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En Montaña Negra, la fiesta seguía su curso, pero Miranda sentía que el ambiente ya no la envolvía de la misma manera.Había bebido más de lo que debería, intentando sumergirse en el bullicio, pero la confusión de sus sentimientos la rodeaba como una niebla espesa.El lugar, iluminado por las luces tenues de las lámparas y la música que sonaba en los altavoces, parecía desvanecerse a su alrededor mientras se levantaba, tambaleándose ligeramente.Cuando al fin llegó la hora de irse, Arturo se ofreció a acompañarla a su habitación.Caminaban juntos por el pasillo de la casa de campo, sus pasos resonando en el silencio de la noche.Al llegar a la puerta, ambos se detuvieron, sus cuerpos tan cerca que casi podían sentir el aliento del otro.Arturo la miró intensamente, sus ojos llenos de una mezcla de deseo y certeza.—No sueñes que te quedarás conmigo —dijo ella, con una sonrisa traviesa, pero su voz traicionaba una tensa emoción contenida.Miranda, con el rostro enrojecido por el alcoho
Sergio y sus guardias se adentraron en el camino tortuoso que los llevaba a Montaña Negra.Iban acompañados por un lugareño, un hombre de rostro curtido por el sol, al que Sergio había pagado una buena suma de dinero para que los guiara hasta su destino.La ansiedad en el pecho de Sergio era palpable, como una presión constante que le robaba la respiración.Cada kilómetro que avanzaban se sentía como una eternidad, y el sinuoso camino, lleno de curvas y barro, parecía estirarse interminablemente.Cada giro, cada bache en el trayecto, lo hacía sentirse más atrapado, más impotente.El cielo nublado sobre él no ayudaba a calmar su tormenta interior, sino que más bien intensificaba la sensación de claustrofobia que lo envolvía.Miraba constantemente al frente, como si, al enfocar toda su atención en el camino, pudiera controlar la vorágine de emociones que lo destrozaban por dentro. Su corazón latía desbocado, y a pesar de que intentaba calmarse, la desesperación se apoderaba de él.¿Qué
En el crucero, Marfil abrió los ojos lentamente, despertando con la suavidad de un nuevo día.Al mirar a su alrededor, encontró a Imanol mirándola con una ternura infinita.Sus ojos, llenos de amor, la envolvían en un calor que la hacía sentirse segura, protegida.—¿No has dejado de amarme? —preguntó ella, con una sonrisa tímida, pero llena de emoción.Imanol soltó una carcajada suave, como si la pregunta fuera la cosa más obvia del mundo.—¿Cómo podría? —respondió él, con una sonrisa franca y sincera—. Te amo, Marfil. No hay verdad, no hay nada que me haga dejarte. Te amo por lo que eres, por tu alma. Puedo ver en tu mirada quién eres realmente, y eso es lo que me enamora. Eres buena, eres hermosa, y nunca voy a abandonarte.Marfil, tocada por sus palabras, se abrazó con fuerza a su pecho, sintiendo cómo su amor la envolvía.—Imanol, hubiese querido haberte conocido antes —susurró ella, la tristeza asomando en sus ojos, aunque su voz era suave, casi como un suspiro.Imanol la abrazó
«Mi esposo me engaña», Ariana Torrealba temblaba.Sus manos apenas podían sostener el teléfono móvil, mientras su corazón latía con fuerza, golpeando su pecho como un tambor de guerra.Su respiración era errática, entrecortada, y una sensación de ardor le recorría la garganta.Sus ojos, abiertos de par en par, estaban fijos en la pantalla, en esas palabras que parecían puñales clavándose directo en su alma.«¿Sabes que tu esposo está en mi cama? Hoy no llegará a dormir, querida socia, puedes esperarlo, yo lo voy a atender muy bien.»Los dedos de Ariana resbalaron sobre la pantalla mientras se desplazaba por los mensajes, su visión nublada por las lágrimas que corrían sin control por sus mejillas.Y entonces vio las fotos.Su esposo, Sergio Torrealba, dormía en una cama que no era la suya.Su rostro relajado, su brazo enredado en el cuerpo de otra mujer, abrazándola con la misma ternura con la que tantas veces la abrazó a ella.Esa mujer... Ariana la reconoció de inmediato.Lorna.Gere
Ariana despertó con los ojos hinchados y la garganta seca. No había dormido bien, pero tampoco esperaba hacerlo. Su corazón estaba destrozado.Tomó su teléfono de la mesita de noche con manos temblorosas.Apenas lo desbloqueó, la pantalla se iluminó con una nueva notificación. No estaba preparada para lo que vio.Un video.Con un nudo en el estómago, presionó "reproducir". Sus pupilas se dilataron, el aire abandonó sus pulmones y un dolor punzante le atravesó el pecho.Ahí estaba Sergio, su esposo, el hombre al que le entregó su amor y su confianza… con otra mujer.No eran simples caricias ni besos robados.No, aquello era crudo, brutal, una confirmación de lo que ya sospechaba, pero que en el fondo deseaba no fuera real.Ariana sintió arcadas.Soltó el teléfono y corrió al baño, cayendo de rodillas junto al inodoro.Vomitó bilis, el vacío en su estómago solo hacía más doloroso el espasmo.Lágrimas calientes caían sin control mientras apretaba los puños contra el suelo frío de mármol.
