huir y ocultarse. —Waaaahh~ —en sus brazos, el llanto desgarrador de su bebé, como un eco de desesperación que la impulsaba a seguir adelante, a huir. Detrás de ella, las voces de los caballeros Reales se alzaban en su llamado: —¡DETÉNGASE PRINCESA! ¡ES PELIGROSO! —¡Vuelva aquí, princesa Serenia! Cada grito era un recordatorio de que estaba a punto de perde
—¡NOOO! ¡¡¡ESPERA!!! —gritó Serenia, su voz desgarrada resonando en la oscuridad mientras veía cómo alejaban a su bebé, solo para llevarlo a la muerte. La desesperación la consumía, como un fuego voraz avivado por la frialdad de ese hombre descorazonado. El Rey Bertrand se detuvo, pero no por compasión. Serenia, en un impulso desesperado, se soltó y corrió hacia él, su corazón latiendo con la esperanza de un último milagro. —¡AY! —gritó cuando uno de los caballeros del Rey la agarró del pelo, arrojándola al suelo como si fuera un objeto sin valor—. ¡Suéltame! ¡Déjame ir! —¿No escuchaste el decreto del Rey? —replicó el caballero, con su tono burlón—. No irás a ningún lado más que a un frío calabozo. —¡ESTÁ BIEN! ¡LO HARÉ! —gritó Serenia viendo hacia el Rey, entre lágrimas, su voz temblorosa quebrándose como su espíritu—. ¡HARÉ LO QUE SEA QUE QUIERAS Y SEGUIRÉ TUS REGLAS! ¡Seré tu esposa perfecta…! ¡Por favor, Bertrand! ¡No me hagas esto!, te lo… Te lo suplico… No le hagas nad
Su expresión era seria y majestuosa, con sus ojos fijos en el camino recto que se extendía varios metros ante ella. Una alfombra dorada la guiaba hacia el trono del Rey Bushlako, un trono imponente, bañado en oro y adornado con hermosos diamantes y piedras preciosas. A la mano derecha del trono, se encontraba una glamurosa y majestuosa silla destinada a la Reina. Serenia recordó lo que le había informado el ministro Brandon: Ella sería la nueva Reina. Se veía radiante con un vestido de gala pomposo de un intenso color rojo, mientras su cabellera negra y ondulada se recogía en un glamuroso moño, dejando expuesto de manera elegante su cuello que lucía una gargantilla de oro con rubíes. La princesa avanzó por la alfombra dorada, rodeada de nobles e invitados especiales que asistían a tan magnífico evento. La música que había estado sonando hasta ese momento se detuvo, y el vocero anunció, resonando en todo el amplio y lujoso salón: —La gloriosa princesa, Serenia Burgot, ha
Sus elegantes zapatillas, a juego con su vestido rojo, resonaban en los largos y solitarios pasillos del palacio Bushlako. La Reina Serenia comenzó a apresurar sus pasos, sintiendo cómo cada latido de su corazón resonaba con una aguda desesperación. "¡Me engañó!" "¡Me engañó como a una estúpida! ¡Él no me hubiera matado cuando me capturó!, porque dijo que me necesita aún para no darle problemas con mi muerte…" "Es por eso que ahora me tiene de Reina y no pone a su supuesto perfecto reemplazo de inmediato…" "Sin embargo, eso no quita que aún pueda matar a nuestros hijo. Por eso lo utilizó a su favor…" Pensó Serenia, que cada vez caminaba más y más rápido, hasta que… ¡Comenzó a correr! Su corazón latía desenfrenado, y su mente se convertía en un caos de emociones conflictivas. ¡Le dolió! Maldecía internamente, porque sabía que la crueldad de ese Rey le desgarraba el alma. ¡Lo intentó! Los dioses eran testigos de su esfuerzo. Intentó ser buena esposa, intentó encajar en