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CAPÍTULO 3: ENTRE LA ESPADA Y LA PARED

CAPÍTULO 3: ENTRE LA ESPADA Y LA PARED

Savannah

Camino de un lado a otro en el pasillo fuera de la oficina de mi padre con el corazón acelerado. Pero eso no es lo que más me molesta en este momento. No, lo que me tiene al borde de un ataque de nervios es ese hombre. ¡El maldito hombre con el que choqué esta mañana!, no tengo duda de que vino a acusarme por lo del choque. ¿Cómo se atreve? Nadie me había confrontado nunca por algo tan insignificante, y menos alguien que no puede permitirse arreglar su destartalada camioneta.

¿Qué le habrá dicho a papá? ¿Habrá intentado hacerme quedar mal? Estoy segura de que lo hizo. Y lo peor es que mi padre seguramente le dará la razón, como siempre hace con todos, excepto conmigo. Maldigo entre dientes y sigo caminando de un lado a otro, sin atreverme a entrar.

Veo la puerta de la oficina abrirse, y él sale. Me paralizo por un momento, intentando no hacer ruido, y me escondo tras una columna antes de que me vea. Su paso firme y relajado me irrita. ¿Qué habrá venido a buscar aquí? ¿Por qué mi padre le dio una reunión? Seguro es uno de esos campesinos que vienen a pedir favores, y aun así… ¿por qué tuvo que ser justo el tipo al que insulté?

Cuando finalmente se va, me acerco a la puerta. Respiro hondo, pero en lugar de entrar, me detengo. No puedo enfrentar a mi padre ahora. No quiero oírlo regañarme por lo de siempre: mis errores, mis caprichos, mi comportamiento. Así que decido irme, mejor volver a casa antes de que me atrape aquí. Mañana lidiaré con lo que sea que haya pasado.

*

Cuando llego a casa, me bajo del auto como si todo siguiera igual. Pero algo está raro. Me acerco a la puerta y los empleados, en lugar de abrirme como de costumbre, se quedan plantados frente a la entrada. Frunzo el ceño, sin entender.

—¿Qué están haciendo? Ábranme la puerta —les digo con autoridad.

Pero ellos no se mueven. Uno de ellos, un tipo que trabaja en la casa desde siempre me mira con incomodidad.

—Lo siento, señorita, pero no podemos dejarla entrar.

Mis ojos se agrandan de incredulidad. ¿Qué clase de broma es esta?

—¿Disculpa? —pregunto subiendo el tono de mi voz—. Soy Savannah Davenport, esta es mi casa. Ábranme la maldit4 puerta ahora.

—Son órdenes de su padre —responde el tipo con una voz que intenta sonar firme, pero puedo notar que le tiembla un poco.

Por un segundo no puedo procesar lo que acaba de decir. ¿Órdenes de mi padre? ¡No puede ser cierto! Lo miro con una mezcla de sorpresa y rabia, y sin pensarlo dos veces, empiezo a gritarles insultos.

—¡Idiotas! ¿Qué clase de payasada es esta? ¡Soy la hija de Richard Davenport! ¿Quiénes se creen que son para negarme la entrada?

Pero por más que grite y patalee, ellos no se mueven. Y entonces la veo. Mi hermana, Charlotte, está en la ventana del segundo piso, observándome con esa expresión de superioridad que siempre lleva cuando algo me sale mal. Nos odiamos desde que tengo memoria, siempre compitiendo por la atención de papá, y parece que esta vez ella ha ganado. Me dedica una sonrisita burlona y cierra la cortina como si no valiera la pena seguir mirando.

Estoy furiosa. Esta situación es absurda. Me doy la vuelta y me dejo caer en las escaleras de la entrada, esperando a que mi padre vuelva. Tiene que haber una explicación para todo esto.

Las horas pasan y el sol comienza a ponerse. Mis nervios están al borde. Estoy congelada y humillada, pero no me moveré de aquí hasta que llegue papá. Finalmente, su auto aparece en la distancia y siento una pequeña chispa de esperanza. Se detiene frente a la casa, y cuando baja, me pongo de pie de inmediato.