—¡Respóndeme, Ariana! —gritó Sergio, sacudiéndola con fuerza.Ariana sintió miedo.No era la primera vez que discutían, pero algo en sus ojos… algo en su expresión… la hizo estremecerse. Había furia, desesperación, pero también algo más oscuro, algo que la puso en alerta.«Si le digo que me iré, ¿qué pasará? No… no puedo hacerlo ahora. Nuestra despedida debe ser limpia. No quiero peleas, no quiero escuchar sus excusas. No hay disculpas para lo que me hizo.»Tomó aire, obligándose a mantener la calma.—¿De qué hablas? —preguntó con voz controlada—. Hoy acompañé a Miranda con una abogada. Tiene problemas serios con su esposo… ella va a divorciarse.El agarre de Sergio se aflojó al instante. Sus ojos se abrieron con sorpresa, pero lo que más resaltó en su rostro fue el alivio.—¿Miranda…? —susurró, parpadeando.Por un segundo, temió haber dejado entrever demasiado.Ariana lo notó. Su mirada afilada lo perforó con sospecha.—¿Y por qué crees que yo pediría el divorcio, Sergio? —preguntó c
Al día siguienteAriana observó a su esposo salir de casa como lo hacía cada mañana.Desde la ventana, lo vio subir a su auto con la misma calma de siempre, como si todo siguiera igual, como si la traición no existiera.El nudo en su garganta se hizo más fuerte, y apenas el coche desapareció por la calle, ella tomó aire y salió con el chofer rumbo a casa de Miranda.Cuando llegó, su amiga ya la esperaba con el ceño fruncido y los brazos cruzados.Pero en cuanto la vio, su expresión se transformó en pura compasión.—¡Ariana! —susurró, extendiendo los brazos.Ariana corrió hacia ella y la abrazó con todas sus fuerzas, aferrándose como si ese abrazo pudiera sostener los pedazos de su alma rota.—No puedo creerlo —susurró Miranda, con el enojo y la incredulidad marcados en su voz—. Si no hubiera visto esas fotos con mis propios ojos, jamás habría pensado que él te engañaría. Siempre fue el esposo perfecto… y ahora…Las lágrimas de Ariana rodaron sin control.—No sé qué pasó… Nos perdimos…
—¡Maldita, lastimaste al heredero Torrealba! ¿Qué harás cuando Sergio se entere? —exclamó Lorna, con los ojos encendidos de furia.Ariana se detuvo de golpe.El sonido de sus tacones dejó de resonar en el pasillo, y su pecho subía y bajaba con una respiración entrecortada.Giró lentamente sobre sus talones, con la mirada oscura y llena de rabia.—¡Hazlo! Vamos, llama a tu amante —le espetó con una sonrisa venenosa—. Dile que te encontraste con su esposa, dile que me buscaste y me informaste de su pequeño y sucio secretito. A ver, Lorna… dime, ¿qué crees que hará? ¿Te defenderá? ¿Correrá a consolarte? ¿O simplemente te desechará como a todas las demás que seguro ha tenido?El rostro de Lorna perdió su color.La seguridad con la que había llegado se desplomó en cuestión de segundos, y una duda latente comenzó a carcomer su pecho.Ariana esbozó una sonrisa burlona y, sin esperar respuesta, se alejó con una calma fingida, dejando a Lorna temblando de rabia.Lorna apretó los puños con fuer