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—¡¿Dónde está mi esposa?! —exclamó Sergio con un rugido que sacudió las paredes del despacho.Los dos hombres frente a él se intercambiaron una mirada rápida, incómoda, y luego negaron con la cabeza.—Eso no es algo que podamos responderle, señor… —murmuró uno de ellos, inseguro—. Lo siento, ¡no lo sabemos!Sergio golpeó el escritorio con ambas manos, haciendo vibrar los objetos sobre él.El sonido seco del impacto resonó como un disparo en la sala.Sus ojos, rojos, inyectados de furia y lágrimas contenidas, lo hacían parecer un hombre al borde del colapso.Sus labios temblaban, apretados por la rabia. Estaba al límite. El aire a su alrededor parecía más denso, más cargado.—¡Van a seguir investigando! —ordenó, su voz desgarrada—. ¡No me importa si tienen que quemar la ciudad entera, quiero respuestas! ¡Nombres! ¡Fechas! ¡Motivos! ¡Lo que sea!—Señor Torrealba… —dijo el otro detective con cautela—. Ya le dijimos que el fiscal Montoya fue el culpable de todo esto, en realidad su red de
La ginecóloga pidió a Lynn recostarse en la camilla. Marfil permanecía a su lado, sujetando su bolso, intentando no mostrar cuán nerviosa estaba también. La habitación olía a desinfectante y tenía una luz blanca, fría. Un monitor titilaba con líneas que aún no mostraban nada.—Te voy a aplicar un poco de gel, está frío —avisó la doctora con amabilidad.Cuando el gel tocó su vientre, Lynn se sobresaltó, una oleada de emociones cruzándole por dentro. Sin pensarlo, estiró la mano y buscó a ciegas la de Marfil, como si necesitara un ancla para no hundirse en el miedo. Sus dedos se aferraron con fuerza.Marfil, sin decir palabra, respondió con una sonrisa serena, pero sus ojos brillaban con una ternura protectora que hablaba por ella. En ese instante, era más que una amiga: era su familia elegida, su escudo, su fuerza.Y entonces, en la pantalla, una imagen comenzó a tomar forma.—Ahí está —susurró la doctora—. Mírenlo.El corazón de Lynn se detuvo por un segundo.Era diminuto, frágil como
Las horas pasaban con una lentitud cruel.La habitación, oscura y mal ventilada, olía a sudor, miedo y sangre seca.Los guardias se movían con indiferencia, como si lo que ocurría allí dentro fuera parte de su rutina.Pero no para ella.La abogada Martínez apenas podía mantenerse consciente. Tenía el rostro amoratado, la respiración agitada y los labios partidos.El sudor le corría por las sienes y una pequeña herida en la ceja seguía sangrando con lentitud.Sergio, con los ojos enrojecidos y las manos temblorosas de ira contenida, la observaba como una fiera frustrada.—¡¿Vas a hablar de una maldita vez, mujer?! —rugió, su voz ronca y llena de rabia—. ¿O prefieres que te siga doliendo cada hueso de tu cuerpo?Un silencio denso cayó por un momento. Hasta que una risita, seca y desafiante, le heló la sangre.Ella alzó la cabeza con dificultad, pero en su mirada había algo que lo desarmó: fuego. Orgullo. Una fuerza que ni la tortura había podido quebrar.—Haz lo que quieras. Puedes golp
«Mi esposo me engaña», Ariana Torrealba temblaba.Sus manos apenas podían sostener el teléfono móvil, mientras su corazón latía con fuerza, golpeando su pecho como un tambor de guerra.Su respiración era errática, entrecortada, y una sensación de ardor le recorría la garganta.Sus ojos, abiertos de par en par, estaban fijos en la pantalla, en esas palabras que parecían puñales clavándose directo en su alma.«¿Sabes que tu esposo está en mi cama? Hoy no llegará a dormir, querida socia, puedes esperarlo, yo lo voy a atender muy bien.»Los dedos de Ariana resbalaron sobre la pantalla mientras se desplazaba por los mensajes, su visión nublada por las lágrimas que corrían sin control por sus mejillas.Y entonces vio las fotos.Su esposo, Sergio Torrealba, dormía en una cama que no era la suya.Su rostro relajado, su brazo enredado en el cuerpo de otra mujer, abrazándola con la misma ternura con la que tantas veces la abrazó a ella.Esa mujer... Ariana la reconoció de inmediato.Lorna.Gere
Ariana despertó con los ojos hinchados y la garganta seca. No había dormido bien, pero tampoco esperaba hacerlo. Su corazón estaba destrozado.Tomó su teléfono de la mesita de noche con manos temblorosas.Apenas lo desbloqueó, la pantalla se iluminó con una nueva notificación. No estaba preparada para lo que vio.Un video.Con un nudo en el estómago, presionó "reproducir". Sus pupilas se dilataron, el aire abandonó sus pulmones y un dolor punzante le atravesó el pecho.Ahí estaba Sergio, su esposo, el hombre al que le entregó su amor y su confianza… con otra mujer.No eran simples caricias ni besos robados.No, aquello era crudo, brutal, una confirmación de lo que ya sospechaba, pero que en el fondo deseaba no fuera real.Ariana sintió arcadas.Soltó el teléfono y corrió al baño, cayendo de rodillas junto al inodoro.Vomitó bilis, el vacío en su estómago solo hacía más doloroso el espasmo.Lágrimas calientes caían sin control mientras apretaba los puños contra el suelo frío de mármol.