—Papá, tenemos que hablar —digo caminando hacia él.

Él me mira con una expresión severa, más dura de lo normal. Ni siquiera me saluda.

—Savannah, ya he escuchado suficiente. No hay vuelta atrás.

—¿De qué estás hablando? ¿Vuelta atrás de qué?

Mi papá suelta un suspiro, sé que está frustrado. Mi corazón late más fuerte al ver que se acerca algo malo.

—He cancelado todas tus tarjetas. Estás fuera del testamento. Desde este momento, ya no eres una Davenport.

Es como si el suelo se desmoronara bajo mis pies. Me quedo mirándolo, completamente aturdida.

—¿Qué…? ¿Cómo que ya no soy una Davenport?

—Te he dado todas las oportunidades, Savannah. Tu comportamiento ha sido inaceptable. Esto se acaba aquí.

Intento procesar lo que está diciendo, pero mi mente no puede comprenderlo. Todo… todo lo que he tenido toda mi vida, desaparece en un parpadeo.

—Papá, no puedes hacer esto —digo, casi rogándole—. Lo siento. De verdad lo siento. No fue mi intención lo de hoy. Por favor, perdóname.

Él me observa en silencio por un momento, luego habla con frialdad.

—Hay una forma de que recuperes lo que has perdido.

Mis ojos se iluminan con una pequeña esperanza.

—¿Cómo?

Papá me mira fijamente, sin emoción.

—Tendrás que casarte con Logan Carter.

La risa me sale de manera automática. No puede estar hablando en serio.

—¿Quién diablos es Logan Carter?

—El hombre con quien estaba hablando en mi oficina —dice mi padre con calma. Mi risa se detiene de golpe—. Es el próximo hombre más rico de la región. Ha encontrado un yacimiento de petróleo en sus tierras, pero no cederá a venderlo a menos que te cases con él.

Me quedo mirándolo como si le hubieran salido dos cabezas. Esto no puede estar pasando.

—¿Estás loco? ¡No voy a casarme con un desconocido!

Papá se cruza de brazos.

—Eso es tu decisión. Pero si no lo haces, lo pierdes todo.

Lo miro, horrorizada. No puedo creer lo que estoy oyendo. Me niego a aceptar algo tan ridículo. Sin decir una palabra más, me doy la vuelta y camino hacia mi coche. No pienso quedarme aquí, no pienso aceptar esa locura.

***

Cinco días después, estoy sentada en la cama de un hotel cinco estrellas. Lo poco de dinero que tenía en efectivo está casi agotado, y el hotel me está presionando para pagar la cuenta. La tarjeta no funciona, y me estoy quedando sin opciones.

Mis amigas me han dado la espalda. Ninguna está dispuesta a prestarme dinero. Todo el mundo me ha abandonado, y estoy sola. Me quedo mirando el techo, sintiéndome más perdida de lo que nunca me había sentido.

Salgo del hotel con lo poco que tengo, y me siento en una banca de la calle. A mi lado, un pequeño gatito callejero de color negro se me acerca y maúlla.

—Estamos igual, ¿verdad? —le susurro—. Sola y abandonada.

De pronto el pequeño gatito se sube a mi regazo, como si me hubiera entendido. Le acaricio el pelaje y suspiro. En ese momento otro gatito aparece, este es gris y más peludo. El otro gato se sienta a mi lado y me mira con esos enormes ojos verdes.

—Supongo que estamos solos los tres —digo, pero en eso, el gatito negro se baja de mis piernas y comienza a lamer la cabeza del gato gris—. Bien, solo yo —digo rodando los ojos.

No tengo otra opción. Mi orgullo está hecho pedazos, pero sé que no puedo seguir así. Me seco las lágrimas y me pongo de pie, tomando una decisión.

Voy a volver a casa. Y voy a aceptar la oferta de papá.

Me casaré con Logan Carter, no puedo arriesgarme a perder el amor de mi padre.

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