—¡Eso es, date prisa y vamos aprovechar este festín visual! ¡No demores más!—¡Ja, no finjas si quieres la plata!Julieta apretó los dientes y se quitó toda la camisa, dejando sólo la blusita en la parte superior del cuerpo. Sus brazos quedaron completamente expuestos. Incluso en ese ambiente poco iluminado, su pálida piel seguía llamando la atención. Julieta clavó sus uñas en su carne bajo las miradas fijas de todos, pero aún así tenía una sonrisa en su rostro. Al ver que se detuvo, el señor Medina se levantó y caminó hasta su lado, alargando la mano para tocarle la cintura, y preguntó: —¿Por qué no quitas más? ¿Quieres que te ayude?Julieta apretó los dientes, dio un paso atrás y se negó en forma tiesa:—No hace falta.—¿Por qué eres tan reservada? ¿No fuiste tú la que tomó la iniciativa hace un momento? Además, ¿una mujer que engañó a su esposo hace dos años? ¿Qué tan inocente podría ser?El señor Medina alargó la mano para acariciarle nuevamente el pelo. Los pies de Julieta se
¡Después de sólo dos segundos Julieta entendió quién era la mano negra detrás de todo esto!Dalila. No podía ser nadie más. Miró a Leandro con cierta expectativa. Si Leandro supiera que era Dalila, ¿qué haría?Después de que Leandro tirara al señor Medina al suelo, agarró la toalla que le había entregado Renzo y se limpió las manos. Luego tiró la toalla a la cara del señor Medina y caminó hacia Julieta. Se inclinó y la puso en brazos en una forma horizontal, y cuando llegó a la puerta, de repente se detuvo de nuevo y se volvió para mirar al resto de la gente que estaba atónita. —¡Estas personas fueron testigos de algo que no debían ver! ¡Arráncales los ojos!Renzo asintió y vio un flash en alguna parte, y dijo: —Señor, parece que todo ha sido grabado.—¡Destrúyelo!—Sí, investigaré su origen. Leandro no dijo más nada. Sujetando directamente a Julieta, la puso en el asiento de pasajero y luego se subió él mismo al asiento del conductor.Durante todo el proceso, Leandro no dijo nin
—Sí, Leandro, si hubiera sabido las consecuencias, definitivamente no habría salvado a Dalila en ese entonces —dijo Julieta. Julieta intentó suprimir el calor de su cuerpo, pero mientras el tiempo pasaba, su autocontrol se diluía más y más.Sus mejillas enrojecieron y frunció el ceño con enojo. Se quitó la chaqueta de Leandro con la que estaba cubierta y luego la blusa que tenía puesta.“Julieta, ¡ahora sí que pareces una ramera!”, pensó ella.Seguidamente Julieta se abalanzó sobre Leandro para abrazarlo, aunque su corazón le dolía monstruosamente. Tenía la conciencia borrosa, y sus manos y pies no estaban bajo su control...Leandro sólo la miró fríamente. Luego la levantó y caminó hasta la bañera. La arrojó allí, hizo que la ducha apuntara directamente a Julieta y abrió el grifo del agua fría. El agua fría se derramó sobre su cuerpo, haciendo que el ardor interior se enfriara al instante y que recuperara sus sentidos. Levantó la vista y vio los sombríos ojos de Leandro, quien solo
—Me golpearon.—¿Pero quién?Julieta vio su mirada sorprendida y sintió dolor en el corazón al explicarle:—Tú —resopló.Leandro la miró fríamente. Aunque no dijo una palabra, su expresión parecía decir: "Estás mintiendo. ¿Cuándo te he pegado?".Entonces, soportando el dolor del pecho, Julieta le dijo: —Leandro, esto no es algo que haya pasado recientemente. Algunas de estas heridas me las hiciste tú, otras las hiciste cuando dejaste que otras personas me pegaran.Julieta no podía describir con palabras lo que estaba sintiendo. Tal vez era dolor o, quizás, ¿desesperación y odio? Parecía ser un poco de todo y al mismo tiempo ninguna de ellas. Desde que sucedió su aborto, hace dos años, hasta ahora, no podía decir a ciencia cierta qué emociones tenía.El hombre al que había amado durante diecisiete años, que antes la quería como si su vida dependiera de ello y que le había salvado la vida… No podía dejar de lado con tanta facilidad lo que sentía por él. Probablemente, tal y como decía
