✧✧✧ La mañana del día siguiente. ✧✧✧ El salón del Rey estaba lleno de tensión. La luz gris del cielo entraba a través de las grandes ventanas, cubriendo a los hombres reunidos. Bertrand Burgot, con su mirada verde y firme, se sentaba en su trono, descansando la mandíbula en el dorso de su mano enguantada, que reposaba en el descansabrazos. Observaba al Conde Ruwer, ese hombre de cabello castaño y ojos celestes, que se mostraba nervioso y pálido, rodeado por dos caballeros imponentes. —Has amenazado a la Reina, Conde Ruwer. Es el motivo inicial de esta audiencia privada —dijo Bertrand, su voz resonando en el salón con frialdad. El Conde Ruwer tragó saliva, sintiendo cómo la presión aumentaba. —Majestad, no fue una amenaza. Solo quería advertirle que había información crucial. Alguien le entregó un frasco con una droga para que ella se lo diera a usted —dijo, mirando a Bertrand con determinación—. Sabía que debía reunirme con ella para proteger su vida y la del Reino. B
—¿De verdad harás eso? —preguntó la Reina, sintiendo que su corazón latía más rápido. Bertrand asintió, una pequeña sonrisa apareciendo en su rostro, un gesto poco común pero bien recibido. —Deberías sentirte orgullosa de ser quien eres, Serenia, aunque en Bushlak no se te permite utilizarlo, tu apellido también es: Lamparth. Esta caza es una oportunidad para que demuestres tu valía, espero mucho de ti —recalcó el Rey Bushlako, en sus palabras dejando claro que no mentía. Antes de que la hermosa mujer extranjera pudiera responder, un caballero habló desde fuera de la tienda. —Sus majestades, solicito ingreso —pidió el hombre, su voz seria y urgente. —Adelante —accedió el Rey. El caballero entró en la tienda y se detuvo frente a Bertrand, inclinándose ligeramente. —Su Majestad, los nobles esperan afuera para oficializar el día y la hora del evento de caza —anunció el caballero, su tono serio. Bertrand se volvió hacia Serenia, su mirada volviendo a ser la de un Rey decidido.
—¿Por qué me pides algo así? No me amas y ya tienes a alguien más… —susurró la Reina, acercando su rostro al del Rey, la distancia entre ellos casi inexistente. Dentro de la tienda Real, el calor de la fogata se entrelazaba con el calor de sus cuerpos tan cercanos, las pesadas ropas de invierno rozándose, como si fueran un estorbo entre ellos. Sus miradas se encontraban, cargadas de una intensidad palpable, una seriedad que parecía capaz de derretir el hielo que los rodeaba. —Eres mi Reina, eres mi esposa… ¿A quién más podría buscar? Te quejas y me acusas de infidelidad, pero, querida, ¿estás dispuesta a ser la esposa y mujer que necesito? Serenia escudriñó aquellos ojos verdes que le recordaban a un profundo bosque de montaña, envuelto en la neblina matutina de un día lluvioso. Ella tragó saliva, sus labios a un suspiro de los de su marido. ¿Acaso había entendido mal? ¿Estaba realmente el Rey pidiéndole que olvidara su deseo de huir y siguiera siendo su esposa, su mujer, su R
—Aceptaré tu propuesta, Bertrand. Pero si me vas a dar el puesto oficial de Reina… ¡Quiero poder ver a mi bebé sin restricciones! Bertrand se quedó sorprendido por un instante. Su expresión se tornó pensativa y un suspiro inquieto escapó de sus labios. —No… —¿Eh? —Serenia se quedó atónita, convencida de que había escuchado mal. Un silencio tenso se instaló entre ellos hasta que el Rey Bushlako rompió la quietud. —No puedo permitir eso. Es el príncipe. Tiene que recibir la crianza adecuada lejos de excesos mimos. Si te conviertes en mi esposa, él será el príncipe heredero debe ser digno, a menos que me des más hijos, lo cual es muy probable… Pero… Serenia frunció el ceño, notando la inquietud del Rey, que parecía debatirse entre sus propias creencias. Con una sonrisa suave, acarició la mejilla de su esposo, silenciosamente calmando su tormenta interna. Él guardó silencio, sus ojos verdes fijos en los de ella. —No tienes que decidirlo ahora. No todavía. Sé que es un tema deli
