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Sergio dejó a la mujer en el camastro con brusquedad.Ariana se cruzó de brazos, sus ojos brillaban con furia mientras clavaba la mirada en su esposo.—¡Sí! —soltó de golpe—. ¡Yo la empujé! ¿Sabes por qué lo hice?Sergio la miró con severidad, pero Ariana no se intimidó.—¡No importa por qué lo hiciste! —rugió él—. No debes ser una mujer cruel. ¡Eres mi esposa y debes ser dócil y amable!Ariana rio con amargura.—Ah, ¿sí? ¿Dócil y amable con la mujer que te acusó de ser infiel?Sergio se quedó pálido. Sus ojos se abrieron tanto que Ariana creyó que podrían salírsele de las órbitas.A su lado, Lorna se incorporó con una expresión de incredulidad.—¡Ella miente! —exclamó, desesperada.Ariana avanzó con lentitud, disfrutando la confusión en el rostro de su esposo.—No miento —susurró—. La empujé al agua porque no permitiré que difame a mi esposo. ¡Él me es fiel, él me ama! ¿Verdad, amor?Los ojos de Sergio se endurecieron cuando miró a Lorna. Su voz fue un látigo:—Señorita Méndez, retíre
Ariana abrió los ojos lentamente, y por un momento, creyó estar atrapada en una pesadilla de la que no lograba despertar.Estaba vacía, perdida en su propio cuerpo, incapaz de encontrar el camino de regreso a la realidad.Miró a su alrededor, su visión borrosa comenzó a despejarse y el dolor la golpeó como una ola.La habitación estaba en silencio, demasiado en silencio, pero no era ese el tipo de paz que buscaba.Sergio aún no había regresado. Sus dedos temblorosos se extendieron hacia su lado de la cama, pero la frialdad de las sábanas vacías le recordó que él no volvería.Cada día, desde que la cruel verdad había destrozado su mundo, Ariana intentaba aferrarse a la esperanza de que todo era solo una pesadilla, que pronto despertaría y volvería a la normalidad.Pero esa esperanza se desvanecía como la niebla al amanecer, y la pesadilla persistía, estancada en su mente, cada vez más real y dolorosa.Se levantó de la cama, las piernas tambaleantes, como si el peso del mundo estuviera s
Cuando Sergio terminó, sus ojos se posaron en Lorna. Con voz fría y distante, le dijo:—Debes irte.Lorna, apenas vestida, lo miró con sorpresa y dolor. Su mente se debatía entre el deseo de quedarse y la angustia de saber que algo andaba mal.—Pero, mi amor, ¿por qué no me llevas a mi departamento? Así estaríamos más tiempo juntos —imploró, tratando de abrazarlo.Sergio, con manos firmes, la detuvo bruscamente.—No juegues, vete ya. Esto es demasiado; si mi esposa se levanta, podría descubrirme. ¡Vete ya, Lorna!Con el vestido apenas acomodado, Lorna se quedó en silencio, pero con voz cargada de resentimiento le preguntó:—¿Qué harás el resto de la noche? ¿Le harás el amor como me lo hiciste a mí?Sergio esbozó una sonrisa cínica y se acercó, apretando su mejilla con fuerza.—No te confundas, Lorna. Nosotros solo tenemos sexo; a mi esposa le hago el amor. Lo que tengo con Ariana está muy por encima de ti. Acepta tu lugar y vete. Mañana iremos a la playa.Mientras él se alejaba, Lorna
Ariana dejó una caja de regalo sobre la mesa con manos temblorosas. Dentro, el acuerdo de divorcio descansaba bajo una carta cuidadosamente doblada: su despedida. Sus ojos ardían, pero no se permitió llorar.Ya no.Tomó su teléfono y escribió un último mensaje:«Ayudaré a Miranda, mañana se irá del país, así que quiero estar a su lado»La respuesta no tardó en llegar.«Entiendo, mi amor. Te amo, princesa. No lo olvides»Ariana sostuvo el teléfono entre sus dedos por unos segundos, como si el peso de esas palabras aún pudiera detenerla.Luego, sin contestar, lo dejó dentro de la caja abierto en su chat con Lorna, y después cerró la caja como quien entierra un cadáver.Al salir de casa, el chofer la interceptó.—Señora, ¿la llevo a algún sitio?Ariana inhaló profundamente antes de responder.—Esta vez iré sola. Debo ayudar a mi amiga Miranda.El hombre dudó un instante, pero asintió y la vio alejarse en el auto. Apenas desapareció en la distancia, sacó su teléfono.—Señor, la señora se h
