—¡Maldita, lastimaste al heredero Torrealba! ¿Qué harás cuando Sergio se entere? —exclamó Lorna, con los ojos encendidos de furia.
Ariana se detuvo de golpe.
El sonido de sus tacones dejó de resonar en el pasillo, y su pecho subía y bajaba con una respiración entrecortada.
Giró lentamente sobre sus talones, con la mirada oscura y llena de rabia.
—¡Hazlo! Vamos, llama a tu amante —le espetó con una sonrisa venenosa—. Dile que te encontraste con su esposa, dile que me buscaste y me informaste de su pequeño y sucio secretito. A ver, Lorna… dime, ¿qué crees que hará? ¿Te defenderá? ¿Correrá a consolarte? ¿O simplemente te desechará como a todas las demás que seguro ha tenido?
El rostro de Lorna perdió su color.
La seguridad con la que había llegado se desplomó en cuestión de segundos, y una duda latente comenzó a carcomer su pecho.
Ariana esbozó una sonrisa burlona y, sin esperar respuesta, se alejó con una calma fingida, dejando a Lorna temblando de rabia.
Lorna apretó los puños con fuerza, sus uñas clavándose en sus palmas hasta que sintió un leve ardor.
—Maldita… —murmuró entre dientes, y con un grito de frustración, pateó el suelo antes de salir del lugar.
***
En el estacionamiento, Lorna divisó a Sergio de inmediato.
Caminó con rapidez hacia él y, sin dudarlo, se abrazó a su cintura como si intentara aferrarse a algo sólido, algo real.
Sergio la recibió con una sonrisa de suficiencia, deslizando su mano por la espalda de la mujer con la posesión de un hombre que sabía que tenía el control.
Pero a lo lejos, detrás de un muro, Ariana los observaba en silencio.
No dijo nada. No hizo ningún ruido. Solo sacó su teléfono y comenzó a tomar fotografías de la escena, con un dolor sordo y frío oprimiéndole el pecho.
—Amor… dime —susurró Lorna, mirándolo con ojos llenos de falsa ternura—, ahora que espero a tu hijo… a tu gran heredero… ¿Cuándo te vas a divorciar y me harás tu esposa?
Sergio sintió cómo un escalofrío helado le recorría la espalda.
La pregunta lo golpeó como un balde de agua fría.
Su expresión cambió en un instante.
Sus facciones se endurecieron y sus ojos se tornaron gélidos y crueles.
Sin previo aviso, sujetó el rostro de Lorna con fuerza, pellizcando sus mejillas con los dedos hasta que ella emitió un leve gemido de dolor.
—¿Qué estupidez acabas de decir? —escupió con desdén.
—Sergio…
—Escúchame bien, Lorna —continuó, con una voz que parecía contener una ira latente—. Yo nunca me voy a divorciar de mi esposa.
Lorna parpadeó, incrédula, con un nudo, apretándole la garganta.
—Pero, el bebé…
Sergio soltó una carcajada cínica y la apartó con un empujón suave pero humillante.
—Este hijo lo cuidaré, sí… le daré un futuro grandioso. Pero no sueñes que será mi heredero. Mis únicos herederos serán los que nazcan del vientre de Ariana Torrealba.
Lorna sintió que el aire se le atascaba en la garganta.
—No seas tonta, Lorna. Tu lugar es ser mi amante. Si te gusta, sigue conmigo. Si no… terminemos aquí y ahora. Y te sugiero que abortes a ese bebé, tú decides su futuro.
La palabra quedó suspendida en el aire como una sentencia de muerte.
Lorna bajó la mirada, mordiéndose el labio con fuerza para contener las lágrimas.
Todo su mundo, todos sus sueños de convertirse en la esposa de Sergio, se habían desmoronado en un segundo.
Sergio, sin embargo, ya estaba a punto de marcharse.
Pero justo cuando iba a dar la vuelta, Lorna lo tomó del brazo con desesperación.
—¡Sergio, yo te amo! —gimió—. Acepto cualquier puesto en tu vida… con tal de ser tuya.
