El viento cálido nos acariciaba mientras nos mecíamos en la hamaca, el sol estaba ocultándose, pero tan lentamente que me pregunté si su tardanza se debía a nosotros, no quería dejar de vernos, no quería dejar de sentirnos y calentarnos. Sentía que éramos el centro de atención de muchas cosas.
Tomas paseaba sus dedos por mis brazos, por mis hombros, por mi cuello, por donde fuera que hubiera piel descubierta. Sus caricias no tenían una intención sexual, era todo lo contrario, tan cariñosa e inocente que me hacía aferrarme a él con fuerza. Era como un sueño, me sentía en uno.
Y en lo único que puedo pensar es en: «Quiero esto. Y lo quiero para siempre».
A él. A esta sensación que embarga mi cuerpo cuando él está cerca. Lo quiero todo, pero con él.
—Tomas —me tembl&o
—Sí —barboteé.Tomas contuvo la respiración.—Hablo en serio, Verona —dijo un momento después.Lo sabía, sabía que alguien como él nunca jugaría con algo como eso. Sabía que él…realmente me estaba ofreciendo eso como una posibilidad y que fuera cual fuera mi respuesta, él la aceptaría.Tomas quería…casarse conmigo. Sin dudarlo.Era una locura, pero…¿realmente lo era?Él y yo habíamos compartido mucho tiempo juntos, estaba segura de que no quería dejarlo, porque la forma en la que me hacía sentir no se igualaría nunca a nada, esto era irremplazable. Pensaba en “estar casada”, esa idea nunca había sido atractiva para mí, pero con Tomas, el pensamiento que venía a mí era: ¿Por qué no?Él era &l
Tomas. Quizás estaba más nervioso de lo que lo había estado la primera vez. Había querido desnudarla allí mismo en la terraza, pero me detuve, indeciso. Estaba nervioso y quería que esto fuera especial para ella. Le pedí con dulzura que bajáramos a la habitación, que quería hacerle cosas que tal vez no deberían ser vistas por el cielo. Mi mente estaba rugiendo, pensaba en la mejor forma de complacerla esta noche. Cuando llegamos a la habitación Verona me susurró que iba a ponerse algo para mí, sirvió dos copas de vino antes de meterse al baño con un pequeño bolso. Desabotoné mi camisa, creyendo que eso distraería mis manos, no podía dejarlas quieta. Bebí de la copa de vino, casi acabando con el líquido. La anticipación iba a acabar conmigo. Escuché sus pasos en el baño y luego el picaporte de la puerta cediendo ante la suave presión de su mano. La primera vez que estuvimos juntos ella había utilizado un c
Tomas.Percibí su aroma mezclado con aceites dulces, me resultaba afrodisiaco.Tenía su cuerpo desnudo tendido frente a mí, conseguí los aceites en el baño y había pensado en algo que leí una vez. Sobre unos masajes. Quise hacerlo con Verona.Así que le pedí que se recostara boca abajo y comencé a masajearla, los ruiditos placenteros que ella hacía me tenían con una tremenda erección que rogaba por un poco de contacto. Lo ignoré tanto como pude, concentrándome solo en ella. Nunca había admirado el cuerpo de una mujer desnuda con tanto…empeño. Quería tener cada detalle grabado, cada curva, cada punto débil.Le gustaba que tocara sus glúteos. Yo no había conocido el placer de eso hasta ahora.Una imagen se metió en mi cabeza, yo le levantaba las caderas y me hundía en
«Que él siempre me ame». Es lo que escribí. No pedía nada más. Solo quería eso.Toman puso el auto en marcha, el viento me azotó el rostro con fuerza, saqué el papel donde había escrito mi deseo por la ventana y lo dejé ir siguiendo las instrucciones de Tomas.Después de eso los vidrios del auto fueron cerrados y el agradable aire acondicionado nos besó la piel. Nos envolvió una atmosfera de tranquilidad que me gustó, me sentía cómoda y segura. Mis ojos se fijaron en Tomas, no perdía de vista el camino.No podía creer que ahora podía decir que ese hombre era mío.Como mi esposo. Dios, la palabra me producía escalofríos y no era desagradable. —Esto me gusta —comenté—. Tú y yo, en el auto. Me gusta cómo se siente.
La expresión de mi padre se volvió blanca, observó entre Tomas y yo, confundido de que nos presentáramos juntos cuando yo había estado de viaje y Tomas regresando a su hogar.—Buenas noches, señor Robinson —saludó Tomas, siempre educado.Papá siempre había sido bueno ocultando sus emociones, pero cuando una se desbordaba en su mirada podía resultar peligroso. Creía que ya lo había averiguado, la furiosa incredulidad en sus ojos era tenebrosa.—Déjame hablar con él un momento —le pedí a Tomas, sin dejar de mirar a papá.—No, tú y yo debemos…—lo detuve.Cuando había dicho “tú y yo” el musculo de la mandíbula de mi padre sufrió un espasmo. —Por favor, Tomas —insistí—. Tengo que decirle algo en privado.
¿Cómo demonios había terminado con un hombre de cuerpo estructural haciéndome un estriptis?Ah sí, era mi “despedida de soltera”.Cuando les había contado a mis amigas que me casé, enloquecieron. Fueron hasta mi trabajo e insistieron en tomarme como su reclusa en frente de Tomas. Mi pobre hombre no supo qué hacer cuando esas mujeres locas nos rodearon para reclamarnos la ausencia de invitación.Solo pude explicarles la situación cuando estuvimos a solas en el auto que habían alquilado para llevarme a mi fiesta. Tuve que dejar a Tomas con mi chofer para que lo llevara de regreso al hotel, no quería dejarlo solo, pero estar con todas mis amigas se sentía energético y feliz y…fantástico. Las había extrañado mucho.La tarde fue perfecta junto a ellas, me llevaron a varios de mis lugares favoritos y al final me habían
Estaba temblando y ni siquiera hacía frío. Era el hecho de que me estaba yendo, que lo estaba dejando todo. No me había detenido un segundo a pensarlo, estaba segura y ahora no era que lo dudara. Pero estaba abrumada por la grandeza de mi decisión.Amaba esta ciudad, lo amaba todo, pero quería a Tomas más que eso.Cuando lo miré mi corazón se sacudió, tenía ojeras al igual que yo, pero sus ojos se veían radiantes y me sonreía. Estiró una de sus manos y acarició mi mejilla con devoción en su mirada. Me hizo sentir segura.—Todo va a estar bien —me recordó.Imaginé como sería todo al llegar a su casa, esa mansión preciosa y acogedora, tan privada que eran pocos los que la habían visto por dentro. Solo seríamos él y yo…Detuve mis pensamientos. Estaban mal. No íbamos a ser solo &eac
En Klayten no hay fotógrafos esperándonos y eso es algo que agradezco. Los paisajes seguían quitándome la respiración. La mañana estaba fría y hacía una brisa brutal.Una camioneta nos estaba esperando afuera del aeropuerto, Ophel y Wen estaban allí, ambos me miraron sorprendidos, cuando nos acercamos recuperaron sus expresiones serias.Otro hombre vestido como Ophel y Wen se bajó de una camioneta estacionada cerca, sabía que lo había visto antes en la casa de los Galger, pero no recordaba su nombre. Tomas extendió su mano libre hacia él.—Denser —lo saludó Tomas.—Señor —apretaron sus manos.Denser era tan alto como tomas, más fornido y con ojos verdes claros.—¿Trajiste lo que te pedí? —cuestionó Tomas, Denser asintió—. Bien, vayámonos.Tom