—No pensé que eras tan bueno con el arco~ —sonrió Serenia, mientras volvía cabalgando al claro del campamento. Bertrand la volvió a ver, montando ese caballo marrón, la Reina se notaba bastante entusiasmada, un brillo en su mirada dorada delatando que había disfrutado el practicar junto con él. Una emoción creciendo en el corazón de ese gobernante, que devolviéndole la sonrisa, respondió: —Es parte de… No podría ser digno Rey si no tuviera amplios conocimientos, pero tú querida. Me has demostrado y a ti misma que realmente eres buena y ni los años sin práctica frecuente entorpecen tu talento. —Me dijiste que era cuestión de mi calma y el viento, tenías razón~ —dijo la mujer extranjera, con nostalgia recordando ese pasado en la propiedad de sus padres en el Sur del antiguo Reino de Maita, donde ella solía aprender esgrima y arquería gracias a su padre—. Lance, mi padre, siempre fue elogiado por ser un maestro de la esgrima con un talento sorprendente. No era nada bueno con el ar
La marquesa se quedó en silencio, una tensión aplastante envolvía el ambiente.—Recuerda —dijo el Rey, rompiendo el silencio—. Mañana debes comportarte como corresponde. Si le pasa algo a Serenia y descubro que tienes algo que ver… —su mirada peligrosa se volvió amenazante, desprovista de piedad— te haré vivir un verdadero infierno.Después de eso, él se marchó. La marquesa observó cómo se alejaba. Se acercó a una silla de madera y se sentó, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con caer."Debí haber aceptado ser tu esposa…"Pensó, recordando su miedo a la familia del Rey, a lo que los Burgot podrían hacerle. Después de todo, los rumores sobre Bertrand eran terribles.Secándose las lágrimas, exhaló profundamente. —¿Y si ella muere? Si eso sucede… volvería a tener mi oportunidad............Más tarde, la oscuridad se adueñó del bosque.El cielo brillaba con estrellas, y el aire frío se suavizaba por el calor de las fogatas.Dentro de la gran carpa, caballeros y sirvientes se movían
—Majestad —se escuchó la voz de Julia. Que ingresó al interior de la tienda Real. —¿Qué dijo? —se apresuró Serenia donde la mujer. Su voz cargada de ansiedad y nerviosismo. —Dijo que vendría pronto… Tiene que relajarse majestad. ¿Gusta que le traiga un té? —¿Un té…?, sí, un té estaría bien… Por cierto, ¿él estaba solo? Julia se sorprendió ante la última pregunta de la Reina. Sobre todo por el tono inquieto que la hizo, la sirvienta madura, sonrió. —Mi Reina. Él estará fascinado con usted, créame, aunque sea extranjera he escuchado a gente hablar en la capital de su belleza, de su carácter y su talento —sonreía Julia, animando a Serenia—. Estoy segura que aunque no lo demuestran, más de un varón del Reino la codicia. Un rubor ligero invadió los pómulos de la Reina. Ella negó lentamente. —Oh Julia. No creo que sea el caso, todos quieren matarme… —No lo creo. Recuerde que los nobles se dejan llevar por los logros siempre, por eso el Rey la quiere ayudar, si brilla y tien
El beso entre el Rey Bertrand y su Reina fue una explosión de emociones, una conexión tan intensa que parecía que el mundo se detendría si se separaban, aunque fuera un instante. Sus labios se mezclaban en movimientos ardientes, mientras las manos de él exploraban la cintura y el trasero de su mujer, atrayéndola hacia él con una audacia que le causaba un estremecer. Serenia, envuelta en la calidez de su esposo, sintió cómo el tiempo se desvanecía. En un momento de locura, volvió a besarlo, esta vez de puntillas, aferrándose a él con una desesperación que brotaba de lo más profundo de su ser. —¿Vamos a hacerlo…? —preguntó la Reina, su voz vibrante de emoción, mientras una chispa traviesa iluminaba sus ojos dorados. Sus manos, atrevidas, comenzaron a despojar al Rey de su capa y su elegante abrigo, como si el tiempo y el mundo exterior no existieran. La respuesta a su pregunta no necesitó palabras. Con un movimiento decidido, Bertrand la levantó en sus fuertes brazos y la llevó ha