El hombre la miró con una sonrisa torcida, y su expresión se suavizó solo un poco.
—Bien. Entonces, vamos a comprarte esa pulsera de diamantes que tanto querías.
Lorna sonrió, aliviada, y subió al auto con él.
Pero a la distancia, Ariana ya no podía soportarlo más. Sintió que sus rodillas flaqueaban y cayó al suelo, cubriéndose la boca con las manos.
Quería convencerse de que no le dolía, de que Sergio no merecía una sola de sus lágrimas… pero era imposible.
Ese hombre le había prometido amor eterno.
Ese hombre había sido su refugio, su fortaleza, su todo.
Pero todo había sido una mentira.
Y ahora, lo único que quería era escapar con su corazón destrozado.
***
Ariana se levantó con esfuerzo, secándose las lágrimas con la manga de su abrigo.
Caminó con pasos firmes hasta donde la esperaba su chofer.
—Llévame al banco —ordenó con voz firme.
El hombre asintió sin hacer preguntas.
Cuando llegó, el gerente la recibió con una sonrisa amable. Era un viejo amigo de la familia, y siempre había sido leal a los Torrealba.
—Ariana, qué gusto verte. ¿En qué puedo ayudarte?
—Necesito hacer un retiro —respondió ella, con una calma que no reflejaba el torbellino dentro de su pecho.
—Por supuesto, ¿cuánto necesitas?
—Cinco millones de dólares. En efectivo.
El gerente parpadeó, sorprendido.
—Ariana, es una cantidad considerable. ¿Es para una inversión?
Ella sonrió.
—Es para ayudar a una amiga que está en problemas.
El hombre dudó un momento, pero finalmente accedió.
Cuando Ariana salió del banco con las maletas llenas de dinero, el gerente tomó el teléfono y marcó un número con urgencia.
—Sergio, amigo… debes saber algo. Hoy tu esposa retiró cinco millones de dólares de su cuenta personal.
Hubo un silencio al otro lado de la línea.
Y luego, sin decir una palabra, Sergio colgó.
—¡Detén el auto! —ordenó de inmediato.
Lorna lo miró con confusión.
—¿Qué sucede, amor?
—¡Bájate!
—¿Qué? Pero, Sergio…
—¡Qué te bajes!
Su voz fue un látigo de ira.
Lorna, indignada, abrió la puerta y descendió con rabia, viendo cómo el auto se alejaba a toda velocidad.
Apretó los puños con furia.
—Maldita… ¡Esto es culpa de Ariana!
***
Sergio ordenó ser llevado al bufete de abogados que Ariana había ido antes.
Llegó al despacho de abogados sin previo aviso.
Empujó las puertas con violencia y entró a la sala de juntas como una tormenta desatada.
—¡¿Quién de ustedes es el abogado de divorcio de mi esposa Ariana Torrealba?!
Hubo un murmullo entre los presentes, pero una mujer se puso de pie con una sonrisa encubierta.
—Esa sería yo —dijo la abogada Martínez, cruzando los brazos
Los ojos de Sergio brillaron con rabia.
Ariana se le estaba escapando de las manos.
Y no pensaba permitirlo.
