Capítulo 35

El desayuno estaba exquisito como siempre, pero hoy tenía un sabor más afrodisiaco.

Y sí, hablaba de Tomas Galger y sus miradas llenas de fuego.

Si continuaba así iba a mandar todo al diablo y a lanzarme sobre él. 

—Hace algo de calor, ¿cierto?

Amaba a Dexter, pero a veces podía ser un bastardo.

—Para nada —respondió mi padre, despreocupado—. Solo tú lo notas porque el clima de Italia es distinto al nuestro.

Mi primo hizo un sonido con su garganta.

—Sí, tiene que ser eso —murmuró, pateándome por debajo de la mesa.

Estaba a mi lado, así que se me hizo fácil extender mi mano y pellizcarle el muslo.

Tomé un sorbo largo de jugo.

—¿A qué hora te iras, princesa? —preguntó papá.

—Después del desayuno —sonre&iacut

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