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Aidan estaba tranquilo sentado sobre las piernas de su padre. Este le masajeaba la nuca en un intento de aliviar el dolor atormentador en su cabeza. Pero, aun así, convaleciente, sin apenas abrir los ojos y casi sin tener fuerza, él no dejaba salir un sonido de su boca. La razón, estaba por primera vez en el salón del Consejo. Había sido bien enseñado en las leyes de la manada y una era que ese lugar merecía su mayor respeto.

Frente a él estaba Asule, el mayor de todos los presentes y tomaba su pulso. Su ceño se fruncía a cada segundo que pasaba hasta que se enderezó.

-Aidan- lo llamó y el cachorro giró la cabeza hacia él.

-¿Qué?- respondió Aidan y todos lo miraron, después de todo Asule no había hablado precisamente.

-Es lo que me imaginaba- Asule se giró y volvió hacia su asiento- la razón por la que está más alterado de lo normal no es porque sus poderes estén despertando, es porque su habilidad para leer las mentes está sin control y lo acabo de comprobar-

-Pero acaso eso no es un
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