—No. Estoy bien.Al otro lado del teléfono se escuchó un suspiro. —Julieta, si quieres la antigua casa de los Rosales, yo puedo ayudarte. La familia Soto puede pagar los setenta millones.—No es necesario —Julieta se lamió los labios resecos—. Cualquiera que se acerque a mí se convierte en un desgraciado. Primero fueron mis padres, luego don Camilo, ahora está tu accidente automovilístico e incluso una cuidadora que fue despedida por el simple hecho de defenderme y decir unas palabras en mi nombre.—Lo sé.—¿Lo sabes? ¿Cómo? ¿La cuidadora fue contratada por ti?—Sí. Me preocupaba que te sintieras en deuda conmigo, por eso no te lo dije.Julieta sintió calidez en el pecho. Pensó que ya no quedaba nadie que se preocupara por ella, pero resultó que todavía había gente dispuesta a ayudarla en silencio.—Gracias.—No me lo agradezcas. Yo soy el responsable de que Leandro y tú estén donde están ahora. No estarían en esta situación si yo hubiera estado ahí hace dos años. Solamente estoy trat
—¡Julieta! —gritó Leandro con enfado.Probablemente porque había pasado por esa situación muchas veces antes, Julieta no reaccionó con ira. Se limitó a mirar a las dos personas con ligereza.—Ni lo pienses. No cuidaré de ella.—¿Ya no quieres la vieja mansión de la familia Rosales?Julieta resopló. —Con esta amante perversa cerca, aunque me ponga de rodillas para lamerle los dedos de los pies, no me dejará recuperar la mansión —sonrió hacia Dalila—. ¿Verdad, Dalila?Apoyada en los brazos de Leandro, Dalila estaba muy débil, así que su voz era muy suave cuando dijo:—Leandro, no te enojes, es normal que no le caiga bien a Julieta. A los ojos de los de afuera, estoy intentando apoderarme de lo que no es mío.—Dalila, ¿cuándo te volviste culta? ¿Incluso conoces la palabra “apoderarse”?—¡Julieta, no seas desvergonzada! —Después de gritarle a Julieta, Leandro añadió suavemente a Dalila—. Esta es tu casa, no hay razón para que la gente cree chismes al azar.Al oír esto, Julieta sintió como
Saboreó una bocanada de sangre en la boca e inmediatamente corrió al baño para escupirla. Miró hacia abajo y se dio cuenta que la sangre era negra.Dejó correr el agua y se lavó. Luego levantó la mano y se limpió la sangre de la comisura de los labios.Había llovido mucho ese día y estaba enojada a causa de aquellas dos personas, pero sabía que nada de eso era la causa de ese vómito, sino su tristeza.Julieta tomó un analgésico. Luego puso el frasco de medicina en su bolso y lo cargó en su espalda. No podía quedarse más tiempo en este lugar.Sin embargo, justo cuando llegaba a la puerta, se topó con Leandro. El hombre, alto y delgado, tenía una presencia intimidante. La miró fríamente.—¿Adónde vas?—No es asunto tuyo.Leandro la jaló de la muñeca.—Eres mi mujer. ¿Cómo no va a ser asunto mío?Julieta levantó la mirada. Sus ojos desesperados tenían un rastro de intrepidez.—¿Ahora recuerdas que soy tu mujer? Dime, ¿también piensas que soy tu mujer cuando me estrangulas?—¡No intentes p
—¡Cuidado!Justo después de pronunciar estas palabras, una figura se abalanzó sobre Julieta y la abrazó. Las dos rodaron hasta el borde de la carretera. Inmediatamente después se escuchó el ruido áspero de los frenos. El camionero asomó la cabeza y maldijo:—¡¿Si tienes ojos por qué no los usas?!Julieta levantó la vista y se espabiló. Fue entonces cuando se dio cuenta de quién era la persona que la había salvado. Sus ojos se abrieron de par en par, sorprendida.—¿Tú?Ella no resultó herida, pero la otra persona no tuvo tanta suerte. Se había lastimado la mano derecha y estaba sangrando mucho.—Dios mío, estás sangrando. Vamos rápido al hospital.La persona tiró de ella. —No hace falta, señorita. Soy enfermera, tengo medicinas en casa.—Pero…Sin esperar a que Julieta terminara de hablar, la otra persona sacó un pañuelo de su bolso y se lo ató en la herida.—Estoy bien, en serio.Julieta se apresuró para ayudar a la otra persona a que se levantara y después le señaló su coche.—Sube,