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El misterio de Alexander - Bajo el manto del silencio

Al llegar a la enorme entrada de hierro forjado, se detuvo por un momento para admirar el edificio. La mansión era impresionante, con detalles arquitectónicos que reflejaban siglos de historia. Mientras avanzaba, una figura apareció en la entrada: Alexander.

Era más alto de lo que había imaginado, vestido impecablemente en un traje gris oscuro, con el porte de alguien que está acostumbrado a dominar la situación. Su rostro mostraba una seriedad imperturbable, y sus ojos oscuros parecían observarlo todo sin realmente permitir que nadie lo viera a él. Había algo magnético en su presencia, una mezcla de misterio y poder que intimidaba a todos a su alrededor.

— "Señorita García, bienvenido a París." —dijo Alexander con una voz baja y controlada.

Mariana se tensó, sorprendida de que supiera su nombre. Su tono era educado pero distante, como si cada palabra estuviera cuidadosamente calculada.

— "Gracias, señor Moreau." —respondió ella, intentando sonar más confiada de lo que realmente se sentía.

A medida que avanzaban en la reunión, Mariana se dio cuenta de que trabajar con Alexander no sería fácil. Él tenía expectativas altísimas y no mostraba emoción alguna, ni en aprobación ni en crítica. Pero algo en su mirada, cada vez que la observaba, le hizo sentir que la estaba evaluando mucho más allá de su trabajo.

Capítulo 3: Bajo el Manto del Silencio

Los días siguientes se convirtieron en una rutina tensa para Mariana. Trabajar en el majestuoso proyecto de la mansión era un sueño hecho realidad, pero cada vez que cruzaba miradas con Alexander, sentía una mezcla de emociones. Él seguía siendo distante, siempre al mando de cada decisión, con un aire de perfección que intimidaba a todos a su alrededor.

Mariana se esforzaba por impresionar, haciendo sugerencias audaces en el diseño de interiores. Sin embargo, cada vez que lo hacía, Alexander apenas le dirigía una mirada rápida antes de responder con un simple "interesante", sin mostrar signos claros de aprobación o rechazo. A veces, la frustración de no saber qué pensaba realmente de su trabajo la consumía.

Una tarde, mientras revisaba planos en el gran salón de la mansión, Alexander apareció inesperadamente, en completo silencio, como si fuera una sombra entre las columnas antiguas. Mariana sintió su presencia antes de verlo. El aire se tornó denso.

— "¿Tienes algo más que sugerir, Mariana?" —preguntó él, su voz resonando suavemente en la sala vacía.

El uso de su nombre la desarmó por un segundo. Era la primera vez que lo escuchaba de sus labios sin el formalismo del "señorita García". Mariana se enderezó, sujetando con fuerza los planos.

— "Creo que la iluminación debería ser más cálida en esta parte de la sala. Este espacio tiene una historia profunda, y sería bueno destacar los detalles arquitectónicos originales con luces indirectas."

Alexander no respondió de inmediato. Sus ojos oscuros se fijaron en los planos, pero su expresión seguía siendo impenetrable. El silencio entre ambos se alargó, y Mariana sintió que su corazón comenzaba a latir más rápido.

— "Tienes razón," —dijo al fin, mirándola a los ojos por un segundo más largo de lo habitual—, "buen trabajo."

Mariana apenas tuvo tiempo de procesar sus palabras antes de que Alexander se marchara, dejándola sola en el gran salón. Fue solo una breve interacción, pero en ese momento, algo cambió. Sintió que había una conexión, por mínima que fuera, bajo el manto de su frialdad.

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