—¡Respóndeme, Ariana! —gritó Sergio, sacudiéndola con fuerza.Ariana sintió miedo.No era la primera vez que discutían, pero algo en sus ojos… algo en su expresión… la hizo estremecerse. Había furia, desesperación, pero también algo más oscuro, algo que la puso en alerta.«Si le digo que me iré, ¿qué pasará? No… no puedo hacerlo ahora. Nuestra despedida debe ser limpia. No quiero peleas, no quiero escuchar sus excusas. No hay disculpas para lo que me hizo.»Tomó aire, obligándose a mantener la calma.—¿De qué hablas? —preguntó con voz controlada—. Hoy acompañé a Miranda con una abogada. Tiene problemas serios con su esposo… ella va a divorciarse.El agarre de Sergio se aflojó al instante. Sus ojos se abrieron con sorpresa, pero lo que más resaltó en su rostro fue el alivio.—¿Miranda…? —susurró, parpadeando.Por un segundo, temió haber dejado entrever demasiado.Ariana lo notó. Su mirada afilada lo perforó con sospecha.—¿Y por qué crees que yo pediría el divorcio, Sergio? —preguntó c
Al día siguienteAriana observó a su esposo salir de casa como lo hacía cada mañana.Desde la ventana, lo vio subir a su auto con la misma calma de siempre, como si todo siguiera igual, como si la traición no existiera.El nudo en su garganta se hizo más fuerte, y apenas el coche desapareció por la calle, ella tomó aire y salió con el chofer rumbo a casa de Miranda.Cuando llegó, su amiga ya la esperaba con el ceño fruncido y los brazos cruzados.Pero en cuanto la vio, su expresión se transformó en pura compasión.—¡Ariana! —susurró, extendiendo los brazos.Ariana corrió hacia ella y la abrazó con todas sus fuerzas, aferrándose como si ese abrazo pudiera sostener los pedazos de su alma rota.—No puedo creerlo —susurró Miranda, con el enojo y la incredulidad marcados en su voz—. Si no hubiera visto esas fotos con mis propios ojos, jamás habría pensado que él te engañaría. Siempre fue el esposo perfecto… y ahora…Las lágrimas de Ariana rodaron sin control.—No sé qué pasó… Nos perdimos…
—¡Maldita, lastimaste al heredero Torrealba! ¿Qué harás cuando Sergio se entere? —exclamó Lorna, con los ojos encendidos de furia.Ariana se detuvo de golpe.El sonido de sus tacones dejó de resonar en el pasillo, y su pecho subía y bajaba con una respiración entrecortada.Giró lentamente sobre sus talones, con la mirada oscura y llena de rabia.—¡Hazlo! Vamos, llama a tu amante —le espetó con una sonrisa venenosa—. Dile que te encontraste con su esposa, dile que me buscaste y me informaste de su pequeño y sucio secretito. A ver, Lorna… dime, ¿qué crees que hará? ¿Te defenderá? ¿Correrá a consolarte? ¿O simplemente te desechará como a todas las demás que seguro ha tenido?El rostro de Lorna perdió su color.La seguridad con la que había llegado se desplomó en cuestión de segundos, y una duda latente comenzó a carcomer su pecho.Ariana esbozó una sonrisa burlona y, sin esperar respuesta, se alejó con una calma fingida, dejando a Lorna temblando de rabia.Lorna apretó los puños con fuer