—¡No, no, no! —El grito desgarrador se ahogó en su garganta mientras su pecho se comprimía en un dolor insoportable.Negó con la cabeza, una y otra vez, como si así pudiera deshacer la realidad.Entonces, un sonido gutural, casi inhumano, emergió de su interior, un quejido bestial de furia y desesperación.—¡Señor! ¿Está bien? —preguntó uno de los guardias, alarmado.—¡Lárgate! —rugió, con la voz áspera y temblorosa.Con pasos torpes, Sergio subió las escaleras a toda prisa.Su respiración era errática, su corazón golpeaba contra su pecho con brutalidad.Al abrir el clóset, un puñal invisible se clavó en su estómago.Ahí estaba la ropa de Ariana, cada prenda intacta, acomodada como siempre… pero ella no estaba.Todo estaba ahí. Todo. Menos ella.Retrocedió un paso, su mente se negaba a procesarlo.Buscó con desesperación alguna señal, algo que le indicara que esto no era real, que ella no se había ido.Bajó nuevamente las escaleras con una expresión desencajada, parecía al borde de la
Sergio subió al auto con un movimiento brusco, su pecho subía y bajaba con agitación.—¡Llévenme a la casa de Miranda! ¡Ahora mismo!Los músculos de su mandíbula se tensaron mientras el vehículo arrancaba.Sus manos se aferraban a los bordes del asiento con furia contenida. Cada segundo en el tráfico se le hacía una tortura, una maldita eternidad.Ariana se había ido.Y él se negaba a aceptar que lo había hecho por voluntad propia.Si alguien sabía dónde estaba, esa era Miranda.La mujer que siempre estuvo al lado de su esposa, la que conocía cada uno de sus secretos… y la que más lo odiaba.***La casa de Miranda se alzaba imponente al final de un sendero empedrado, rodeada de un jardín impecable con rosales en plena floración. Pero a Sergio no le importaban las rosas, ni la delicadeza del ambiente. Su único pensamiento era Ariana.Bajó del auto de un golpe y se dirigió a la entrada sin esperar permiso.La empleada de la casa lo vio entrar y, aunque estaba acostumbrada a sus visitas,
Ariana llegó a ese país sintiéndose como un fantasma, una sombra de lo que alguna vez fue.Abrió la puerta del departamento y el olor a detergente viejo y polvo la golpeó de inmediato.Estornudó, sintiéndose ajena, perdida en un lugar que aún no era suyo.Apenas dejó su maleta en el suelo, comenzó a limpiar. No recordaba la última vez que lo había hecho realmente para ella.Su vida se había reducido a cocinar para su esposo, lavar su ropa, ser su sombra, su servidumbre disfrazada de amor.Pero ahora, por primera vez en años, hacía algo sola. Algo para ella.El suelo brilló, el aroma a lavanda llenó la estancia, pero la sensación de vacío en su pecho no se disipó.Se dejó caer en el sofá, y sin poder contenerse más, las lágrimas que había reprimido por tanto tiempo se desbordaron como un río incontenible.«Soy Ariana… una mujer que amó tanto a un hombre que se perdió a sí misma. Perdí mi identidad, mis sueños, mi dignidad. Lo hubiese perdonado todo, menos la traición. ¿Cómo pude amar ta
Sergio se quedó paralizado, la pantalla del teléfono brillando frente a él como un espejo de su miseria.Sus ojos recorrían, uno a uno, los cientos de mensajes que Lorna había enviado a Ariana durante las últimas semanas.Cada palabra, cada foto, cada video era una daga clavada en su pecho.Las sonrisas en las imágenes, tan falsas como su amor, las miradas cómplices entre ellas, las palabras cargadas de veneno... Todo eso le perforaba el alma, dejándole una herida que no sabía si podría sanar.¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Cómo pudo ser tan ciego, tan estúpido?El dolor de la traición se mezclaba con la rabia, un veneno que se desbordaba dentro de él.La furia ardía en su interior, pero no era solo ira. Había algo mucho más profundo, algo más doloroso: el dolor de perder a Ariana, de saber que ella ahora lo veía como un monstruo, el dolor de saber que su vida se había desmoronado y que, tal vez, nunca podría reconstruirla.—¡Maldita sea! —gruñó, su voz rota por la furia—. ¡La traid