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CAPÍTULO 2: UN TRATO INTERESANTE

CAPÍTULO 2: UN TRATO INTERESANTE

Logan

Estoy de pie junto a mi camioneta, mirando la abolladura que esa mocosa le hizo al chocar su auto contra el mío. Mi mandíbula está tan apretada que siento los dientes rechinar. La camioneta es una de las pocas cosas que me quedan de mi padre, y verla así, maltratada por culpa de una niña rica, me llena de rabia. No puedo creer la falta de respeto con la que me trató, como si yo fuera un insecto bajo sus pies. Y luego se va riendo, como si todo esto fuera una broma.

Respiro hondo, intentando calmarme. Podría seguirla y hacer que pague por el daño, pero sería perder mi tiempo y, francamente, no tengo paciencia para tratar con alguien como ella. Tengo cosas más importantes en qué pensar. Justo cuando estoy por subirme a la camioneta para ir a casa, mi celular suena en el bolsillo.

—¿Qué? —respondo de forma cortante, sin siquiera mirar la pantalla.

—¿Es Logan Carter? —pregunta una voz formal al otro lado de la línea.

—Sí, ¿quién lo pregunta?

—Richard Davenport. Quiero hablar con usted sobre su propiedad.

Reconozco el nombre de inmediato. Richard Davenport es un empresario multimillonario, famoso en todo Texas por sus negocios en petróleo y minería. He oído de él antes, y sé que no es alguien con quien te cruzas todos los días. Me imagino que ha oído rumores sobre el yacimiento de petróleo que encontré hace un mes en mis tierras. Últimamente, mucha gente anda rondando con ofertas, pero hasta ahora he rechazado todas.

—No estoy interesado en vender —respondo de inmediato. Mis tierras son todo lo que tengo, y no pienso desprenderme de ellas solo porque alguien quiere hacerme rico.

—Entiendo su posición, señor Carter —dice Davenport, con ese tono calmado que usan los tipos de su calibre—, pero tengo un trato que no podrá rechazar. Quiero reunirme con usted en persona.

Cierro los ojos un segundo, sopesando la situación. Ya he tratado con tipos como él antes, que piensan que porque tienen dinero pueden comprar cualquier cosa, incluyendo a las personas. Pero algo en su tono, o tal vez mi curiosidad, me hace decidir aceptar.

—Está bien, nos vemos en su oficina.

Cuelgo sin despedirme y me subo a la camioneta, encendiendo el motor con un rugido ronco. Aún tengo el mal sabor de la chica que me choca el carro, pero ahora el tal Richard Davenport ocupa mi mente. Sé que quiere mi tierra, pero no tiene idea de que lo que realmente valoro no es el petróleo. Esa propiedad es lo único que me queda de mi familia. Mi padre y su padre antes que él trabajó esas tierras, y no pienso dejarlas ir así como así.

*

Unas horas más tarde, llego al edificio de la empresa Davenport. El lugar es tan pretencioso como imaginé: cristales relucientes, mármol por todos lados y personas caminando con trajes que probablemente cuestan más que mi camioneta. Los miro con desprecio, pero no dejo que se note demasiado. No quiero darles la satisfacción de saber que me incomoda estar aquí.

Entro al vestíbulo y me acerco al mostrador, donde una secretaria rubia está sentada revisando su computadora. No me mira ni por un segundo.

—Estoy aquí para ver a Richard Davenport —le digo.

Ella sigue escribiendo, ignorándome como si fuera invisible.

—Señorita, le estoy hablando —repito, esta vez con más firmeza.

Finalmente levanta la vista y me mira de arriba abajo con ojos llenos de desdén. Es obvio que en cuanto me ve decide que no soy nadie importante. Solo soy un hombre de campo, sucio y fuera de lugar en este entorno de lujo.

—¿Tiene cita? —pregunta con tono aburrido.

—Mi nombre es Logan Carter. Él me está esperando.

La secretaria alza una ceja y, sin decir una palabra, se levanta y se dirige a la oficina de su jefe. Mientras la veo alejarse, me acerco a la puerta y escucho el sonido de sus tacones resonando en el suelo de mármol. Entonces, la oigo hablar al otro lado.

—Está aquí, señor Davenport. El hombre que mencionó.

—¿Cómo es? —pregunta una voz profunda que supongo es la de Richard.

—Se ve pobretón, como un campesino —responde la secretaria con un tono burlón. Luego escucho la risa de Richard.

—Esos son los más fáciles de convencer. Les muestras unos cuantos fajos de billetes verdes y aceptan cualquier cosa.

Mis puños se cierran con tanta fuerza que las uñas se me clavan en las palmas. Podría largarme en este momento y dejar que se pudran en su propio dinero, pero decido hacer algo mejor. Finjo que no he oído nada y espero con una sonrisa tranquila cuando la secretaria regresa.

—El señor Davenport lo verá ahora —dice con un tono más dulce, como si ahora yo fuera importante porque su jefe me ha aceptado.

Entro en la oficina de Richard Davenport, un hombre bien vestido de unos cincuenta años que me recibe con una sonrisa amplia fingiendo amabilidad.

—Señor Carter, por favor, tome asiento —me dice mientras me ofrece una bebida. Ignoro su oferta y me siento directamente en la silla frente a su escritorio.

—Voy a ser directo, Davenport —le digo, cortante—. No estoy interesado en vender mis tierras.

Él sonríe, como si ya hubiera escuchado esto antes, y se recuesta en su silla.

—Entiendo su apego emocional, Logan. Pero debe comprender que manejar un yacimiento de petróleo no es para cualquiera. ¿Tiene los recursos, el conocimiento necesario? Con mi experiencia, podríamos explotar ese yacimiento de manera mucho más efectiva.

—¿Ah, sí? —respondo con una sonrisa fría—. ¿Cree que no sé cómo funciona la industria del petróleo? He hecho mi investigación. Sé lo que tengo y cuánto vale. Y sé que ustedes multimillonarios siempre subestiman a los que trabajan con las manos.

Por un momento, la sonrisa de Richard se tambalea. Claramente no esperaba que yo tuviera idea de cómo funciona todo esto. Justo cuando estoy a punto de levantarme y dejar su oficina, la puerta se abre de golpe.

—Papá, necesito hablar contigo ahora mismo —dice una voz femenina.

Al girarme, mis ojos se encuentran con la chica que me chocó el auto esa mañana. Me quedo inmóvil por un segundo, sorprendido. Ella también me reconoce, y sus ojos se abren como platos antes de cerrar la boca de golpe.

—Espera afuera, Savannah —le dice Richard con calma.

Algo en mi cabeza hace clic. Todo encaja de repente. Camino hasta el escritorio, viendo una foto familiar donde Richard está con Savannah. Mi boca se curva en una sonrisa mientras la idea se forma en mi mente. Si él cree que puede tener el control, le haré saber que no sabe con quién se mete.

—Firmaré un acuerdo comercial contigo —digo lentamente—. Te daré el 50% del yacimiento. Pero solo con una condición.

Richard levanta una ceja, intrigado.

—¿Y cuál sería esa condición?

—Me caso con tu hija —digo—. Así todo queda en familia, y nos aseguramos de que nadie traicione a nadie. Ese es el único trato que aceptaré.

Richard suelta una carcajada, pensando que es una broma. Pero yo no me río. Me pongo de pie, listo para irme.

—Piénsalo, Davenport —le digo, antes de salir de la oficina—. Podría ser el mejor negocio de tu vida.

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