—Acompáñeme, señor Torrealba.Sergio sintió su corazón latir con fuerza, palpitando como un tambor de guerra en su pecho.Algo en su interior rugía con desesperación, como si la realidad estuviera a punto de escapársele de las manos.Apretó los puños con rabia contenida y siguió a la abogada por el pasillo.Cada paso que daba parecía resonar con un eco hueco, amplificando la sensación de que algo no estaba bien.Cuando cruzaron la puerta del despacho, no pudo contenerse más.De un movimiento brusco, atrapó el brazo de la mujer y lo apretó con fuerza, su mandíbula tensa y su mirada encendida de furia.—¡Yo no me voy a divorciar de mi esposa! —rugió con la voz rota por la rabia—. ¡Es mía, y lo será hasta que la muerte nos separe!La abogada lo observó con calma, como si estudiara a una bestia herida enjaulada.Había visto ese tipo de hombres antes: narcisistas, controladores, que confundían el amor con la posesión.«Está desesperado… Ariana ha logrado sacarlo de su zona de confort», pen
Sergio la soltó bruscamente, sonriendo de una manera que no alcanzaba a ocultar la frialdad en sus ojos.Su mano recorrió el rostro de Ariana con una ternura fingida, casi como si tratara de convencerla de algo que ya no creía.—Pero, tú nunca me dejarás, Ariana —dijo con voz suave, casi como un susurro—. Porque me amas, y eres mía, solo mía.Ariana, aunque sus labios se curvaban en una sonrisa vacía, sentía cómo su corazón se desgarraba por dentro.Sus ojos ardían en rabia y dolor, luchando por contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse.—Y tú… nunca me engañarás —respondió ella, con una ironía que solo él podía entender.La mentira se coló entre ellos como una sombra que ninguno de los dos se atrevió a confrontar.No lo dijeron en voz alta, pero ambos sabían la verdad. Ambos estaban mintiendo, ella quería escapar, y él la engañaba sin un ápice de arrepentimiento.Se miraron por un largo momento, sonriendo con amargura, como si las sonrisas fueran una fachada que se desmoron
Sergio estaba agotado. Sus músculos dolían después de como esa mujer los satisfizo, se recostó en la cama, el aroma dulce de Lorna lo envolvió.Ella se aferró a su pecho con ternura, sus dedos delineando círculos perezosos sobre su piel.—Cariño… —susurró ella con voz mimada—. ¿Podemos ir a la playa? Tengo tantas ganas de ver el mar… Creo que es un antojo de nuestro bebé.Sergio sonrió, complacido por la dulzura con la que Lorna lo pedía.Le gustaba hacerla feliz, aunque la satisfacción duraba poco.—Tal vez pueda cumplirte el capricho —dijo con voz seductora, deslizando los dedos por su cintura—. Mañana compórtate bien en mi fiesta de aniversario, y te llevaré al mar.Lorna rio, rozando sus labios con los de él antes de besarlo con pasión.Pero en ese mismo instante, a kilómetros de distancia, una mujer despertaba en una cama solitaria con el alma hecha pedazos.***Cuando Sergio llegó a casa, Ariana fingió estar dormida.Sintió el colchón hundirse bajo su peso, percibió el aroma fami
Sergio dejó a la mujer en el camastro con brusquedad.Ariana se cruzó de brazos, sus ojos brillaban con furia mientras clavaba la mirada en su esposo.—¡Sí! —soltó de golpe—. ¡Yo la empujé! ¿Sabes por qué lo hice?Sergio la miró con severidad, pero Ariana no se intimidó.—¡No importa por qué lo hiciste! —rugió él—. No debes ser una mujer cruel. ¡Eres mi esposa y debes ser dócil y amable!Ariana rio con amargura.—Ah, ¿sí? ¿Dócil y amable con la mujer que te acusó de ser infiel?Sergio se quedó pálido. Sus ojos se abrieron tanto que Ariana creyó que podrían salírsele de las órbitas.A su lado, Lorna se incorporó con una expresión de incredulidad.—¡Ella miente! —exclamó, desesperada.Ariana avanzó con lentitud, disfrutando la confusión en el rostro de su esposo.—No miento —susurró—. La empujé al agua porque no permitiré que difame a mi esposo. ¡Él me es fiel, él me ama! ¿Verdad, amor?Los ojos de Sergio se endurecieron cuando miró a Lorna. Su voz fue un látigo:—Señorita Méndez, retíre
Ariana abrió los ojos lentamente, y por un momento, creyó estar atrapada en una pesadilla de la que no lograba despertar.Estaba vacía, perdida en su propio cuerpo, incapaz de encontrar el camino de regreso a la realidad.Miró a su alrededor, su visión borrosa comenzó a despejarse y el dolor la golpeó como una ola.La habitación estaba en silencio, demasiado en silencio, pero no era ese el tipo de paz que buscaba.Sergio aún no había regresado. Sus dedos temblorosos se extendieron hacia su lado de la cama, pero la frialdad de las sábanas vacías le recordó que él no volvería.Cada día, desde que la cruel verdad había destrozado su mundo, Ariana intentaba aferrarse a la esperanza de que todo era solo una pesadilla, que pronto despertaría y volvería a la normalidad.Pero esa esperanza se desvanecía como la niebla al amanecer, y la pesadilla persistía, estancada en su mente, cada vez más real y dolorosa.Se levantó de la cama, las piernas tambaleantes, como si el peso del mundo estuviera s
Cuando Sergio terminó, sus ojos se posaron en Lorna. Con voz fría y distante, le dijo:—Debes irte.Lorna, apenas vestida, lo miró con sorpresa y dolor. Su mente se debatía entre el deseo de quedarse y la angustia de saber que algo andaba mal.—Pero, mi amor, ¿por qué no me llevas a mi departamento? Así estaríamos más tiempo juntos —imploró, tratando de abrazarlo.Sergio, con manos firmes, la detuvo bruscamente.—No juegues, vete ya. Esto es demasiado; si mi esposa se levanta, podría descubrirme. ¡Vete ya, Lorna!Con el vestido apenas acomodado, Lorna se quedó en silencio, pero con voz cargada de resentimiento le preguntó:—¿Qué harás el resto de la noche? ¿Le harás el amor como me lo hiciste a mí?Sergio esbozó una sonrisa cínica y se acercó, apretando su mejilla con fuerza.—No te confundas, Lorna. Nosotros solo tenemos sexo; a mi esposa le hago el amor. Lo que tengo con Ariana está muy por encima de ti. Acepta tu lugar y vete. Mañana iremos a la playa.Mientras él se alejaba, Lorna
Ariana dejó una caja de regalo sobre la mesa con manos temblorosas. Dentro, el acuerdo de divorcio descansaba bajo una carta cuidadosamente doblada: su despedida. Sus ojos ardían, pero no se permitió llorar.Ya no.Tomó su teléfono y escribió un último mensaje:«Ayudaré a Miranda, mañana se irá del país, así que quiero estar a su lado»La respuesta no tardó en llegar.«Entiendo, mi amor. Te amo, princesa. No lo olvides»Ariana sostuvo el teléfono entre sus dedos por unos segundos, como si el peso de esas palabras aún pudiera detenerla.Luego, sin contestar, lo dejó dentro de la caja abierto en su chat con Lorna, y después cerró la caja como quien entierra un cadáver.Al salir de casa, el chofer la interceptó.—Señora, ¿la llevo a algún sitio?Ariana inhaló profundamente antes de responder.—Esta vez iré sola. Debo ayudar a mi amiga Miranda.El hombre dudó un instante, pero asintió y la vio alejarse en el auto. Apenas desapareció en la distancia, sacó su teléfono.—Señor, la señora se h
—¡No, no, no! —El grito desgarrador se ahogó en su garganta mientras su pecho se comprimía en un dolor insoportable.Negó con la cabeza, una y otra vez, como si así pudiera deshacer la realidad.Entonces, un sonido gutural, casi inhumano, emergió de su interior, un quejido bestial de furia y desesperación.—¡Señor! ¿Está bien? —preguntó uno de los guardias, alarmado.—¡Lárgate! —rugió, con la voz áspera y temblorosa.Con pasos torpes, Sergio subió las escaleras a toda prisa.Su respiración era errática, su corazón golpeaba contra su pecho con brutalidad.Al abrir el clóset, un puñal invisible se clavó en su estómago.Ahí estaba la ropa de Ariana, cada prenda intacta, acomodada como siempre… pero ella no estaba.Todo estaba ahí. Todo. Menos ella.Retrocedió un paso, su mente se negaba a procesarlo.Buscó con desesperación alguna señal, algo que le indicara que esto no era real, que ella no se había ido.Bajó nuevamente las escaleras con una expresión desencajada, parecía al borde de la